Por suerte somos otros

[Notas sobre Mario Benedetti y la ciudad de Montevideo]

En Uruguay, el primer fin de semana de octubre, se conmemora el Día del Patrimonio. El año pasado se acordó oralmente que este año el Día fuera una jornada de homenaje a Mario Benedetti, a 100 años de su nacimiento. Pero en marzo asumieron las autoridades de un nuevo gobierno nacional y decidieron cambiar la propuesta. Con motivo de este extraño «no» al autor de La tregua, Julio Cano recuerda a Benedetti haciéndole frente a las críticas que su obra recibió y recibe, mostrando así una aguda lectura sobre las pulsiones de escritura en los creadores montevideanos

Por Julio Cano, desde Montevideo

En consecuencia seguiré escribiendo

igual a mí o sea

de un modo obvio irónico terrestre

rutinario tristón desangelado.

(…)

Y eso tal vez ocurra porque no sé ser otro

que ese otro que soy para los otros.

“Otherness”, Mario Benedetti

El hombre común ¿qué tiene de común? ¿qué de corriente? En la intención de la designación parece que se admitiera como antecedente una semejanza sin destaques en los hombres y mujeres a los que se endilgan estos adjetivos. Es una situación que refleja, si es que existe, lo del título de la novela de Musil: son hombres sin atributos.

Sin embargo, y por el contrario, existen en cada uno de nosotros historias intransferibles, interrelaciones en nuestras peripecias aunadas a las circunstancias siempre cambiantes y siempre especificadas en que suceden. No hay un común. No se puede hablar de una similitud existencial que especifique lo corriente. Lo que podemos captar en cada cual es el aire de familia de su cultura, otorgado por el lenguaje en acción (el lenguajear). No hay tampoco algo corriente como parámetro sociológico nivelador.

Quien escriba sobre lo cotidiano creará relatos que no escapen a las circunstancias, por elaborado y refinado que sea su estilo. Y también podrá valerse de las circunstancias tal como ellas se patenticen y sin mediar demasiado sobre ellas con su oficio de escritor.

Benedetti ha asumido conscientemente esta última posición y la ha llevado a un nivel estético personal, irrepetible, con una eficacia pocas veces alcanzada. Ha rechazado conscientemente el lenguaje elaborado, refinado. Se constriñe al lenguaje cotidiano y en esto no está de más señalar que existe, aunado a lo estrictamente estilístico, una influencia de su condición de periodista, oficio que ejerció desde joven.

Se fue perfilando arduamente en tal alternativa (en tal método, podemos decir, más ajustadamente) admitiendo y asumiendo los límites del lenguaje, de su estar en el mundo mediado por el lenguaje de su Montevideo. Ello induce, ineludiblemente, a observar más de cerca la trama de sus relatos y la estructura de su poesía, a fin de descubrir –si ello es posible– en dónde reside la trascendencia que se encuentra implícita en la urdimbre de la obra, en la densa cuadrícula de la cultura montevideana (mas en general, de la cultura rioplatense). Hacer ese viaje de descubrimiento es revelar para el lector invariantes humanas en la inmanencia del texto, cosa que, como se sabe, es uno de los componentes de la mejor literatura.

La interrelación que busca de continuo Benedetti es entre la especificidad de lo literario y lo que sea la especificidad de su propia cultura, su devenir político y sus intrincadas y nada lineales circunstancias. Lo que dice es lo que dice su sociedad, no por encima de ella ni a su costado sino en un estado de compromiso que es como la carne de sus personajes, y que nos hace recordar lo que señala Raimon Panikkar, que la cultura es nuestra segunda piel y que, por ende, no podemos separarnos de ella, así como nadie puede saltar sobre su propia sombra.

Este compromiso y esta modalidad de escritura es como correr sobre una cornisa, donde puede caerse en el panfleto o en la denuncia. O terminar elaborando una sociología de la literatura. ¿Cómo mantenerse en el dominio del decir poético? ¿Cómo lograrlo sin resbalar hacia el abismo? No existen recetas para estos peligros, puede decirnos nuestro autor, y no hay otro modo de afrontarlo que en la práctica. Jugarse en la escritura, eso mismo. Es lo que dice el fragmento que pusimos como epígrafe.

La fascinación por lo cotidiano

Los personajes de Benedetti son héroes que no llegan a experimentar casi nunca acontecimientos extraordinarios, son funcionarios públicos, amas de casa, empleados de comercio, sindicalistas que transitan por la vida sin altibajos notables. Pertenecen casi invariablemente a la clase media, como buena parte de la población del Uruguay, una realidad poblacional fruto del primer batllismo, que permitió la consolidación de estamentos medios que funcionaron como colchón amortiguador de las luchas de clase y que actuaron como una genuina muestra de lo que Batlle anhelaba: una convivencia lo más pacífica posible entre clases donde el Estado jugara como árbitro tanto como figura paternalista. Este esquema tuvo un relativo éxito hasta mediados de los años cincuenta del siglo XX, cuando diversos factores externos al Uruguay hicieron que se entrara en una crisis paulatina que terminó con el sueño de “la Suiza de América”, un título algo pomposo que fue utilizado hasta el hartazgo por analistas de todo calibre. Benedetti vivió todo este ciclo y aún más: fue  partícipe de la crisis final que desembocó en el golpe de Estado de 1973. Fue entonces un testigo de primera mano del ciclo del Uruguay liberal y de su posterior desmembramiento tanto como de la dictadura cívico–militar, que experimentó como exiliado.

Pero especialmente fue uno de esos miembros de la clase media abocado primero a tareas burocráticas: periodista, dactilógrafo, traductor y, pasados los años, escritor. La mencionada fascinación por la vida cotidiana que se trasluce nítidamente en su obra fue resultado de su específico modo de ser en el mundo. Como burócrata, se traslucen en su obra las alternativas a la sordina de las tareas de oficina: lo taciturno, la monotonía, la gris existencia de funcionarios de poca monta. Benedetti parece, muchas veces, un semejante rioplatense de Kafka, aunque su descripción del mundo burocrático no posea el carácter metafísico y pesadillesco del checoslovaco.

Pero la cotidianeidad marcada por el hastío y la falta de perspectivas sí es un rasgo común, al menos en el Benedetti anterior a la experiencia de los años setenta. Así, en la novela La tregua (1960), la tregua del título corresponde a la irrupción del amor en la vida del protagonista, una experiencia que escapa a la encerrona de su existencia, que reviste toda la conmoción propia de lo inesperado y que termina por desaparecer para dejar paso, nuevamente, a su anterior y opresivo universo.

Lo singular aquí es que aún los aspectos depresivos son vividos de manera mortecina, no dan paso a patologías permanentes, a la locura como salida, digamos, ni a transformaciones patológicas criminales (como las que aparecen, por ejemplo, en la novelística de los países nórdicos). A la vida burocrática se la tolera, se la soporta y existen asimismo antídotos muy uruguayos para hacerle frente: el mate, el futbol, los asados los fines de semana y el humor ácido, pero eficaz, que aparece en otra de las expresiones culturales de esta región: el carnaval.

Digamos, asimismo, que existe en Uruguay un rechazo generalizado hacia las terapias psicológicas (psicoanalíticas o no), y que la batería de terapias telúricas señaladas antes, (sean eficaces o no), están insertas en las modalidades de lo cotidiano del uruguayo, más precisamente del montevideano y sus áreas de influencia. Agreguemos que esta actitud respecto al campo psi difiere notoriamente del que se observa en la Argentina.

Es así que la cotidianeidad de la ciudad está atravesada de forma sesgada por una serie de neurosis (las más de las veces no concientes ni admitidas) que señalan los rasgos más típicos de su estar en el mundo. Y como tema literario es una de las expresiones más logradas en la obra de Benedetti.

El color local –amortiguado, hasta opaco, neurótico, de baja intensidad–, lleva, en lo emocional, al amor como coloquio también de bajos decibeles, a conversaciones íntimas (o entre pocos) y a un cultivo de la amistad bastante peculiar. Y las ruedas de mate son la fotografía misma de lo dicho.

Hay un acontecimiento que vino a conmocionar esa atmósfera de tranquilidad provincial de la cotidianeidad y fue el golpe de Estado y los once años de dictadura.

Superado el mismo, ¿se dio una transformación radical en la vida cotidiana de los habitantes de la Banda Oriental? Si nos atenemos a la obra de Benedetti posterior a 1984 debemos decir que no. Es más: se puede afirmar que los aspectos sombríos anteriores se vieron reforzados. Y podemos poner un ejemplo cinematográfico para defenderlo. La película Whisky, sin dudas una obra sobresaliente de la cinematografía uruguaya, ya desde el título hace un guiño cómplice a La tregua porque el vocablo indica la solicitud de una sonrisa (aún forzada) para patentizar un rostro en una fotografía, un paréntesis en una existencia que no sonríe habitualmente. Es una película estrenada en el 2004, veinte años después del fin de la dictadura, y esto dice mucho.

Escena de Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll

El paréntesis forzoso de la dictadura no cambió sustancialmente el modo de ser de los uruguayos, pero los volvió más oscuros, digamos, más taciturnos. Esto reza no sólo para las generaciones mayores sino, también, para las más jóvenes. Vamos a evitar dar ejemplos concretos de obras culturales creadas por jóvenes a partir de la salida de la dictadura (para no alargar esta reflexión), pero son abundantes y reflejan lo que decimos.

Así que las utopías, vividas con intensidad en los comienzos de los años setenta, se volvieron utopías mortecinas.

Hay un país que guardó sus letargos

sus aleluyas y sus medias tintas

lo guardó todo bajo siete cautelas

y se resiste a revelarlo.

Sin embargo puedo allí guarecerme

y no es un frágil

cobertizo.          

(Aquí lejos, Mario Benedetti)

Vamos a aventurar una hipótesis que quizás pueda dar cuenta de algunas zozobras y desencuentros del poeta, y que acompañan las similares desventuras de sus compatriotas. Benedetti, pensamos, nunca se sintió del todo cómodo en el Uruguay postdictadura y quizás eso fue lo que lo llevó a recluirse en el mundo cultural, no como un escape, se entiende, sino para compartir soledades, para hacerse un prójimo próximo de los que sentían similares desamparos. La cultura ¿logra desencadenar revoluciones? La respuesta es que ella es siempre revolucionaria; o no es cultura.

Esta manera de entender la realidad y el lugar en el mundo que se ocupa es la de muchos jóvenes y eso nos consta sobradamente. Y es hermoso creer que Benedetti fue sentido como un semejante por los mas jóvenes. Él mismo se sorprendía cuando le avisaban que iban a editar alguna obra suya en un idioma como el rumano (de esta sorpresa nosotros mismos hemos sido testigos), y para colmo un texto como Montevideanos, que, se supone, es reflejo y puede ser sentido y disfrutado por los locales, pero no por otros, lejanos culturalmente.

Habrá que suponer que todo lo anotado más arriba también adquiere carácter universal, como lo señala un texto de sociología latinoamericana que nos viene a la memoria: “Historias locales, diseños globales”. Llegados a este punto permítanos señalar que ese carácter a dos puntas, local y global, es una marca de fábrica de todo el trabajo de Benedetti, una universalidad de la palabra poética que conmueve a propios y ajenos. Si el autor estuviera aquí nos diría, además, que en su poetizar no quiere que ninguno sea considerado ajeno. Diría que quiere ser leído y querido por propios, próximos, y los que están un poco mas lejos. Un mundo, el suyo, que no es ni ancho ni ajeno.

El papel de la imaginación

Algunos críticos de los textos de Benedetti le señalan que deja muy poco lugar a la imaginación del que lee; que en lugar de sugerir, explica; que no deja la posibilidad de que el lector se embarque en aventuras de la imaginación (como sucedía en el cuento de García Márquez sobre la construcción de una jaula prodigiosa y de la cual no se describía nada).

Un texto literario, ¿se ocupa del contexto en que fue creado? Si lo hace, nos pueden decir, cae en la crítica literaria o en la sociología de la literatura, pero se resiente su núcleo estético. Ya dijimos que en nuestro autor existe el peligro de esa declinación hacia zonas fronterizas con la palabra, pero no creemos que resulte, la suya, una obra que se debilite por esas vinculaciones con fronteras borrosas. En una época como esta (en donde las interrelaciones entre géneros no aparecen como un error sino que son un modo de reproducir lo que realmente sucede en la realidad, en donde la complejidad revela, cada vez más, lo equivocado que están los compartimentos estancos, que se intersecten géneros y contenidos), no es un pecado sino una forma de expresar riquezas no reveladas. ¿Hasta dónde eso corresponde al autor o al lector?

A nosotros no nos corresponde responder, sencillamente porque no sabríamos cómo hacerlo. Mientras tanto, celebremos que Mario Benedetti siga entre nosotros, en su obra.

El día del patrimonio

En Uruguay se conmemora, todos los años, el llamado “Día del Patrimonio” una fecha que existe desde  1995  y que ha tenido una soberbia respuesta del público.

Cada año, al finalizar el evento, se maneja entre las autoridades competentes cuáles podrían ser los contenidos para el siguiente año. Lo más frecuente es que se homenajee a algún ciudadano ilustre, de la ciencia o de la cultura. El año pasado se pensó y se acordó oralmente que este año el Día fuera una jornada de homenaje a Mario Benedetti. En marzo asumieron las autoridades de un nuevo gobierno y decidieron cambiar la propuesta: el homenajeado será un importante médico del siglo XIX, Manuel Quintela, y no Mario Benedetti.

Aunque sea lamentable entrar en mezquindades, la única razón por la que se ha dado este abrupto giro a la propuesta es de índole política. El Doctor Quintela fue una reconocida figura del ahora gobernante Partido Nacional y Benedetti, como es público y notorio, es un escritor de izquierda.

Asumimos estar de acuerdo con esta apreciación sobre los motivos políticos que llevaron a cambiar de homenajeado, motivos en los que encontramos una cuota de envidia de parte de los actuales gobernantes, que esconde, sin dudas, otra cuota de mediocridad. No vamos a concluir esta nota con los comentarios a estos despropósitos, sino con las propias palabras de Mario, que no hubiese deseado que su nombre y sus escritos se mezclaran con estas mezquindades:

Lo reconstruyo todo   signo a signo

Y así me reconozco todavía

En estas calles que caminan lentas

Por el otoño tantas veces dicho.

(Aquí, Mario Benedetti)

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