Los relatos de Falkner Mario

Andrés Maguna, autor de La casa está llena de vida (Río Belbo, 2019) abrió las ventanas de su casa y se encontró con Falkner Mario, un narrador oral que va y viene por la ciudad en su bicicleta hecha de un entresijo de hierros, alambres y gomas. Mientras Falkner habla, Maguna toma notas

Por Andrés Maguna

Él dice, yo no digo

“Muy pocas personas me ven como yo me veo, o mejor dicho, la mayoría no cree en mí como yo creo en mí, y como nadie te pregunta nunca, pero nunca, si sos feliz, o si estás satisfecho con lo que hacés con tu vida, entonces nadie sabe y todos suponen”, dice mi amigo Falkner Mario, apoyado en el manubrio de su bicicleta hecha de un entresijo de hierros, alambres y gomas.

No sé cómo llegamos al tema, imposible recordarlo, pero como siempre me pasa con Mario sus frases, sus ideas, me llevan por numerosas y simultáneas asociaciones con textos y ensayos del psicoanálisis, la filosofía, la sociología, la antropología, el esoterismo, el estudio de los símbolos. Sus palabras logran que mi mente despegue, que se destrabe. Por eso me cuesta seguirle el hilo a su veloz y espontáneo pensamiento, su brillantez conceptual.

Mientras, él la sigue: “Pero a veces, muy pocas veces, alguien te mira a la ojos y te ve, y deja que vos lo veas, como pasa con nosotros, que por eso somos amigos, aunque vos seas un santo de los dolores, un artista, y yo un simple ciruja…”. En este punto lo interrumpo, niego que él sea un simple ciruja y yo un santo artista, y replica, sonriendo: “¡Vamos a decir las cosas como son!”. Entonces no lo contradigo más para que termine de exponer su idea.

“El caso –sigue– es que uno puede no ser ambiguo, es decir, ser lo que se es sin que lo parezca, o parezca otra cosa… Pero de ahí a que te reconozcan… Porque si todos viéramos como el otro es, y supiéramos nomás verlo si es feliz o fue feliz, si se siente realizado o se está realizando, si sufrió y quedó con miedo, o tiene miedo porque no sufrió y no quiere sufrir… Todos nacimos a lo desconocido y tuvimos que hacernos a los ponchazos, pero siempre terminamos siendo lo que teníamos que ser, y eso a muchos no les gusta y se resisten, y se esconden de ellos mismos, y están muertos aunque parezcan vivos. ¿Me entendés? Dejame a mí tranquilo con lo que soy, que vos, amigo, me ves como yo te veo, y eso te lo quiero retribuir…”

Le quiero decir que no lo entiendo, que no sé qué quiere retribuirme, pero justo las campanas de la capilla del cementerio empiezan a repicar y Mario, sonriendo con picardía y haciendo un gesto con la mano en dirección al camposanto, me dice: “¿Vijte? Es una señal. El más allá es el más acá, y estamos todos en la misma parrilla, sobre las brasas o abajo…”.

Y me hace reír, aunque sigo sin entenderlo del todo. Pero no se lo digo.

Historia de un comegatos

Habré comido gato

no sé

unas diez veces,

ponele.

En la cortada Mangruyo

¿vijte?

Del gusto no sé qué decirte,

ponele liebre, si queré,

aunque nunca comí liebre,

ni sé qué é.

Siempre en guiso,

eso sí,

con arroz

¿vijte?

Olla grande sobre el fuego

en la tierra

todos alrededor.

Siempre muchoj.

¿Sabé qué, el hambre que teníamo?

Dejá, no me hagá acordar.

¡Después se empezó a decir que los rosarinos son comegato!

¡Pero no eran los rosarinos,

André,

éramo nosotro!

Nunca nos gritamos

A la Mari la conocí hace 26 años,

cuando salí de la cárcel…

Seis hijos tenemos,

la mayor, la C., tiene 26,

y el más chico, el T., tiene cuatro.

¿Que si estoy enamorado?

Mirá, si no fuera por ella…

Imaginate, venía de estar preso,

por homicidio…

Si vo me preguntá te digo que no sé,

que sí, que lo maté,

pero no sé por qué…

Yo andaba en la mala,

pero la mala mala,

y el otro era un pibe como yo…

Estábamos descaminados,

muy borrachos, drogados,

y tuvimo una discusión por una boludé…

Pero se ve que lo do pensamo “soy yo o el otro”,

y lo do teníamos un arma.

Sí, un revólver,

no sé de dónde lo saqué,

no me acordaba entonces meno me voy a acordar ahora.

Pero dejá, ni me quiero acordar,

te digo que andaba en la mala,

pero la mala mala,

y entonces apenas salí la conocí a la Mari…

¿Y sabés qué?

En 26 años nunca nos gritamos,

ni una vez,

ni por nada…

Sí, muchas veces andamos enojados,

pero nunca nos gritamos,

y a esta altura…

me parece que ya nunca nos vamos a gritar.

Chinchulín y Tripa Gorda

Éramos muy chicos,

catorce o quince,

y queríamos ganar nuestros primeros pesos

animando fiestas infantiles en el barrio.

Mi amigo G. y yo

teníamos un plan reloco,

pensábamos ganar bocha de plata…

Se nos ocurrió formar una yunta payasos

para animar fiestas infantiles.

El nombre se le ocurrió a mi amigo.

Me dijo ¿qué te parece si yo soy Chinchulín

y vos Tripa Gorda?

Me pareció genial.

Ya nos estábamos divirtiendo,

y la seguimos.

En dos días armamos unos chistes,

los ensayamos unos 15 minutos

y ¡estábamos listos!

Hicimos un par de cartelitos a mano,

como se hacía en los setenta:

“Chinchulín y Tripa Gorda,

¡para qué más!

Animación de Fiestas Infantiles”.

Y llegó la primera contratación,

el cumpleaños de 8 de una vecinita del rioba,

hija de una amiga de mi vieja.

Entonces, ese día,

con mi amigo nos conseguimos unos disfraces…

Era ropa vieja de colores

que nos quedaba grande…

Pensábamos que estábamos graciosos,

pero a la hora de pintarnos las caras…

nos dio mucha vergüenza,

se nos fueron las ganas de ser graciosos,

y apenas nos pusimos un poco de pintura roja en la punta de la nariz.

Ni sombreros nos pusimos,

ni bonete ni nada.

Y cuando salimos a enfrentar al público,

empujándonos y peleándonos

para que el otro saliera primero…

¡Ay Dio! ¡La cara de esas pibitas!

Imaginate, dos pibes grandulones

a los que conocían del barrio

vestidos como tarados

con las narices rojas,

riéndose quién sabía de qué.

Cuando mi amigo me dijo,

como habíamos planeado:

“¡Hola Tripa Gorda!”

no pude contestarle,

me dio un ataque de risa,

y a él también…

Se contagió.

Así estuvimos como cinco minutos

de espaldas a la pibitas

que estaban sentaditas en el suelo

esperando…

Sin entender nada.

Por ahí nos dimos vuelta

y vimos que un par lloraban,

asustadas…

Y nos dio más risa…

Entonces los dos

a la misma vez

nos miramos

y salimos corriendo.

Y no paramos de correr

hasta que nos alejamos del barrio.

Anduvimos boludeando por las vías

hasta la noche.

Claro que no cobramos un peso.

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