Cuando el diablo mete la cola

Antonio Pinto, periodista y traductor italiano que en 1986 se encontraba trabajando en Buenos Aires, tuvo la oportunidad de hacerle una de las últimas entrevistas a Jorge Luis Borges, antes de su viaje final a Ginebra. Pinto recuerda una lectura de Borges sobre un verso de La Divina Comedia que puede relacionarse con el nacimiento de El Aleph

Por Antonio Pinto, desde Lecce, Italia

En 1986, cuando estaba trabajando como periodista en Buenos Aires, tuve la oportunidad de encontrar y conocer al escritor y poeta Jorge Luis Borges para hacerle, sin saberlo entonces, una de las últimas entrevistas que él concedió a la prensa.


Fue hacia mitad de abril que lo encontré (ya otoño avanzado en el hemisferio austral), sin saber que, alrededor de dos meses después, él se moriría en Ginebra (ciudad donde había vivido junto a su familia durante su adolescencia) en consecuencia de una grave enfermedad que padecía desde algún tiempo atrás. Fue muy amable y cuidadoso en contestar mis preguntas y la entrevista no duró más de una hora. Luego yo logré publicarla, tanto en Argentina como en Italia, en revistas literarias.

En realidad había sido mi segundo encuentro con él. Algunos meses antes, por medio de un amigo periodista, lo había cruzado en un estudio de televisión, al final, también en este caso, de una entrevista. Para mí fue un encuentro emocionante. De verdad no podía creer estar hablando con el autor de Las ruinas circulares o de El Aleph. En aquel primer encuentro, luego de una serie de refinadas digresiones literarias, fue él, sin embargo, quien me sometió a una especie de examen. Me preguntó, con aire supuestamente inocente (y esto sólo lo entendí posteriormente) si, siendo italiano, conocía o había leído La Divina Comedia, de Dante. Le contesté que sí, destacando que en Italia es un texto de lectura obligatoria en las escuelas y que, de todos modos, el análisis del texto lo había profundizado cursando la universidad. Él, entonces, empezó a mostrar entusiasmo y me dijo esta frase: “Acaso usted pueda aclararme una duda que ni siquiera algunos expertos del poeta italiano han sabido contestarme.” Empecé a tener escalofríos y a transpirar muy fuerte. No podía creer que me estuviese poniendo en el mismo nivel de los mayores expertos que habían pasado años en documentarse sobre la obra de Dante. Y luego añadió: “Hay algo que todavía no logro entender con claridad del primer verso de la cántica VII del Infierno, o sea: ‘Pape Satàn, pape Satàn aleppe!’.” En ese momento me apareció nuevamente el rostro de mi profesora de italiano de la escuela secundaria, la profesora De Donno, que tanto nos impulsaba hacia el estudio de La Divina Comedia, y repetí como hipnotizado la explicación propuesta por ella de aquellas palabras. “Adelante Satanás, adelante Satanás, hacia la ciudad de Alepo”. Borges, con su ceguera, no se dio cuenta de mi cara morada, pero creo que en aquel momento estaba leyendo en la parte más honda de mi alma, creo que esbozando una sonrisa irónica en sus labios. Con la amabilidad que siempre lo había caracterizado, se despidió de mí, dejándome con mis dudas y sin explicarme su idea acerca de aquellas palabras. Estoy seguro que, alejándose, se reía para sí con satisfacción. Al fin y al cabo había logrado, de nuevo, avergonzar a otro italiano por su escaso conocimiento de La Divina Comedia que él, por el contrario, había leído tantas veces y de la cual se consideraba uno de los máximos expertos a nivel mundial.


Después de algún tiempo, reflexionando sobre aquellas palabras que se habían convertido en una especie de fórmula mágica, me detuve sobre la ultima palabra, “aleppe”, y de pronto la conecté con el cuento El Aleph, de Borges, y entendí que se refería a la primera letra del alfabeto judío, comparable al “Alfa” griego. En ese cuento, Borges imagina que el protagonista está convencido de la presencia del Aleph —“uno de los puntos del espacio que incluye todos los puntos”— en el sótano de su casa. El Aleph está representado por una pequeña esfera brillante. Claro es que la vida de quienes observan el Aleph —“el lugar donde se encuentran, sin confundirse, todos los lugares de la Tierra, mirados desde todos sus ángulos”— no seguirá siendo la misma. Entonces Dante podría ser uno de los inspiradores del cuento de Borges.


(La versión en castellano fue hecha por el propio Antonio Pinto. A continuación compartimos la versión original)

Quando il diavolo ci mette la coda

Por Antonio Pinto

Nel 1986, lavorando come giornalista a Buenos Aires, ebbi l’opportunità di incontrare e conoscere lo scrittore e poeta Jorge Luis Borges per potergli fare, senza saperlo allora, una delle ultime interviste che concesse alla stampa.


Lo incontrai verso la metà di aprile (già autunno avanzato nell’emisfero australe), non sapendo che circa due mesi dopo sarebbe morto a Ginevra (città dove aveva soggiornato con la sua famiglia, durante la sua adolescenza) come conseguenza di una grave malattia che lo affliggeva da tempo. Fu molto gentile e attento alle mie domande e l’intervista durò circa un’ora. In seguito, io riuscì a pubblicare l’intervista sia in Argentina che in Italia, su riviste letterarie. 

In realtà, per me, si trattava del secondo incontro. Qualche mese prima, infatti, grazie ad un mio amico giornalista, lo avevo incrociato in uno studio televisivo, alla fine di una intervista. Per me fu un incontro emozionante: davvero non potevo credere di star parlando all’autore delle «Rovine circolari» o dell’ «Aleph». Durante quel primo incontro, dopo una serie di squisite divagazioni letterarie fu lui, però, a sottopormi ad una specie di esame. Mi chiese, con fare apparentemente ingenuo ( tutto ciò, ahimè, lo compresi solo in seguito) se, essendo italiano, conoscessi o avessi letto «La Divina Commedia»  di Dante. Gli dissi di sì, sottolineando il fatto che in Italia era un testo di studio obbligatorio nelle scuole, e che, comunque, lo studio del testo lo avevo approfondito andando all’università. Lui allora si mostrò entusiasta ed esordì con questa frase: «Forse lei mi può chiarire un dubbio che neanche i migliori esperti del sommo poeta son riusciti a chiarirmi bene.» Iniziai ad avere brividi e a sudare. Non potevo credere che mi stesse ponendo allo stesso livello di grandi esperti che avevano passato anni ed anni a documentarsi sull’opera di Dante. Proseguì dicendo: «Mi è ancora poco chiaro il significato del primo verso della cantica VII dell’Inferno, ‘Pape Satàn, pape Satàn aleppe!’. In quel momento mi riapparve alla mente il viso della mia insegnante di italiano al triennio superiore del liceo scientifico, la professoressa De Donno, che tanto ci pungolava sullo studio della Divina Commedia, e ripetei come ipnotizzato la spiegazione da lei offerta di quelle parole. «Avanti Satana, avanti Satana alla città d’Aleppo». Borges, essendo cieco, non poteva certo accorgersi del mio viso paonazzo, ma credo che mi stesse leggendo l’anima in quel momento e un sorriso ironico mi parve che si fosse disegnato sulle sue labbra. Con la gentilezza che lo aveva sempre caratterizzato, si congedò da me, lasciandomi in un dubbio tormentoso e senza spiegarmi la sua idea su quelle parole. Sicuramente sogghignava soddisfatto tra sé e sé. In fondo, gli era riuscito di mettere in imbarazzo un altro italiano sulla reale conoscenza della Divina Commedia che aveva letto e riletto tante volte e di cui si considerava uno dei massimi esperti.


In seguito, riflettendo più volte sul significato di quella formula magica mi soffermai sulla parola «aleppe» e all’improvviso pensai all’Aleph di Borges e capiì che si trattava proprio del riferimento alla prima lettera dell’alfabeto ebraico, confrontabile all’alfa greco. Nel suddetto racconto Borges immagina che il protagonista sia convinto della presenza dell’Aleph, “uno dei punti dello spazio che contengono tutti i punti”, nella cantina della propria casa. L’Aleph nel racconto è rappresentato da una piccolissima sfera luminosissima. Certo è che la vita di chi osserva l’Aleph, “il luogo dove si trovano, senza confondersi, tutti i luoghi della terra, visti da tutti gli angoli”, non sarà mai più la stessa. Dunque, Dante potrebbe essere stato uno degli ispiratori del racconto di Borges.

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