Biografía de Cesare Pavese: última entrega

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PRESENTAMOS EL SÉPTIMO Y ÚLTIMO CAPÍTULO DE ESTA BIOGRAFÍA DE CESARE PAVESE ESCRITA POR FRANCO VACCANEO Y TRADUCIDA AL CASTELLANO POR JULIO CANO Y ROSARIO GÓMEZ VALLS, CON LA INVALORABLE AYUDA DE ANTONIO PINTO EN LA RESOLUCIÓN DE PUNTUALES DUDAS RESPECTO DEL TEXTO EN ITALIANO. AGRADECEMOS A LOS LECTORES QUE NOS ACOMPAÑARON EN ESTA AVENTURA EDITORIAL, CON LA CERTEZA DE QUE ESTE LIBRO, MUY PRONTO, ENCONTRARÁ LA VERSIÓN EN PAPEL.

CESARE PAVESE

VIDA COLINAS LIBROS

UN LIBRO DE FRANCO VACCANEO

Traducción al castellano de

Rosario Gómez Valls y Julio Cano

CESARE PAVESE VITA COLLINE LIBRI SE PUBLICÓ EN JUNIO DEL 2020, POR LA EDITORIAL PRIULI & VERLUCCA DE TORINO, ITALIA. A LOS EDITORES, AL AUTOR Y A LOS TRADUCTORES AL CASTELLANO VA DIRIGIDO EL MAYOR DE NUESTROS AGRADECIMIENTOS: EL GENEROSO COMPROMISO DE TODOS ELLOS HIZO POSIBLE LA PUBLICACIÓN DE ESTE LIBRO.

Leer acá el prólogo a la edición en castellano / Capítulo I / Capítulo II / Capítulo III / Capítulo IV (primer parte) / Capítulo IV (segunda parte) / Capítulo V / Capítulo VI

Setenta años después

Setenta años después de la muerte de Cesare Pavese miro una vez más viejas fotografías, amarillentas páginas manuscritas, libros maltrechos. Me inspiré para escribir estas paginas; espero que no sean inútiles ni banales. A lo largo de tantos años mi vida ha estado pautada por análogos aniversarios: veinte, treinta, cuarenta, cincuenta años de la muerte; cien años del nacimiento. Siempre estuve convencido de que estas citas sirven para verificar la capacidad de una obra, buscar y confirmar nuevos lectores, estímulos renovados para el presente; para leer y releer textos que resisten a los frágiles vientos de las modas y que podemos enumerarlos entre los clásicos, autores permanentes, long sellers, en definitiva; textos que nos hablan aún, removiendo nuestros más profundos sentimientos de hombres contemporáneos. Me parece que Pavese se ubica plenamente en esta categoría.

Transcurridos setenta años de la muerte, caducan los derechos de autor, y por lo tanto su obra se hace de dominio público, con la auspiciable posibilidad de nuevas ediciones. Aun hoy Pavese es un escritor muy amado y leído en Italia y en el mundo. En tiempos de cambios removedores y de similares y veloces desgastes, su voz resiste y sale al paso aún de la curiosidad y la emoción de muchos lectores, viejos y jóvenes, de ayer y de hoy, con el timbre cristalino de un clásico que sabe sondar en profundidades problemáticas, existenciales, trasvasadas intactas y no resueltas en  nuestros tiempos: el cansancio de vivir, la mordedura de la soledad, la dificultad en las relaciones humanas, los problemas en la comunicación. Las imágenes, un poco gastadas, que las fotografías nos restituyen de un hombre que de la reserva y de la total ausencia de complacencia había hecho la cifra de una vida breve pero laboriosa, nos complace mostrarlas sin revisiones (hoy de moda) en su inactualidad y monotonía.

La generación del 68 hizo un mito de su figura, por las implicaciones existenciales y políticas que su vida y su muerte ofrecían generosamente. El “pavesismo”, identificación casi maníaca con el personaje, pierde pie e innumerables se volvieron los epígonos.  Luego, en los años en que el mito se redimensionaba, se fue afirmando y consolidando cada vez más una tendencia crítica que, además de la biografía, indagaba, con aproximaciones de diversa naturaleza, el valor del texto a través del cual un escritor expresa sus problemas y los de su época, y donde, en definitiva, se mide su capacidad de permanencia y de hablar con voz nueva a la posteridad. Alejándose cada vez más de aquel fatídico agosto de 1950, su obra  genera  nuevas fascinaciones y motivos de interés, ya depurados de tanta escoria que la historia de antes y de ahora le hubo depositado encima.

¿Cómo podemos leer y releer hoy a este escritor que aparece de forma tan distante a nuestra modernidad? Tal vez volviendo a partir de sus propios lugares y de sus libros, como he deseado hacer en este viaje, embarcándome en su mundo, prestando atención a los testimonios de sus amigos y de sus familiares, de quienes lo han conocido bien en las obras y en su vida. Una vida muy breve, concluida con un insuceso y que lo aproxima al otro escritor de la Langhe, Beppe Fenoglio, muerto a la misma edad. Pero una vida cumplida y quemada en el fuego vivo, en una tensión febril y constante. Por algo, a diferencia de lo sucedido con Fenoglio, Pavese no nos ha dejado inéditos. Sabía que La luna y las hogueras sería su último libro y que con esto su estancia  de hombre y de escritor habría concluido para siempre. Era consciente de haber vaciado el saco, de haber rascado el fondo de su corazón.

Nosotros, que vivimos en un mundo posterior, le debemos mucho: la seriedad, la austeridad, el rechazo del rendimiento escaso y del diletantismo en el cumplimiento de un trabajo literario y editorial siempre tenso a la obtención del mejor resultado, fruto de un duro aprendizaje y de una búsqueda continuamente pasada por el tamiz de una severa crítica y autocrítica. El rechazo de la palabrería vana  (“callar es nuestra virtud”), empuñando la lapicera como los campesinos de su tierra utilizaban la azada para excavar en profundidad, sin cuidarse de la conformidad de los contemporáneos, lo hacía no desdeñar las batallas imposibles y a contracorriente (La América de las traducciones contra el fascismo, la etnología contra el historicismo, el mito contra el realismo).

Después de setenta años no hemos logrado embalsamar a este escritor erigiéndole un monumento sobre el cual él mismo habría, ciertamente, ejercitado su feroz sarcasmo (del tipo “bueno para que lo orinen los perros”). Indiferente a las modas pasajeras, consciente de ser inactual, sabía que permanecería y que su tiempo, el tiempo de los clásicos, arribaría. Este tiempo, juez severo con el cual no se juega nunca, sepulta, sin posibilidad de réplica, todo aquello que no vale, plegando las velas de lo efímero que, a la limitada visión de los contemporáneos, aparece eterno.

Lo había escrito con mucha claridad:

Ser alguien supone otra cosa. Se necesita fortuna, coraje, voluntad. Sobre todo coraje, el coraje de mantenerse solo como si los demás no existieran y pensando únicamente en lo que se hace, no espantándose si la gente no lo tiene en cuenta. Es necesario esperar a que pasen los años, es necesario morir. Luego de muerto, si se tiene suerte, uno se vuelve alguien.

Cesare Pavese adquiere la estatura de un clásico, tal vez el último de los clásicos del Novecientos. Pero él no se coloca por encima nuestro, con aire olímpico y destacado, sino a nuestro lado, como un compañero de calle que ha sabido ofrecer poesía a los hombres después de haberles compartido las penas. Por esto me permito compartir solamente la primera parte del juicio de Primo Levi sobre Pavese, visualizado en la desesperación, ciertamente, “pero sin sembrar desesperación”, como agregaba Levi.

Si Cesare Pavese ha vivido en la desesperación, dentro de la crisis más profunda de su siglo, ha sabido destilar auténtica poesía para ofrecérnosla, como aquellos buscadores de oro que del fango extraen pepitas. Esta poesía, aún hoy, setenta años después, nos ayuda y nos consuela en nuestro camino de hombres perdidos en la soledad del universo.

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