Lectores en filosofía (7)

Nueva entrega de un ensayo sobre los lectores que se transforman en autores: el existencialista alemán Jaspers y el asombro de los niños

Por Julio Cano
Origen y comienzo

Una de nuestras lectoras encuentra en un texto de Jaspers (filósofo alemán de mediados del siglo XX adscripto al existencialismo) una diferencia que la seduce y que la lleva a reflexionar sobre las bases del pensamiento filosófico. Se trata de la diferencia, que ese autor indica como radical, entre comienzo y origen.

Los comienzos de un fenómeno o de una situación vital se estiman en referencia a procesos históricos; ellos poseen una historia (así se dice) que puede estar vinculada a un acontecimiento singular o a un proceso colectivo. El comienzo siempre hace mención a procesos precedentes sin los que no podría ser entendido; es un acontecimiento temporal, posee un antes y un después.

Los comienzos de cualquier especie son (o pueden ser) estudiados por la historia.

En el caso de la filosofía occidental, sus comienzos se encuentran en Grecia, muy aproximadamente en el siglo VI a. C. y se puede leer o estudiar a los primeros pensadores de acuerdo con una datación bastante precisa. La historia de la filosofía, a su vez, está pautada por sucesivos comienzos que refieren a pensadores, escuelas o tendencias.

Sin embargo la filosofía no se reduce a la sucesión de autores y doctrinas a lo largo de una flecha del tiempo. Sucede que cuando uno se enfrenta a un problema filosófico (y que para ello recurra a los textos) descubre rápidamente que en la totalidad de los casos no puede remitir un problema a la secuencia de los autores en el tiempo ni a cómo retomaron el problema cada uno de ellos.

Por ejemplo, el racionalismo de Descartes no puede ser entendido, resuelto o disuelto, haciendo uso en su estudio de las respuestas de los filósofos que lo sucedieron, sean ellos racionalistas o empiristas.

Lo que se descubre es que cada autor remite a sus propios textos (aunque sea un escritor polémico y cite continuamente a sus adversarios). Remite a sí mismo, como si la actividad del pensamiento, el filosofar, se iniciara con él. Y es más, se advierte que nos pide, como lectores, que hagamos lo mismo, que pongamos entre paréntesis los antecedentes de su posición filosófica tanto como los argumentos de sus sucesores.

Eso es lo que significa origen en la concepción de Jaspers. Una manifestación prístina de un problema que el autor elabora como una auténtica creación.

Llevar a cabo esto, que es claramente un artificio , es lo que nos permite comprender su pensamiento. Y esta puesta entre paréntesis de la objetividad de la línea del tiempo (como lo dice Maturana) se hace presente por un fenómeno y una actitud que recibe el nombre de capacidad de asombro.

La capacidad de asombro o de admiración aparece en todos nosotros en la niñez: nos admiramos de lo que vamos descubriendo, en los otros y en el mundo y también, después de nuestro año y medio de vida, en la subjetividad que nos constituye.

De modo que, para profundizar en un problema filosófico o en un autor debemos hacer como los niños: asombrarnos.

El asombro constituye el centro de lo que mencionamos como el origen del filosofar.

Dice Ferrater Mora:

La admiración (o asombro) pone en funcionamiento todas las potencias necesarias para responder a la pregunta suscitada por la sorpresa, para aclarar su significado.

Las dos más famosas sentencias sobre el asombro (o admiración: thaumasein en griego) se hallan en Platón y en Aristóteles. Dice éste último: «el origen de todos los saberes es el asombro ante el hecho de que las cosas sean lo que son»

Con estas características el lector se enfrenta a un texto filosófico como si fuese el primer encuentro con el autor y, más importante aún, como si fuese la primera reflexión que realiza sobre un asunto, poniendo entre paréntesis todo lo demás que ya conozca, tanto sobre lo que ahora problematiza como sobre cualquier otro tema.

Pero hay más: esa capacidad de asombro se manifiesta con toda su fuerza, con toda su hondura en las que Jaspers llama situaciones – límite. Situaciones extremas que a todos nos toca experimentar (sin excepciones) y que se pueden reducir a dos: el amor y la muerte.

Nuestra lectora lee la obra más importante de Aristóteles sobre cuestiones morales, la Ética a Nicómaco y descubre que, para éste autor, la principal virtud que tenemos los humanos es la prudencia (frónesis).

Asume entonces que nunca había pensado en esa propuesta ética, se asombra auténticamente y comprende que esta reflexión la coloca en el origen de la filosofía porque supone un núcleo que puede llegar a ser decisivo no sólo para su pensamiento sino especialmente para su acción.

Se le suman otros asombros como, por ejemplo, que en Aristóteles teoría y práctica están unidas indisolublemente y que no se puede entender una sin la otra y que el centro de su accionar (especialmente frente a los otros humanos) posee un equilibrio, inestable pero equilibrio al fin, constituido por la prudencia.

Sigue leyendo y se asombra nuevamente cuando llega a reflexionar sobre el justo medio (mesotes). Ese justo medio es la regla de oro entre dos excesos y para el caso de la prudencia, se trata que ella es el justo medio entre la cobardía y la temeridad (que significativamente se denomina también imprudencia).

¿Puedo mantenerme de continuo en ese justo medio prudente? Nuestra lectora se vuelve dubitativa y debe admitir que eso no es posible de una manera permanente.

La propuesta aristotélica, ¿es viable para algunos casos únicamente? ¿No tiene carácter universal? ¿O sí lo tiene pero es de muy difícil concreción? No sabe qué responder.

El otro asombro que la acomete entonces es una reflexión: existen unos cuantos casos en la existencia personal que no tienen respuesta clara y distinta, que están rodeados de misterio.

El que no pueda relacionarse con los demás siempre en una forma justa y media (o medida en equilibrio) es uno de ellos. El que su razón dependa de sus estados de ánimo es otro.

Llegado a este punto debe admitir que las preguntas en filosofía son permanentes, que las que se hicieron los primeros filósofos en las islas del Egeo hace miles de años son las mismas que se hacen ella y sus amigos en estas tierras del Sur de Nuestra América. Y que las respuestas son siempre efímeras, que pueden ser puestas en cuestionamiento rápidamente. Va a un Diccionario especializado y descubre, fascinada, que “efímero” quiere decir en griego “lo que sólo dura una jornada”.

Sus asombros, ¿también son efímeros? Deja este interrogante para cuando se encuentre con sus amigos.

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