Cesare Pavese: dos relatos familiares

«He comprendido mejor cómo, muchas veces, y en una misma familia, coexisten mundos diversos que, en un ambiente tranquilo y discreto, hacen emerger una flor extravagante, original» (Maurizio Cossa)

Franco Vaccaneo, biógrafo de Cesare Pavese, escribe sobre su amistad con María Pavese Sini, la hermana del escritor; Maurizio Cossa, nieto de María, relata cómo fue crecer en la familia Pavese: «Mi hermana y yo fuimos confrontados a menudo con un fantasma, aún antes de conocer la figura mítica de intelectual, la imagen pública del escritor».

Ambos textos fueron incluidos como anexo en vita colline libri, la biografía de Cesare Pavese escrita por Franco Vaccaneo, editada en 2020 por Priuli & Verlucca (Torino) y publicada por entregas en Revista Belbo (y de pronta aparición en papel). Los dos textos que siguen fueron traducidos al castellano por Rosario Gómez Valls y Julio Cano.

María Pavese Sini

Por Franco Vaccaneo

A María Pavese Sini, in memoriam

En el verano de 1977 fui por primera vez a encontrarme con María Pavese Sini, la hermana de Cesare. Por aquella época yo estaba trabajando en tareas relacionadas a transferir nuestra exposición biobibliográfica de Cesare Pavese desde la Biblioteca Nacional de Torino hacia Santo Stefano Belbo y se me hacía necesario el consenso de sus herederos. Se inició de este modo una relación de confianza y afectuosa amistad con María, que sólo se interrumpió con su muerte, ocurrida en 1983. Posteriormente, la amistad se mantuvo sin cambios con sus hijas, Cesarina y María Luisa.

A la inauguración de la muestra en el Palacio Municipal de Santo Stefano Belbo, en octubre de 1977, concurrió María acompañada de su hija Cesarina. Regresó a Santo Stefano otras veces, por ejemplo en 1980, al encuentro por los treinta años de la muerte de su hermano y también para reafirmar un lazo nunca roto con la región de los orígenes por parte de su padre: siempre lo hizo con discreción, reserva señorial y garbo, como era su estilo de vida.

Con Federica Pavese, hija del mítico sobrino Silvio, el personaje del poema Los mares del Sur, nos encontramos en la oficina del alcalde, en otra ocasión, para discutir el traslado del ataúd del escritor desde el cementerio de Torino al de Santo Stefano Belbo (traslado que podría llevarse a cabo solamente después de la muerte de María, por expresa voluntad suya).

Cuando fui invitado a llevar la muestra a Bucarest, en la sede del Museo de la Literatura Rumana, en el verano de 1980, mis visitas a Torino, al apartamento de María en Corso Pascoli 9, se hicieron más frecuentes. Se trataba de reorganizar la muestra precedente, enriqueciéndola con nuevos manuscritos y fotografías, lo que fue posible gracias a la disposición de María y de su hija soltera, Cesarina, que vivía con ella.

Durante estos encuentros tuve la extraña sensación de formar parte, también yo, de esta familia en la cual sobrevolaba la sombra de un gran ausente, el hermano escritor. La muestra, a través de varias peripecias, llegó a buen puerto, en Bucarest, y la retornamos intacta a Torino, luego de haber vigilado un mes entero su integridad. Esto María me lo agradeció expresamente, ya que la muestra constaba de todos los manuscritos originales importantes de Pavese. María quiso demostrarme su reconocimiento por todo lo que trataba de hacer por el recuerdo de su hermano. Y lo hizo de un modo inesperado para mí, entregándome el ejemplar de Diálogos con Leucó sobre el cual el escritor había garabateado sus últimas palabras antes del suicidio. María me pidió que fuera conservado en el Centro de Estudios Cesare Pavese, que estaba dando sus primeros pasos, en Santo Stefano Belbo.

En noviembre de 1994 un desastroso aluvión devastó la sede del Centro con todo su contenido, en el cual se incluyó este precioso objeto. Su milagroso rescate del barro signó el inicio del renacimiento de la zona devastada y del Centro en una nueva sede, gracias a una imponente solidaridad internacional. Fue la gran donación postmortem del escritor a su tierra y a su gente, no debemos olvidarlo.

Junto al libro, María me había dado también un recibo de la Biblioteca Nacional de Torino (a fin de utilizarlas en las postales fúnebres del hermano) en cuyo dorso Cesare había anotado tres frases de Diálogos con Leucó y de El oficio de vivir. En tales postales fue publicada sólo la primera frase. Me lo ofreció como un regalo personal suyo, en señal de respaldo hacia un joven que había decidido dedicar su vida profesional a la divulgación de la obra del hermano. Un gesto que no he olvidado nunca.

Este muy modesto recibo, para mí muy precioso, me ha acompañado hasta hoy.

En memoria de María Pavese, cuyo límpido recuerdo llevo siempre conmigo, he decidido publicar vida colinas libros. Le he pedido a su nieto, Maurizio Cossa, hijo de María Luisa, un testimonio de la vida de Cesare Pavese en la casa familiar de su hermana, el sitio que constituyó, por toda su vida, su verdadera y única casa.

Obviamente, le agradezco a Maurizio que haya aceptado.

Un marciano en Torino

por Maurizio Cossa
María Luisa Sini, sobrina de Cesare Pavese y madre del autor de este texto.

Nací algunos años después de su trágica muerte, por lo que conocí la figura de Cesare Pavese sólo a través de las púdicas palabras de María, mi abuela y hermana del escritor, y de mi madre y de mi tía Cesarina, que compartieron durante muchos años la vida con él. Incluso sus objetos, por ejemplo las pipas y la bufanda blanca, me fueron regalados a lo largo del tiempo.

Mi hermana y yo fuimos confrontados a menudo con un fantasma, aún antes de conocer la figura mítica de intelectual, la imagen pública del escritor.

En el seno de la familia el tema no estaba presente, a excepción de las escasas ocasiones oficiales de celebración. María no se encontraba nunca a gusto en esos momentos, y aunque conocía bien a todos los personajes que formaban parte del núcleo de amigos de su hermano, se mantenía apartada.

Incluso por varios años la abuela María siguió viviendo en la casa de la calle Lamarmora. La habitación monacal donde Pavese había dormido y escrito seguía siendo, en buena medida, la misma, con una gran biblioteca de madera barnizada (donde envejecían los numerosos volúmenes que había escogido, leído y, a menudo, anotado), con un modesto lecho de soltero, dos poltroncitas y un sillón recubierto de tela oscura a rayas, delante de una ventana abierta sobre la tranquila calle, en un inmueble señorial de principios de siglo.

El tiempo no parecía haber pasado desde que él la dejó por última vez, a fines de agosto de 1950, para alquilar una pieza en el Hotel Roma y no regresar.

Pavese siempre había vivido con la hermana, el cuñado y las dos sobrinas. Cuando permanecía en Torino, la hermana le preparaba las comidas, le ordenaba la pieza y se ocupaba de todas sus necesidades, incluso la compra de ropa y zapatos. Una especie de empleada doméstica.

A menudo he tratado de comprender la relación entre aquella mujer demacrada y delgada que raramente sonreía y su voluminoso hermano, estudiante precoz y muy dotado, traductor de lenguas vivas y muertas, sensible y culto, escritor y poeta idolatrado por muchas generaciones, no sólo italianas.

Qué tenía que ver el intelectual Pavese (en la familia siempre lo habíamos llamado así, con el apellido) con aquella mujer tan distinta, típico ejemplo de la modesta sobriedad de la pequeña burguesía piamontesa. Y con la familia de ella, los niños, que crecían y se hacían adolescentes y el cuñado, empleado municipal, fascista (para que lo dejaran tranquilo).

Y a menudo me he preguntado también sobre cómo podía relacionarse María (excelente ama de casa, con la educación femenina de entonces) con aquellos increíbles personajes que gravitaban en torno a Pavese desde la adolescencia, y que representan culturalmente lo mejor de nuestro Novecientos. Y más aún: con las mujeres que él había amado y que muy poco se le asemejaban a ella, que sin embargo las veía en su casa. Se lo preguntaba y ella sonreía, apenas.

Por aquella casa habían pasado Leone y Natalia Ginzburg, Mila, Tulio Pinelli, el artista Sturani, amigo de la infancia. Y además Fernanda Pivano con su gato, la psicoanalista Bianca Garufi y muchos otros, todos del mismo nivel intelectual. Con ellos Pavese salía a caminar por las calles de Torino, en aquel tiempo más pequeña y tranquila que hoy.

Sé que Pavese hablaba poco con quienes convivía. A veces, durante la comida, tenía el diario abierto sobre el plato y nadie debía molestarlo… nunca llegué a comprender si, en familia, su genio llegaba a manifestarse, si se discutía algunas veces de política. Eran los años cruciales entre el fascismo, la Constituyente y la República.

Desde luego que el arresto del 36 y la condena al confinamiento habían sacudido el núcleo familiar. Pensábamos qué significaba en una familia bien pensante (e incluso sustancialmente no–fascista) tener un pariente detenido.

Pavese era, a menudo, sarcástico, incluso con los parientes. Siempre me ha divertido una carta enviada a una cuñada, mi tía abuela Federica, muy beata, con quien he pasado largas estadías veraniegas en la campaña, y que era motivo de burla por su fe ciega. Él, que siempre estaba buscando respuestas, nunca preconcebidas, aun las referidas a Dios, fue implacable con las certezas doctrinales de la cuñada, con la cual había incluso compartido la casa en las colinas, en Serralunga di Crea, durante la evacuación.

Y me he preguntado si, en el fondo, María no pudiese haber experimentado algunos celos por las mujeres que Pavese había amado. Ciertamente su devoción por aquel hermano intelectual llegaba hasta la tentación de separarlo de las mujeres que pudieran herirlo. Incluso la he sentido criticar a “la mujer de la voz ronca”, la que le costó la cárcel y el exilio.

Cuando un día, con la abuela María, sacamos fuera de una vieja caja las fotografías de la bellísima Connie, la americana que supo ser amante del director Elia Kazan, comprendí que Pavese se parecía mucho más al pequeño mundo antiguo de la hermana, o de Pinolo Scaglione, que al mundo superficial de Hollywood. También el ambiente de los premios literarios le era francamente extraño. Estaba más a gusto con los campesinos de la Langhe, aunque tuvieran una cultura mucho más modesta que la suya.

Los familiares tal vez no comprendían en profundidad la inmensa capacidad de Pavese y, probablemente, él pensaba de manera diversa cuando estaba con ellos, pero creo que existía un profundo respeto recíproco, incluso en la diversidad: el respeto por valores de sobriedad, modestia, honestidad.

En aquel imposible equilibrio de mundos contrapuestos, la muerte fue, probablemente, inevitable. Incluso para la familia fue un verdadero trauma. No se hablaba nunca de ello a pesar de que las fotos del funeral muestren un inmenso abrazo de la ciudad con un escritor que debía, aun, volverse mítico. El suicidio era (y probablemente lo siga siendo) tabú. Interroga sobre las culpas, probablemente también aquellas ciertamente involuntarias, de los parientes más cercanos.

Sólo recientemente mi madre nos ha confiado, con dolorosa pena, que en aquel lejano agosto de 1950, poco antes del suicidio, un día había debido reordenar las cartas del Diario (el futuro Mestiere di vivere) descompaginado en una oleada de viento en la habitación del tío Cesare y que, por aquel sentido de profundo respeto y reserva no había querido leer las últimas frases que él le había escrito (“No más palabras. Un gesto. No escribiré más”) que dejaban pocas dudas sobre lo que sucedería.

Pienso que la última desgarradora invocación, “perdono a todos y a todos pido perdón”, atañese profundamente a todos sus familiares.

Mucho tiempo después he leído un hermoso libro escrito por Marisa Fenoglio sobre su relación entre su familia de carniceros de Alba y el gran Beppe, que pasaba las noches escribiendo y fumando, oponiéndose a integrar la cotidianeidad ruidosa de Alba.

He comprendido mejor cómo, muchas veces, en una misma familia, coexisten mundos diversos que, en un ambiente tranquilo y discreto, hacen emerger una flor extravagante, original. Tanto Cesare como Beppe eran “marcianos” en su propia familia. Pero su obra se halla nutrida de aquella solidez ofrecida en una familia como tantas otras. Hombres excepcionales en un ambiente “normal”.

Torino, febrero de 2020.

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  1. Ricardo Scagliola Martínez dice:

    ADDIO

    para Olimpia

    Cesare
    porque vos contemplaste las viñas rayando las langas
    y aspiraste el olor intenso de la uva madura
    y temiste al granizo antes de la venta de la cosecha
    y en la vendimia te golpeó el dolor vestido de fiesta
    Cesare
    sé que me entendés

    hermano Cesare
    ¿te acordás del silbido del viento en las hileras?
    ¿de aquél viento que borroneaba a las estrellas
    y barajaba perfumes y hojas con diestras manos de tahúr?

    ay, hermano, no pudiste menos que mirar las parras de otoño
    como quien se mira
    y en el invierno
    los lúgubres sarmientos bajo la luna helada
    y en la primavera las esmeraldas de los brotos
    como joyas en dedos de un pianista que entona “bella ciao”
    y viste las luces de santo stéfano belbo
    “el primero siempre en las fiestas del valle del belbo”
    allá abajo
    como pedregullo de estrellas

    lo viste como lo vio Olimpia, la nonna, por última vez
    cuando su padre le ordenó: “sposati con questo Scagliola”
    y ella aún no había cumplido quince años y también era Scagliola,
    y le sacaron una muñeca de las manos y le pusieron zapatos de tacos altos
    y aturdida y tambaleante balbuceó: “ma, io non lo conozco”
    y su padre: “¡sposati, ho detto!”
    y ella tuvo que callar, vestirse de mujer y casarse
    y ya su esposo, Angelo la trajo a América
    para “hacerse la américa” plantando trigo en mitad de la pampa
    (ella extrañaba el Monte Cucco frente a su ventana)

    y todo era soledad otro idioma y ¡ni con quién hablarlo!
    y las langostas arrasaron sus sueños
    y todo se puso muy oscuro
    hasta que Montevideo (ah, Dino Campana!) apareció como una ventana
    iluminada en mitad de la noche cerrada

    ella ya estaba cargada de hijos y dolor
    pero tenía ganas de vivir
    y tú, pleno de libros y posibilidades
    no tuviste ganas de vivir
    Cesare Pavese
    ya sin guerra ni Mussolini ni camisas negras ni giovinezza
    ¡no tuviste ganas de vivir!

    ella dijo addio
    como vos
    a ese pequeño pueblo con viñas y castaños a orillas del belbo
    racimos de luces temblando entre las hojas negras de la noche
    para seguir viviendo
    ¡y vos no tuviste ganas de vivir!

    1980

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