El círculo de los otros

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Autorretrato de Francis Bacon (1969)

¿Qué o quién es «el otro»? ¿Existen las historias personales? Una nueva entrega de Lectores en Filosofía

Por Julio Cano

Nuestros amigos filósofos se disponen a reflexionar nuevamente acerca del papel del otro en nuestra subjetividad, sobre la importancia que posee en la configuración de las historias que llamamos “personales”. ¿Son tan personales como suponemos o resultan historias colectivas?

Andrea toma la palabra para referirse a una cita:

—Existe un abismo entre el reconocimiento filosófico del otro y la práctica ético–política  de aceptar la diversidad en un espacio de convivencia. Estas palabras, expresadas con mucha claridad por el sociólogo brasileño Muniz Sodré, nos sirvieron de acápite en el trabajo anterior, pero resultan de tal relevancia que hemos decidido volver sobre ellas.

—Nótese —agrega Rodrigo— que existe un hiato entre la reflexión filosófica y la práctica directa, que muestra que una cosa es el acuerdo conceptual y otra, bien distinta, la aceptación o no de las diversidades humanas, es decir la vida en sociedad, a secas, en cualquier parte del planeta, ya que apenas si existen zonas en las cuales las invariantes sociales sobrepasen las diversidades culturales. En cualquier país estamos pisando territorio mestizo y esta mención ya alcanza para que debamos reconocer el grado de tensión existente entre los humanos en su interrelación, sea cual sea el ámbito lingüístico y cultural de que se trate.

—Entonces la constante para nuestra realidad humana es la diversidad —dice José—. Es la primera constante, al grado de poder considerarla una invariante. Otra manera de presentarla es hablar de la diversidad lingüística. Pero este es un planteo utópico y no se corresponde con lo que muestra la actual configuración del mundo social. Por el contrario, la realidad política es la imposición de calificaciones que pretenden identificar la realidad propia como la única valedera, y que logra imponerse dados los prejuicios e intereses que existen, hondamente implantados.

La  imposición más importante  es la de la unidad cultural y lingüística de la sociedad dominante. La sociedad occidental capitalista, en nuestro caso, y la sociedad china mandarín en el caso del Oriente, para mencionar las más relevantes. Tal imposición es producto del poder y no tiene relación con condiciones culturales ni biológicas previas.

Hagamos un planteo teórico para intentar ahondar en estas manifestaciones que desdibujan las relaciones sociales —sugiere José—.  Supongamos que podemos experimentar que el otro se encuentra fuera de mi existencia y que viene hacia ella. Esa sensación de exterioridad de la presencia del otro forma parte de la conciencia prerreflexiva, y no repara en que las vinculaciones interhumanas son mucho más profundas y densas que las que se advierten en la espacialidad que percibo continuamente.

—En rigor —dice Andrea—, la experiencia de la subjetividad es posterior a la vinculación de mi corporeidad con la presencia en el espacio de los otros. Aunque no lo advierta, ya que forma parte de los procesos inconscientes que también me constituyen, la pertenencia a la población que me incluye biológicamente es un dato relevante, puesto que ya nazco como ente social. Mi subjetividad aparecerá luego de mis experiencias con el lenguaje y de la imagen del otro en el espejo (según declara Lacan): esta historia biológica (la mía) forma parte además de una larga cadena de historias biológicas que tienen, de hecho, la edad de la vida en la tierra.

—Esto constituye, dicho brevemente —señala Jonia—, el ser social de mi yo que no se agota en las vinculaciones de exterioridad que vamos desenvolviendo a través de gestos, miradas y, fundamentalmente, el lenguaje. No se agota porque las relaciones con el otro se revelan también al interior de la subjetividad. De ahí que la vida individual es una totalidad en curso indefinido de formación, que no se integra jamás de manera definitiva como dice el filósofo uruguayo Mario Sambarino (según me anotara recientemente el profesor Julio).

—Asimismo, si prestamos atención a nuestras respuestas hacia el mundo interhumano, veremos que ellas están cargadas de valor —resalta José, que está interesado en cuestiones de filosofía del derecho—. Jamás tenemos respuestas imparciales, digamos así. Estas respuestas valoradas son las que constituyen nuestro universo moral. Pero tal universo se presenta como un caleidoscopio de valoraciones y no como un conjunto ordenado de aseveraciones morales. En efecto, si atendemos a nuestros comportamientos morales, veremos que respondemos no de una sola forma, sino de múltiples formas. Es decir: que aunque quisiera adoptar un solo talante moral, mis respuestas estarán inevitablemente atravesadas por múltiples matices.

—Es como afirmar —retoma Andrea— que en mí cohabitan varios personajes con sus respectivas valoraciones, a menudo en conflicto entre sí, lo que hace de mi comportamiento una práctica frecuentemente contradictoria. Este es un gran tema en la literatura. Dice Goethe, por ejemplo, que el hombre es un ser crepuscular, ni ángel ni demonio, siempre en equilibrio inestable, sin saber a cabalidad cuándo y dónde termina su responsabilidad. Hoy decimos que la condición humana es así por ser parte de la vida en la tierra, y por tanto por estar situada al borde del caos, entre la entropía y lo caótico. El Doctor Fausto vive sus peripecias en el límite, efectivamente, entre la pasión por Margarita, la conquista de la verdad y las fauces del infierno. Las pulsiones en cada caso (eróticas, científicas y espirituales) poseen la misma intensidad. Y para optar no tiene a mano una certeza unívoca.

Muchos otros ejemplos literarios muestran estas características. Héroes que no son de una sola pieza, desgarrados entre varias sendas; en ellos habitan varios personajes, provistos de deseos enfrentados. Por ejemplo, los personajes de Shakespeare, ninguno de ellos absolutamente amoral, ninguno despojado de maldad; todos ellos, eso sí, obsesionados por el poder.

Joseph Conrad tiene una novela corta, El confidente secreto, en donde se relata la llegada de un solitario nadador a un barco fondeado en las cercanías de una isla de la Polinesia. En el silencio, el calor y la oscuridad, sólo es visto por el capitán del barco que, sin mediar palabras, lo esconde en un camarote, dando por aceptada su presencia. Se patentiza así una variante del tema del otro que resulta ser tan fascinante como éste, el tema del doble, lo que se va descubriendo avanzando en la lectura. ¿Existe otro semejante al yo que lo reproduce como en un espejo? ¿Qué significado puede admitir que existe otro que es lo mismo que el yo? Dado que se acepta casi unánimemente que no existen dos historias personales iguales, tal espejo no puede ser una representación. Tal doble no puede ser identificado punto por punto con el que sirve de protagonista porque, como vimos, cada subjetividad está conformada por una serie de contradicciones imposibles de disolver. Por ende ese doble, lo que duplica, son las contradicciones.

—Es fascinante esa derivación del tema del otro hacia el tema del doble —dice José—. Aunque no sea necesario avanzar por ese paseo inferencial, recuerdo que en Platón se le atiende con mucho cuidado.

—Entonces podemos avanzar en lo siguiente —dice Jonia—: En mí cohabitan varios personajes, todos ellos contradictorios. Esto debería hacerme reflexionar que no puedo juzgar a la ligera que el otro es un solo personaje. Él también es un núcleo que aglutina varios personajes, nunca integrados del todo en una unidad, siempre existiendo entre luces y sombras.

¿Qué podemos concluir entonces? Podemos afirmar que no somos una personalidad clara y distinta, sino una personalidad provisoria, en proceso. Y que los otros humanos son asimismo unidades provisorias.

Asimismo nuestra sociedad no posee un núcleo claro y distinto que la constituya, sino una miríada de núcleos culturales que se encuentran en cambio permanente, de forma que las definiciones sociales que utilizamos para caracterizarla deben ser tenidas por provisorias. Son legítimas mientras no les otorguemos la impronta de lo definitivo. La realidad social, decimos, es histórica, radicalmente histórica y por lo tanto el cambio continuo es su criterio de verdad.

—Pero esto choca con las ideas admitidas y aceptadas —interfiere Rodrigo—, que están pautadas por criterios de valor y de poder que constantemente están alimentando grietas. Las grietas son alternativas que  continuamente intentan socavar las interrelaciones sociales y culturales, pretendiendo crear zonas de humanidad que quieren legítimas y mas auténticas que las zonas mestizas.

—Y que pretenden eliminar o al menos minimizar lo de histórico que tienen todos los grupos humanos —agrega Elisa, que hasta ahora permanecía como silenciosa acompañante del resto.

 Elisa estudia historia aunque se interesa por las cuestiones filosóficas. Podríamos incursionar en lo histórico de la condición humana, entonces.

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