Los fragmentos y la vida

en
Onetti cuando todavía no era «el viejo Onetti»

La prudencia de Aristóteles y una definición del alcoholismo para seguir dialogando con «personajes que deambulan en medio de la carencia de significación» en Los adioses, de Juan Carlos Onetti.

Por Julio Cano

(Este artículo es la segunda parte de un texto que puede leerse haciendo click aquí)

Con la intención de elaborar un cierre a nuestras reflexiones sobre las relaciones entre un texto literario y la filosofía, intentamos en lo que sigue confrontar la perspectiva fragmentada de Los adioses de Juan Carlos Onetti –junto al secreto como marco central del relato– con la búsqueda del sentido de la existencia, un tema recurrente del filosofar aún hoy, en estos tiempos de postmodernidad y cansancio tecnológico.

Presentar los fragmentos de una vida, sin analizar siquiera por qué se presentan así, nos permite  avisorar lo que pueda ser su continuidad con sentido. En el caso de Onetti, pareciera que no deseara exponer literariamente las continuidades que dieran comprensión cabal a la existencia de sus personajes, pero hay que ver si esto es así.

Ahondando en la lectura y el análisis de Los adioses nos parece que esta metodología de la dispersión y el misterio es sólo la superficie de la narración y que lo que verdaderamente importa son las conexiones ocultas que interrelacionan las peripecias de los personajes. Es claro que la tarea de encontrarlas es trabajo del lector y que el autor se desentiende de deshilvanar las superficies de la trama. Como si nos dijera: “Allá ustedes con la intención de descifrar los secretos y encontrar conexiones. Pero les deseo la mejor suerte.”

En Los adioses, el exbasquetbolista sin nombre (ninguno de los personajes lo tiene) emerge en el contexto de las sierras cordobesas, el hospital especializado en tuberculosis y las casitas, para inmiscuirse nuevamente en la historia perdida de las hermanas portuguesas, en su chalet, que es todo un monumento icónico de sus vidas y de su vida. Comparece para reencontrar un sentido de lo vivido y de lo que es su devastado presente, y eso con mucha más voluntad de la que pone  para intentar curarse.

Clínica de tuberculosos de Córdoba, actualmente hospital público. Allí Onetti situó Los adioses y Manuel Puig Boquitas pintadas.

Suponemos como lectores que alega una búsqueda: la de la significación o, mejor, la de una nueva significación de su pasado. Una búsqueda que se topa con un escollo crucial: la perspectiva existencial depresiva provocada no por la tuberculosis, sino por el alcoholismo.

Vale la pena detenerse brevemente en algunas de las características de la patología alcohólica para poder comprender con mayor nitidez lo que estamos diciendo sobre los comportamientos del personaje. Un alcohólico fluctúa entre momentos de euforia y exaltación y momentos de colapso emocional. Para escapar de estos últimos debe recurrir al alcohol. Como consecuencia, la depresión se solapa a la existencia haciéndola –en su percepción– casi sinónimas. No se trata de que las circunstancias lleven a producir esa sensación generalizada de colapso, sino que  ella es resultado directo de la ingesta alcohólica. Aunque el sujeto no se dé cuenta de ello.

Pareciera que fuera una concepción del hombre en el mundo o, correlativamente, una concepción del mundo la que opera como contrapartida orgánica del personaje. Pareciera, asimismo, previa en un sentido fuerte del término, un elemento prerreflexivo. Sin embargo no es previa, sino la consecuencia más dramática de su coyuntura existencial.

Primero está la ingesta y la dependencia hacia el alcohol, luego viene la elaboración del estar en el mundo; pero el personaje, en su patología, invierte los términos.

Esa apreciación  (la de la patología alcohólica como antecedente de sus comportamientos; que los condiciona decisivamente) la hacemos nosotros, los lectores. Y,  como resultado de la misma, el protagonista se posiciona en el mundo como un alcohólico más que como un enfermo de tuberculosis. La patología alcohólica es la que determina sus comportamientos; esto es un proceso inconsciente, no revelado, algo así como un secreto hacia sí mismo, es una situación inadvertida para el protagonista. Planteado así su comportamiento, comprobamos que éste invierte  lo que va relatando su omnipresente testigo, es decir, el almacenero.

Diríase que el texto debería ser relatado de otra manera; debería emerger otra narración, esta vez con el autor por fuera de la peripecia y con la presencia de un nuevo autor situado en el campo del lector.

Suponemos que Onetti pensó en esta alternativa, dada la forma en que están contadas las situaciones en el relato. Y pensó también que no le incumbía intervenir en esa propuesta. Lo fascinante resulta, además de esto, que no se trata de una alternativa en singular, sino de múltiples alternativas, tantas como posibles lectores creativos existan, aquellos capaces de intervenir en lo que van leyendo. Porque la potencialidad de una narración como ésta puede llevar a muchos textos posibles, tantos como los que se dibujen en redes inferenciales a partir del  texto original.

Otro típico comportamiento de un alcohólico es el que elimina (o busca eliminar) las alternativas situadas en el justo medio. Dada una situación conflictiva apela a los extremos, a la agresión, a la humillación. En el texto hay varios momentos en que el protagonista desaparece, se borra de la escena ante problemas de no fácil solución. Y otros en que se presenta de manera palmaria. Tanto en un caso como en el otro se trata de optar por los extremos.

Anotemos lo que ya sabemos (y pedimos disculpas al respecto).  Nuestra intención es confrontar lo que la  literatura tiene para decir sobre el sentido de la existencia humana (si es que lo tiene) con lo que la filosofía ofrece como respuesta a tal problema. Es como si propusiéramos un interrogante fuerte: ¿qué aporta la literatura a la comprensión de lo que somos? (de lo que somos en el mundo).

La propuesta del justo medio es una conocida argumentación filosófica que ha encontrado en Aristóteles una madura formulación. Resumiendo: el justo medio es la decisión racionalmente acertada que elige el hombre prudente. Este término medio es una posición equidistante entre el exceso y el defecto, la cual apunta al equilibrio (siempre inestable) a asumir entre las acciones posibles o entre las posibles posturas teóricas sobre un problema.

El prudente, para Aristóteles, es el modelo de hombre, es la posibilidad más cercana a la madurez que ha encontrado para dotarlo de una herramienta a la vez teórica y práctica en vistas al comportamiento (que siempre es social). ¿Por qué hemos recurrido a Aristóteles y a su conocida argumentación en favor de la prudencia y el justo medio? Lo hemos hecho porque nos  situamos filosóficamente en la postura que recurre a algunos tópicos de la filosofía clásica que, utilizados como recursos, pueden apoyar nuestras reflexiones actuales. No se trata, entonces, de volvernos aristotélicos, sino de recurrir a estos puntos concretos de la reflexiones del estagirita utilizándolos en el marco de la ontología del presente.

Así, entonces, nos planteamos la pregunta: ¿qué es el hombre hoy y aquí, en este presente?, para responder diciendo que no existe para nosotros una respuesta de carácter abstracto y que, menos aún, existe algo como una esencia de lo humano. Agregamos que lo que surge es un conjunto –provisorio– de características que lo enmarcan y que una de ellas es la de prudencia y la posibilidad de encontrar una madurez relativa en la búsqueda de la misma y en la correlativa búsqueda de un posicionamiento en el justo medio.

En cuanto al texto de Onetti, los personajes deambulan en medio de la carencia de significación, y esto lo decimos de manera fuerte: ninguno de ellos tiene alegría de vivir, ni entusiasmos posibles por futuros alentadores y comportamientos solidarios que sean una estructura de fondo. Por el contrario, parecen figuras propias de las novelas existencialistas de la década del cuarenta, especialmente de las de Sartre. Una aletargada escenografía les sirve de telón de fondo, la misma que vemos actualmente en la literatura posmoderna y en sus continuaciones.

Como esto último puede hacer suponer que nos motiva una especie de moral edificante subyacente a los planteos, digamos que esto no es así, pero que tampoco suscribimos esas tesituras del fin de los sentidos que sobrevuela en muchos textos. Defendemos, en todo caso, el interés permanente por encontrar conexiones no visibles en la inmensa red de las relaciones humanas. Conexiones ocultas y que funcionan rizomáticamente haciendo emerger conexiones lejanas entre hechos no conectados en el presente. ¿Es esta la finalidad de un texto literario? ¿O de un texto filosófico? No necesariamente, decimos, pero ellas pueden subyacer en los mismos, como sucede en los de Onetti, seguramente. Y en una enorme cantidad de textos filosóficos, de antes y de ahora.

Sobre la prudencia en Aristóteles estaremos reflexionando en las notas que siguen.

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