Estrellas, poemas y lawfare

Julián Axat

La oratoria de CFK, el lawfare y la poesía, Gelman y Shakespeare: habla Julián Axat a propósito de Interestelaria / Cosmos y Ciencia ficción, la antología a su cargo que acaba de publicar Ediciones En Danza.

Por Fidel Maguna

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Nos encontramos con el abogado y escritor Julián Axat en un bar del centro de Rosario durante el atardecer del lunes 22 de agosto. Me cuenta que acaba de llegar a la ciudad porque a la mañana siguiente tiene una reunión de la Dirección General de Acceso a la Justicia (ATAJO), de la que es titular desde su fundación, en el año 2015, y cuya sede en Rosario funciona en el barrio Las Flores. “La misión primordial de ATAJO –define la página web del organismo– está centrada en la implementación de los dispositivos necesarios para propiciar el acercamiento del Ministerio Público Fiscal a los sectores más postergados de la comunidad, ello para mejorar las intervenciones del organismo en sus facetas preventiva y persecutoria/represiva en beneficio de las personas en situación de vulnerabilidad”. El lenguaje de esa explicación oficial es demasiado técnico, y por eso le pregunto a qué se dedica ATAJO en Rosario; le pido ejemplos y Axat me los da:

—Hay un trabajo que hicimos acá en Rosario, muy fuerte y que nadie conoce, al que no le quisimos dar trascendencia porque nos pareció que quizá perjudicaríamos al fiscal. Pero ahora sí se puede decir. Es el referido a la “Causa Casco”, que es el de la desaparición de un chico, Franco Casco, ocurrida hace 8 años acá en Rosario; una desaparición forzada en la Comisaría 7ª de un joven que vino del Conurbano hasta acá, donde tenía familiares, y que fue detenido por la Policía de Santa Fe. Supuestamente se lo había liberado, pero en realidad se pudo demostrar que el chico fue torturado y asesinado dentro de un calabozo de la comisaría (dicho por los testigos que ahí estaban), y arrojado al río, su cuerpo desaparecido durante 24 días hasta que terminó apareciendo, y la causa pasó a la Justicia provincial gracias al impulso que le dieron los organismos de Derechos Humanos y la familia de Casco. Y se pudo pasar a la Justicia federal por esfuerzo del defensor general de ese entonces, Gabriel Ganón. Diez años después se lleva a cabo el juicio, y el fiscal le solicita a la Dirección a mi cargo ver la forma de volver a encontrar a esos testigos. Testigos amenazados por la policía. Hicimos un trabajo en los barrios de Rosario hace aproximadamente dos meses para dar, testigo por testigo, con aquellos chicos que estaban presos por entonces. La Comisaría 7ª tenía una unidad de detención atrás, donde había un montón de pibes presos que escucharon los ruidos: logramos dar con ellos, muchos estaban detenidos, otros estaban viviendo en los barrios, otros estaban trabajando en zonas del Gran Rosario. Dimos con todos y logramos que esos testigos, que tenían miedo, pudieran presentarse al juicio y ratificaran su testimonio. Del juicio está a punto de hacerse en este momento el alegato: hay 25 policías implicados, muchos de ellos presos. El trabajo de ATAJO fue de sostén: logramos sostener ese esfuerzo. Fue un trabajo de hormiga con el que pudimos brindarle al fiscal federal un auxilio para poder sostener sus pruebas y su acusación. Ese es el tipo de trabajo que estamos haciendo hoy, en otras causas. Por lo general el Ministerio Público cuenta con direcciones como la de ATAJO para esforzar y darle ayuda a los fiscales para sus juicios, especialmente en los territorios donde muchas veces tienen que colectar pruebas y solamente tienen como órgano de prueba a la policía. Cuando necesitan que esa prueba la colecte un órgano no policial, ahí está ATAJO para poder recolectar testimonios, constataciones y demás.

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El motivo de nuestro encuentro, en principio, no tenía que ver con su trabajo en la Justicia. Las preguntas que le tenía preparadas estaban centradas exclusivamente en su relación con el lenguaje poético. Le había pedido la entrevista para hablar de Interestelaria / Cosmos y Ciencia ficción, la antología de poesía a su cargo (ilustrada por Emiliano Bustos, que también colaboró en la selección de autores) que acaba de publicar la editorial En Danza. Pero cuando prendí el grabador él decidió empezar por la Justicia, y eso me resultó divertido, porque comprendí que Julián Axat, abogado y poeta, es muy parecido a los eclécticos artículos que publica en el semanario El Cohete a la Luna, en los que uno nunca sabe con qué tema se va a encontrar: critica y elogia libros; entrevista a creadores de las más diversas expresiones artísticas; presenta sus Aguafuertes de un abogado defensor; analiza un discurso del juez Rosenkrantz; propone un antiguo libro que recopila sueños de ciudadanos alemanes en la víspera del Tercer Reich para agitar el avispero y que alguien haga uno sobre los sueños en la dictadura argentina; trae a la memoria, y denuncia, la quema de libros ocurrida en 1977 en Sarandí para pensar la actualidad del mercado editorial en nuestro país… En una ocasión, incluso, publicó una crónica gastronómica del Bar Urondo. Y en cada una de sus notas, aparentemente diferentes entre sí, uno encuentra un hilo conductor: la búsqueda de justicia, puede decirse; de justicia poética y de Justicia a secas.

“¿Por qué tus artículos siempre dan la sensación de quedar abiertos?”, le pregunto, intentando conducirlo al tema de nuestro encuentro, pero no oye lo que digo y me cuenta que durante el viaje en auto de Capital a Rosario venía escuchando el pedido de penas a Cristina Fernández de Kirchner de parte del fiscal Diego Luciani. Entonces recuerdo un video de una conferencia de 2019 en la que Axat está junto a Hebe de Bonafini y Carlos Rozansky, titulada “De los Derechos Humanos a la Justicia poética” y en la que hablaba, entre otras cosas, de la necesidad de buscar “una palabra cada vez más cierta” para definir qué había pasado en Argentina durante los cuatro años de Mauricio Macri en el Gobierno:

En esa ocasión Axat se refirió, para ilustrar la idea de “la palabra justa”, a la declaración de Cristina Fernández en diciembre del 2019 ante un tribunal de Comodoro Py: “Cristina ayer, en su alegato —decía Axat el 3 de diciembre del 2019— dijo muchas cosas que las podría haber dicho un poeta: en ese sentido su defensa fue ciceroniana. Estaba más allá del tribunal que la estaba juzgando. Sus jueces eran la Historia. En ese sentido creo que ella dijo palabras que rotulan o dominan más certeramente lo que pasó en estos cuatro años”.

Se me ocurre entonces que la forma discursiva de Cristina puede ser mi puerta de entrada a  la relación de Julián Axat con el lenguaje, con eso que algunos llaman “voz poética”. Es, como decía, lunes 22 de agosto, el fiscal Luciani acaba de pedir 12 años de prisión para CFK y de negarle la solicitud de pronunciar su defensa ante el tribunal. No lo sabemos todavía, pero al día siguiente, el martes 23, Cristina pronunciará un discurso (una auténtica narración de non fiction, al mejor estilo de Walsh) que pondrá el relato de los hechos patas para arriba y despertará, una vez más, las pasiones políticas  de buena parte del pueblo argentino. Pero ahora estamos en el día previo, ella todavía no habló, y le pido a Julián Axat una lectura de aquella defensa de Cristina del 2019:

—Cristina utilizó el espacio procesal de la indagatoria –explica Axat– para hacer un alegato como aquellos que antiguamente los abogados de presos políticos llamaban “de ruptura”, planteando, más allá de la cuestión fáctica de los hechos de la causa (eso se lo debe dejar en manos de su abogado particular), un alegato político; por esta idea de que estos procesos son macroprocesos políticos, de acusación en distintas formas, sobre todo segmentados en función de un direccionamiento político-mediático-judicial, que es lo que se denomina “proceso de guerra judicial” o “lawfare”. En ese sentido, en esos macroprocesos donde lo político es lo que direcciona las causas, un alegato de tipo político en torno a una indagatoria podría ser algo semejante, parecido, a lo que en las décadas del 60 y 70 los abogados de presos políticos llamaban “discurso de ruptura” dentro de los procesos políticos. Me refiero, principalmente, a los procesos que se llevaron a cabo en lo que se llama Cámara Federal de la Capital (mal llamada “Camarón”) en la cual, desde el onganiato, se procesaron y condenaron a personas por pertenecer a supuestas “bandas subversivas” o, lo que se denomina ahora, “asociaciones ilícitas”. Esas acusaciones eran también, de algún modo, procesos de guerra política o de lawfare en las décadas del 60 y 70, donde los imputados hacían discursos (por los general los abogados) y se daban alegatos políticos.

Se puede decir que Cristina retoma una tradición.

—Yo creo que sí. Retoma esa tradición, que es una tradición en la cual el discurso político se mete dentro del discurso tecnicista judicial y de alguna manera lo pone en tensión. Me referí a Cicerón o a Sócrates porque son los famosos alegatos de la historia en el medio de un proceso judicial en el cual se lleva a cabo un discurso de ruptura. En el caso del alegato de Sócrates, contra su juzgamiento por corromper a los jóvenes atenienses, él hace el famoso alegato socrático, más allá que después se lo condena. 

Vos decías que hablaba más allá del tribunal, que su tribunal era la Historia.

Claro. Esos famosos discursos de ruptura se basan principalmente en Estrategia judicial en los procesos políticosun libro que escribió Jacques Vergès, abogado de los movimientos de liberación argelinos en los procesos iniciados por el Gobierno francés en Argelia, bajo el delito de subversión: él, Vergès, en esos procesos fomentaba lo que se llamaban “alegatos de ruptura” de parte de los imputados que eran acusados políticos. Eso lo trajeron Ortega Peña y Duhalde a la Argentina cuando se hicieron cargo de la defensa de los presos políticos en las décadas del 60 y 70. La versión de Vergès la toman Ortega Peña y Duhalde, Zito Lema…

¿Y por qué se pierde esa tradición?

Se pierde porque los procesos pasan a ser meramente técnicos, jurídicamente racionales y técnicos, y se pierde el sentido político de los juicios. En la década del 90, a través de un libro que publicamos con H.I.J.O.S y La Grieta La Plata, que se llama La criminalización de la protestase le hicieron entrevistas a diez abogados y se les preguntó cuál era la tradición jurídica en ese entonces. Estoy recordando las causas de cortes de ruta, respecto de Piqueteros en la década del 90, en la cual se armaban causas a distintos militantes sociales, principalmente de los movimientos de Cutral Có, el Movimiento Aníbal Verón, al MTR, al Perro Santillán; y los abogados que asumieron esas causas adoptaron algunas cuestiones de la tradición marcada por Ortega Peña y Duhalde. Pero después se perdió. En las causas de lesa humanidad algunos fiscales retomaron esas tradiciones en algunas cuestiones, pero por lo general los macroprocesos se tornaron muy técnicos, y racionales, y de derecho positivo. 

En ese encuentro yo hablaba de lo que Foucault nombra como “pharresía”, que es la idea de retomar la vieja concepción socrática de decir la verdad en los discursos públicos y asumir coraje a la hora de decirla, sin dobleces y apuntando, por supuesto, a una honestidad en la palabra y en la forma de contar a través del cuerpo y no en la utilización de la retórica. La figura de la pharresía es la de un relato honesto y jugado de los hechos. A una persona que está a punto de morir (en la tradición de Sócrates), que ya tiene una condena firmada, no le queda más que decir; no va a hacer un argumento de retórica ante la muerte, va a decir la verdad. En el caso de Reportaje al pie del patíbulo, el texto histórico de Julius Fučík, también hay un alegato honesto. Yo creo que, en parte, el discurso de Cristina se enmarca dentro de esa figura de la pharresía, de ese ejercicio de decir la verdad de manera honesta y sin dobleces. Por lo menos me pareció y lo sentí así, y parte del pueblo lo sintió así, y por eso le cree. Hay otros que consideran que es falaz, que es retórico, que tiene dobleces, que hay malicia en la forma de construir el discurso. Yo no creo eso, no me parece ver a una persona con una capacidad manipuladora. Me pasa también cuando escucho a Eva Perón. Y me parece que en esa forma de hablar, en esa forma de decir, hay certeza, hay experiencia, hay una manera de contar que trasciende el encuadre jurídico.

—Que trasciende también el estado de la prensa…

—Sí. También escuchaba en Fidel Castro la forma de ese discurso. Fidel en La historia me absolverá asume el relato de la pharresía. Igual, habrás notado que Beatriz Sarlo hace un análisis de sus discursos: dice que es el discurso de una reina absolutista. Y lo acaba de decir el fiscal Luciani: el hecho de que Cristina diga que sólo la puede juzgar la historia y no el tribunal “es una apelación antirrepublicana”; lo dice el fiscal, y es un poco lo que dice Sarlo. Yo no lo creo así. Yo no creo que sea un juego absolutista, al contrario: debe ser enmarcada en la tradición de los alegatos honestos donde se juegan la vida en el decir, no en la traición de la retórica de los reyes. Al contrario. Me parece que lo que ella cuenta expone descarnadamente la persecución a su hija, a su historia, a la muerte de su esposo. Me parece que no tiene términos para producir un doblez o una retórica maliciosa. No lo percibo en la forma del discurso. Eso no quiere decir que no sea juzgable. En todo caso ella, a través de ese alegato político, debe destruir las pruebas en su contra con su voz política, aunque le quepa la inocencia, aun cuando quienes deben demostrar su culpabilidad sean los fiscales.

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El análisis de Axat sobre el estilo de Cristina sigue durante casi una hora en la mesa del bar; su lectura de la oratoria de la vicepresidenta se mezcla, si es que no son la misma cosa, con su lectura jurídica del actual Juicio por la Obra Pública. De esa forma Axat le da a este cronista que quería hablar de poesía una clase magistral sobre el lawfare en Argentina, sobre los alcances reales y simbólicos de este juicio, o sobre la tradición del Mal, por ejemplo, pensada a partir de un ensayo referido a Frankenstein que escribió Horacio Rosatti, el presidente de la Corte Suprema de Justicia. Pero, a su vez, también da una clase magistral sobre poesía: la expresión poética, parece estar diciéndome, no es un tema escindido del resto de los temas; la búsqueda poética es parte esencial de todo esto.

Entonces pienso en la antología de poemas que Axat editó en 2014, titulada La Plata Spoon River, nacida a partir de la inundación en La Plata ocurrida el 2 de abril de 2013 en la que murieron 89 personas. En esa ocasión él, en ese entonces defensor penal juvenil, fue el primer querellante en la causa para buscar el verdadero número de muertos: logró abrir la investigación para restablecer el número de víctimas fatales. “En mi propia investigación judicial, al día 5 de abril cuando se dio la nómina, ya había encontrado que existían diez casos que no estaban incluidos. Le hice saber al Poder Ejecutivo que estaban omitiendo personas. Como respuesta me dicen que dejara de buscar debajo de la alfombra”, contó en una entrevista. La búsqueda (exitosa) de abrir el número, y con el número la investigación, condujo también a la edición de La Plata Spoon River, en la que diversos poetas le dan voz a cada una de las víctimas.

Y pienso también en Si Hamlet duda le daremos muerte, la antología que publicó en 2010 junto a Juan Aiub, ambos hijos de militantes desaparecidos durante la última dictadura militar, una compilación de poemas de autores nacidos entre 1967 y 1990 (entre el Cordobazo y el menemismo) a los que se les pidió que escribieran algo vinculado con su identidad generacional. Si Hamlet duda… está precedido por un manifiesto firmado por Aiub y Axat en el que dicen, entre otras cosas:

La poesía siempre se las ingenió para encontrar formas novedosas de resistencia ante todo tipo de imposiciones, aun después de la ESMA. Pero una cosa es la resistencia y otra distinta es la formación de una voz representativa que, por un lado, nos separe de viejas vanguardias y, por el otro, nos emancipe de la derrota cultural en la que vivimos. El campo literario actual es funcional a la derrota, gestionando la consagración de algunas voces, mientras obtura (invisibiliza) la recepción y difusión de otras. Preocupado por el propio goce, lleva a cabo un ejercicio de autoconservación que lejos de experimentar una ruptura con el pasado, lo viene reproduciendo hamletianamente. El canon se aísla a sí mismo, censura, reescribe y vende sofisticación. Pocas veces innova, representa o se abre a juntar lazos poéticos.

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Axat hace un respiro para pedir el segundo café de la tarde. Llevamos más de hora y media de grabación y ni siquiera nos aproximamos a la reciente antología que publicó referida al cosmos y la ciencia ficción. Por eso me apuro a preguntar:

—En términos estrictamente poéticos: ¿cuál es tu tradición?

—Yo, en términos de escritura de poesía, vengo muy vinculado no al mero artificio en un libro, sino vinculado a la poesía de la vida, a la forma de ser, a la forma de vivir, a cambiar el mundo, ¿no? Por eso la tradición de la poesía a la que yo me siento de alguna manera vinculado tiene que ver con la poesía social y la poesía civil, esto que inauguran los Cantos de Walt Whitman en Hojas de hierba: “yo soy Estados Unidos, yo soy la voz que habla, yo soy el ciudadano poeta que dice desde los bosques y desde la ciudad qué está bien y qué está mal”. Whitman inaugura los cimientos de su nación. La Constitución norteamericana, más allá del federalista de Hamilton y demás, es también la decisión anterior de un artista que le pone voz a esa legalidad de la palabra, que es un poeta civil. Yo creo que Whitman inaugura el aullido del poeta civil; el poeta civil es el poeta del pueblo. Que Allen Ginsberg después retome el aullido es la tradición de los poetas que quieren gritar una forma de pensar la sociedad. En Latinoamérica los poetas civiles siempre existieron, desde Martí y Vallejo a los poetas sociales de nuestro país: Tuñón, Urondo, Gelman. Poetas militantes y políticos: Miguel Ángel Bustos. La tradición de Neruda. Y la europea: Maiakovsky, Milosz… Poetas que piensan desde la calle, que piensan el espacio público, los problemas de la gente; sus voces no son un intimismo, un mero libro, el anecdotario de la angustia de un diario o un problema… Eso puede ser parte de la poesía, no digo que no, pero la preocupación del poeta es sobre lo que les pasa a los demás. Es la construcción de un mundo. Y es la otredad, y es el problema social en general.  Yo me inscribo en esa poesía, porque es la que quiere cambiar el mundo, la que quiere transformar. La palabra está para que la cosa sea modificada. La relación entre el sujeto poético y el objeto, digamos: en esa relación de conocimiento no hay contemplación, la contemplación es una transformación de la realidad, es una dialéctica sobre la realidad. Y yo me siento inmerso en esa tradición porque es la tradición que pensaban mis padres, y en la militancia en la que ellos creían, que es la misma tradición de los poetas de la República Española, de los poetas del 27, los poetas que Platón echó de Atenas porque les tenía miedo… 

—¿Qué es lo que Emiliano Bustos denomina, en el prólogo a tu libro Cuando las gasolineras sean ruinas románticas (2019)“la generación hamletiana”?

La generación hamletiana es una generación que siente haber nacido en un momento en el que existía el terrorismo de Estado, que había una persecución a la cultura y donde nuestros padres, simbólicos y filiales, fueron asesinados y desaparecidos. Somos hijos de una generación diezmada, e hijos de la derrota. Hamlet es hijo del rey asesinado, cuyo espectro le exige venganza, o que haga algo; Hamlet es víctima de ese acto violento. La similitud entre nuestra generación y Hamlet es una similitud basada en el “¿qué hacer?”, que es la pregunta de Hamlet, y que es la pregunta de Lenin, también: ¿Qué hacer? ¿Tomo venganza o no tomo venganza? Dudo. Cuando decimos “si Hamlet duda le daremos muerte”, decimos: “Hamlet, no debés dudar; Hamlet, tenés que hacer algo”. Es la acción, la poesía es la acción.

—Eso lo decís en el poema “Los nietos de Gelman” en Cuando las gasolineras…: El problema ya no escribir como vos / el problema “ser o no” vos / a partir de ahora escribir / escribir después de vos / & no dudar por no-ser / nunca dudar / pues la poesía busca ser…

Sí: no dudes, Hamlet. Cuando nosotros pensamos en un manifiesto para esa antología, pensamos: ¿quién dice esa frase entre los personajes de Hamlet? Porque es una frase que sobrevuela el texto de Shakespeare. Porque Hamlet en sus monólogos está todo el tiempo entre ser y no ser. Él va sumando insidias, va sumando conciencia sobre salir de lo pasivo y entrar en una fase de acción que tampoco sea la de repetir el deseo del padre, cumplirlo literalmente; en todo caso también es cuestionarlo. 

—Una constante en Hamlet es su pregunta por el uso del lenguaje.

—Sí. El lenguaje del padre: es el lenguaje heredado. Entonces el personaje de Hamlet discute también sobre el lenguaje de las herencias: ¿repetirlas o cuestionarlas? Porque el mandato de la herencia es el de llevar a cabo el asesinato del asesino, cometer la venganza. Vengarlo. Eso en el lenguaje del pedido del padre, el padre exige venganza. La generación hamletiana se plantea la idea del mandato: ¿qué querría, o qué hubieran querido nuestros padres de nosotros? Nuestros padres desaparecidos, nuestros padres asesinados. Nuestra posición (“H” de Hijos, “H” de Hamlet, la “H” muda, grande de Historia) era la de un lugar de: ¿qué hacer?, la pregunta leninista y hamletiana. Y bueno: la respuesta a esa pregunta era, justamente, no reescribir el mismo lenguaje, no cometer literalmente el acto de venganza, sino, justamente, encontrar una forma de justicia poética. Y eso tiene que ver con tomar la palabra como sujetos hablantes, primero, y también poner en discusión el lenguaje, poner en discusión el mecanismo con el cual nosotros podemos herir al victimario. Y así surge Si Hamlet duda…; Hamlet no duda y escribe, y escribe reconstruyendo el lenguaje del padre en sus términos, no siendo un epígono del padre. Nosotros decimos en el manifiesto, con Aiub, y también lo dice Bustos de algún modo: “Nuestra generación hamletiana no va a repetir lo que el fantasma nos pide, sino que va a construir una identidad propia”. Una identidad que no se va a olvidar del asesinato, sino que en todo caso va a encontrar su propia forma para salir del laberinto. Esa es un poco la cuestión: somos una generación hamletiana porque somos una generación que heredó un crimen. Y las maneras de resolverlo tienen que ser a través de la acción. 

5

Un par de horas antes a mi encuentro con Axat apagué el largo, pomposo y vacuo discurso del fiscal Luciani y me puse a releer algunos pasajes de Hamlet: así llegué a la escena del entierro de Ofelia en la que Laertes, su hermano, pide junto al foso que todavía no arrojen la tierra, y después salta, abraza el cajón y profiere un breve, pomposo y vacuo discurso sobre la muerte en el que evoca a los astros, los cielos y el Olimpo. Y Hamlet, que estaba dudando en un rincón de la escena, se enfurece por el lenguaje de Laertes, y le dice, pasando a la acción: “¿Quién es el que da a sus penas un idioma tan enfático? ¿El que así invoca en su tristeza a las estrellas errantes, haciéndolas detenerse admiradas a oírle?”. Creí encontrar en esa escena una relación entre Hamlet y las estrellas, una disputa por la forma de evocarlas. Se me ocurrió que quizás había una conexión, entonces, entre la primera y la última antología que publicó Axat, Si Hamlet duda… e Interestelaria.

Por eso ahora, mientras él se decide entre pedir o no un tercer café, le recuerdo la escena del entierro de Ofelia y después le pregunto qué lo llevó a editar una antología referida al cosmos y la ciencia ficción:

—Me dejaste helado—dice Axat—; no había pensado esa asociación. Hay una frase que está en la tumba del filósofo Immanuel Kant que siempre me impresionó, porque está vinculada a esto que decís de la muerte y las estrellas. La lápida de Kant dice: “La moral dentro de mí, las estrellas en mi cabeza”. El imperativo kantiano categórico establece que los seres humanos deberíamos regirnos con esa idea de que existe algo más allá de nosotros que no es Dios, porque Kant no habla de Dios, sino que hay una proyección de algo que nos guía al buen deber, a la ética y, a la vez, internamente, tenemos una especie de guía a la que él llama “moral”. Él dice que las estrellas funcionan como una especie de guía en los seres humanos más allá de lo que nosotros pensamos. Por eso se hizo poner en la lápida esa frase. En la ética kantiana las estrellas son como las grandes guías, incluso después de la muerte. La luz. Yo creo, más allá de eso que plantea Kant, que ahí hay una secularización de la religión: cambiar a Dios por las estrellas es una operación muy kantiana. De todos modos, cuando con Emiliano Bustos decidimos trabajar con el problema del cosmos en la poesía, de las estrellas y la luz en poesía, el más allá en la poesía, la distopía en la poesía, la luna en la poesía, vimos que son temas que están atravesando a los poetas populares en toda la historia. La historia de la poesía está atravesada por una teoría del cosmos. Más allá de las relaciones humanas, la poesía de la melancolía, la vida, el intimismo, el soneto, siempre el problema del cosmos es un problema del poeta. Hay mucho escrito sobre esto, pero no en nuestro país: así me puse a investigar algunos tópicos sobre el tema, y decidí armar una antología general y universal sobre el cosmos y la ciencia ficción que nunca se había hecho en Argentina. Pensé en poetas internacionales, poemas históricos del pasado, pero también en poetas actuales, latinoamericanos, y en varios registros: el de la ciencia ficción, el del cosmos, y el post apocalíptico y la distopía. La antología parte de los antiguos poetas, Safo, Lucrecio, Luciano de Samosata, pasando por Cyrano de Bergerac y su teoría sobre la Luna, pasando por Ray Bradbury, que además de narrador es un gran poeta, pasando por Ernesto Cardenal, por Úrsula K. Le Guin, etcétera.

La antología tiene seis o siete secciones donde va trabajando distintos compartimentos. La Argentina no tiene mucha trayectoria de poetas sobre ciencia ficción: tiene algunos poetas sueltos, un gran libro de ciencia ficción que escribió Marechal (El poema del robot, un libro muy desconocido de 1966, donde él se dedica a la inteligencia artificial), o Juan Jacobo Bajarlía, que es un abogado, escribano y poeta, muy amigo de Alejandra Pizarnik, que tiene un poema que se llama El fin, del que también incluí una parte de ese texto….

—Y a vos, ¿qué te llevó al estudio del cosmos? Pienso en Nostalgias de la luz, el documental de Patricio Guzmán.

—Sí, Nostalgias de la luz... Todo el problema de la luz me atraviesa. Escribí un libro que se llama ylumynarya, que está vinculado a la cuestión de la luz en la poesía, y trabajo en la reescritura de un texto sobre Iluminaciones de Rimbaud, que es un libro sobre la iluminación en el malditismo, como el problema de los destellos en Baudelaire es el problema del aura en la filosofía de Walter Benjamin. Es un tema que me apasiona. La luz, la sombra y el cosmos en la poesía siempre estuvieron dando vuelta en mis obsesiones. En Perros del cosmos, por el tema de la búsqueda de la luz en la revolución (la conquista de las estrellas como el asalto al cielo, como parte de los poetas en la historia y la revolución) me interesé mucho por el futurismo y el biocosmismo: el biocosmismo ruso, nacido en el siglo XIX, es un antecedente de la Revolución Rusa muy importante, y los biocosmistas fueron también poetas e ideólogos de la Revolución Rusa, aunque no se sepa Maiakovsky leyó a biocosmistas como Nikolai Fyodorov, que soñaban con la inmortalidad física y espiritual, y que algún día los seres humanos conquisten las estrellas. En Perros del Cosmos recogí esa frase tan hermosa que dice: “La tierra es tan sólo la cuna de la mente de la humanidad, sólo hace falta salir de esa cuna”.

Perros del cosmos

6

Apago el grabador. Son casi las diez de la noche y al bar acaba de llegar uno de sus compañeros de ATAJO: viajó desde Buenos Aires en moto para asistir a la reunión que tienen mañana a primera hora en el barrio Las Flores. Nos cuenta que durante el trayecto tuvo que parar varias veces debido a la niebla y el humo de las quemas. Les sugiero que cenen en cierto bodegón y me despido. Desde afuera los miro por última vez: el compañero de Axat dejó su moderno casco sobre una silla y yo no puedo evitar la evocación de los trajes espaciales. Tal vez sea un cosmonauta, me digo, y emprendo la caminata por calle Mendoza.

Ya de regreso a mi computadora veo un resumen de noticias: en la puerta de la casa de Cristina en Capital se congregaron centenares de personas. Están separadas por un cordón policial. Los que la quieren, los que la apoyan, cantan; los que no, están sumidos en un oscuro silencio. De pronto la Policía de Buenos Aires empieza a tirar gas pimienta y a dar palazos contra los que entonan canciones. Los otros, silbando bajito, se van para no volver a aparecer. Los que cantan seguirán ahí durante los días sucesivos, pero eso todavía no lo sé: es casi la medianoche del lunes 22 de agosto y Cristina Fernández de Kirchner recién hablará mañana.

Y esa es otra historia, que recién está empezando.

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