Un aliado en Corrección

Con sus compañeros del Sindicato de Prensa, y otros gremios, en una de las primeras manifestaciones del 1984.

Por Claudio Spiga

La primera vez que vi a Hugo Diz fue determinante para conocerlo tal cual era. En el 90 ingresé al diario La Capital, en medio de un recambio generacional que se estaba empezando a dar con continuidad: personas mayores de edad y conservadoras estaban siendo reemplazadas de a poco por una camada de jóvenes en todas las secciones del diario. Gracias al Sindicato de Prensa Rosario entré ese año en la sección Corrección, con la idea de trabajar un tiempo ahí y después pasar a Redacción, donde quería laburar.

El mismo día entramos a Corrección Eduardo Caniglia, Carlos Vallejos y yo. En esa sección trabajaba un poeta canoso.

Ya nos habían advertido desde el Sindicato que nos iban a ladrar unos cuantos que se oponían al recambio, así que estábamos preparados para enfrentar esa situación y no desaprovechar por nada del mundo la oportunidad. “En un diario, con la hoja en blanco, aprendés a laburar sí o sí”, solían decir los periodistas más experimentados.

El primer día se acerca Huguito Diz con tres rollitos de papel higiénico en la mano y nos entrega uno a cada uno de los que estábamos transitando el primer día: “Esto es para que se cubran de la mierda que salpican algunos acá adentro”, nos dijo con humor ácido.

Tras cartón se presentó como compañero de Corrección y se quedó un rato largo charlando con nosotros. En ese rato nos contó de quiénes nos teníamos que cuidar ahí adentro, en quiénes podíamos confiar, cómo teníamos que movernos dentro del diario para no fracasar en el intento de lo que, para nosotros tres, era la gran oportunidad de nuestras vidas.

Y fue un alivio enorme para nosotros saber que contábamos con alguien como él, en medio de tantos otros que nos miraban con odio indisimulado.

Fue un guiño a todo lo que vino después. Fue un aliado para las mejores cosas que nos tocó vivir dentro del diario y un aliado fuera del diario también, en las mesas improvisadas que se armaban en El Cairo, en los bares, en Luna, en cualquier rincón de la ciudad y en cualquier horario.

Cuando nos encontrábamos con Huguito Diz nos encontrábamos con un aliado.

Post navigation

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *