Critica al humanismo y modos de la subjetividad

Ludwig Wittgenstein
Ludwig Wittgenstein

Por Julio Cano

Un asunto que resulta importante destacar, en el momento de estudiar filosóficamente al ser humano, es que éste no posee una esencia inalterable que se mantenga por encima de las modificaciones que vayan apareciendo en el transcurso de su existencia.

La visión esencialista tiene una larga historia y conviene entonces detenerse en su caracterización para poder fundamentar posteriormente una crítica.

Decir que la persona humana posee una esencia es admitir que existe un núcleo duro invariante a lo largo de su existencia. “La persona es una sustancia individual de naturaleza racional”, dice Boecio, un filósofo latino. Y agrega: “La persona es una sustancia que existe por derecho propio”. Tanto la sustancia como la naturaleza son conceptos metafísicos que no tienen fundamentos constatables. De manera que la persona, así considerada, se apoya en elementos no experimentables. Tanto  como para el caso de la persona, se habla de otras realidades que tienen bases no experimentables: las instituciones, las leyes del mercado, la importancia del espíritu frente a la materia, la propiedad privada, etcétera.

Pero resulta que la realidad que tenemos en nuestro entorno, y nuestra propia existencia, lo que nos hacen experimentar son realidades específicas, históricas, variables, fugaces, para nada inmutables. De lo que tenemos experiencia es del cambio, de procesos y no de esencias.

Una de las esencias que se presentó con fuerza en la modernidad fue la del humanismo, una posición que planteaba colocar al hombre en el centro de la realidad, con la razón como esencia. Y que de esa manera fuera la medida de todas las cosas. En esta perspectiva es que nacen las llamadas ciencias humanas a comienzos del siglo XIX (economía, sociología, lingüística, historia).

La filosofía actual plantea algo muy diferente, afirmando que las personas no son mundos cerrados, únicos, autosuficientes desde los cuales se accedería hacia los demás hombres y hacia el mundo. Cada ser humano no es el punto de partida para comprender la realidad porque tal comprensión es un fenómeno social, no individual.

¿Qué fenómeno nos puede servir de ejemplo para ilustrar esto?

Tomemos el lenguaje. Un filósofo de nuestro tiempo, Ludwig Wittgenstein, nos dice que no existen lenguajes privados. “¿Qué ocurre con el lenguaje que describe mis vivencias internas y que solo yo puedo entender?” “Es un lenguaje privado, solo inteligible para quien lo ha creado. Es un lenguaje particular de una sola persona, que solamente ella es capaz de expresar y entender. Pero tal lenguaje es imposible como lenguaje puesto que es incomunicable”.

Con Wittgenstein llegamos a la decisiva conclusión de que todo nuestro ser está conformado para la comunicación, lo cual es una hermosa conclusión.

Y así como nuestro lenguaje sólo existe para ser un vínculo con los otros humanos, así también todos nuestros actos están intensamente relacionados con los demás, no existen sin ellos.

De modo que el hombre, tomado así, en abstracto, no puede ser el centro, ni de la realidad ni del lenguaje. El humanismo, pues, es una posición errónea y debemos superarla.

Las relaciones son el punto de partida para comprendernos como seres humanos y para comprender a los demás. Las relaciones (por ejemplo las del lenguaje) no solo nos unen a la sociedad: son constitutivas de nuestra existencia.

Podemos esbozar una especie de caracterización de lo que somos: una red compleja de relaciones, con los otros seres humanos y con el mundo.

Pensar de esta manera supone romper con una larga e importante tradición filosófica: el humanismo al que nos venimos refiriendo.

La actual concepción plantea que lo que constituye la realidad del mundo (dentro de la cual nos ubicamos) es una compleja red de relaciones. Dicha red, una verdadera telaraña, no admite esencias inmutables e inmodificables e implica integración entre todos los fenómenos. Se trata de una concepción holística (del griego “holos”: todo, completo) porque allí todas las realidades son entendidas como fenómenos dependientes unos de otros, relacionadas dinámicamente entre sí.

Otra manera de expresar la posición antihumanista es señalar que los hombres somos históricos en un sentido fuerte:

Todo hombre existe en un determinado tiempo durante cuyo transcurso tienen lugar, en diversos grupos humanos, cursos complejos de permanencias y cambios a los que llamamos “proceso histórico” (…)

Cada ser humano es inseparable de un tiempo histórico, que es historia de un tiempo,…, proceso real, efectivo y vivido.

(Mario Sambarino, “Individualidad e historicidad”, 1968).

Relaciones complejas dentro de procesos históricos: eso somos. Tanto como lo son todos los seres vivos. Lo más notorio a agregar es que esas relaciones se establecen básicamente con los otros hombres y que en ellas el lenguaje es decisivo.

Todo lo que actuamos se procesa en correspondencia con otras acciones, no existen acciones aisladas. Más en general, no existen fenómenos aislados, los fenómenos son codependientes unos de otros. Esta dependencia recíproca implica que los fenómenos que nos constituyen anidan dentro de otros fenómenos, lo que constituye una interrelación imposible de desarticular.

Romper con la posición humanista nos permite entonces poder estudiar la formación de los sujetos (la subjetividad) dentro de contextos históricos concretos y especificados, lo que haremos a continuación apoyándonos en un conocido texto de Foucault, La hermenéutica del sujeto, que recoge el curso que dictara en el Colegio de Francia en el período lectivo 1981–1982:

(…) el corazón de lo que quería plantear este año… es ¿cómo se establece, cómo se fija y se define la relación que hay entre el decir veraz (la veridicción) y la práctica del sujeto? O bien, más generalmente: ¿cómo se ligan y articulan uno al otro, decir veraz y gobernar (a sí mismo y a los otros)? Este es el problema que traté de abordar en una multitud de aspectos y formas (ya fuera en referencia a la locura, la enfermedad mental, las prisiones, etcétera)

(M. Foucault, curso citado, pág. 225).

Su referencia a esos fenómenos hace mención a sus trabajos anteriores, expresados en textos  muy conocidos, por ejemplo Historia de la locura en la época clásica, Vigilar y castigar, Historia de la sexualidad.

Debemos aclarar también algo fundamental: lo seguiremos en su metodología, que relaciona, para cada época, búsqueda de la verdad, formas del poder y emergencia de sujetos. Son tres fenómenos no reducibles unos a otros, pero que tampoco aparecen aislados entre sí. Existe entre ellos, por consiguiente, una interrelación compleja que solo se puede estudiar de ese modo: complejamente y sin análisis lineales, tomando los acontecimientos que emergen sin partes constitutivas diferenciadas clara y distintamente.

Ese es, si se quiere, el marco en el cual Foucault analiza dos modalidades de comportamiento que fueron (y siguen siendo) fundamentales en nuestra existencia como sujetos históricos: el “conócete a tí mismo” y el “cuidado de sí”. Pese a la expresión parecida, no son dos actitudes equivalentes ni mucho menos. El “conócete a tí mismo” fue muy patente a partir de su inscripción en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos y, sobre todo, por lo que expresa Sócrates en la “Apología” platónica. Ahí comienza una larga carrera filosófica del término y un correlativo oscurecimiento del “cuidado de sí”.

 De manera esquemática, digamos que la propuesta platónica hace referencia al conocimiento y al autoconocimiento, mientras que el cuidado de sí hace referencia a la totalidad del sujeto, a su relación consigo mismo y a la relación con los otros (al gobierno de sí y al gobierno sobre los otros, en palabras de Foucault). El primero tiene un enfoque cognoscitivo y el segundo es ético, pretende situar al sujeto en un ethos (un lugar moral, digamos rústicamente).

La tensión entre ambas actitudes enmarca, sin exagerar, toda la historia de la filosofía occidental y, sin pretender abarcar tanto, ni mucho menos, estudiaremos algunos aspectos de este apasionante juego de luces y sombras.

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