Velorio de un viejo rock rosarino

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De Pablo el Enterrador a Adriana Coyle en los enormes anviles (estuches rígidos) basales de la muestra. Foto: Santa Fe Cultura

Inauguración, recorrido por el Mu.Ro (Museo del Rock Santafesino) y crítica de una expresión artística y política del oficialismo

Por Andrés Maguna

Creo firmemente que el acto creativo de escribir y uno de sus productos, la literatura, son manifestaciones del espíritu de una persona para expresar su pensamiento político y su poética. Y especulo: tal vez sea el arte la más estilizada de las formas de la expresión política y crítica, de la crítica política y la política crítica. Este texto que estoy ofreciendo, que intenta ser la crítica a una expresión artística y política de un organismo público (al servicio del pueblo), no tiene pretensiones poéticas pero sí políticas, pues en él trato de responderme preguntas respecto de hechos y dichos, propósitos y despropósitos de funcionarios públicos (al servicio del pueblo) al momento de plasmar una obra, en este caso el Museo del Rock Santafesino, cuyo principal autor, Jorge Llonch, se esforzó por instalar a la cabeza de sus “logros de gestión”. El tiempo dirá: por el momento trataremos de atar puntas y desatar nudos entre contradicciones y coincidencias, entre lo aleatorio sobre lo que vale la pena detenerse y lo importante que puede pasar desapercibido.

1. Un museo como forma de vegetar en el olvido de la realidad

Ricardo Darín y Lali Espósito bailan un tema de Rod Stewart en la “superfiesta” sorpresa por el cumpleaños número 60 del rosarino Fito Páez organizada por la joven compañera de la gran estrella argentina de la canción, Eugenia Kolodziej, en un “bar del barrio de Palermo”. La escena, filmada por un invitado, fue compartida en Instagram por Espósito luego de que la esposa de Darín, Florencia Bas, lanzara a las redes fotos de la fiesta destacando a “los reyes de la pista”. El corto documental casero de 41 segundos mostrando la intimidad de un encuentro íntimo se viralizó, causando una fiebre de espectadores, voyeurs, que lo fueron compartiendo, ampliando en progresión geométrica su difusión.

Poco antes de la fiesta porteña del cumple de Fito, en su ciudad natal, Rosario, unos 320 kilómetros al noroeste de la Capital argentina, se inauguraba el Museo del Rock Santafesino, engendro señero de la gestión del ministro de Cultura de la provincia Jorge Llonch, ex sonidista y amigo de Páez, también consorte de la estrella de la política (si consideramos la política como un espectáculo artístico) y vicegobernadora de Santa Fe, Alejandra Rodenas.

Llonch, que supo aprovechar su posición protocolar de viceprimer caballero del Estado provincial para potenciar el alcance de sus acciones, encontró en Fito y en la Trova Rosarina la fuente más vistosa y atractiva para proveer al relato iconográfico del Museo del Rock, al que sueña con convertir en su “legado” tras utilizarlo como su “caballito de batalla”.

Rodenas y Llonch no son celebridades al nivel de Fito, pero los tres son “ricos de acá, ricos nuestros”, de los rosarinos, y nadie podrá quitarnos eso, ni privarnos del ejemplo que nos dan junto con la invitación –en términos de Herman Broch– a “vegetar en el olvido de la realidad”.

Los artífices de una cruzada para “capitalizar” el rock rosarino (izq. en Rosario, der. en CABA)

Con esto que escribo trato de reflexionar sobre la experiencia, las impresiones que obtuve, los sentimientos encontrados que me asaltaron cuando visité el así llamado Mu.Ro la noche de su inauguración, el viernes 17, incluyendo mi asistencia al recital presentación.

Al día siguiente, el sábado 18 bien temprano, mientras tomaba el café con leche habitual, empecé a sentirme desbordado por la cantidad de puntas para el análisis que me ofrecía lo que había escuchado y visto. Sentía que no me bastaría el sentido común para abordar el intrincado tema de la política cultural en mi ciudad, en el acuciante momento de padecer una inusitada violencia institucional (sí, el poder narco es una institución, aunque no tenga reconocimiento como tal ni lleve mayúsculas), además de la pobreza conceptual de la muestra en sí, de los errores voluntarios e involuntarios cometidos en su montaje; de las discusiones sobre ausentes y presentes; sobre lo que significa poner en un museo lo que está vivo junto con lo que murió, lo que es recuerdo con lo que fue olvidado, lo que se rescata con lo que ya se está desterrando de la memoria, querámoslo o no, consciente e inconscientemente.

Entonces, prendiendo el primer cigarrillo de la mañana tomé el libro que estoy leyendo hace un par de meses, La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, una especie de monólogo interno del autor de La Eneida, y en la página 140 encontré un párrafo revelador que me llevó a vislumbrar un cauce, un camino en el que hacer confluir mis tribulaciones intelectuales:

…y justamente por eso sabía también de los íntimos peligros de todo arte, por eso mismo sabía de la íntima soledad del hombre destinado a ser artista, de esta soledad innata en él, que lo lleva a la soledad aún más profunda del arte y a la mudez de la belleza, y sabía que la mayoría fracasa en tal soledad; que se ciegan de soledad, ciegos al mundo, ciegos a lo divino en ellos y en el prójimo; que ellos, ebrios de soledad, ya solo tienen ojos para la propia semejanza divina, como si fuera una distinción que solo a ellos les corresponde, y que por eso convierten esta autoidolatría ansiosa de acatamiento, cada vez más, en el único contenido de su obra (…) es solo un camino aparente, un expediente para salir de la soledad, pero no la adhesión a la comunidad humana, objetivo del arte genuino en su aspiración de humanidad, no, es la adhesión a la plebeyez, es la adhesión a su no-comunidad perjura e incapaz del testamento, que no domina ni crea ninguna especie de realidad ni siquiera lo pretende, sino que vegeta en el olvido de la realidad…

Y habiéndome encontrado en estas líneas me di cuenta de cuán perdidas podían estar, vegetando en el olvido de la realidad, nuestras figuras públicas, incluido el diputado Mirabella, autor e impulsor de un proyecto de ley para elevar la ciudad de Rosario a una encumbrada categoría suprasimbólica.

2. Sala velatoria, la Capital Nacional del Mutualismo

En la provincia de Santa Fe hay, hasta la fecha, nueve capitales nacionales atribuidas a ocho ciudades: Totoras, Capital Nacional de la Leche; Casilda, Capital Nacional de la Báscula; Capitán Bermúdez, Capital Nacional de la Porcelana; Venado Tuerto, Capital Nacional de la Pelota a Paleta; San Carlos Centro, Capital Nacional del Cristal Artesanal; Sunchales va por dos: Capital Nacional del Cooperativismo y Capital Nacional del Fútbol Infantil; Rosario, Capital Nacional del Mutualismo, y Las Parejas, Capital Nacional de la PyME Agroindustrial.

Santa Fe es una de las tres provincias con más capitales nacionales, junto con Buenos Aires (con 9) y Córdoba (8), ostentando 9 distribuidas en 8 ciudades. Tal vez atento a estos datos, cediendo a una pulsión chauvinista rosarinista el diputado nacional por Santa Fe Roberto Mirabella (rafaelino del FdT) comenzó a fogonear una iniciativa de su autoría (Proyecto de Ley 1855-S-2020, que obtuvo media sanción del Senado en diciembre del 2021) que propone declarar a Rosario Capital Nacional del Rock Argentino, encontrando un fuerte apoyo en el Ministerio de Cultura provincial, cuyo titular, Jorge Llonch, sumó su propia iniciativa para coadyuvar a la consecución de tan noble e insigne plan: dar nacimiento al Museo del Rock Santafesino, o sea un museo de un universo (el rock santafesino) del cual, de más está decirlo, Rosario es parte fundamental. (Además, aparte de Gieco, que es de Cañada Rosquín, muchísimos exponentes del rock de otros puntos de la provincia, en especial de Santa Fe capital, brillan por su ausencia)

A los comprometidos esfuerzos y propósitos de Mirabella y Llonch sumaron su apoyo la exjueza Alejandra Rodenas, vicegobernadora de Santa Fe (quien, por su parte, siendo diputada presentó un proyecto en 2018 para declarar “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación, en los términos establecidos por la Ley 26.118 de ratificación de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, al Rock Nacional Argentino”), amiga del primero y esposa del segundo, más Juan Carlos Baglietto, Litto Nebbia y algunos capitostes menores, entre ellos músicos retirados, periodistas, coleccionistas privados y “amigos del rock” en general.

Ya en la inauguración de la muestra Guiso de Artistas en la Plataforma Lavardén, en julio del año pasado, Llonch anunció que estaba en marcha, y era inminente su lanzamiento, el Museo Itinerante del Rock Santafesino, ya asociado, en el relato oficial, con la declaratoria de Rosario como Capital Nacional del Rock.

El 2 de diciembre del 2022 se habilitó la muestra-museo rockera en la Casa de Santa Fe en CABA, en el marco de la Noche de las Casas de las Provincias en Buenos Aires, y pasó totalmente desapercibida, pese a los esfuerzos de difusión previos, incluida una conferencia de prensa en la que hablaron Mirabella, Baglietto y finalmente Llonch, quien luego de agradecer “a todas las músicas y músicos que nos prestaron estos instrumentos” expresó:

—Hay una frase muy linda de Nietzsche que dice: “La vida sin música sería un error”. Bueno, también sería un gran error ¿no? que la historia no guarde ese concepto de museo, porque los museos se van armando de a pedacitos, y no haberlo hecho es como que después en el tiempo se iba a perder una gran historia, una gran historia que empezó en Rosario, en la provincia, en los años 60 (…) ustedes observan todos los baúles están sobre ruedas, y eso tiene una connotación muy importante, porque este no es el museo que va a terminar siendo el museo de la música, o el museo del rock, va a ser mucho más grande, a partir de que ruede, a partir de que gire, como una banda de rock, nosotros durante muchos años, con Fernando (Piedrabuena, curador de la muestra junto con Baglietto, presente en el acto), con Fito, con Charly, para nosotros esos baúles eran como parte de nuestra familia. (…) Y eso es lo que vivimos personalmente nosotros durante los últimos cuarenta años. Por eso creo que es importante dejar plasmado este museo, que gire como dice la canción de Fito a rodar mi vida (…) creo que esta etapa del rock en la Argentina merece ser guardada en un museo. Muchas gracias.

Me tomé el trabajo de transcribir casi completo ese breve discurso para enlazar las palabras del actual ministro de Cultura de Santa Fe con lo que dice Broch sobre aquellos que “convierten esta autoidolatría ansiosa de acatamiento, cada vez más, en el único contenido de su obra”, y a partir de allí tratar de analizar el sentido de lo que dijo el viernes 17 sobre el escenario montado en el Parque Nacional a la Bandera para el recital inaugural del museo, cuando en tono de arenga se dirigió al público exclamando:

—Cuando Mirabella presentó el proyecto para convertir a Rosario en la Capital Nacional del Rock saltaron otras ciudades, como Buenos Aires, La Plata, diciendo que también quieren ser capitales del rock. Pero ya son capitales de algo… ¡Déjennos ser por lo menos capital del rock! —se ve que nadie le avisó que Rosario ya es Capital Nacional del Mutualismo.

3. ¿La pirámide de un colectivo?

Esa noche del viernes 17 de marzo de este año del Señor, 2023, en que quedó oficialmente inaugurado el Museo del Rock con un recital a cielo abierto en el Parque Nacional a la Bandera, justo enfrente del galpón portuario (el número diecisiete) donde fue montado el susodicho museo para que pueda ser visitado durante dos meses y chirolas, la cosa pintaba caliente desde el vamos, pues el día había sido el enésimo de una ola de calor nivel infierno, tras un verano iniciado en noviembre durante el cual en la urbe fueron sucediéndose como olas, valga la redundancia, las semanas con inusitados niveles promedio de temperaturas al rojo flúor y crecientes niveles de hechos violentos y crímenes.

Esa noche del viernes 17 una brisa bien de la vera del Paraná ligeramente fresca atemperaba los caldeados ánimos del público, entre 800 y 1.000 personas, congregado frente al escenario. Pero esa brisa no entraba al galpón museístico, por lo que quienes se aventuraban a recorrerlo debían ajustar los termostatos psicológicos para poder respirar el aire sofocante atrapado entre el cemento del piso y las paredes, y el techo de chapas. Se transpiraba rockeramente, fuera el visitante rockero o no…

Pero esta crónica, que ya se hizo inapropiadamente extensa, en parte por las engorrosas citas y en parte por la desmesura del absurdo de la realidad y los hechos que buscaba retratar, los conceptos que trataba de desarrollar, no alcanzó para satisfacer las necesidades descriptivas, y de registro, de lo que fue un hermoso recital de apertura, por lo que recomiendo buscar en los medios digitales lo referido al mismo, en especial en el sitio oficial de Cultura, y tampoco llegó a la descripción del aspecto físico y concreto del supuesto museo tras mi recorrida del extra caluroso viernes, así que aconsejo visitarlo (el acceso es gratuito) a quien quiera sacar conclusiones propias sobre la joya “más preciada de la historia de Rosario”.

En una nota aparecida el jueves 16 de marzo en el diario La Capital, firmada por Pedro Squillaci y titulada “El Museo del Rock Santafesino abre el arcón más preciado de su historia”, Llonch, ex bajista de la banda Irreal, explica:

—Es que ninguna canción de ningún compositor, de Nebbia hasta los autores actuales, hacen canciones en soledad. Seguro que una canción de Abonizio le disparó una idea a Fito; y Fito le generó otra idea a Baglietto, y Juan a Goldín y Rubén a Silvina Garré, y así sucesivamente. Las canciones son como una red de expresión; por eso es bueno destacar este movimiento, porque fue un trabajo colectivo de muchos artistas que quizá hoy son desconocidos, pero siguen tocando y cada cual hizo su aporte para que hoy Fito sea la figura que es, o Baglietto o Goldín. Es una pirámide que, de alguna manera, este museo quiere mostrar a partir de este trabajo colectivo de artistas santafesinos.

4. El Mu.Ro de los lamentos

Hoy, miércoles 22 de marzo, me levanté decidido a terminar con esta nota para así expurgar de mí los peligros de reflexionar monotemáticamente sin solución de continuidad, dando vueltas centrípetas en una espiral que solo puede ampliarse ad infinitum y desquiciar los razonamientos.

Por suerte anteayer, lunes 20, justo en el solsticio de otoño se cortó la ola aplanante de calor y llegaron las lluvias, que son como el manto del amor propio que tanto nos conforta, permitiendo reconocernos y reconocer al otro. Así, con la tranquilidad de saber que más allá de la ventana llueve y corre un fresquísimo viento sur, pude derivar por los universos digitales de la red, piantarme a las autopistas de la información que llevan a la Gran Nube, donde está toda la data que necesitamos para rascarnos la curiosidad o buscar pruebas para el fiscal y el defensor que todos tenemos dentro conviviendo enfrentados.

Por ejemplo, en Wikipedia pude enterarme de que “un museo (del latín, musēum, y este, a su vez, del griego, Μουσείον, ‘santuario de las musas’) es una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe determinado patrimonio material e inmaterial”. O sea que el Museo del Rock Santafesino, con carácter de itinerancia esporádica y aleatoria, sin sede fija y atado a plazos establecidos en comodatos, no es un museo propiamente dicho.

Luego anduve indagando en torno de la palabra rock, derivada de la fórmula rock and roll (roca y rollo, en inglés), usada por primera vez para referirse a esa música naciente, basada en 4 por 4 compases, por un disc jockey llamado Alan Freed, en Cleveland, EEUU, un día de 1951, y que a partir de 1960 reinó por cinco décadas como la más convocante, la más escuchada, la más difundida y la más rentable, hasta que fue derrocada, y quitada de ese sitial, por el hiphop a partir de 2010.

Sin embargo es evidente que el rock, como género musical con cientos de subgéneros, afluentes y efluentes, con su riquísima historia, sigue vivito y coleando (con músicos jóvenes que se adelantan buscando nuevas formas), y tiene en sus filas a innumerables cultores que mantienen vigente en la práctica eso que han dado en llamar ideología rockera, que bien muestra con ambientaciones hogareñas de tres épocas (1965-1976, 1978-1989 y 1990-2000) la exposición denominada Museo del Rock Santafesino.

“De nada sirve escaparse de uno mismo”, cantaba Moris, y decimos, en consecuencia, que de nada le sirve a Darín bailar rock en el cumpleaños de Fito Páez, que no por eso será considerado rockero, y sí tal vez no-rockero; como de nada sirve el rótulo de rock sobre cosa alguna si no se sustenta con lo esencial de su espíritu rebelde, iconoclasta y contestatario. O sea: si está en un museo no es rock, es apenas un pálido reflejo del rock, como un cadáver es el pálido reflejo de la persona que murió… ¿Para esto sí sirve el Mu.Ro? ¿Para que podamos observar en directo los restos del viejo y querido rock rosarino?

“Todo lo que hicimos, la mentira y la verdad / todo lo que hicimos sigue vivo en un lugar / todo poco a poco va dejando de importar”, decía Fito (para quien “convertise en estatua no está en el ADN del rock”) en Detrás del muro de los lamentos, uno de los temas de El amor después del amor (1992) en el que usa la primera persona del plural incluyendo a la comunidad rockera, la que generación tras generación sabe expresarse con singular y renovada ternura, intentando a su manera cambiar el mundo para mejor.

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