Por Sergio Albino
El periodista le pregunta si el Inter Miami será su último equipo y Lionel Andrés Messi Cuccitini lo confirma: “Sí, creo que sí. Hoy por hoy creo que va a ser mi último club”. La confesión nos deja desahuciados. Nosotros, los futboleros genuinos, soñábamos que el mejor jugador del mundo terminara su carrera donde la había comenzado. ¿Quién mejor que él para vestir la camiseta que honraron Marito Zanabria, Raúl Roque Alfaro, el Yaya Rossi o el mismísimo Diego Maradona?
El campo minado del fracaso social del modelo impuesto en la década menemista sigue explotando a cada paso sobre nuestras cabezas. Ese modelo tuvo un final supuesto en la crisis del 2001. “Que se vayan todos” era la consigna. A buen entendedor pocas palabras. Hace décadas que la clase política está formada por malos entendedores, por no decir que se hacen los boludos cuando no les conviene. Los que se tenían que ir se quedaron casi todos. Entonces, se empezaron a ir los que se tenían que quedar. La emigración de talentos se volvió incontenible. Ese modelo no solo nos empobreció económicamente: lo más grave fue el empobrecimiento moral y cultural. Esa pobreza cae como esquirlas sobre nuestras cabezas a diario e impide la vuelta de aquellos talentos.
Dentro de ese éxodo de compatriotas ahogados por la pauperización se produce la partida de Lionel Messi. Un niño argentino con una necesidad sanitaria abandonado por el Estado. “Niñez y salud”, lindo slogan para la política. “Arreglate como puedas” fue el mensaje… y vaya si se arregló. Pocos días después del suicidio de Favaloro, el pequeño genio desembarcaba en Barcelona y el fútbol argentino comenzaba una nueva era. Un grande de estas tierras desarrollaba su formación hacia el profesionalismo en Europa. Barcelona se había hecho cargo de un tratamiento médico negado en Argentina. El talento argentino producido en los potreros de Rosario al servicio del poderío europeo. Un modelo extractivista impulsado desde aquí. La ignorancia del fútbol argentino hacia ese talento es increíble si no fuera por aquella caída económica, moral y cultural que transitaba la dirigencia. El pequeño genio llegó a la cima del mundo en su especialidad. En la lógica moral de ese modelo, Messi nos hubiera mandado a la mierda, se hubiera nacionalizado español y hoy por hoy la roja tendría algunas copas más en sus vitrinas.
Sin embargo, mucho de la ética cultural, que seguramente mamó en su barrio La Bajada de Rosario, quedó impregnado en su ser y después de años de ignorancia de nuestra dirigencia, llegó el llamado para defender los colores argentinos. El genio aceptó. Nos dio una segunda oportunidad. La familia, los amigos… en fin, su gente era algo que no compensaban el dinero, la comodidad o la gloria en terreno ajeno. Necesitaba la gloria en terreno propio. Era el mandato moral y cultural de su niñez. Era el homenaje a su abuela que lo llevaba a jugar al club de barrio junto a sus hermanos y primos. La identidad rosarina impregnada a fuego desde la cultura. Si algo caracteriza a alguien es su forma de hablar. Podemos hablar el mismo idioma y entendernos, pero la forma nos identifica y él nunca la cambió. Siempre habló en rosarino hasta inmortalizarlo con el “anda pa’yá, bobo” en una pelea mundial.
Los primeros escarceos amorosos entre el genio formado en el extranjero y la sociedad argenta en decadencia fueron auspiciosos. Comenzando como suplente en el mundial sub-20 del 2005, pronto se ganó la titularidad y fue la figura y goleador del torneo que coronó la Argentina que lo había abandonado en la niñez. Comenzaba el idilio con el pequeño genio, aun siendo desconocido para el gran público de acá. Esa demostración de talento inigualable le valió la convocatoria para la selección mayor de cara al mundial de mayores 2006 en Alemania. Una Argentina cargada de talentos lo relegó a un segundo lugar que aceptó sin reproches. Su imagen en el banco de suplentes solo en el momento de la eliminación fue la primera cuña entre los comunicadores y la gente. Era un chico de 19 años que estaba sufriendo por la eliminación de su equipo. Años más tarde explicó aquel suceso:
Por un lado estaba caliente porque no había entrado, pero eso no significaba que no estaba pendiente del partido, que quería ganar y pasar. Cuando quedamos afuera el vestuario era terrible, llorando, amargado, yo el primero… No me acuerdo del momento en el que me sacan esa foto, sí la de los botines, que me los saco porque ya no había más cambios. Se empezó a decir que no miraba el partido, que no me importaba, que estaba en otra… Ni lo pensé, fue una boludez. Sí, estaba caliente porque quería entrar, pero no es que quería que pierda la Selección porque no jugaba…
La segunda escala del escarceo amoroso fue más auspiciosa. Juegos Olímpicos de Beijing 2008 y Messi ya era una pieza clave en el inolvidable Barcelona que estaba armando Pep Guardiola. El pequeño genio se plantó, el técnico tuvo que aceptar. Messi fue integrante del plantel a pesar del enojo del club catalán que se resistía a cederlo. Otra vez la moral y la cultura pudieron más que la economía. Lionel fue pieza clave en el equipo y Argentina por segunda vez en su historia fue medalla de oro olímpica en fútbol.
Y llegó la sequía. La selección mayor hacía más de una década que no conseguía títulos a nivel internacional y nuestras frustraciones cotidianas cayeron sobre los hombros del pequeño genio que empezaba a convertirse en gigante. Los comunicadores olieron sangre y fueron por él. Lo compararon a Diego y eso fue letal. Diego se había formado con nosotros y se había deteriorado con nosotros. Nosotros lo habíamos visto crecer desde la tribuna con el plus de hacerlo en un equipo simpático como Argentinos Juniors. Nosotros éramos parte de esa historia. En la de Lionel éramos los villanos de una sociedad que lo había abandonado. Y como la clase política se hace la boluda, la comunicación también. Empezaron las finales perdidas y las notas sobre detalles tontos. Que no cantaba el himno, que no tenía personalidad, que se achicaba en las difíciles, que en Barcelona ponía más ganas que en la selección, etcétera, etcétera, etcétera.
La comparación era cruel e injusta pero aquella década del empobrecimiento moral y cultural nos había enseñado que ser cruel e injusto garpaba. Maradona había vuelto exprimido por la Europa galante y sufría a la par nuestra, en cambio Messi gozaba de las mieles del éxito en esa Europa exultante. Ganaba todo allá y perdía finales acá. La presión mediática era insoportable hasta que Lionel decidió renunciar a la selección. Después de la cuarta final perdida y errar en la definición desde el punto del penal, la situación estalló:
Es un momento duro para analizar. Lo primero que se me viene es que ya está. Se terminó para mí la Selección. Fueron cuatro finales. Lamentablemente lo busqué. Era lo que más deseaba. No se me dio. Creo que ya está. Es lo que siento ahora, lo que pienso. Es una tristeza grande. Me tocó errar a mí el penal, ya está…
Sin embargo, la cultura y la moral seguían allí. El amor es más fuerte, cantaba Ulises Butrón en la película Tango feroz de aquella década de empobrecimiento. Y el amor fue más fuerte. Y Lio volvió a la selección. Y llegó la pandemia. Y se fue Diego. Y las casualidades acomodaron las piezas.
Scaloni despejó el camino y se quitó de adelante. Dejó el espacio que Grondona, Maradona, Riquelme y tantos otros le habían ocupado. Entonces Messi explotó y fuimos campeones de América (ni Diego ni Román lo lograron) y volvimos a ser campeones mundiales para alegría de un pueblo que sufre las injusticias cotidianas desde la política y desde la comunicación.
Messi nació en los ochenta del siglo pasado, cuando todavía los barrios públicos eran mejores que los privados. Barrios donde ser buena gente era mejor que hacer buena plata. Barrios donde la palabra valía más que un documento ante escribano. Barrios donde la milanesa de tu vieja es la comida más rica del mundo. Barrios donde el amor es más fuerte. La ética de aquella niñez seguramente lo ayudó a capear todos los temporales que sorteó desde su expulsión de Argentina.
“Ser campeón del mundo me cambió la vida”, declaró en un reportaje reciente. Era obvio que él lo necesitaba más que nosotros. Messi tiene una moral que ya no existe en nuestra sociedad. La nueva moral intentó opacarlo, pero el amor y el talento son más fuertes.
Gracias Lionel por la belleza, por la alegría, pero sobre todo por mantener en pie la cultura barrial que la modernidad está avasallando. Ojalá hubieras pisado nuestras canchas jugando en el fútbol local, pero nuestros dirigentes nunca estuvieron al nivel de tu estatura moral.