Otra crítica romántica

Ana Tallei, como Chavela Vargas, y María Florencia Sanfilippo como el espectro de Frida Kahlo.

Tres obras subidas a escena en tres salas distintas —¡Al matadero!, Las flores y Modelo vivo muerto—, ayudan a pensar que Rosario constituye un polo teatral de índole redentora

Por Andrés Maguna

Tal vez porque el teatro fue inventado por un sacerdote (Tespis) las salas con escenario y espacio para público revisten un carácter de templo, con trabajadores clericales oficiantes (los actores) y fieles feligreses (los espectadores), quienes oblando una dádiva (la plata que cuesta la entrada) pueden solicitar “asilo en sagrado” y refugiarse en una dimensión donde unos invitan a sentir, a reflexionar y a volar con la imaginación, y otros concurren a cotejar calidades expresivas, cualidades artísticas y sus propias fantasías respecto de cuáles son los límites de la realidad, o si la realidad puede tener límites, o si los sueños pueden ser limitados por la realidad, o viceversa.

Resulta que el fin de semana pasado, comienzo de las vacaciones de invierno en este minúsculo punto del globo terrestre llamado ciudad de Rosario, con inusuales temperaturas bajo cero, con todas las pantallas percutiendo con la búsqueda de Loan (entre partidos de la Copa América y la Eurocopa), con la miseria económica (porque los que conducen la economía son unos miserables) llevando a un tercio de la población a cocinar locro y empanadas para sacarle unos mangos a la benemérita fecha patria del 9 de Julio… Es decir, con frío, pobre y malentretenido como muchos, busqué asilo en sagrado en el Teatro del Rayo el viernes 5 de mayo, en el Teatro de la Manzana, el domingo 7, y en el Teatro Municipal La Comedia, catedral del género chico, el lunes 8. Pude disfrutar de esos refugios viendo, respectivamente en la cronología dada: ¡Al matadero!, con Manuel Baella dirigido por Miguel Franchi, Las flores, con Ana Tallei y Flor Sanfilippo bajo la dirección de Bruna Pradolini, y Modelo vivo muerto, con Los Bla Bla & Cía comandados por Francisca Ure.

¡Al Matadero!

Manuel Baella dirigido por Miguel Franchi en “¡Al matadero!”. Foto: Zoe Maguna

Calificación: 4/5 Tatitos

Éramos cerca de 70 los que nos mantuvimos en vilo aquel viernes por la noche, durante 44 minutos, siguiendo las evoluciones de Manuel Baella en la piel de media docena de personajes para desenrollar la versión del cuento clásico de Esteban Echeverría, El matadero, que pergeñaron el propio actor y su director (y maestro) Miguel Franchi.

Baella resulta ser más conocido como Orestes Muñante, el cómico personaje con el que aparece en todos lados, y Franchi, si bien tiene su propio nombre distinguido “oficialmente”, está fuertemente identificado con su personaje más gracioso, el inefable Germinal Terrakius. Es decir: ambos dos son serios cultores del género comedia, y con esa seriedad encararon esta puesta en escena de un texto emblemático de la literatura universal (se lo enseña como “el primer cuento argentino”, de decir fundacional) sin esquivar presunciones intelectuales, revisionismos históricos ni consideraciones políticas personales.

Bajo tenues luces, con música de malambo sonando, aparece vestido de traje un adusto señor que se para frente al público con unos papeles en la mano y transforma la limpieza de sus zapatos (negros, abotinados) en un zapateo extraordinario. Un comienzo sublime, de tan alto nivel en su concepto y síntesis, en su ejecución, que introduce de manera inmejorable a la historia que estamos por presenciar: la de un “investigador” de algún tipo de Justicia, de nuestro presente, que busca desentrañar un crimen de hace 185 años según lo descripto por Esteban Echeverría, quien ambientó su relato en 1838 (lo escribió entre ese año y 1840, y fue publicado tras su muerte, en 1871), en Buenos Aires, mientras transitaba su exilio en Montevideo.

De los unitarios y los federales a los peronistas y los antiperonistas, la Gran Grieta argentina que empezó con los conquistadores y los pueblos originarios (vendida como “civilización y barbarie”) se continúa como tema de debate en esta versión teatral de Franchi y Baella, pues con la ardua faena del actor en la piel de sus personajes se exponen unas cuantas contradicciones de nuestra historia nacional, incluidas varias citas de las cartas de Sarmiento a Mitre. Pero la pieza teatral no cae en el didactismo ni subestima a quienes no leyeron el cuento, sino que se adentra en la psicología de esos sujetos ficticios que pueblan la ficción de Echeverría según la mirada perpleja, pero determinada, del investigador que inquiere y se hace preguntas en voz alta.

Baella porta una dúctil máscara kabukiana-argenta que da muy bien en las postales (eso que algunos dan en llamar “fotografía teatral”), que son muchas a lo largo de la representación, sin desmedro de sus acciones y declamaciones, aunque en este punto se halle la que quizá sea la única contra que creí percibir: el excesivo vértigo de las transiciones, junto con la falta de mínimos y necesarios silencios que faciliten la asimilación de la narrativa. Razón por la cual la calificación de esta crítica no alcanza los cinco Tatitos (excelente).

Tras el insólito final, el público que colmó el Teatro del Rayo esa gélida noche aplaudió con vivacidad, y hasta se escucharon un par de “¡bravo!”, premiando a los hacedores de ¡Al matadero! por el viaje imaginario direccionado hacia la difícil búsqueda de la identidad del ser nacional.

Las flores

Tallei y Sanfilippo, dirigidas por la casildense Bruna Pradolini, ofrecen un viaje a otra dimensión.

Calificación: 4/5 Tatitos

Volviendo a su casa borracha luego de alguna trifulca, una Chavela Vargas vieja llega a su casa como quien alcanza un refugio. En la mano derecha porta una pistola, y en la izquierda una botella de tequila llena hasta la mitad. A poco de entrar, entreabre la puerta por la que ingresó y apuntando con el arma hacia afuera exclama: “¡Vengan, pinches cabrones! ¡Yo les voy a dar!”. Luego se calma un poco, se sienta en una de las dos banquetas que hay ante una mesa alta y angosta, se sirve un shot de tequila y lo toma de un empujón. Sigue insultando por lo bajo a sus perseguidores, dice algunas incoherencias referidas a su necesidad de beber tequila antes de actuar, y sobre ciertos recuerdos que le sobrevuelan por el pedo luego de ver el ramo de flores que en un jarrón engalanan la mesa alta y angosta. En eso, se le aparece el fantasma de Frida Kahlo, con quien tuvo un tórrido romance cincuenta, sesenta años atrás, y su primera reacción es apuntarle con la pistola. Luego tienen una conversación, áspera, plena de reclamos mutuos, en un comienzo, y cálida, amorosa, hacia el final. He ahí un resumen spoiler de Las flores, escrita y dirigida por la casildense Bruna Pradolini, con actuaciones de Ana Tallei (Chavela) y María Florencia Sanfilippo (Frida).

La famosa foto de Frida y Chavela que tomó Tina Modotti.

La puesta en escena, breve y concisa pero sin apresuramientos ni tiempos forzados, dura apenas 34 minutos, y discurre con amabilidad sobre el drama del reencuentro de dos viejas amantes que tenían temas pendientes sin resolver, preguntas (referidas a la íntima relación) que se habían extraviado sin poder salir, y ahora salen, y de alguna manera se da el reencuentro de Frida y Chavela, fantasmagoría mediante, según la inquieta imaginación de la autora y directora Bruna Pradolini.

La Frida de Sanfilippo, en el esplendor de su juventud, lozana, sin rastros de padecimientos físicos (ventajas del más allá), resulta creíble como espectro, o sea que se proyecta inmaterial, como rodeada por un halo de la atmósfera del Hades. La Chavela de Tallei, por su parte, “es” Chavela, en el sentido de que Tallei no está en ese cuerpo porque se lo entregó por completo a su personaje, estrictamente ajustado a una persona real, que nació en abril de 1919 en San José de Flores, Costa Rica, y murió en agosto de 2012 en Cuernavaca, México, y se convirtió en artista legendaria, bebiendo sin freno, fumando puros y espantando a los pinches tiranos con su chumbo de seis tiros.

Solo unos pocos detalles, como un juego de luces poco explotado, pequeños signos de la corporalidad de Frida, o cierta debilidad argumentativa en los diálogos, le quitan un quinto Tatito a la calificación de esta muy buena pieza teatral.

En fin, que Las flores perfuma con el misterio de la creación artística, de los raros grandes amores y de las figuras de dos artistas geniales, especulando sobre lo que pervive y subsiste de alguna forma más allá de la muerte. Y lo hace sin almibarar las mieses ni romantizando, ni ambicionando parecer algo que no es. En estos días, todo un gusto.

Modelo vivo muerto

Los seis en escena de “Modelo vivo muerto”, ultrahilarante obra de Los Bla Bla dirigidos por Francisca Ure.

Calificación: 4/5 Tatitos

El lunes ocho a las ocho y media de la noche concurrí a La Comedia para ver Modelo vivo muerto, de la compañía porteña Los Bla Bla, con dirección de Francisca Ure, y luego de retirar la entrada en la boletería me sorprendí buscando el último lugar en una fila de ingreso de 500 personas. Y mientras la víbora rectilínea de espectadores iba, lentamente, siendo engullida por la sala, me puse a pensar en qué fenómeno había causado tan numerosa concurrencia, teniendo que en cuenta los precios de las entradas tenían el triple del valor, en promedio, que lo que se cobra en las salas independientes de la ciudad. Cuando entré fui conducido con premura (era el último que faltaba acomodar) a mi butaca, la número 14 en la fila 14, por la mismísima codiretora del teatro municipal, Carolina Garralda, y vi que me había tocado entre dos estrellas de la televisión rosarina: a mi derecha tenía a Juan Nemirovsky y a mi izquierda a Mariel Cortez Piñero. Y mirando en derredor me sorprendí (segunda sorpresa) descubriendo una pléyade de caras conocidas de la escena local. Entonces caí en la cuenta de que siendo lunes podían concurrir quienes los fines de semana trabajan dando funciones. Me pareció una conclusión lógica. Entonces se apagaron las luces de la sala y refulgieron las del escenario.

Trataré de ser breve: la obra del género comedia, del subgénero desopilante y titulada Modelo vivo muerto está buenísima, sus seis intérpretes, Manu Fanego, Sebastián Furman, Pablo Fusco, Julián Lucero, Tincho Lups y Carola Oyarbide demuestran un altísimo nivel actoral, y resultan en extremo graciosos (ensayada, estudiadamente graciosos) para desenrollar una historia intrépida en su planteo cinematográfico musical, lindante con el absurdo del clown y el grotesco del circo criollo.

Todo está bien, y en función de sorprender (lo consigue varias veces, en especial con un ultrahilarante gag escatológico), con la única salvedad de algunas escenas estiradas en demasía, lo que hace que la representación alcance unos 94 minutos, unos cuantos de los cuales están invertidos en un final hecho de seis o siete finales, o falsos finales, incluido una largo y teatral saludo a un público que aplaude y ovaciona de pie (sí, todos se pusieron de pie, al punto que hube de pararme, aunque no me parecía que era para tanto, para ver lo que sucedía en escena).

Pese a mi reluctancia crítica, he de admitir que estallé en carcajadas unas cuantas veces, y los seis actores, con su trabajado humor, y la directora Ure (porque se nota su mano en la compleja unidad dramatúrgica y narrativa), derribaron por completo mis prejuicios respecto de los porteños que cobran entradas caras (caras para nosotros, los pobres del interior).

Los Bla Bla, con su Modelo vivo muerto, dieron muestras fehacientes de estar al mismo nivel de las mejores compañías y grupos independientes de Rosario, una ciudad desbordada de talentosos realizadores teatrales, tanto del género chico como de cualquier otro.

FICHAS

“¡Al Matadero!”. Actuación: Manuel Baella. Dirección: Miguel Franchi. Asistencia Técnica: Débora Castillo. Música Original: Carlo Seminara. Escenografía: Maxi Arana, Julio Gandini. Vestuario: Laura Perales, Lucas Comparetto. Edición de Video: Santino Chan. Gestión Cultural: Julia Logiódice. Diseño y fotografía: Nano Pruzzo. Dramaturgia: Miguel Franchi, Manuel Baella. Sala: Teatro del Rayo. Funciones: todos los viernes de julio de 2024.

“Las flores”. Actúan: Ana Tallei (Chavela). María Florencia Sanfilippo (Frida). Asistencia de dirección: Yanina Dituro. Dramaturgia y dirección: Bruna Pradolini. Sala: Teatro de la Manzana.

“Modelo vivo muerto”. Intérpretes: Manu Fanego, Sebastián Furman, Pablo Fusco, Julián Lucero, Tincho Lups, Carola Oyarbide. Diseño de vestuario: Sandra Szwarcberg. Diseño de escenografía: Sol Soto. Diseño de luces: Gustavo Lista. Redes sociales: Diego Bocha Fernández. Colaboración coreográfica: Jorge Thefs. Música: Sebastián Furman. Diseño gráfico: Manu Fanego, Patricio Vegezz. Producción y asistencia: Maribel Villarosa. Colaboración en dramaturgia: Gustavo Lista. Dramaturgia: Creación colectiva. Dirección: Francisca Ure. Sala; Teatro Municipal La Comedia.

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