Ciudad de artistas

Foto de la web del Castagnino de una edición pasada de la Noche de los Museos.

Con la excusa del anuncio de la Noche de Museos Abiertos, en el Castagnino se abrió un portal a la comprensión del arte y la cultura por parte de la población de Rosario, en donde el sonido de las motosierras, al menos por un momento, enmudeció ante el griterío de los niños

Por Andrés Maguna

Cómo no querer con locura a Rosario? Si  por momentos sigue siendo la ciudad más querible del mundo, si sus calles, sus cielos, sus barrios, su río y casi todos sus habitantes se extienden sin cesar hacia el arte, en las múltiples direcciones desde las que avanzan la armonía compositiva, el detenimiento heterogéneo en la contemplación del entorno, del ejemplo dado y recibido, recibido y dado, por el arte y sus manifestaciones que posibilitan una vida cultural que se retroalimenta permanentemente. Por eso, el slogan “Rosario, ciudad de artistas” debe tener una significancia unívoca: ¿vivir en Rosario lo convierte a uno, automáticamente, en artista…?

En estas divagaciones me perdí ayer, jueves 10 de octubre, mientras miraba extasiado a un grupo de 58 niñes de 4° grado de la escuela Adoratrices sentados en las escalinatas de ingreso al museo Castagnino, atendiendo a las preguntas que les hacía la guía de la institución antes de comenzar una planificada visita. Eran las nueve de la mañana, y había llegado al museo media hora antes, en respuesta a la invitación de la Secretaría de Cultura para asistir al “anuncio” de la Noche de Museos Abiertos, a realizarse el viernes 11, de 18 a 24, en el cierre de la Séptima Quincena del Arte Rosario (7QAR2024).

Había ido en moto, flotando en el frescor de una mañana de primavera espléndida, tonificada la sensibilidad de mi percepción por un cuento de Elvio Gandolfo que había leído poco antes de salir, mientras desayunaba un café con leche y ocho tostadas con manteca y mermelada.

En el cuento, titulado “El momento del impacto” (último del libro Cuando Lidia vivía se quería morir), Gandolfo relata la caída de una ballena de 170 toneladas de peso, “materializada” a 472 metros sobre el cielo de Rosario, que termina estrellándose en el cruce de las peatonales Córdoba y San Martín. Pero en el momento del impacto, en una fracción de segundo “imposible de medir”, se desmaterializa, quedando un “reflujo”, y “los que recibieron el impacto estuvieron de nuevo parados allí, en el cruce, sabiendo que algo había pasado pero sin saber qué, sintiendo una sensación extraña en las piernas, como de ropas mojadas, como de dedos de los pies refrescados por el agua”.

En el momento anterior a la aparición de les pibites de cuarto grado de Adoratrices, cuando entré al museo luego de dejar la moto junto a uno de los dos colosos de bronce que, sentados, custodian la explanada, me sorprendió ver poca presencia de movileros, y apenas dos cámaras, las de Canal 3 y la señal RTS, con sus respectivos operadores y entrevistadores. Tres funcionarios hablaban frente a las lentes: el secretario de Cultura, Federico Valentini, el subsecretario Nicolás Charles y la directora del Castagnino, Melania Toia.

El tema, obviamente, era la Noche de Museos Abiertos, que en esta edición involucra 26 galerías y espacios culturales, tanto privados como dependientes del Estado (municipales y provinciales).

Mientras trato de atender a lo que dicen los funcionarios, me llega desde el hall central del museo, oculto a la vista por gruesas cortinas, el potente sonido de una motosierra. “Debe ser la muestra del proyecto audiovisual El sonido de los pájaros, de Laura Glusman”, pienso, y dejándome ganar por la curiosidad traspaso el cortinado y me encuentro con un entarimado de medio metro de altura, con capacidad para cuarenta personas y escaleritas de acceso. Rodeando el entarimado, cuatro pantallas gigantescas proyectan imágenes en movimiento de las islas, distintas y variadas, a diferentes horas del día, acompañadas por un sonido envolvente, con volumen aumentado, de piares, aguas que fluyen, viento entre follaje, maderas golpeadas, una motosierra, crepitares de fuegos, incendios, el mugido de una vaca angustiada, los insectos musicales de la noche…

Estuve en la isla, transportado, unos diez minutos de los 18 que dura cada “vuelta”, y al salir sentí “una sensación extraña en las piernas, como de ropas mojadas, como de dedos de los pies refrescados por el agua”.

En la antesala saludé a Valentini, primero, y luego a Charles, y mantuve breves conversaciones con ambos, referidas a lo inabarcable de la propuesta para una persona en una noche, y le pregunté a cada uno, a su tiempo, cuáles de los 26 lugares tenían pensado visitar, y les conté cuáles me interesaban a mí, y coincidimos en tres: el Cultural Fontanarrosa, con la apertura de la muestra Enciclopedia del inconsciente, con dibujos y pinturas de internos de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros y del Hospital Escuela Eva Perón de Granadero Baigorria, curada por Fabiana Imola; el Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez, donde inaugurarían las exposiciones Oda a lo roto, de Dante Taparelli, y Ama la rosa, de Xil Buffone; y el Museo Histórico Provincial de Rosario Doctor Julio Marc, donde se interpretarían obras musicales de la muestra El puerto antes del puerto¸ y mencionamos lo del Complejo Astronómico, lo de la sede del Gobierno de la Provincia de Santa Fe en Rosario, lo del Mucar, por sus características novedosas, y el Museo del Deporte, donde tornaría a escena la obra La competencia de los dioses, entre otras de atracciones de la Noche.

Luego, antes de irme, se me dio por recorrer los pasillos del museo, las muestras del momento, y volví a quedarme extasiado ante un cuadrito de Camille Pissarro, llamado La gardeuse de vaches, que siempre que lo veo atrapa mi atención. Pero esta vez mi estática observación se vio sobresaltada por fuertes gritos y alaridos de 58 gargantas infantiles tapando el ruido de una motosierra que tala árboles y plantas isleñas. Sonriéndome, volví sobre mis pasos y me asomé al cubo entelonado donde estaban les pibes de Adoratrices, y me sorprendió verlos tranquilos, cada uno con una libretita dibujando, bocetando lo que veía, pero justo “cayó” la noche en las pantallas, apenas iluminadas por pequeñas lunas llenas, y las 58 gargantas tornaron a la graciosa gritería.

Me fui del Castagnino contento, con ganas de contar lo que había visto, y de ir a buscar nuevas aventuras en la Noche de Museos Abiertos de mi ciudad habitada por artistas.

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Un comentario Añadir valoración

  1. Walter Motto dice:

    Andrés Maguna, sin dudas, y varios sentidos, una de las mejores plumas de Rosario. Gracias por eso.

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