Recién estrenada en el Teatro de la Manzana, “Lulú o las preguntas”, de Ricardo Arias y Javier Palomino, retrata el crítico momento social y señala, sin intención de señalar, dónde estamos y a dónde vamos
Por Andrés Maguna
Calificación: 4/5 Tatitos
Un drama denso y bien espesado. Hermosamente denso. Construido, guionado, sobre premisas de gran hondura psicológica y caracterológica. Interpretado con justeza, y destellos de magnificencia, por dos actrices y un actor, dirigidos con maestría por una dupla de dramaturgos que, se nota, laburaron de consuno para redondear un específico concepto de teatralidad utilizando los más básicos y genuinos recursos del género, a la vez que explorando algo inexpresable, algo que ellos dos (y sus tres intérpretes) evidentemente tienen “en la punta de los dedos”, referido a los tiempos, los silencios y la relación de los actores con el público.
Estoy hablando de Lulú y las preguntas, obra en un acto que se estrenó el sábado 19 de octubre (2024) en el Teatro de la Manzana, con actuaciones de Laura Copello, Sabrina Marinozzi y Gustado Guirado, bajo la dirección de Ricardo Arias y Javier Palomino.
Los 68 minutos de la acción escénica transcurren en la cocina comedor de una casita humilde, en una zona semirrural, donde viven una pareja en concubinato (Copello y Guirado), una ella y un él de alrededor de 60 años, y una joven (más o menos 25) hija adoptiva, la Lulú del título, encarnada por Marinozzi. Los tres, una familia marginada, una pareja mayor estancada en un borde con una hija joven que ansía “volar” a la gran ciudad.
Lulú o las preguntas traza, con simples rasgos de pincel grueso, una pintura fiel de la decadencia social de la Argentina actual y el mundo de hoy (un país que se come a sí mismo con inconciencia; un planeta que mira impasible el interminable suplicio de la Franja de Gaza). Y como es un drama sórdido, en el que la austeridad escénica (la única luz, constante, es la que alumbra la cocina comedor; la banda sonora, una vieja radio que por momentos emite voces y músicas de una estación AM) ayuda a la compenetración del espectador con los más mínimos gestos actorales, comportamentales de los personajes. A medida que progresa el conflicto se complejiza la que quizá sea la cuestión central: el callejón sin salida en el que desembocan las negaciones, la falta de autocrítica, la convención de sostener mentiras hasta creérselas uno mismo, la íntima hipocresía. Un lugar –el final de ese callejón sin salida– en el que las relaciones humanas involucionan a la animalidad.
El cuarto personaje principal, ausente físicamente, “el patrón”, en su doble función de benefactor y flagelo, contradicción andante del traumado que traumatiza, confiere el carácter político a la obra, porque con sus actos, ebrio de impunidad, lleva al límite a los oprimidos, los indigentes, hasta forzarlos a reaccionar con violencia extrema. La violencia sembrada y cultivada se vuelve en contra del patrón, el poder político erigido sobre el poder económico, y la desmesura dañina y perversa que practicó se le cae encima, multiplicada. Así sucedió a lo largo de la historia y así sucederá. El que las hace las paga. Karma y aparte. Ni olvido ni perdón. Será justicia. Nunca más.
Que no se perciba la intencionalidad de dar un ejemplo posible, asimilable, en su elipsis meridional, torna la obra más enigmáticamente luminosa, porque no se sabe para dónde está yendo. Pero va. Y llega.
Reconocido en la perpleja concentración con que los 51 espectadores siguieron las evoluciones escénicas, también aplaudí con ganas al final Lulú o las preguntas, el domingo 20 de octubre, en el Teatro de la Manzana, al día siguiente de su estreno. No me caben dudas de que con el correr de las funciones, el “rodaje”, el mecanismo sutil de esta pieza teatral hecha actoral y artesanalmente se irá perfeccionando, limando algunas pequeñas asperezas (soltura en los diálogos, fluidez en transiciones que todavía aparecen abruptas), hasta alcanzar su máximo nivel de expresividad. Su punto justo.
Y cierro con esto: el laburo actoral de Sabrina Marinozzi, contrapunteando con dos maestros de actuación, expertos veteranos que siempre dan lo mejor de sí (Guirado y Copello), excede la norma de “hacer todo bien” y consigue, así, dotar de un brillo extra a la obra, llegando a ofrecer una “transformación” de su Lulú que se podría calificar de antológica.
FICHA
Título: Lulú o las preguntas. Actúan: Gustavo Guirado, Laura Copello, Sabrina Marinozzi.
Dirección: Ricardo Arias y Javier Palomino. Asistencia de dirección: Sofía Colusi. Diseño gráfico: Carlos Verratti. Producción y prensa: Magalí Drivet. Sala: Teatro de la Manzana. Fecha de estreno: sábado 19 de octubre 2024. Próxima función: sábado 26 de octubre.