Quince años después de la publicación de El odio a la democracia, el filósofo Jacques Rancière, en esta entrevista publicada en Francia en 2019 y hoy tan vigente como entonces, afirmaba, entre otras cosas: “la resistencia a las oligarquías viene solamente de fuerzas autónomas con respecto al sistema representativo y a los partidos llamados de izquierda que están integrados en él”
Por Joseph Confavreux para Mediapart
Traducción de: Susana Sherar
Mientras que las revueltas se expanden en varios países en todos los continentes (nota de diciembre del 2019); que Francia se apresta a un movimiento social que se opone, más allá de la reforma de las jubilaciones, a la acentuación de reformas de inspiración neoliberal; y que la política tradicional no parece ofrecer sino una falsa alternativa entre “progresismos” y “autoritarismos” cuyo denominador común es la subordinación a intereses financieros, el filósofo Jacques Rancière vuelve para Mediapart sobre esos balanceos políticos e intelectuales para intentar “deshacer las confusiones tradicionales que sirven el orden dominante y la pereza de sus pretendidas críticas”.
–Quince años después de la publicación de El odio a la democracia, ¿qué giro tomó la mutación ideológica que usted describía en esa época?
–Los temas del discurso intelectual “republicano” que yo había analizado en ese entonces se difundieron ampliamente, y en particular alimentaron el aggiornamiento de la extrema derecha, que vio muy bien el interés que había en reciclar los argumentos racistas tradicionales en defensa de ideales republicanos y laicos. Sirvieron también de justificación a un cierto número de medidas de restricción de libertades, como las que proscriben tal vestimenta o nos piden a todos mostrarnos a cara descubierta frente al poder. Se puede decir que esos temas han extendido su dominio y que, más claramente, han dejado ver su obediencia con relación a los poderes dominantes. El odio intelectual de la democracia se mostró cada vez más como un simple acompañamiento del desarrollo vertiginoso de las desigualdades de todo tipo y del crecimiento del poder policial sobre los individuos.
–¿El término “populismo”, en su empleo peyorativo, constituye la nueva faceta principal de este odio de la democracia que pretende defender el gobierno democrático a condición de que obstaculice la civilización democrática?
–“Populismo” no es el nombre de una forma política. Es el nombre de una interpretación. El uso de esa palabra sirve para hacer creer que las formas de refuerzo y de personalización del poder estatal, que se ve un poco por todos lados en el mundo, son la expresión de un deseo que viene del pueblo, entendido éste como conjunto de clases desfavorecidas. Es siempre el mismo cantito que consiste en decir que, si los Estados son cada vez más autoritarios y nuestras sociedades cada vez más desiguales, es en razón de la presión ejercida por los más pobres, que son por supuesto los más ignorantes, y que, como buenos primitivos, quieren jefes, autoridad, exclusión, etcétera. Hacen como que Trump, Bolsonaro, Salvini, Kacynski, Orban y otros parecidos fueran la emanación de un pueblo que sufre y se rebela contra las élites. Mientras que son la expresión directa de la oligarquía económica, de la clase política, de las fuerzas sociales conservadoras y de las instituciones autoritarias (Armada, Policía, Iglesia). Que esta oligarquía se apoye, por otra parte, sobre todas las formas de superioridad que nuestra sociedad deja a los que inferioriza (los que trabajan sobre los desocupados, los blancos sobre los morochos, los hombres sobre las mujeres, los provincianos sobre los espíritus livianos de las metrópolis, los “normales” sobre los anormales, etcétera), es seguro. Pero no es una razón para dar vuelta todo: los poderes autoritarios, corruptos y criminales que dominan hoy el mundo, lo hacen ante todo con el apoyo de los ricos y los notables, no con el de los desheredados.
–¿Qué le inspira la inquietud que muchos muestran con respecto a la fragilidad de las instituciones democráticas existentes y los numerosos libros que anuncian el fin o la muerte de las democracias?
–No leo mucho la literatura catastrófica y me gusta la opinión de Spinoza, para quien los profetas estaban mucho mejor situados para prever las catástrofes puesto que eran ellos mismos los responsables. Los que nos alertan sobre “la fragilidad de las instituciones democráticas” participan deliberadamente de la confusión que debilita la idea democrática. Nuestras instituciones no son democráticas. Son representativas, o sea oligárquicas. La teoría política clásica es clara sobre eso, incluso si sus gobernantes y sus ideologías se dedicaron a embrollar todo. Las instituciones representativas son por definición inestables. Pueden dejar un cierto espacio a la acción de las fuerzas democráticas –como fue el caso de los regímenes parlamentarios en el tiempo del capitalismo industrial– o tender hacia un sistema monárquico. Es claro que hoy es la última tendencia la que domina. Resulta notorio el caso en Francia, donde la Quinta República* fue concebida para poner las instituciones al servicio de un individuo y donde la vida parlamentaria es enteramente integrada a un aparato estatal, él mismo enteramente sometido al poder del capitalismo nacional e internacional, aun cuando suscite el desarrollo de fuerzas electorales que pretenden ser los “verdaderos” representantes del “verdadero” pueblo. Hablar de amenazas que pesan sobre “nuestras democracias” tiene un sentido bien determinado: se trata de hacer que la idea democrática cargue con la responsabilidad de la inestabilidad del sistema representativo, de decir que, si ese sistema está amenazado, es porque es demasiado democrático, demasiado sometido a los instintos incontrolados de la masa ignorante. Toda esta literatura trabaja finalmente para la comedia arreglada de las segundas vueltas de las presidenciales, donde la izquierda “lúcida” se amontona alrededor del candidato de la oligarquía financiera, única muralla de la “democracia razonable contra el candidato de la democracia no liberal”.
–Las críticas sobre los deseos ilimitados de los individuos en la sociedad de masas modernas se acentuaron. ¿Por qué? ¿Cómo explica usted que se encuentren estas críticas en todos los bordes del tablero político? ¿Se trata de lo mismo en Marión Maréchal-Le Pen o en Jean-Claude Michéa**?
–Hay un núcleo duro invariante que alimenta versiones más o menos de derecha o de izquierda. Ese núcleo duro fue primero forjado por los políticos conservadores y los ideólogos reaccionarios del siglo XIX, que lanzaron el alerta contra los peligros de una sociedad donde las capacidades de consumo y los apetitos consumistas de los pobres se desarrollaban peligrosamente e iban a volcarse en un torrente devastador para el orden social. Es la gran astucia del discurso reaccionario: alertar contra los efectos de un fenómeno para imponer la idea que ese fenómeno existe: en suma, que los pobres son demasiado ricos. Ese núcleo duro ha sido recientemente reelaborado “en la izquierda” por la ideología llamada republicana, forjada por intelectuales rencorosos contra esa clase obrera en la que habían puesto todas las esperanzas y que estaba disolviéndose. El golpe de genio fue el de interpretar la destrucción de formas colectivas de trabajo ordenada por el capital financiero como la expresión de un individualismo democrático de masas salido del corazón mismo de nuestras sociedades y sostenido por esos mismos, cuyas formas de trabajo y de vida estaban destruidas. A partir de ahí, todas las formas de vida comandadas por la dominación capitalista eran reinterpretables como los efectos de un solo y mismo mal –el individualismo– al cual se podía, según el humor del día, darle dos sinónimos: podíamos llamarla “democracia” y partir en guerra contra los estragos del igualitarismo, o podíamos llamarla “liberalismo” y denunciar la mano del capital. Pero se podía también hacer equivaler los dos e identificar el capitalismo al desencadenamiento de los apetitos consumidores de los pobres. Es la ventaja de haber dado el nombre de liberalismo al capitalismo absolutista y, además, perfectamente autoritario que nos gobierna: identificar los efectos de un sistema de dominación con los de la forma de vida de los individuos. Es como uno quiera: uno podrá aliarse a las fuerzas religiosas más reaccionarias para atribuir el estado de nuestras sociedades a la libertad de costumbres encarnada por la PMA (Procreación Médicamente Asistida) y el casamiento homosexual, o reclamarse de un ideal revolucionario puro y duro para hacer cargar al individualismo pequeño-burgués la responsabilidad de la destrucción de las formas colectivas y de los ideales obreros.
–¿Qué hacer frente a una situación donde la denuncia de una fachada democrática cuyas leyes e instituciones son solo la apariencia bajo las cuales se ejerce el poder de las clases dominantes, y donde el desencanto con respecto a las democracias representativas que rompieron con toda idea de igualdad da lugar a personajes de tipo Bolsonaro o Trump que aumentan todavía más las desigualdades, las jerarquías y los autoritarismos?
–Lo que hay que hacer, antes que nada, es deshacer las confusiones tradicionales que sirven igualmente al orden dominante y a la pereza de sus pretendidos críticos. Hay que terminar con esta doxa heredada de Marx, la que bajo el semblante de denunciar la apariencia de la democracia “burguesa” valida de hecho la identificación de la democracia con el sistema representativo. No hay una fachada democrática cuya máscara ocultaría la realidad del poder de las clases dominantes. Hay instituciones representativas que son instrumentos directos de ese poder. El caso de la Comisión de Bruselas y de su lugar en la “Constitución” europea tendría que haber bastado para aclarar las cosas. Ahí tenemos la definición de una institución representativa supranacional donde la noción de representación es totalmente disociada de toda idea de sufragio popular. El tratado no dice ni siquiera por quién esos representantes deben ser elegidos. Se sabe, por supuesto, que son los Estados quienes los designan, pero también que son, en su mayoría, antiguos o futuros representantes de los bancos de finanzas que dominan el mundo. Y un simple vistazo sobre el perímetro de las sociedades cuyos inmuebles rodean las instituciones de Bruselas vuelve completamente inútil la ciencia de los que quieren mostrarnos la dominación económica disimulada detrás de las instituciones representativas. Una vez más, Trump podría difícilmente pasar por un representante de los lúmpenes de América profunda, así como Bolsonaro fue inmediatamente ensalzado por los representantes de los medios de las finanzas. La primera tarea es salir de la confusión entre democracia y representación y de todas las nociones confusas que derivan de eso, tipo “democracia representativa”, “populismo”, “democracia liberal”, etcétera. A las instituciones democráticas no hay que preservarlas contra el peligro “populista”. Hay que crearlas o recrearlas. Y es muy claro que en la situación actual no puede hacerse sino a la manera de contrainstituciones, autónomas con respecto a las instituciones gubernamentales.
–¿El odio a la democracia es comparable cuando toma la forma de la nostalgia dictatorial de un Bolsonaro o la apariencia angelical de un Jean-Claude Junker explicando que no puede “haber decisiones democráticas contra los tratados europeos”? Dicho de otra manera, ¿se debe o se puede jerarquizar y distinguir las amenazas que pesan sobre la democracia, o bien la diferencia entre las extremas derechas autoritarias y los tecnócratas capitalistas prestos a reprimir al pueblo violentamente no es más que de grado y no de esencia?
–Hay todos los matices que quiera entre esas diversas formas. Puede apoyarse sobre las fuerzas nostálgicas de la dictadura de ayer, de Mussolini o de Franco, hasta Pinochet o Geisel. Puede, como en muchos países del Este, acumular las tradiciones de las dictaduras “comunistas” con las de la jerarquía eclesiástica. Puede, simplemente, identificarse con las inevitables necesidades del rigor económico, encarnado por los tecnócratas de Bruselas. Pero hay siempre un núcleo común. Juncker no es Pinochet. Pero recientemente nos acordamos que las potencias “neoliberales” que gobiernan Chile lo hacen en el marco de la constitución heredada de Pinochet. La presión ejercida por la Comisión Europea sobre el gobierno griego no es lo mismo que la dictadura de los coroneles. Pero lo que pasó es que el gobierno “populista de izquierda” especialmente elegido en Grecia para resistir esta presión fue incapaz de hacerlo. En Grecia como en Chile, como un poco en todo el mundo, se vio que la resistencia a las oligarquías viene solamente de fuerzas autónomas con respecto al sistema representativo y a los partidos llamados de izquierda que están integrados en él. Ellos razonan de hecho en el marco de la lógica del mal menor. Y sufren debacle tras debacle. Estaríamos tentados de regocijarnos si esta debacle continua no tuviera el efecto de aumentar el poder de la oligarquía y de volver más difícil la acción de los que buscan verdaderamente oponerse.
–Como ve usted los “incendios planetarios” de este otoño (2019)? ¿Podemos buscar causas y motivos comunes en las diferentes revueltas que se producen sobre varios continentes? ¿Con relación a los movimientos “de las plazas” que reclamaban una democracia real, esas revueltas parten más de motivaciones socioeconómicas? ¿Eso relata algo nuevo en el mundo?
–La reivindicación democrática de los manifestantes de Hong Kong desmiente una evolución así. De todas maneras, hay que salir de la oposición tradicional entre las motivaciones socioeconómicas (juzgadas sólidas pero mezquinas) y las aspiraciones a la democracia real (juzgadas más nobles pero evanescentes). Hay un solo y mismo sistema de dominación que se ejerce por el poder económico y por el poder del Estado. Y los movimientos de las plazas sacaron su potencia de su indistinción entre reivindicación limitada y afirmación democrática ilimitada. Es raro que un movimiento arranque por una reivindicación de democracia. Arrancan a menudo por un reclamo contra un aspecto o un efecto particular de un sistema global de dominación (un fraude electoral, el suicidio de una víctima de acoso policial, una ley sobre el trabajo, un aumento del precio del transporte o de los combustibles, pero también de un proyecto de supresión de un jardín público). Cuando la protesta colectiva se desarrolla en la calle y en los lugares ocupados, se vuelve no simplemente una reivindicación democrática dirigida al poder resistido sino una afirmación de democracia efectivamente puesta en obra (por ejemplo: democracia real ya). Lo cual quiere decir, esencialmente, dos cosas: primero, la política toma cada vez más la forma de un conflicto entre dos mundos –un mundo regido por la ley, o legal, contra un mundo construido por la acción igualitaria– donde la distinción misma entre economía y política tiende a desvanecerse; segundo, los partidos y organizaciones antes interesados en la democracia y la igualdad perdieron toda iniciativa y toda capacidad de acción sobre ese terreno, que está ocupado solo por fuerzas colectivas surgidas del evento mismo. Se puede continuar repitiendo que falta organización. ¿Pero qué hacen las famosas organizaciones?
–¿Una cierta rutina de la revuelta a escala mundial dibuja un contramovimiento importante?
–A mí no me gusta la palabra “rutina”. Bajar a la calle en Teherán, Hong Kong o Djakarta en estos tiempos no tiene nada de rutina. Se puede solo decir que las formas de protesta tienden a parecerse, aun en sistemas gubernamentales diferentes pero convergentes en sus esfuerzos de asegurar los beneficios de los privilegiados en detrimento de los sectores de la población cada vez más pauperizados, desdeñados o reprimidos. Se puede también constatar que obtuvieron, especialmente en Chile y Hong Kong, éxitos cuyo porvenir se desconoce pero que muestran que tenemos allí algo muy diferente que simples reacciones rituales de desesperación frente a un orden inamovible.
–Hace quince años la perspectiva de catástrofe ecológica era menos apremiante. ¿Esta nueva cuestión ecológica transforma la cuestión democrática, en el sentido en que algunos explican que la salvaguarda del planeta no podrá hacerse en un marco deliberativo?
–Hace ya un cierto tiempo que nuestros gobiernos funcionan con el anzuelo de la crisis inminente que impediría confiar los asuntos mundiales a sus habitantes comunes y ordena dejarlos al cuidado de los especialistas de la gestión de crisis: es decir a las potencias financieras y estatales que son responsables y cómplices. Es claro que la perspectiva de la catástrofe ecológica viene en apoyo a sus argumentos. Pero también es claro que la pretensión de nuestros Estados a ser los únicos capaces de afrontar cuestiones globales se desmiente por la incapacidad a tomar, individual y colectivamente, decisiones a la medida de esta coyuntura. La reivindicación globalizante sirve esencialmente para decirnos que la cuestión es política y entonces demasiado complicada para nosotros, o bien que es una cuestión que vuelve caduca la acción política tradicional. Así entendida, la cuestión climática sirve a la tendencia de que la policía absorba la cuestión política.
Enfrente está la acción de los que afirman que, puesto que la cuestión concierne a cada uno de nosotros, está en el poder de cada uno de nosotros el ocuparnos. Es lo que hacen los movimientos tipo Notre Dame de Landes***, que se apropian de una situación bien precisa para identificar la prosecución de un objetivo concreto determinado con la afirmación de un poder, cualquiera sea. La anulación de un proyecto de aeropuerto no arregla evidentemente la cuestión del recalentamiento a la escala planetaria. Pero muestra en todo caso la imposibilidad de separar las cuestiones ecológicas de la cuestión democrática entendida como ejercicio de un poder igualitario efectivo.
–En su último libro, Fréderic Lordon deja de lado lo que él llama una “antipolítica”, en la cual sitúa especialmente una “política restringida a algunas intermitencias” que sería, en particular, “compartir lo sensible”. ¿Qué le sugiere esta crítica dirigida a algunas de las maneras que usted tiene de definir lo que es político?
–No quiero meterme en polémicas personales. Me limitaré a subrayar algunos puntos que no son claros, quizá, para todos en lo que escribí. Yo no dije que la política existía solo por intermitencias. Dije que no era un dato constitutivo y permanente de la vida de las sociedades, porque la política no es solamente el poder, sino la idea y la práctica de un poder cualquiera. Ese poder especifico no existe más que en suplemento y en oposición a las formas normales de ejercicio del poder. Eso no quiere decir que no existe política más que en lo extraordinario del momento de fiestas colectivas, que entre tanto no hay nada por hacer, y que no hacen falta ni organización ni instituciones. Organizaciones e instituciones hubo siempre y habrá siempre. La cuestión es saber lo que ellas organizan y lo que ellas instituyen, cuál es la potencia que ponen en obra, la de la igualdad o la de la desigualdad. Las organizaciones e instituciones igualitarias son las que desarrollan esta potencia común a todos, que de hecho no se manifiesta más que raramente en estado puro. En el estado actual de nuestras sociedades es claro que no puede ser sino contra instituciones y organizaciones autónomas con relación a un sistema representativo, que no es más que un resorte del poder estatal.
Se puede fácilmente constatar que en las dos últimas décadas, en casi todo el mundo, las únicas movilizaciones contra el avance del poder financiero y del poder del Estado han sido el producto de esos movimientos que se califican de “espontaneístas”, aunque hayan mostrado una capacidad de organización concreta muy superior a la de las “organizaciones” de izquierda reconocidas (no olvidemos que muchos de los que jugaron un rol en ellas eran militantes ya formados por prácticas en lucha de terreno). Es verdad que es muy difícil mantener en el tiempo esta potencia común. Eso supone crear otro tiempo, un tiempo que sea hecho de proyectos y acciones autónomas, que no sea ritmado por el calendario de la maquina estatal. Pero no se puede desarrollar más que lo que ya existe. No se puede construir en el tiempo sino a partir de las acciones que han efectivamente cambiado, por poco y breve que fuera, el campo de lo posible.
* “Quinta República” es el régimen político republicano que rige en Francia desde el año 1958, instaurado por De Gaulle, sometido a referéndum, que tiende a reforzar los poderes del Ejecutivo.
** Marión Maréchal-Le Pen: miembro de la familia Le Pen, diputada europea, dirigente del partido Rassemblement Natiónal, de extrema derecha. ***Jean Claude Michéa: filósofo francés, de izquierda, se consagró a estudiar la obra de George Orwell. Escribió, entre otras obras: El imperio del mal menor y Nuestro enemigo, el capital.
***Notre Dame de Landes es una ZAD (Zone A Défendre): experimentación social montada en los años 2010 por los opositores al proyecto de aeropuerto Gran Oeste, cerca de Nantes. El proyecto de aeropuerto fue cancelado en 2018, gracias a la ocupación de la zona por los zadistas y las múltiples manifestaciones de miles de personas alegando el costo del proyecto y los daños ecológicos que ocasionaría.