Tragicomedia sin comicidad

La obra “El susto”, escrita y dirigida por Leandro Doti, propone un humor absurdo con intenciones de grotesco que no consigue mover a risa

Por Andrés Maguna

Calificación: 2/5 Tatitos

La obra teatral El susto, escrita y dirigida por Leandro Doti, con muy buenas actuaciones de María Caila, Paula Bertazzo y Gustavo Maffei, transita un guion en extremo elaborado que busca dar una vuelta de tuerca sobre el teatro menos convencional, el under, en su faceta de “comedia bizarra”, con un humor absurdo al borde del surrealismo cruzado con el grotesco criollo en una de sus versiones de los años 80 en Argentina. Quizá por eso, por lo sobreelaborado y preocupado por respetar un “espíritu anticonvencional”, el texto dramatúrgico termina cayendo en una “convencionalidad de fórmula” que no logra tocar la fibra sensible del espectador, no llega a establecer la conexión necesaria para que circule la comicidad y se alcancen las risas.

Concurrí a verla muy confiado (el sábado 26 de octubre, en el teatro La Sonrisa de Beckett) porque me había invitado el propio Doti (notable actor en La moribunda, junto a su coequiper Aquiles Pelanda) y por otras razones, como el encomiable elenco actoral y el específico género abordado, el de “tragicomedia bizarra”, quizá el más difícil de plasmar con efectiva expresividad.

Al llegar a La Sonrisa a las 20.55 (la obra estaba anunciada a las 21) me sorprendió ver que había más de 40 personas esperando para entrar, y lo tomé como otro buen augurio. Luego, al ingresar a la sala, se acercó una joven, me preguntó si era Maguna, y me indicó que había una silla reservada con mi nombre en la primera fila. El gesto amable, la “atención”, me dio una buena espina que se convirtió en ternura cuando finalmente, tras dudarlo unos instantes (si puedo, evito la sobrexposición de la primera fila), me dirigí a la silla indicada y descubrí en el respaldar un cartelito escrito a mano en el que se leía: “MAGUNA”.

Pero a partir de las 21.06, cuando empezó la acción escénica, se me hizo difícil sostener el semblante risueño de mis expectativas positivistas, por más que por dentro me decía que tenía que darle tiempo a eso que pintaba prometedor (tal vez demasiado tímidamente), que mi trabajo desde la crítica me obligaba a la reflexión serena, sobre un panorama completo, basada en el análisis que rescata lo “bueno” antes que lo “malo”. Pero no hubo caso.

Sin ton ni son, el guion no va para adelante ni para atrás, ni por tangente alguna, en su pretensión de tragicomedia reídera, a través de una sucesión de escenas sin enganche ni distancias, vedándose al público lo que, paradójicamente, se busca: las risas liberadoras, la comunicación empática, la familiaridad del encuentro en las situaciones graciosas y los cuadros ridículos, los gags grotescos, los discursos absurdos. Y afirmo esto (que la comicidad de El susto surte efecto) no desde mi subjetividad, sino habiéndolo comprobado con la observación de la impasibilidad de los espectadores que estaban a mi derecha y a mi izquierda, además de no haber escuchado más que una tímida risita, breve, a mis espaldas.

Por más que quisiera, mientras avanzaba la obra no entendía por qué no podía subir al jocoso barco al que era invitado. Quizás –pienso ahora– se debía a una inasible percepción de que los conflictos insinuados no terminaban de cerrarse, y las situaciones “sembradas” luego no eran cosechadas. Por ejemplo, la relación de las dos mujeres abocadas al cuidado de un enfermo agonizante (el moribundo) va para un lado, entrándole a la idea de la lucha de clases (la señora “bien”, esposa  fiel, en proceso de enloquecer, versus la criada sostenedora del sentido común), pero luego vira en otros sentidos, como el autoaislamiento (el de la señora, llamada Yolanda e interpretada por Caila), la dolorosa soledad del encierro en un cuerpo enfermo (el caso de Alfredo, encarnado por Maffei), el afecto ambivalente para con sus patrones de la criada Teresa (Bertazzo), que además resulta ser la única que se aventura a salir de la casa, a un exterior apocalíptico, para conseguir “vituallas”, vestida con traje y máscara onda el Eternauta.  

Es decir, en teoría todo pintaba bien, las temáticas, los cuadros situacionales; las actrices y el actor que le ponían ganas y oficio a sus personajes. Había entrega, de eso no cabían dudas. Y lo mismo se notaba en el laburo de escritura, más allá de la sobreelaboración mencionada; y en el vestuario, la escenografía, las luces y la banda sonora. E incluso se ofrecía un plus con momentos de alta fotogenia en cuadros de detenimientos puntuales. Entonces ¿por qué no calaba el humor?

Tal vez –ensayo una respuesta– el error, pequeño en un comienzo pero insalvable a la distancia temporal, esté en la “intención de nacimiento”, en haber forzado un plan inicial, un primer boceto dramatúrgico, sin contraponerlo con referentes válidos que no dudan en rechazar lo aparente (esencial para la autocrítica) al momento de encarar la labor creativa, o que si aprueban o eligen el camino de la superficialidad es, precisamente, para realzar lo que subyace, lo que se expresa mejor no diciéndolo.

Me dio la impresión de que, atrapados en cierta formas y convenciones con la intención de reelaborarlas o subvertirlas, los realizadores de El susto se arriesgaron tratando de no correr riesgos, poniendo grandes empeños, tiempo y esfuerzo, en apuntalar un producto híbrido de “rinde asegurado”, y eso a nivel artístico rara vez funciona.

Quisiera terminar esta crítica tirando una buena onda, y así diré que si bien El susto no me asustó ni me hizo reír, me pareció un intento válido en pos de la sensible transformación que experimenta el teatro independiente de Rosario, con sus hacedores y sus espectadores apoyándose mutuamente, creciendo cualitativamente mientras se mantienen en pie de lucha.

FICHA

Título: El susto. Dramaturgia y dirección: Leandro Doti. Actuaciones: María Caila, Gustavo Maffei y Paula Bertazzo. Asistencia de dirección: Aquiles Pelanda. Vestuario: Lorena Fenoglio. Diseño y construcción de escenografía: Agustín Pagliuca. Fotografía: Ariel Micheletti. Diseño de iluminación: Mafer Weber. Diseño musical y sonoro: Santiago Lagar. Acompañamiento en la dramaturgia: Mariela Asensio. Producción ejecutiva: Burda (Pelanda-Doti). Sala: La Sonrisa de Beckett. Próxima función: viernes 8 de noviembre en el Centro Cultural Parque de España.

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