Cómo ser Antígona

Sobre la tragedia de Sófocles, la actriz y dramaturga Valeria Folini, del paranaense Teatro del Bardo, monta una preciosa obra ejemplar llamada Antígona, la necia

Por Andrés Maguna

Calificación: 5/5 Tatitos

El viernes 8 de noviembre a las 20.30 la pasé a buscar a mi hija más vieja, Sol, a la salida de la facultad, porque habíamos quedado en ir a ver Antígona, la necia, en la sala Micelio, en el marco del Festival En Obra organizado por La Comedia de Hacer Arte.

Yendo en la moto, charlando casi a los gritos (para superar las barreras plásticas de los cascos), le conté a Sol algo de lo que sabía sobre la obra y sus realizadores: que eran de Paraná, de un grupo llamado Teatro del Bardo, que se trataba de un unipersonal, que se había estrenado en 1998 y a lo largo de estos 26 años la actriz protagonista, Valeria Folini, y el director, Walter Arosteguy, la habían puesto en escena más de 700 veces a lo largo y ancho de todo el país. También, en base a sus preguntas, le hablé un poco de Sófocles, de sus tragedias, de la serie de Edipo y sus hijas. “Tengo el presentimiento de que vamos a ver algo muy bueno”, rematé, clausurando la charla porque estábamos a la altura de la Terminal de Ómnibus y el ruido del tráfico nos impedía oírnos.

Ya en Micelio, mientras nos acomodábamos en la primera fila, en un espacio libre en un banco de madera bajo, se nos acercó una mujer vestida de negro y nos preguntó: “¿Cuándo venían para acá se encontraron con alguien?”. Tras pensarlo un par de segundos le contesté con otra pregunta: “¿Encontrarnos en dónde?”, y me retrucó: “¿Viniendo para acá se encontraron con alguien?”. Apenas prestó atención a nuestras respuestas en negativa, y se alejó unos metros para preguntar lo mismo a otros espectadores de la segunda fila. Sol me miró inquisitiva, como diciendo “¿quién es esta loca?”, y le contesté: “Nos acaba de hablar Antígona”. “Ah, entonces la obra ya empezó”, añadió Sol.

La mujer de negro se llama Valeria Folini, trabaja de actriz y dramaturga, y sí, está interpretando el papel de Antígona, pero enseguida, parándose frente al público, se presenta como Valeria Folini, interpretándose a sí misma en el presente, y en el pasado, pues cuenta algo que se le ocurrió (“no sé por qué”, confiesa) cuando estaba pensando en hacer una versión de la tragedia de Sófocles: algo relacionado con un rito anual de los antiguos mexicas, quienes elegían a un esclavo para convertirlo en el dios Quetzalcóatl durante 40 días, para finalmente sacrificarlo. Luego explica que también interpretará a otros personajes de Sófocles: el rey Creonte, la hermana de Antígona, Ismene, un guardia de Tebas, y a Hemón, hijo de Creonte, prometido de Antígona.

O sea que muestra parte de su juego: Folini hará de la Folini del presente, de la Folini del pasado, y de cinco de los personajes de la tragedia de Sófocles. Pero no dice que lo hará en ajustados 55 minutos, en una sucesión de escenas de gran agite y velocidad oral mechadas con momentos de reposadas reflexiones y meditabundos diálogos con el público, un público que queda atrapado en el sincopado relato hasta el fin de la obra, que no es otra cosa que un viaje teatral alucinante y alucinado de una mujer que prefiere entregarse a la muerte para liberar su alma hacia la eternidad.

En cierto momento, para ejemplificar el ritual de los mexicas, Folini convoca a uno de los espectadores para representar al “hermoso esclavo elegido”, y en la función del viernes me tocó a mí, razón por la cual no puedo narrar esa escena desde la crítica, aunque me contó Sol que mi aparatosidad y torpe buena disposición causaron gracia, risas, y provocaron algunos aplausos.

Así las cosas, con los espectadores rendidos a sus pies desde el vamos, la actriz condensa en Antígona, la necia varios universos de significantes ahondando en la polisemia de la palabra “teatro”, con generosas pero jamás excesivas revelaciones de trasfondos personales, lucubraciones intelectuales, estableciendo complicidades para forjar un pensamiento que propende a la rebeldía, a la lucha sin cuartel contra el orden establecido, siguiendo el camino que enseña la trágica heroína en su cometido de sepultar el cadáver de su hermano Polinices desafiando la prohibición por decreto real.

Con el tono del humor como eje, Folini se permite todo, incluso representar esta obra que montó mil veces como si fuera la primera vez, en un gesto de entrega que habla a las claras de su grandiosa humildad, y de su sincera identificación con el personaje de una mujer inventada por un poeta griego hace 2.500 años en su intento de establecer un paradigma de la superioridad moral femenina.

El manejo de los tiempos escénicos del que hace gala Folini resulta tan preciso que no puede sino maravillar (desde su estreno, en 1998, la pieza teatral dura exactos 55 minutos), más teniendo en cuenta las rondas de diálogo con el público, y los cambios en el guion con los que va experimentando (por ejemplo, Creonte llama al guardia por medio de un Iphone, que no existía en las primeras funciones).

Mientras desarrolla los pormenores de Antígona, Folini se pregunta y pregunta a los demás sobre cuestiones netamente teatrales y políticas, relaciona la naturaleza de la expectación con la de la actuación, propone una discusión sobre la obediencia debida, sobre la razón de ser de las leyes, sobre la negación que supone la arbitrariedad forzada respecto de la fidelidad a los sentimientos propios del ser humano, a la vez que desanda los fundamentos y modos del teatro antropológico como señalando, al modo de Cage: “No tengo nada para decir, y lo estoy diciendo”.

Sobre el final, en su personaje de la actriz, Folini volvió a preguntar “si hay que respetar siempre las leyes o no”, y luego de escuchar varias respuestas se quedó con una que llegó de las filas atrás, de una chica joven (al menos su voz sonó muy juvenil), que aseguró con firme convencimiento: “Nunca hay que respetar las leyes”.  

Con esa repuesta flotando en el aire, la actriz canta una concioncilla, danza brevemente en círculo y en un apagón desaparece de escena. Estallan aplausos y sale a agradecer, invitando a acompañarla al espectador que hizo de esclavo endiosado (un servidor), a quien, además, despide con un cálido abrazo (¡cómo no ponerle una calificación de cinco Tatitos!)

Luego llama a las luces a los organizadores del Festival En Obra, para juntos agradecer a la gente del Espacio Micelio, y cede la palabra a Hernán Peña, uno de los fundadores de La Comedia de Hacer Arte, quien explica que todo lo recaudado “a la gorra” será destinado a la continuación de las obras del complejo teatral que la agrupación está construyendo en San Juan 3284.

Tan contentos estábamos con Sol por lo que habíamos visto y oído, sintiéndonos incluidos, que decidimos prolongar unos minutos la experiencia comiendo unas empanadas de carne en una de las mesas que había detrás de las gradas, en el interior de Micelio. Mientras esperábamos el pedido, le expliqué a mi hija que la modalidad a la gorra, propia de este festival y de otros dos, Diente de León y Tercerescena (los tres, sin dudas, los mejores festivales vanguardistas del teatro independiente de la ciudad, en todos los sentidos), tiene por finalidad habilitar la concurrencia de los que andan sin un mango y tienen necesidad de ver buen teatro, en el clarividente entendimiento de que el toma y daca del arte y la actividad teatral no pasa por la guita ni por intercambio comercial de ningún tipo, porque la bondad humana (la generosa entrega sin esperar nada a cambio) puede ser una elección, y lo más valioso nunca tiene nada que ver con el respeto de las leyes del mercado.

“Esto que decís me emociona”, sentenció Sol, y dejamos de charlar porque nos habían traído las empanadas.    

FICHA

Título: “Antígona, la necia”. Dramaturgia e interpretación: Valeria Folini. Dirección: Walter Arosteguy. Producción: Teatro del Bardo, de Paraná, Entre Ríos, República Argentina. Función del viernes 8 de agosto de 2024 en Espacio Micelio, Rosario, Santa Fe.

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