La obra Paradero, de Simonel Piancatelli, descubre nuevos territorios del género melodramático con superlativas actuaciones de Agustina Guirado y Macu Mascía
Por Andrés Maguna
Calificación: 5/5 Tatitos
Viernes 15 de noviembre, a las 20.45. Vamos en moto por el centro de Rosario con Zoe, mi más nueva hija, en dirección a la sala de La Orilla Infinita, en la República de la Sexta. La noche conserva el intenso calor del día y en las veredas, los bares, la birrerías, las pizzerías, movimentadas, pequeñas muchedumbres agitan el contacto social conversando, bebiendo, riendo. Pareciera que todas las personas que vemos estuvieran contentas con la llegada firme del verano, como si el calor no fuera anuncio de agobio sino de liberación, de excitante fluidez corporal interna. Contagiados de ese ánimo palpable, vamos sin apuro, esquivando semáforos, y charlamos. Le cuento a Zoe que no sé mucho de Paradero, más allá de los nombres del elenco actoral (Agustina Guirado y Macu Mascía), de la autora y directora, Simonel Piancatelli, de quien no había visto nada, y de la asistente de dirección, Sabrina Marinozzi. “Por lo poco de lo que quise enterarme, se trata de un drama romántico sobre diez años de la historia de una pareja, con los tiempos marcados por Las cuatro estaciones, de Vivaldi, como si a cada instancia de una relación sentimental le correspondiera una estación del año, o algo así”, le digo a Zoe mientras cruzamos Pellegrini yendo por Juan Manuel de Rosas.
A las 21 en punto ya estábamos en el patio de espera de La Orilla Infinita. El intenso calor seguía, y poco después, al ingresar a la sala, recibimos con alegría el alivio del aire acondicionado. La obra empezó a las 21.18, y 75 minutos después, azorados, todavía procesando el deslumbramiento por lo que ambos habíamos presenciado, mientras aplaudíamos con el mismo vigor que el resto del público (unas 35 personas), nos miramos como coincidiendo en la calificación: “Sin dudas, cinco Tatitos”.
Y más allá de las consideraciones estrictamente relativas a la crítica –aquellas que la sustentan matemáticamente puntuando las actuaciones, la dirección, el guion, la dramaturgia y la puesta en escena–, Paradero reviste el carácter de pieza extraordinaria por varias razones: explora nuevas formas de la teatralidad con recursos de cuño propio (lo que se llama originalidad); profundiza en la semiótica de lo textual y la coloquialidad (no tiene palabras fuera del campo significante), y genera una dinámica de feedback con el público tensando con sutilezas un interés creciente, sin exigencias, y sembrando una empatía no intrusiva ni condicionante.
El drama romántico que se plantea, con fuertes anclajes en el humor (válvula de liberación de tensión por medio de dosis justas de comedia), incluye lo sorpresivo en varios niveles, con un final feliz que a todos los que estábamos nos dejó con la boca abierta.
El relato del romance y de las pequeñas escenas de la vida conyugal sitúa a Carmen (Mascía), una profesora de educación física “de zona sur” de la clase obrera, y a Paloma (Guirado), una arquitecta proveniente de la clase acomodada, en el clásico cruce de coordenadas pasionales que banca a nivel troncal todo novelón rosa, en el mejor de los sentidos del género.
La narración fluye sin tropiezos desde el comienzo, con tiempos marcados delicadamente por la música de Vivaldi, en un espacio escénico ascético, pues los dos únicos objetos son un banco-cajonera calesita, pentagonal, y un reloj de cuatro caras, antiguo, que pende sobre él. Allí, en ese lugar despojado, o solo “arropado” por una precisa iluminación, las dos actrices recrean los más de diez años de una relación que atravesó un sinnúmero de momentos, tanto felices como tormentosos.
El laburo interpretativo de Guirado y Mascía no tiene una fisura, y a la excelente construcción de sus personajes desde el vamos (la dramaturgia de Piancatelli) le dan una terminación precisa de personalidades encarnadas con fidelidad a específicas e identitarias particularidades, dotan a Paloma y a Carmen de una carnadura tan real que el espectador se ve conducido al juego de la ficción con el convencimiento de la verosimilitud.
Sobre el corpus dramático de Paradero sobrevuelan, imperceptibles, varias subtramas que de a poco van descendiendo en el desarrollo lineal (a través de flashbacks) del conflicto central (la inasibilidad conceptual del amor, su contradicción en la coincidencia), y cuando se posan, y se devela lo que no intriga porque no se intuye, lo hacen como revelaciones sorprendentes, inusitadas. En esas idas y vueltas, del pasado al presente, en la alternancia de las historias personales de cada una de la dos protagonistas, también se exprimen cuestiones referidas a la identidad sexual, el deseo atávico de “formar una familia”, dejar descendencia, o el destino con su rango de imposiblidades, y el jugo obtenido no toma el modelo de respuestas o hallazgos, sino de reflexiones manifestadas como sentencias apodícticas (necesariamente válidas) salidas de la mente de Piancatelli, y no de citas de pensadores célebres.
Podría pensarse que estoy hablando del drama humano y existencial de una yunta retratada al estilo retorcedor de mentes de Ingmar Bergman, pero esta obra, como dije, sorprende en muchos aspectos, incluso en la representación de un acto sexual completo con una naturalidad muy superadora del erotismo, o en un diálogo entre Carmen y Paloma separadas por todo el ancho del escenario que tiene a los espectadores mirando de un lado al otro del escenario como si fuera un partido de tenis, o en la experimentación con recursos simbólicos básicos (la calesita, el reloj, una pelota de fútbol, la ropa deportiva, toallones sobre cuerpos desnudos, determinados y específicos vocablos, el álbum de fotos de la boda y una foto particular de ese álbum) para inventar clichés, para “hacer camino al andar”.
En resumen, me parece que las realizadoras de Paradero están adelantadas unos cuantos pasos, y en varios sentidos, en el tratamiento intrínseco de la más depurada materialidad teatral, porque lo que hacen no abreva en otras fuentes que no sean las teatrales, a tal punto que no se perciben referencias contextuales o externas de otras variantes de las artes escénicas.
Para el saludo final, Guirado y Mascía invitaron al frente a Piancatelli y a la asistente Marinozzi, y la directora, con extrema y genuina modestia, se empeñó en agradecer al público y habló de lucha y resistencia. Cuando desandábamos el largo pasillo de La Orilla Infinita hacia la calle Colón, ya inmersos de nuevo en el calor agobiante, con Zoe empezamos a salir del asombro por lo que habíamos presenciado, y con frases cortas, entrecortadas, nos pisábamos las apreciaciones, las preguntas de las que ya sabíamos las repuestas. Creo que los dos nos sentíamos transformados en algún punto y eso hacía que viéramos un poco cambiado al otre.
FICHA
Título: “Paradero”. Dramaturgia y dirección: Simonel Piancatelli. Asistencia de dirección: Sabrina Marinozzi. Actúan: Agustina Guirado y Macu Mascía. Escenografía: Claudio Piancatelli, Silvia De Grande, Lucas Comparetto. Maquillaje: Úrsula Díaz. Diseño de luces: Sabrina Marinozzi. Operador de luces: Niche Almeyda. Sonido: Simonel Piancatelli. Tema final: Evelina Sanzo. Sala: La Orilla Infinita. Funciones los viernes de noviembre del 2024.
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