De carácter mutante, y político, la obra teatral de Santiago Dejesús, Alejandro Tomás Rodríguez y Mauricio Tejera Ferrúa invita a hablar de los efectos del consumo de cocaína y del afán de enriquecimiento inmediato como promesa de poder
Por Andrés Maguna
Calificación: 4/5 Tatitos
Hace más de 40 años, a mediados de los 80, cuando todavía jugaba al rugby en el Jockey Club de Rosario, yo era un “pibe bien” y mis amigos eran todos “pibes bien”, en su mayoría de Fisherton y del Centro. Con el retorno de la democracia, José María Vernet había sido elegido gobernador de la provincia de Santa Fe (1983-1987) y en las calles y los boliches de la ciudad, y zonas de influencia, empezó a circular la cocaína a raudales. La franja consumidora estaba constituida, exclusivamente, por las clases con mayor poder adquisitivo y patrimonial, en especial sus jóvenes, sus “pibes bien”.
Por suerte, cuando esto sucedía, cuando casi todos mis amigos empezaron a “naturalizar” el consumo de cocaína (la llamábamos merca, blanca, mandanga, sanata), yo ya había descubierto los beneficios de la medicina cannábica y repudiaba (soy abstemio, creo que por un trauma en la infancia) el consumo de alcohol, socio perfecto del de la merca, y tal vez por eso no me “enganché” de ese tren, aunque sí participaba de la fiesta ochentera y me divertían las que, pensaba entonces, eran locuras transgresoras de mis amigos. Hasta que a los 22 (en 1986) me borré del Jockey Club y empecé a despojarme de los atributos de “pibe bien”, más atraído por las mieles y satisfacciones del pensamiento crítico, y de la bohemia fumeta, por qué no decirlo.
Cuento esto para tratar de explicar algo de lo mucho que me hizo reflexionar la obra de teatro Pibes bien, dirigida por Santiago Dejesús y Alejandro Tomás Rodríguez, interpretada por el mismo Rodríguez junto con Mauricio Tejera Ferrúa, que dio cuatro funciones durante dos fines de semana de noviembre en La Sonrisa de Beckett.
Cuando fui a verla también pensaba que quizá el reingreso de la práctica del “teatro político” (Pibes bien lo representa, lo mismo que Las especies nativas, que trata del ecocidio de los humedales, anterior trabajo dirigido por Dejesús) se debía al empeño de nuestro horrible presidente por reflotar antinomias que parecían superadas, tratando de volver a dividir el mundo entre zurdas y derechas, entre “gente de bien” y la que no lo es, entre “pibes bien” (libertarios) y “lacras inmundas de la sociedad”, estudiantes y docentes de la universidad pública, por ejemplo, que no es otra cosa (para él) que un “aparato de adoctrinamiento marxista”.
Para dos colegas periodistas que vieron Pibes bien y dialogaron con sus realizadores, Claudio Berón (diario La Capital) y Miguel Passarini (El Ciudadano), la obra “cuenta lo dicho y lo oculto del narcotráfico en Rosario” (Berón) a la vez que conforma un “retrato escénico de la Rosario narco que, como un espejo que se rompe, estalla en la platea” (Passarini), pero a mí no me pareció ni una cosa ni la otra, sino más bien el inicio de una experimentación (el lanzamiento de una “obra en proceso”), en andas de una puesta en escena mutante, sobre el devenir de la problemática del consumo de cocaína y las ansias de poder a través del dinero en este presente de Rosario, la ciudad más relevante del interior de una Argentina dividida.
Los realizadores de Pibes bien empezaron el armado de su proyecto consultando a dos excelentes periodistas investigadores rosarinos abocados al tema hace largo tiempo: Carlos del Frade y Germán de los Santos, quienes los “embebieron” de datos fácticos, crónicas e historias comprobadas del negocio del narcotráfico y sus delitos asociados, con fechas, lugares y nombres de beneficiarios, víctimas y victimarios, pajarones y perejiles, corruptores y corrompidos. Con esa data, Dejesús y compañía se largaron a construir los cimientos dramatúrgicos de Pibes bien: el simple relato de lo que sucede con dos jóvenes amigos y socios en un taller mecánico que encuentran un bolso con un montón de dólares en billetes de cien, cocaína a granel y una estatuita del Gauchito Gil.
La puesta en escena dura alrededor de 70 minutos y los dos actores (Rodríguez y Tejera Ferrúa) interpretan alternativamente a dos financistas, dos policías corruptos, sicarios y los dos jóvenes mecánicos, los “pibes bien”, enhebrando las acciones de la tragedia (con forma de policial urbano) con recursos teatrales que abrevan de la técnica del clown, el drama argentino contemporáneo y las nuevas tendencias escenográficas que incluyen tecnologías digitales audiovisuales de avanzada, como el video mapping mezclado con filmaciones en vivo y luces estroboscópicas (ver trailer).
Como espectador, el ritmo y el tono de Pibes bien me resultaron crispantes. O sea, no pude desasirme de un sentimiento de crispación en ningún momento, y creo que fue porque la violencia en varias de sus formas domina el planteo de la puesta ya desde el vamos, pues qué otra cosa puede ser más violenta que la autointoxicación con un venenoso clorhidrato que, está comprobado, pudre las relaciones humanas, enriquece a los más brutales y envilece a sus adictos.
Desde los puertos de la provincia de Santa Fe sale, hacia todos los rincones del Globo, un abastecimiento continuo de cocaína más voluminoso, más lucrativo, a niveles cuantitativos, de lo que pueda imaginarse. Por el puerto de Rosario pasan toneladas de cocaína periódicamente, y la ciudad absorbe ese karma de falta de empatía propio del dinero espurio y de la impunidad, como bien grafica Pibes bien. La hoja de coca, la Cocamama, su espíritu y sus sustancias derivadas no tienen, no pueden tener “voluntad política” ni intenciones de aprovecharse de algo, o de ser aprovechadas. Son inocentes, existencialmente puras, y por ello pasibles del abuso político, del uso indebido.
Ya en los lejanos tiempos de Vernet se trataba de cambiar la fórmula dialéctica “adicción a la merca” por “consumo problemático”, tratando de llevar la discusión hacia el “abordaje” antes que hacia el “combate” represivo, pero eso (las reformulaciones críticas) a los verdaderos “genios del mal”, a los que nos miran sonrientes desde las alturas, desde sus nubes de pedos materialistas, no les cabe, porque el negocio de la política, el poder y el oro, al que es proclive, por naturaleza, el ser humano, no se cacarea, se ejecuta. Por eso, y no solo por eso, Pibes bien hace bien al poner sobre el tapete las paradojas y contradicciones implícitas en las adicciones, ya sea a la mandanga, al alcohol, al poder, a las drogas de diseño, a la exitoína, al dinero, al juego, al sexo, a la adrenalina, al trabajo, a la violencia, o a cualquiera otra de las que se ciernen sobre los “pibes bien” de hoy, que (como bien se expone en la obra) no son solo los jóvenes de las clases acomodadas, como en los 80, sino todos los jóvenes del mundo.
FICHA:
Pibes bien. Dirección: Santiago Dejesús y Alejandro Tomás Rodríguez. Actuación: Alejandro Tomás Rodríguez y Mauricio Tejera Ferrúa. Dirección de video y fotografías: Trevor Meier. Video y mapping: Lucas Roldán. Dirección de arte y diseño de vestuario: Carolina Cairo. Selección y música original: Ale R. Diseño de luces: Ignacio Farías. Realización escenográfica: Agustín Pagliuca. Concepto, dramaturgia y montaje: Rodríguez-Tejera-Dejesús, con colaboración dramatúrgica de Fran Alonso. Prensa: Pamela Di Lorenzo. Redes: Calabaza Comunicación-Elías Alarcón. Realización de videoclip: Diego Martínez y Hernán Castagno. Imagen de obra Lima. La Imagen de les Artistas. Asesoramiento periodístico de Carlos del Frade y Germán de los Santos. Dirección de comunicación y producción ejecutiva: Cecilia Ducca. Funciones: Viernes 15 y 22, y sábados 16 y 23 de noviembre de 2024. Sala: La Sonrisa de Beckett.