Comedia para inocentes

Hijas de Shakespeare, creada y dirigida por Julieta Pretelli, hace reír mucho al público al que está dirigida: gente propensa a dejar que el niño mande sobre el crítico

Por Andrés Maguna

Calificación: 3/5 Tatitos

“Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol…”

(William Shakespeare, acto I, escena I de Ricardo III)

La práctica de la crítica teatral, para mí, supone el más excelso de los placeres en función de su carácter amoroso, y me siento inclinado a creer que se debe a la materia que tiene por objeto, el teatro, que no puede hacerse de otra manera que con amor y hasta pasión, y entiendo que sus artistas, al igual que todos los artistas (músicos, performers, bailarines) que se suben a escena para ofrecer su corazón, que eligen expresarse, que se esfuerzan por comunicar algo, también están buscando el sostenimiento, el imperio, la existencia del amor.

La posibilidad del amor, y no otra cosa, me llevó a ver el pasado viernes 29 de noviembre, en el Espacio Bravo (Rosario, Santa Fe, Argentina), la obra Hijas de Shakespeare, con dramaturgia de Julieta Pretelli y actuaciones de Luz Battagliotti, Ana Salinas, María Laura Silva e Ilya Miljevic. Además, el nombre de la obra me proponía una abstracción que de alguna extraña manera me entusiasmaba, más lo que había visto de dos de las actrices (Silva y Battagliotti, ambas de gran carácter y fuerte proyección escénica), me parecían garantías suficientes de que no iba a ser testigo de un bodrio.

Bueno. No fue un bodrio, y aunque la pasé bien durante 65 minutos, rodeado de 50 personas que parecían divertirse y hasta reían abiertamente, tampoco puedo dejar de reconocer que apenas alcancé a sumergirme en las aguas playas de una propuesta anclada en la superficialidad, sujeta a una comicidad de chiste fácil y previsible, aunque perfectamente interpretada y escenificada.

En verdad que tenía ganas de reírme, y me hubiera gustado sumar mi buena disposición a la inocente algarabía de ese grupo de gente, ese público que me rodeaba y era, evidentemente, feliz. Hasta intenté forzar mi boca en un rictus de sonrisa a fuerza de decirme a mí mismo “relajate, es una comedia boba, disfrutá de la ligereza de un género que invita a bajar las defensas de la razón”. Pero entonces recordé un par de frases de un libro de George Steiner que había leído a la mañana: “Las sonrisas son casi la antítesis de la risa. A Shakespeare le preocupaba mucho la sonrisa de los villanos”*; y borré la torpe sonrisita que trataba de sostener, no fuera cosa de que empezara a sentirme un villano.

El argumento se sustenta en la burda premisa de que Julieta (Salinas), Ofelia (Battagliotti) y Desdémona (Silva) se juntan para demandar al Cisne de Avon por el tratamiento que éste les dispensa en tanto personajes femeninos condenados a trágicos destinos ficcionales, y los espectadores serían el “jurado” encargado de dictar “sentencia”.

Durante el desarrollo de la puesta en escena va quedando en claro que las jugosas implicancias del tema (la esencia de la feminidad que Shakespeare elige trabajar literariamente en tres de sus célebres tragedias) serán desdeñadas en aras de payasadas machistas, como lo son las parodias de dos emblemáticos personajes masculinos del Bardo: Otelo y Romeo. Además, la caricaturización de las tres mujeres inventadas no termina de convencer por su grotesco rudimentario, por su falta de referencias más ajustadas a las originales, tan ricas de matices y pensamientos, con personalidades definidas con claridad y precisos detalles.   

Sí me pareció muy gracioso que las personajes se tocaran la teta izquierda cada vez que decían “Shakespeare”, y el actor músico bufón Ilya Miljevic aporta un revitalizante, fresco toque de humor “blanco” en sus breves intervenciones, empero lo cual, a mi juicio, el guion impuesto cae en clichés manidos de las sitcom, revelando una excesiva rigidez de su autora y directora, Pretelli, pues no cabe duda de que todo el elenco laburó un montón en ensayos que terminaron de fijar una dramaturgia encorsetada en ideas previas de incuestionable estatismo.

Un precioso juego de luces y un vestuario exquisito (“isabelino”) de Ramiro Sorrequieta le dan un toque gourmet a la comedia, para delicia de aquellos espectadores más exitosos que este crítico en la conservación de la naturaleza más pura de su niño interior.

Luego de un final, para mi gusto, dramáticamente insostenible (porque no se puede rematar lo que no se construyó), los espectadores estallaron en cálidos aplausos, y hasta se escucharon varios “¡bravo!”, y mientras caminaba por San Nicolás hacia La Bella Napole, donde había dejado la moto, volvieron a asaltarme viejas preguntas que nunca acierto a responderme, referidas a la necesariedad de la crítica. Era una deliciosa noche primaveral, de esas que terminan de borrar con ramalazos de jazmines y azahares “el invierno de nuestro descontento”. Entonces me di cuenta de que no soy, ni nunca seré, un villano, un Ricardo III, y que por eso estaba bien reconocer que las cosquillas de Hijas de Shakespeare no me habían “entrado”, más allá de que las había recibido con las mismas buenas intenciones con las que está empedrado el camino al Infierno.

*Página 66 de Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, Ediciones Siruela del Fondo de Cultura Económica.  

FICHA

Título: Hijas de Shakespeare.Actúan: Luz Battagliotti, Ana Salinas, María Laura Silva e Ilya Miljevic. Dramaturgia y dirección: Julieta Pretelli. Vestuario: Ramiro Sorrequieta. Escenografía, diseño sonoro y gráfico: Ilya Miljevic. Sala: Espacio Bravo. Próxima función: viernes 6 de diciembre en el teatro La Orilla Infinita.

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