

Por Sergio Albino
Siempre es una alegría volver a Rosario. Reencontrarse con la ciudad y con gente querida es un bálsamo en estos duros momentos en los que la crueldad parece ser el signo de la época. Nuevamente el fútbol fue la excusa para ese reencuentro con los afectos. Una nueva final, de estos incomprensibles torneos de una AFA incomprensible, propició mi presencia en la Chicago argentina. Mi amado Vélez Sarsfield se jugaba una nueva oportunidad de ser campeón, esta vez en el Gigante de Arroyito, y allí fui para sostener un sentimiento que poco a poco va siendo horadado por los mercaderes del templo.
En el último medio siglo, en nuestro país “el deporte más lindo y más sano del mundo” (Diego Maradona dixit) fue administrado por dos patriarcas que supieron mantenerse a flote en aguas turbulentas. Sin rumbo fijo, siempre salvaban el barco cuidando a su tripulación sin importarles los pasajeros. Esos que sostienen un negocio multimillonario que se basa en la pasión. Ese amor inexplicable a unos colores que consigue que el yo se transforme en nosotros. El sueño de los socialistas utópicos hecho realidad desde el absurdo.
Hace varias décadas que los pasajeros de este barco llamado fútbol argentino somos estafados por personajes cipayos que nos empobrecen social, intelectual y deportivamente. Una vez más, como espectadores de un espectáculo único (la final de un torneo local), fuimos maltratados por el capitán del buque y su tripulación.
Un poco de historia
Julio Humberto Grondona llegó a la presidencia de la AFA en 1979, luego de que la dictadura militar, terminado el mundial de 1978, decidiera devolver los destinos del fútbol argentino a sus legítimos dueños. No era el preferido de los clubes ni del vicealmirante Lacoste (dueño del fútbol argentino durante la dictadura) pero los favoritos no consiguieron consenso. Él estuvo allí, presentó sus pergaminos y se quedó con el trono. Era el presidente de Independiente en momentos en que el rojo estaba construyendo la leyenda del rey de copas y Bochini hacia milagros como aquella final contra Talleres en Córdoba, cuando con 8 jugadores contra 11 consiguieron empatar el partido y ser campeones. Con ese antecedente y un club ordenado en lo institucional, se impuso a Rafael Aragón Cabrera (presidente de River) y a Ignacio Ércoli (presidente de Estudiantes de La Plata).

Con paciencia, construyendo poder, durante 35 años fue amo y señor de la pelota en la transición del juego de los estadios a la pantalla. Entendió como nadie la telecracia que venía y se asoció al negocio tanto con operadores privados como públicos. Con la televisión como centro económico del juego, poco a poco dejó de cuidar la presencialidad en los estadios. La creciente violencia deportiva, con asesinatos incluidos, nunca fue abordada con decisión de resolver el problema. La popularidad de Maradona, transcurrido el mundial 86, lo catapultó al mundo. Se cuidó él y cuidó a su tripulación logrando que su club de barrio, Arsenal de Sarandí, fuera campeón nacional e internacional. Navegó los problemas adaptando soluciones foráneas a problemas argentinos. Hasta diagramó torneos en función de los calendarios europeos. De ese modo el torneo clausura se jugaba a principio de año y el apertura al final. Durante su mandato las canchas se volvieron un terreno hostil para los hinchas genuinos y un paraíso para los violentos. Con la billetera en la mano sometió a todos.

Claudio “Chiqui” Tapia siguió sus pasos. Llegó a la presidencia de la AFA en 2017, luego de que el patriarca mayor falleciera y dejara desamparada a la entidad madre del fútbol argentino y que por un par de años navegara por la incertidumbre y el fraude. No era el favorito de los clubes grandes, pero los sucesivos candidatos no consiguieron consenso. Él estuvo allí, presentó sus pergaminos y se quedó con el trono. Era el presidente de Barracas, un ignoto club del ascenso, y supo moverse dentro la política y el sindicalismo para llegar allí. Con ese antecedente y una dirigencia envuelta en disputas intestinas llegó al poder. Con paciencia va construyendo poder y es el amo y señor de la pelota, logrando desde el sillón de la AFA que Barracas y Riestra, clubes ignotos y sin trascendencia, sean los protagonistas de los últimos torneos, con sospechas sobre los arbitrajes. Cimenta su dudosa legitimidad en la popularidad de Messi, transcurridos los títulos conseguidos en la Copa América de Brasil y el Mundial de Qatar.
Un poco de presente
Así como Grondona abandonó a Maradona en el Mundial de EE.UU. 1994 tras el doping y lo sacó de la competencia sin contraprueba ni derecho a la defensa, Tapia lo repitió con Independiente en la última Copa Sudamericana. Tanto Diego como el club de Avellaneda fueron abandonados a su suerte por conveniencia de los capitanes del barco. Cuando su obligación era cuidar a sus pasajeros, solo pensaron en su tripulación y en ellos mismos.
Por eso me entristece, pero no me sorprende, que en la final de la Supercopa argentina los hinchas genuinos hayamos sido maltratados y hacinados en las tribunas de Rosario Central, tanto santiagueños como porteños, en un estadio semivacío con la excusa de la seguridad. La entrada de los equipos a la cancha fue fumigada por gases tóxicos con colores de los clubes protagonistas, que impedían ver a los jugadores en una movida que parecía ser auspiciada por la empresa que vende “no se puede robar lo que no se ve”. Todo en nombre de una fiesta que cada vez le quita más protagonismo a los verdaderos protagonistas que somos los hinchas. El colmo fue la celebración de la consagración del campeón de frente a una platea vacía y de espaldas a la gente. La frutilla del postre fueron los papelitos lanzados con máquinas y contratados a una empresa privada para el festejo final. Todo para la televisión, nada para los presentes. Lo virtual pisotea lo presencial.
El fútbol es un fenómeno popular creado por los de abajo. Cuando se acabe la pasión se acabará el negocio. Los papelitos fueron un fenómeno popular combatido por el poder que se impuso por prepotencia pública. El Clemente de Caloi lo entendió y pudo vencerle el pulso a la dictadura y a José María Muñoz en el mundial 1978. Nació acá y ahora que lo adoptaron en Europa lo aplica el poder nuevamente acá, donde nació, como cosa foránea. Eso sí, como negocio. Alguna vez en el cacheo policial me quitaron un diario para que no haga papelitos. Paradojas del subdesarrollo.
Ojalá alguna vez dejemos de mirar desde el puerto hacia el mar, nos demos vuelta, miremos hacia tierra adentro y busquemos soluciones argentinas a problemas argentinos. Sobre todo en fútbol, que es el único tema que estamos en condiciones de poner condiciones.
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