
Crítica de 10 obras que habían quedado en el tintero: Voces que el viento trae, escrita y dirigida por Armando Durá; Enderiva, de la compañía Árbol Azul que dirigen María Inés Vitanzi y Diego García; Vittorino Pacheco, con dirección de Gustavo Di Pinto; Stefano, versión de Rody Bertol sobre el clásico de Discépolo; Presidente Schreber, dirigida e interpretada por Hugo Cardozo; Bufón, de la cordobesa Julieta Daga; Hamlet se va de gira, escrita y dirigida por Néstor Zapata; Dentro, con dramaturgia y dirección de Federico Cuello; y dos de Sabatino Cacho Palma, 22 de agosto y Desde cachorro.

Por Andrés Maguna
La cacareada función social y ética de la crítica teatral intenta dar fundamento existencial a un bicho raro, un gusano que se alimenta de las partes necrosadas de un cuerpo herido y evita, así, las infecciones, la gangrena. En tanto organismo o agente necrófago, el crítico teatral vive de las partes muertas del hecho teatral, una de las heridas más necesarias de la cultura (el arte, como síntoma que activa las defensas del organismo), evitando su degeneración infecciosa, o acelerando su descomposición en caso de vérselas con un cadáver. El gusano no es bueno ni malo, es lo que es, es su naturaleza. Y su filosofía, su amor por el conocimiento, se manifiesta de maneras que cuestan ser interpretadas, que pueden ser mal vistas como expresiones meramente parasitarias. Pero no es un insecto vividor, no se mete donde no lo llaman. Puede reclamar sus derechos, pero no pide privilegios.
Por esto que digo, reconociéndome gusano teatral (crítico), me parece de vital importancia saber distinguir las condiciones y calidades de mi fuente nutricia en las obras que voy a ver, a las que concurro, de las que participo porque me aparezco, invitado o no. Algunas veces, pocas, porque se las reconoce de lejos, me encontré con momias, y nada obtuve; otras veces debí vérmelas con cadáveres, y no tuve más opción que ayudar a su descomposición (en ocasiones bastó con decir “esto no está vivo”); pero en general tuve la suerte, a medida que fui afinando el olfato, de encontrar lindas y prospectivas heridas de las cuales alimentarme, o quedarme con hambre, porque esa es la paradoja de la obligación autoimpuesta de calificar las obras que voy a ver: las excelentes (las que reciben cinco Tatitos) son aquellas que se curan en salud, llenas de vida, sangrantes con gusto.
Yendo a los bifes
Como gusano en actividad fui a ver en lo que va del año unas cuarenta puestas en escena del teatro independiente, sobre la mayoría de las cuales escribí y publiqué las correspondientes críticas en Revista Belbo, pero hubo diez sobre las cuales no escribí o no publiqué ni una palabra. Por diversos motivos, pero en general porque me generaron problemas de discernimiento, dificultades para fundamentar la calificación que correspondiese. Es decir: no sabía si me había quedado con hambre o cuánto me había saciado. Pero ahora, asumiendo con plenitud mi noble condición de gusano, puedo saldar mi deuda de meses para con mi apetito narcisista. (Al final de este texto pondré las fichas técnicas de cada una de las diez, a modo de subsanar aquella información sensible que falte en el breviario que a continuación desgloso):
1. Voces que el viento trae. Calificación: 3/5 Tatitos.
Cuatro actrices y un actor, durante 55 minutos, abordan una cuestión lacerante de la historia argentina: la llamada «Conquista del Desierto», que fue el genocidio de los pueblos originarios por parte del Estado nacional de fines del siglo XIX. El argumento tiene a tres hermanas envejecidas solteras, aisladas, viviendo con el cadáver del padre militar genocida (uno de los generales de Roca), en una casa en el desierto usurpado. Y en un momento aparece la Vieja Vizcacha, una bruja médium metamorfa con ojos verdes luminosos como linternas. El cadáver del padre habla con una de las hijas. Las hijas están relocas. La Vieja Vizcacha también. Aunque no se sabe bien de qué va la cosa, la cuidada puesta en escena, el atractivo vestuario, el maquillaje y las convincentes actuaciones mantienen tensa la conexión con el público, pero el texto es demasiado plano y las transiciones escénicas se notan forzadas. La vi el segundo domingo de septiembre en Espacio Bravo, junto con una treintena de espectadores que aplaudieron efusivamente a los realizadores.

2. Enderiva. Calificación: 5/5 Tatitos.
Resulta difícil narrar la simple y mundana belleza que dimana esta puesta de danza teatro de la compañía Árbol Azul que dirigen María Inés Vitanzi y Diego García. Podemos decir que todos los colores tierra del vestuario se acoplan de modo en extremo vívido con el baile y las actuaciones para insuflar sentimientos de armonía y ritmo naturales del ser nacional en una fusión de géneros musicales, en especial el rock nacional, el folclore y el tango. Los intérpretes se lucen con una ensayada modestia para demostrar el carácter secular de la contemporaneidad argentina hecha de la humana ciudad alimentada por el campo, con la nostalgia por la vida rural transformada en rasgos urbanos que saben conservar la apacible bonhomía que transmite la naturaleza. Un disfrute de los que saben disfrutar sin jactancias del tibio erotismo de la cotidianidad. Y un actor, muy parecido a Dostoievsky joven, que enlaza con breves textos lo que los cuerpos dicen respecto de ciertas pulsiones emocionales y afectivas. Difícil de definir pero fácil de percibir como amable invitación al deleite. Acompañado por mi hija Sol, la vimos y la gozamos el jueves 11 de septiembre en el Teatro del Rayo, en la última de las funciones programadas para este año.

3. Vittorino Pacheco. Calificación: 4/5 Tatitos.
Remake de uno de los “caballitos de batalla” del grupo Esse Est Percipi que trata sobre un tipo medio border que no supo hacerse cargo de una relación amorosa y, pasado el tiempo, resulta acosado por “ella”, la novia abandonada, que en la obra está interpretada por seis actrices. En el papel de “él”, Santiago Pereiro vuelve a demostrar la ductilidad de sus dotes actorales, haciéndose carne de su personaje. En un momento aparece un “él” viejo, interpretado por el director Gustavo Di Pinto, realzando la profusión de elementos oníricos que caracterizan el discurso errático y trastornado del protagonista. La puesta en escena, ascética, y el blanco predominante de la iluminación y del vestuario (las seis ellas están vestidas de novia) refuerzan la pureza de esta propuesta que retrata con ternura y conmiseración los avatares del abandono del otro y de uno mismo, así como el lado aliviador de la memoria que se deja discurrir sin contradecirla. El Tatito que le falta para ser excelente se pierde en determinados excesos: las ellas son más de las necesarias, el texto por momentos se torna demasiado inextricable, son muchos los nexos argumentales que faltan o se quitaron, y cuesta hilar el relato de él, por más que se trate de un marginal que se va perdiendo en su trastorno. La vi en su eestreno el domingo 7 de septiembre en La Orilla Infinita, en una sala llena (había muchos estudiantes de teatro alumnos de Di Pinto, por quien sienten, me consta, genuino afecto) que aplaudió con fervor.

4. Stefano. Calificación: 3/5 Tatitos.
Clásico de Armando Discépolo revisitado por el dramaturgo, director y docente Rody Bertol. Ocho actores que, con sus bemoles, les dan una carnadura copada a sus personajes en esta versión bastante fiel del clásico argentino respecto del texto original (en castellano, cocoliche e italiano), pero que se toma algunas licencias que “raspan”, como no respetar la indicación clara de las edades de los personajes especificada por Discépolo: Ñeca, 18 años; Margarita, 40; María Rosa, 75; Stefano, 50; Don Alfonso, 80; Radamés, 16; Pastore, 40 y Esteban, 20 años, pues salvo los jóvenes que interpretan a Ñeca y Esteban, el resto de los personajes, los seis, están a cargo de actores de alrededor de 60 años, que no estaría tan mal, teniendo en cuenta las caracterizaciones, si no fuera porque desnaturaliza el rol del adolescente fronterizo Radamés, el hijo menor de Stéfano, que en la obra es clave (sus palabras funcionan como catalizador de la dura poética del dolor propia de ese drama), y pierde así mucha de la potencia de su flor más colorida. Por lo demás, el vestuario, la precisa iluminación y el juego coreográfico, sincronizado y ejecutado a la perfección, vuelven asimilable, y por momentos disfrutable, la puesta en escena de esta joya centenaria del teatro nacional. El público que agotó las localidades de La Orilla Infinita en la función preestreno, el jueves 4 de septiembre, premió con nutridos aplausos al grupo artístico.

5. Presidente Schreber. Calificación: 3/5 Tatitos.
Basadándose en las memorias de Daniel Paul Schreber, un caso clásico del psicoanálisis (por los estudios que desarrolló Freud a partir de dichos textos), el actor, dramaturgo y director Hugo Cardozo armó esta obra, en la que él mismo interpreta al “enfermo de los nervios Schreber” en su encierro en una clínica de salud mental. El guion está muy bien y logra transmitir el incontenible derrame de oralidad discursiva que atormenta al personaje, aunque cueste seguirle el hilo. La puesta en escena exhibe una cuidada materialización, y las apariciones de dos personajes secundarios (una terapeuta y un eternauta) alivianan la densidad del drama mental que agobia a Schreber, sin embargo lo cual la duración de la puesta en escena (más de una hora y media) termina siendo excesiva, tornándose repetitiva en su demostración del carácter del loop delirante en que quedó atrapado el pobre paciente. La obra se pasa de rosca y deja espacios libres al cansancio y el aburrimiento de los espectadores. La vi a comienzos de mayo, a poco de su estreno, en La Orilla Infinita, en una sala llena que se mostró muy conforme batiendo palmas a granel.

6. Bufón. Calificación: 3/5 Tatitos.
La actriz, payasa y clown cordobesa Julieta Daga interpreta a una bufona que hace virtud del desparpajo y el sarcasmo para contar su historia de vida, burlándose de ella misma, de los que resultan nombrados en su relato y de muchos de los espectadores. Desde el comienzo, resulta graciosa y en su mayoría los espectadores van incrementando sus risas y carcajadas, excepto aquellos que van siendo víctimas de su bullying (un señor calvo al que llama “pelado pelotudo”, una adolescente a la que juzga torpe y tonta, una señora mayor a la que trata de pobre vieja). Con el correr de los minutos los lapsos de risas se van espaciando, la obra se hace larga (más de 80 minutos) y cae en “pozos” (por ejemplo, cuando recita casi entero el célebre soliloquio de Hamlet en el cementerio) un tanto embolantes, pero en general se deja disfrutar livianamente, porque no compromete el esfuerzo intelectual. Su gran error, confundir la naturaleza irónica del bufón en tanto personaje universal con características bien definidas: sus dardos léxicos interpelan al sentido común y van contra los poderosos, los opresores, nunca contra los oprimidos, los marginados o los desprotegidos, mucho menos contra inocentes espectadores que van a ver una comedia de teatro circo. La función fue el sábado 9 de agosto en la sala mayor (Príncipe de Asturias) del Centro Cultural Parque de España, de Rosario, ante 300 espectadores (máximo aforo permitido) que al final aplaudieron con énfasis, algunos, incluso, poniéndose de pie.

7. Hamlet se va de gira. Calificación: 2/5 Tatitos.
Pieza de difusos tintes epifánicos del veterano dramaturgo y director Néstor Zapata. Aunque el guion es simple (un marionetista perdió su pasión por el teatro y quiere retirarse, pero sus marionetas hamletianas se oponen y le recuerdan lo bueno de la vida) no sostiene la claridad, tal vez porque su conflicto central se desvía desordenadamente en escenas de forzada dramaticidad sin conseguir la pretendida fusión de ficción y realidad, ni plasmar el mensaje que busca transmitir: rememorar las cosas buenas del pasado puede abrir una ventana a un futuro venturoso que permita sobrellevar un presente bochornoso. Esa dramaturgia que derrapa no logra, sin embargo, obliterar las actuaciones, algunas de la cuales resultan conmovedoras. Y todos los aspectos concretos y técnicos de la puesta en escena (objetos escenográficos, vestuario, maquillaje, luces, sonido) están cubiertos al milímetro. La función a la que asistí fue la de su estreno en el Teatro Municipal La Comedia, que estuvo colmado por un público que ovacionó de pie a Zapata y su elenco.

8. Dentro. Calificación: 3/5 Tatitos.
Estrenado en noviembre del año pasado, este drama carcelario muestra las interacciones de cuatro mujeres, Mimí, La Turca, Paquita y Peca, realzando las problemáticas intrínsecas de la convivencia en situación de encierro, pero sin hacer foco en las penurias comunes de las malas condiciones materiales propias de las cárceles argentinas, sino en las cuestiones relacionales y psicológicas de las cuatro personajes forzadas al compañerismo. Con pocos objetos escenográficos, bien iluminada, despojada de objetos concretos y acciones innecesarias, la obra tiene un ritmo ágil y engancha la atención, aunque no se sepa bien hacia dónde va la cosa. Lo mejor llega sobre los minutos finales, cuando el ensamble actoral desarrolla una imaginativa coreografía teatral que patentiza el mecanicismo combinado que adquieren los cuerpos de las presas, un recurso antes insinuado pero que no alcanza el “ajuste” que sí consigue sobre el cierre de la puesta. Por lo demás, en su virtud la obra encuentra su falencia: está muy bien lo que insinúa, lo que propone (concientizar sobre el sufrimiento del ser humano encarcelado), pero deja con ganas de ver más de lo que se insinúa. La función a la que me refiero fue un domingo de agosto en el Espacio Bravo, y hubo cálidos aplausos de los alrededor de 40 espectadores que participaron.

9. 22 de agosto. Calificación: 4/5 Tatitos.
Aunque a priori parezca como traída de los pelos, la idea de enlazar dramatúrgicamente tres hechos históricos disímiles (la muerte de Miguel Vallejo, hermano mayor de César, el gran poeta peruano, en 1915, la masacre de presos políticos en la cárcel de Trelew de 1972 y el estreno de la obra teatral ¿Cómo te explico? en 1980), todos ocurridos un 22 de agosto, vinculándolos con su experiencia de vida, a Sabatino Cacho Palma le funciona. La obra tiene un gran dinamismo y se basa en un elegante empalme de referencias a las similitudes poéticas de las fechas coincidentes en el número de un día y un mes. Con estudiada desenvoltura, Palma desarrolla su visión unificadora con una simpatía que trabaja en la línea del empatismo, y se permite romper la cuarta pared a gusto y piacere, transmitiendo un visión tan altruista que roza peligrosamente la candidez, y he ahí su único defecto. Es decir, me gustó mucho, la disfruté y salí de buen ánimo luego de verla, pero no me pareció digna de la calificación máxima (5 Tatitos) por esto que digo: presume de tanta inocencia que salta a la vista la ausencia de autocrítica y del nervio político firme de los postulados revolucionarios de izquierda. La vi a fines de abril en el Teatro del Rayo, en la función que cerró un ciclo de 150 presentaciones en la Argentina y España. Al público, que atiborró la sala, pareció encantarle y la aclamó bastante.

10. Desde Cachorro. Calificación: 2/5 Tatitos.
Suerte de spin-off de 22 de agosto, no tanto en la cuestión temática como en la disposición de la puesta en escena y el juego teatral. El título completo de la obra reza: Desde cachorro. Hay que arrancar la alegría a los días futuros, y la síntesis argumental de difusión explica: “Un actor se prepara y se presenta, para poner en consideración sus pasos, su recorrido, su propia historia, en una trilogía familiar que arranca con el abuelo partiendo desde el Danubio para arribar a Rosario, su hijo Ugo del que se sabrá muy poco, pero tal vez, lo que es justo saber y no callar, llegando a su nieto, nacido en el 63, actor y narrador”. Bajo ese condicionante de “hay que” se esconden otros, como el de soslayar la autorreferencialidad narcisista y aceptar, sin condicionamientos, como “buena onda” lo que puede tomarse como exceso de confianza. El sentimiento de ternura respecto de uno mismo puede transmitirse, pero en este caso el intento no alcanza para darle espesura al drama escénico, y los personajes que encarna el actor terminan pareciéndose en eso de buscar el enternecimiento propio del mencionado empatismo. Por lo demás, las luces, el vestuario y la escenografía, sin lucir, cumplen con sus funciones correctamente, pero no alcanzan para atemperar la violencia con que se quiere imponer esa buena onda con visos de ser incuestionable políticamente hablando. En resumen, lo que me gustó de 22 de agosto, porque no era intrusivo, no me gustó en Desde cachorro, pues me parece que se quiso seguir sacando el jugo de algo ya exprimido. La presencié el primer sábado de junio, en el Teatro del Rayo, en su estreno, con la sala a full y la presencia de gestores culturales y miembros de la prensa teatral. A todos le gustó muchísimo, a juzgar por los extendidos aplausos con que la celebraron.

Epílogo
Las ganancias obtenidas en el ejercicio de la crítica teatral deben contabilizarse, siempre, en la columna del mínimum minimorum (mínimo absoluto, el menor de todos los mínimos) con números bien grandes y en color rojo, porque si así no se hiciera no habría modo de encontrarlas y contabilizarlas. Así, el lector podrá ganar algo (quizás muy poco) en caso de haber visto la obra criticada, y un poco menos en caso de no haberla visto; los realizadores teatrales tampoco sacarán mucho provecho de algo que escribió un gusano, inconscientes del bien que se le hace a la salud del teatro, por más Tatitos que haya recibido su realización, fruto de denodados esfuerzos, y casi siempre sin poder coincidir en la percepción de la experiencia específica de la determinada función criticada; y por último, el crítico sólo podrá aquilatar breves instantes de su conciencia tranquila ante el deber cumplido frente a esa entelequia llamada honestidad intelectual.
En cualquier caso, la culpa no es del gusano, sino de quien le da de comer.
Colaborá con tu suscripción para que Revista Belbo pueda seguir existiendo:
FICHAS:
Título: Voces que el viento trae. Dirección y dramaturgia: Armando Durá. Asistencia de dirección: Alita Molina. Actúan: Nives Paschetto, Jorgelina Farioli, Eugenio Tamburri, Cecilia Murillo, Temis Parola. Diseño y realización de vestuario: Lorena Fenoglio. Diseño y realización de escenografía: Carlos Romagnoli. Arte: Gustavo Chinellato. Asistencia coreográfica: Mercedes Luisetti. Fotografías: Juan Pablo Giordano. Voz en off: Susana Cavalieri.
Título: Enderiva. Bailarinas/es: Karina Seisas, Franco Bracco, Claudia Sanabria, Rafael Sebilan, Daniela Priotti, Florencia Alonso, Juan Manuel Boz, Patricia Nicolosi, Leandro Menna, Julieta Rodríguez Miranda, Juan José Ghío Orazola, María Inés Vitanzi, Diego García. Actor invitado: Claudio Muntaabski. Autores: Florencia Alonso, Alejandra Núñez, Franco Bracco, María Inés Vitanzi, Diego García. Textos: Luis Frontera, Susana Thénon, Atahualpa Yupanqui. Operación sonido: Alejandra Núñez. Operación lumínica: Exequiel Orteu. Diseño y confección de vestuario: Mariana Vera y Constanza Sparti. Asistencia de dirección: Karina Seisas y Franco Bracco. Dramaturgia y dirección: María Inés Vitanzi y Diego García.
Título: Dentro. Dramaturgia y dirección: Federico Cuello. Actuaciones: Florencia Crende, Yanina Sawicz, Natali Paz y Carolina Rossi. Técnica y edición de sonido: Gastón González Peca. Vestuario: Liza Tanoni Pernigotti. Diseño gráfico y fotografías: Gonzalo Pérez Castillo. Producción general: El Refugio Teatro.
Título: Stefano. Autor: Armando Discépolo. Elenco actoral: Cristian Marchesi, Claudio Danterre, Estela Argüello, Patricia Pareja, Diego Bollero, María Florencia Echeverría, Ignacio Almeyda y Marcelo Lamberti. Dirección: Rody Bertol. Luces: Niche Almeyda. Asesoramiento de vestuario: Lorena Salvaggio. Asistencia de dirección: Guillermo Calluso.
Título: Vittorino Pacheco. Dramaturgia: David Anica y Gustavo Di Pinto. Dirección: Gustavo Di Pinto. Elenco: Santiago Pereiro, Evangelina Chávez, Clara Galindo, Ayelén Cano, Martina Berra, Analía Saccomanno, Rocío Rosas Paz y Gustavo Di Pinto. Vestuario: Lorena Salvaggio. Realización audiovisual: Miler Blasco. Producción: Esse Est Percipi.
Título: Bufón. Intérprete: Julieta Daga. Dramaturgia y dirección: Luciano Delprato. Diseño sonoro: Gerardo Schiavón. Diseño gráfico: Lucas Chami. Diseño escenográfico: Luciano Delprato y Juliana Manarino Tachella.
Asistencia dramatúrgica: Marcos Cáceres. Producción general: María Paula Delprato.
Título: 22 de agosto. Autoría y actuación: Sabatino Cacho Palma. Dirección general y puesta en escena: Alejandro Casavalle. Equipo de realización artística: Sabatino Cacho Palma, Alejandro Casavalle, Néstor Aliani, Lautaro Palma. Supervisión general: Néstor Zapata. Vestuario y arte: Lorena Salvaggio. Asistencia de dirección y de montaje, escenografía: Néstor Aliani. Filmación, edición y realización del material audiovisual: Juan Carlos Frillocchi. Diseño de la gráfica: Antonio Pipi Ramos, Lautaro Palma. Producción en Rosario: Sabatino Cacho Palma, Néstor Aliani, Arteón.
Título: Desde cachorro. Autoría y actuación: Sabatino Cacho Palma. Dirección general: Diego Ernesto Rodríguez Supervisión general: Néstor Zapata. Asistencia actoral y de montaje: Liliana Gioia. Trabajo y entrenamiento vocal: Temis Parola. Entrenamiento actoral: Pablo Razuk. Vestuario y arte: Lorena Salvaggio. Imágenes, diseño y arte: Martín Aguaisol. Escenografía: Néstor Aliani. Técnica: Lautaro Palma. Asistencia de dirección: Graciela Sietecase. Música: Myrian Cubelos, Martín Elgoyhen.
Título: Stefano. Autoría: Armando Discépolo. Intérpretes: Cristian Marchesi, Claudio Danterre, Estela Argüello, Patricia Pareja, Diego Bollero, María Florencia Echeverría, Ignacio Almeyda, y Marcelo Lamberti. Diseño de iluminación: Ignacio Almeyda. Asesoramiento de vestuario: Lorena Salvaggio. Asistencia de dirección: Guillermo Calluso. Dirección: Rody Bertol.
Título: Hamlet se va de gira. Actúan: Matías Tamburri, Santiago Pereiro, Bárbara Zapata, Liliana Gioia, Juan Biselli y Fernando Galassi. Dirección y dramaturgia: Néstor Zapata. Producción e iluminación: Julián López. Música original: Jorge Cánepa. Asistencia de dirección: Juan José Scaglia. Sonido: Andrés Martorell. Asistencia técnica: Nelson Reche. Vestuario y caracterización: Ramiro Sorrequieta. Escenografía y utilería: Cristian Osés.
Descubre más desde Revista Belbo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
¡Qué lector tan perspicaz y con un sentido del humor a la altura del mejor teatro! La crónica es un verdadero espectáculo, lleno de Tatitos y análisis que rozan lo divino, como la descripción de la belleza mundana o la modestia ensayada. Me encantó la parte final, un auténtico monólogo contra el gusano crítico, tan necesario como agotador. Es una obra maestra de la autocrítica teatral, donde el autor se burla con maestría de su propia labor, y de la de todos los que ganan poco en este oficio. Un homenaje a la honestidad intelectual (y al deber cumplido) que casi siempre se pierde en la ruta hacia el Tatito de oro. ¡Un final brillante para una crónica brillante!ai watermark remover