
Con la obra Candidatos al panteón el Grupo de Teatro Vecinos de la Vigil demuestra que la manera de hacer lo mejor pasa por laburar juntos con toda la buena onda posible: así realizaron un prodigio

Por Andrés Maguna

Calificación 5/5 Tatitos
Noviembre avanza a paso firme. Hoy, viernes 7, debiera comenzar la Fiesta de Colectividades, pero llueve desde anoche y el pronóstico señala que deberá ser mañana. Estamos en Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, una ciudad que desde 1985 organiza comunitariamente un montaje escénico y gastronómico, cultural impalpable y cultural concreto, comestible, y donde lo impensable, lo inaudito, sale a la luz entre las tierras menos apreciadas, emergiendo de una cantera humana de inmigrantes que empezaron a llegar a estos lares hace 300 años.
Una ciudad, digo, en la que un grupo de vecinos de un barrio periférico se junta para aprender teatro y luego de diez años, sin pausas pero sin prisas, estrenan una obra monumental, de extrema ternura y perfecta desde su concepción a su ejecución, llamada Candidatos al panteón.
Fue el sábado pasado, 1° de noviembre, a saber, que la vi en la sala de La Vigil en la segunda de sus dos funciones programadas (el estreno fue el 17 de octubre), y durante 70 minutos, junto a unos 200 espectadores, en su mayoría vecinos del barrio y socios de La Vigil (con entrada gratis), me vi transportado a un mundo feliz, pero no como el de Huxley, sino feliz sin los filtros del sarcasmo y la ironía, feliz de inocencia, feliz de pureza, feliz de candidez.
Ese sábado, a la misma hora, se presentaba en el Parque de España la obra porteña Escritor fracasado, con el actor Diego Velázquez actuando y Marilú Marini dirigiendo sobre el texto homónimo de Roberto Arlt, y a punto estuve de elegirla para ir a laburar allí con mi crítica, pero me decanté por la puesta rosarina porque estaba seguro de que podría continuar con mi investigación del “teatro de la modestia”, toda vez que hace dos años había visto, y criticado, la primera obra del grupo: Érase una vez… el laburo (VER AQUÍ), y no hace mucho me había topado con El declive (VER AQUÍ), de Quico Saggini, que había reavivado mi interés por ese género tan particular y, me atrevo a decir, tan rosarino.
Una de las características más notables de este “teatro de la modestia rosarino” tiene que ver con aquello que lo diferencia del “teatro independiente rosarino”, siendo ambos “independientes” y autogestivos: los realizadores de aquel no son “gente de teatro”, sino personas que se acercan a él desde distintas lateralidades, extracurricularmente; hacer teatro es, para ellos, una segunda actividad, no la viven por su utilidad sino por su disfrute; en cambio, los actores, directores, puestistas y dramaturgos dedicados de lleno al teatro, que estudian y se perfeccionan de continuo, se ven obligados a pensar en la utilidad de aquello a lo que se dedican, al menos lo suficiente para subsistir, y aunque sin dudas persiste una pasión vocacional, muchos de ellos deben dedicar tiempo y esfuerzos a una segunda actividad, no teatral –en su sentido de arte–, que les reporte suficiente dinero para poder dedicarse, sin impedimentos de orden material concreto, al teatro, que sí es su principal actividad.
Claro que esta división no puede ser taxativa, y existen de los dos tipos de realizadores teatrales en ambos campos, el independiente profesional y el vocacional, pero no creo que Marilú Marini o Diego Velázquez, por dar un ejemplo, vendan seguros o hagan comidas por encargo para complementar sus ingresos. Así que también por eso, considerando esto que digo, el teatro de la modestia se diferencia de otros teatros, incluido el “teatro pobre” de Jerzy Grotowski.
El elenco de 13 del Grupo de Teatro Vecinos de la Vigil (GTVV), integrado por Luis Megías, María Elena Cristina Jerez, María Lina Delmonte, Fabián Goberitz, José Luis Piaggio, Ludo Neyra, Bruno D’Agostino, Tere Soria Costa, Hugo Araujo, Eleonora Cerminara, Fabio Sbérgamo, Lorena Budiño y Horacio Ojeda, se tomó dos años para crear, sobre una dramaturgia de uno de ellos, Sbérgamo –quien además se hizo cargo de la dirección–, poniéndose de acuerdo entre ellos sobre la marcha y al calor de los ensayos, discutiendo y proponiendo, la puesta alucinante de Candidatos al panteón, que desde el comienzo va enhebrando 10 escenas que tienen, cada una de ellas, atractivos distintivos y concatenados de manera simple para el seguimiento de la trama, pero con el agregado del humor de manera pareja y jalonadas de preciosos momentos musicales, incluidas canciones en vivo, danzas y coreografías de corte cinematográfico.

La historia también es simple: ocho viejos que viven juntos, actores y artistas retirados, despiden a uno del grupo que acaba de morir, llamado Chicho, que era el dueño de la casa en la que residen, pero entran en escena los cuatro “malos” de la película, dos hermanos herederos, muy parecidos a Karina y Javier, un gestor legal inmobiliario, y una enfermera management del geriátrico en el que transforman la casa los viejos, convertidos así en inquilinos que deben pagar para ser maltratados y hambreados.
Los ocho viejos son, con sus taras, adorables, y se quieren entre ellos, aunque discutan mucho (pero ninguno tiene la palabra final), y enfrentan la adversidad con los recursos de la ingenuidad y la ausencia de maldad, aunque sabiendo por experiencia que la unión hace la fuerza y que hay códigos de convivencia que nunca deben transgredirse. Y así luchan, y triunfan, aunque parezca que los que siempre ganan al final son los malos de la película.
En esta puesta en escena, además, el GTVV no se contuvo ni ahorró en nada: el dispositivo de luces y sus complejas operaciones llaman la atención por su justeza y precisión, lo mismo que el sonido (banda sonora incidental y música), hay numerosos efectos especiales, algunos de ellos experimentales; aparecen personajes vintage (Darth Vader, Súper Hijitus y otros), se regalan unos cuantos momentos oníricos del tipo “ensoñación” de doble banda; y hay mucho vuelo en la libertad interpretativa que se toma cada intérprete para crear su personaje. Todo lo cual no está emparchado (ni se notan las costuras) y se luce en una escenografía elaborada desde una ambición generosa con las necesidades de la puesta.
Tras el final, uno de los vecinos actores, Sbérgamo, el que se tomó el trabajo de escribir la dramaturgia y dirigir, explicó que era la segunda de las dos funciones programadas, y que no había nada asegurado a futuro, pero igual pedía: “Sí les gustó, y un día se enteran de que la volvemos a hacer, por favor recomiéndenla”. En resumen, Candidatos al panteón me pareció teatro de la modestia a full, cinco Tatitos sin dudas, y un prodigioso acceso abierto hacia la posibilidad de existencia de artes teatrales derramadas horizontalmente, de onda y con onda, sobre el imaginario popular que sabe muy bien cómo debe ser un mundo sinceramente feliz.

FICHA:
Título: Candidatos al panteón. Actúan: Luis Megías, María Elena Cristina Jerez, María Lina Delmonte, Fabián Goberitz, José Luis Piaggio, Ludo Neyra, Bruno D’Agostino, Tere Soria Costa, Hugo Araujo, Eleonora Cerminara, Fabio Sbérgamo, Lorena Budiño y Horacio Ojeda, con dramaturgia y dirección de Fabio Sbérgamo. Diseño y operación de luces de Damián Megido, operación de sonido de Jeremías Piaggio y Diego Rada. Fotografía de Mica Pertuzzo. Colaboración especial de Julio César Orselli con su voz en off.
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