Irrepetible maravilla

Fotos: Jessica Córdoba

El espectáculo de Es bailar. Ciclo de improvisación transformó el Gran Salón de la Lavardén en un portal a la infinitud más gozosa de la creatividad artística

Por Andrés Maguna

Calificación: 5/5 Tatitos 

El viaje alucinante duró 53 minutos. Los efectos de la alucinación todavía perduran, y perdurarán en mi cabeza, y seguramente en las cabezas de las setenta personas, convocadas para “hacer de espectadores”, que tuvimos la suerte mayúscula de estar en el Gran Salón de la Lavardén el viernes 23 de agosto, pasadas las nueve de la noche, asistiendo al espectáculo de Es bailar. Ciclo de improvisación.

Son tantas las palabras-pájaro que fueron alborotadas por Es bailar en la jaula de mi mente que me cuesta atrapar algunas, así que no trataré de hacerlo, sino que las iré nombrando mientras siguen sus evoluciones circulares, espiraladas, disparatadas:

Un portal circular, plano, de unos ocho metros de diámetro, iluminado por cuatro luces rasantes situadas, equidistantes, en el borde externo del perímetro del círculo, entre la primera de dos filas de sillas negras de plástico. El redondel está marcado y contenido por cables negros de iluminación y sonido pegados al suelo con cinta ancha de papel, esa cinta que fija en lo seco y resulta fácil de colocar y fácil de quitar. Toda la pinta de una pista circense.

Los espectadores, al llegar, somos acomodados de a uno en la primera fila envolvente de sillas, ingresando por la pista iluminada, siendo sometidos a actuar en nuestro breve paso por el escenario, enfocados, quedándonos en claro que estamos ahí para cumplir un rol.

Cuando los 70 que desfilamos estamos sentados, entran al portal dos personajes (uno femenino masculinizado, otro masculino feminizado), saludan marcialmente y desfilan en direcciones opuestas, uno hacia un tablero de control de luces, el otro hacia un sector donde hay taburetes, micrófonos, instrumentos musicales varios y pequeñas consolas de sonido. Luego, entran tres jóvenes que se dirigen, desfilando por el portal (como los espectadores, las acomodadoras y los dos personajes andróginos), hacia el sector de taburetes y micrófonos, donde se acomodan a sus anchas mientras dan vida a los instrumentos (por el flyer sé que se trata de Agus Reyna y Bifes con Ensalada).

Enseguida, sobre una música sincopada que comienzan les musiques, entran al círculo de luz seis mujeres jóvenes, descalzas y vestidas con ropajes ligeros, combinación de elásticos, lycras, lanas y algodones. Bailan siguiendo una coreografía caótica e indeterminada, como la música. No se mueven en ninguna sincronía, ni grupal ni individual. No hay búsqueda de consenso de ningún tipo, aunque no parecen locas pretendiendo hacer locuras, sino locas expresándose cada una por su cuenta. Y de pronto, se escucha una voz femenina recitando un texto de irreconocible procedencia.

En un costado del portal, casi sobre los cables de la circunferencia, pero del lado de adentro, muy cerca de la fila de sillas negras, sobre el piso, en una alfombrita rectangular, está sentada la poeta Rocío Muñoz Vergara, frente a un micrófono, leyendo con sus manos unas hojas con sus textos en braile. A su izquierda, bien cerca, sobre una mesita la acompañan una copa llena por la mitad y una botella de vino tinto.

La voz de Rocío tiene la cualidad de materializarse tan sonoramente prístina que cada palabra queda suspendida en el aire, un breve instante, como un animal salvaje recién puesto en libertad. Les musiques con sus instrumentos (en su mayoría no convencionales) empiezan a bailar con las palabras-animales de Rocío, y Cecilia Colombero, Julieta Almirón, Luciana De Pauli, Helena Vittar, Lucía Quiroga y Vanesa Moreira, las seis mujeres jóvenes, se van acoplando, sin concierto, a esa danza de la música y las palabras.

Los textos poéticos resultan inapresables para la razón, y por eso provocan lo que provocan: emociones que predisponen el ánimo hacia una fluctuación que conduce, gradualmente, hacia un estado de dicha, gozo infantil de vivir, de ser lo que se es y estar ahí, en esa dimensión de infinitos metalenguajes encontrados. En esa realidad inclusiva que comparte y reparte una alegría creciente, un bienestar con uno mismo que no se sabe cómo fue que entró y se instaló.

La teatralidad subyace de principio a fin, porque todos actúan la improvisación, siguiendo a rajatabla lo que parece ser la única regla directriz: sostener la idea-intención del principio de la indeterminación, el manejo de herramientas comunes y recursos básicos de la expresividad humana de una manera que sea imposible manipular con exactitud su aplicación. Así, en un bello revoltijo, entre la circularidad de espectadores incluidos en el happening improvisado, les musiques en determinados momentos bailan, las bailarinas hacen música (una taconea entre el público, otra toma una guitarra y toca, e intercambian instrumentos de percusión exóticos), y Rocío deja su rincón de lectora y se mezcla en la danza, arrastrada a un amasijo de ternura corporal entre las bailarinas.

Rocío Muñoz Vergara (de rojo), voz y poesía inseparables, le pone el cuerpo a “Es bailar”

También sé, porque lo leí en Rosario/12 (nota de la edición del mismo viernes 23 titulada “Los ritmos que hacen el acontecimiento estético”), que la única marcación temporal, según lo cuenta Cecilia Colombero, ocurre “pasados los 40 minutos, cuando la gente de iluminación va a tirar una pista lumínica; a partir de allí, el grupo sabe que ya puede empezar a construir el final. Esa es la primera noción real que tenemos del tiempo”. Por eso me doy cuenta de que pasaron cuarenta minutos cuando un juego de luces estroboscópicas (la “pista lumínica”) desencadena un detenimiento de la danza, y las seis bailarinas comienzan a charlar mientras se intercambian prendas de vestir. Una dice: “Migue no vino”, y otra agrega: “Mauro tampoco”, pero lo dicen como al pasar, mientras se recomiendan combinaciones de polleras, pantalones, blusas, camisas, remeras, saquitos.

Miguel Bosco y Mauro Cappadoro, invitados a la improvisación, aunque ausentes a última hora, resultaron incorporados en los trece minutos finales (de Mauro se prestó a hacer Reyna, y Miguel terminó representado en un pantalón y una camisa), durante los cuales la ensoñación frenética alcanza su apoteosis, como si fuera un tormentoso dripping de Pollock sobre un enorme lienzo circular enmarcado por setenta caras con expresiones de risueña felicidad.

La improvisación, el principio de la indeterminación practicado, constituye el todo hecho de miles de pequeños detalles (cada una de las mostacillas desparramadas, cada nota musical, cada movimiento corporal, cada palabra de Rocío, cada silencio de Rocío, cada gesto de la fotógrafa que rondaba entre el público redondeado), y me lleva a pensar que vivir es una improvisación, lo mismo que razonar, escribir, emprender alguna realización artística, filosofar, y trabajar sobre la crítica. Podemos saber hacia donde queremos ir, pero solo eso; lo demás, la acción, lo que saldrá de la acción, está por determinarse. Estamos siempre ante cauces indeterminados. E improvisamos.

En una senda iniciada por John Cage y Merce Cunningham hace 65 años, el grupo homogéneamente heterogéneo de Es bailar. Ciclo de improvisación propone un salto a lo desconocido, una caída libre inversa que no es volar, o ascender, sino una suspensión en la conciencia de lo irrepetible, porque sabemos sin saber, intuimos sin ansiedad que estamos experimentando algo que no se repetirá, que ni siquiera se intentará repetir. En los tiempos crueles que corren (más crueles para quienes viven cruelmente), todo un privilegio para los que improvisamos la asistencia a un ciclo de improvisación en un improvisado salón, pergeñado por unes artistas de la improvisación, sobre la realidad improvisada de un país sostenido espiritualmente por los indeterminados seres anónimos que de manera natural, horizontalmente, improvisan la cotidianidad del mundo en base a estándares de aceptación, buenas intenciones, escucha y expresividad por completo libre.

En 1970 Cage practica la improvisación metiendo sus palabras a danzar con la compañía de Cunningham.

    

FICHA

 Título: “Es bailar. Ciclo de improvisación”. Bailarinas: Cecilia Colombero, Julieta Almirón, Luciana De Pauli, Helena Vittar. Bailarines: Lucía Quiroga, Mauro Cappadoro, Vanesa Moreira, Miguel Bosco. Musique: Agus Reyna (Bifes con Ensalada). Poesía: Rocío Muñoz Vergara. Coordinación musical: Santiago Lagar. Diseño de luces: Helena Vittar e Ignacio Campos. Operación de luces: Ignacio Campos. Producción y gestión: Cecilia Colombero, Julieta Almirón, Luciana De Pauli, Helena Vittar, Santiago Lagar e Ignacio Campos. Fotos: @jessicacordoba_. Prensa y difusión: @gi.sogne@pulpo.prod.

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