La Gesta Heroica, de Ricardo Bartis, explotó con fuerza en el CEC de Rosario. Los daños fueron menores que los beneficios. Las víctimas fatales, sólo sobre el escenario. Por ahora
Por Andrés Maguna
Calificación: 5/5 Tatitos
Tenía que venir Bartis a Rosario, la ciudad con el teatro independiente más vigoroso del país, y explotarnos una tragedia atómica en la cara. Una obra de teatro, al fin y al cabo, que torsionando La tragedia del rey Lear, de Shakespeare, hasta sacarle el tuétano más jugoso, también puede leerse como otro hito en el legado de una de las pocas leyendas vivas del teatro argentino contemporáneo. Del teatro que cuenta, el independiente, porque el comercial, que sólo se produce en Buenos Aires, cada vez se parece más a la porquería de la cual proviene: el afán de lucro por el lucro en sí. (“Economía de la oferta” o como se llame).
Tenía que venir, decía, a explotarnos La Gesta Heroica en el Centro de Expresiones Contemporáneas para decir lo que tiene para decir, para opinar sobre el teatro, sobre la función política del teatro en el terreno del alma humana.
A poco de cumplir 75 años, Ricardo Bartis salió al frente de un elenco de cuatro actores durante dos funciones en la ciudad, el viernes 27 y el sábado 28 (y se agregaron dos, el viernes 4 y el sábado 5 de octubre), con esta pieza extraordinaria escrita y dirigida por él. En esta crítica me referiré a la función del viernes 27, a la que tuve la suerte de asistir con mi hija Zoe (fotógrafa de la Revista Belbo).
La naturaleza de la decadencia
En una entrevista aparecida en el diario La Nación el 5 de marzo, poco antes del reestreno de La Gesta Heroica en CABA, con el propio Bartis volviendo a la actuación luego de 30 años para asumir el rol principal en reemplazo de Luis Machín, la periodista Leni González le pregunta: “¿Cómo ves este momento político?”, a lo que el artista responde:
—Con mucha preocupación, mucha tristeza y mucho odio, mucha bronca. Parecía que algunos ítems habían quedado saldados en la política argentina y, sin embargo, reaparece lo peor de la dictadura, lo más nefasto de la argentinidad. Es una suerte estar haciendo en este momento La Gesta Heroica, que habla de las fuerzas arbitrarias y aniquilantes que, de pronto, se manifiestan: un padre autoritario que quiebra el orden y genera locura. Lo peor no ha pasado, está por venir, eso es lo más terrible: la muerte por las fuerzas represivas cuando la gente ya no pueda más y salga a robar, a buscar comida y medicamentos; y ahí matarán para resolver el conflicto. Como han matado cada tanto, la Argentina se encarga de producir matanzas metódicamente cada veinte o treinta años.
No encontré mejor definición clarividente que esta del dramaturgo y autor sobre su propia obra, porque de eso tratan Rey Lear y La Gesta Heroica, de un padre que propicia la locura con sus arbitrariedades, padeciendo karmáticamente los efectos de los desequilibrios afectivos que generaron y generan sus actos, experimentando en carne propia, él y su familia, sus tres hijos, la decadencia que no puede terminar sino en la tragedia, las muertes violentas que marcan el género.
A través de una detallada escenificación de la decadencia material (la ambientación escenográfica merecería varios párrafos aparte), las acciones van introduciendo al espectador gradualmente, con una lentitud exasperante: el living de una vieja casa en ruinas, entre las penumbras a duras penas sostenidas por una tira de lucecitas navideñas y un pequeño televisor en blanco y negro, aparece el padre (Bartis), viejo y enfermo, y se sienta en un desvencijado sillón frente al vetusto televisor B/N, que además está torcido sobre un endeble mesita chueca. Sube el volumen y presta atención, su cara iluminada por los grises rayos catódicos (la TV, quinto personaje de la obra, está de espaldas al público). Se escuchan diálogos en inglés. El viejo habla solo. Se comenta a sí mismo cosas de la película que está viendo, King Lear (Michael Elliott, 1984), con Laurence Olivier en el papel del monarca.
Entra el hijo menor, Lorenzo (Facundo Cardosi), que parece aturdido, como desacomodado de la realidad de su entorno, y se acerca al padre, que trata de colocarse un pringoso catéter de un suero que cuelga a su derecha. Hablan de la película, de unos papeles en una carpeta celeste, y el padre le pide a su hijo que le pinche el estómago con una aguja de tejer para liberar unos gases que se le acumularon y le hinchan el vientre, cosa que Lorenzo hace con ternura filial. Luego, ven en silencio la película, y Lorenzo apoya su cabeza en el hombro de su papá como si fuera un niño, o como cuando era niño. El padre lo mira con sorpresa breve y lo deja estar.
Aparece Elena (Marina Carrasco), la menor de los tres hijos, y preguntando “¿qué hacen a oscuras?” enciende las luces, marcando el quiebre del tono letárgico e iniciando la sucesión de escenas que irán ganando en vértigo hasta el desenlace explosivo y final.
Ya bien avanzado el relato (la obra dura alrededor de 70 minutos), la llegada del primogénito, Ernesto (Martín Mir), el que se fue de la casa paterna en Santa Teresita, con su imagen de tipo exitoso cayéndose a pedazos, termina de instalar el puntal humorístico, tremenda y trágicamente humorístico, que se irá haciendo cada vez más sólido en tanto se precipitan los diálogos, las interacciones. Porque en esta retorcida versión de King Lear está todo el humor, y más también, que le falta a la tragedia shakespireana.
Los subtemas tópicos que también se profundizan durante el desenvolvimiento de la trama, los relativos al amor filial y al amor fraterno, y hasta una breve tesis sobre la mejor forma de matar al padre (sin tortura previa), son llevados a extremos máximos, como el incesto más lascivo (los dos hermanos con la hermana, el padre con la hija), violencias físicas y a través de drogas fuertes (Ernesto tiene, y comparte con Lorenzo, la cocaína más pura que se consigue; y Lorenzo tiene, y comparte con su hermano y su papá, un polvo amarrillo de bajo costo, compuesto por quién sabe qué sustancias).
Esta pieza de Bartis, esta bomba teatral que habla más que de frente de lo que nos está pasando como comunidad nacional, y de lo que es muy probable que nos suceda (la tragedia), no tiene la liviandad del concepto logrado y expuesto, pues si bien su texto dramatúrgico resulta ser su espina dorsal, lo que logra condensar, en su indudable y nítido estallido, termina siendo el estallido de una semilla que brota en la cabeza del espectador y que no dejará de crecer hasta ser un árbol imperenne.
Sí. Cómo decía, vino Bartis a la ciudad a pegarnos unas buenas piñas en la cara (medidamente teatrales) para confirmar que el teatro político, independiente hasta las tetas, también puede cargarnos las pilas, energizarnos con las mejores vibras. Y no lo hizo solo, sino incluyendo a una actriz y dos actores que, como él, laburan un registro actoral sin fisuras, sobre una puesta que tiene puntos altísimos a nivel técnico (sonido, luces), haciendo partícipes a los espectadores del hecho escénico, que en la representación del viernes eran 120 (aforo de la sala), muchos de los cuales son trabajadores del teatro independiente de Rosario. Tal vez el público más exigente que pueda pedir La Gesta Heroica, vale decir actores experimentados y estudiosos, directores, técnicos especializados y dramaturgos que también armaron sus propias “bombas teatrales” (ver críticas anteriores de Revista Belbo) en estos aciagos diez meses de un gobierno central que castiga sin mirar a quien. Todos ellos, como Bartis y los suyos, quizá los héroes de una gesta política revolucionaria –anárquicamente revolucionaria– desde el campo cultural y popular.
FICHA
Título: La Gesta Heroica. Elenco: Ricardo Bartis, Facundo Cardosi, Marina Carrasco y Martín Mir. Diseño de sonido: Lolo Micucci. Diseño de iluminación: Jorge Pastorino. Diseño de escenografía y vestuario: Paola Delgado. Fotografía: Matías Stella. Asistencia de dirección: Paula Marrón. Dramaturgia y dirección: Ricardo Bartis. Funciones en el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), de Rosario, Argentina, los días viernes 27 y sábado 28 de septiembre, y viernes 4 y sábado 5 de octubre de 2024.