

Por Julián Sanzeri
Yo quería ser como B, lo observaba con detenimiento, incluso me aproximaba para intercambiar algunas palabras. Con el tiempo conseguí infiltrarme en su estudio y participar en las reuniones de su círculo privado. La dimensión de su inteligencia era similar al reconocimiento que recibía, aunque muchos lo detestaban por su afán ególatra y su fama de engreído. Sin embargo la mayoría reconocíamos en él a uno de los mejores en nuestro oficio. Secretamente, todos sabíamos que nunca llegaríamos adonde él había llegado, menos aun recorriendo su camino, repitiendo sus frases o imitando el tono irónico que usaba para hacernos reír. Porque lo más difícil no era reproducir su modo de trabajo, los temas que frecuentaba ni cómo se relacionaban con las personas a las que atraía para construir sus obras. (Uno podía mudarse a otra región en donde pasar desapercibido operando como B, pero tarde o temprano comenzaban los balbuceos y las denuncias anónimas que delataban la evidencia de una copia). Lo complejo era mantener la integridad con la que B defendía sus convicciones y desplantes, que se convirtieron en acciones firmes con los años. En cambio, nosotros íbamos cayendo como moscas, sin reconocerlo o tratando de ocultar lo que otros advertían. La vanidad se leía en estos cuerpos cuando terminábamos de saludar solemnemente y nos retirábamos por algún pasillo con aires de bonachones sabelotodo, mientras los afilados cuchillos de la ética rasgaban nuestras sombras de pies a cabeza. ¿Pero quién se hubiera atrevido a decirnos algo en la cara? Aunque B no nos daba la más mínima licencia para hacerlo, nosotros continuábamos especulando con sus frutos como si fuéramos sus propios hijos.
A veces, en la intimidad de mi almohada, yo soñaba despierto con que él se moriría algún día. Entonces podría mudarme con toda su herencia a otro distrito y presentarme como uno de sus discípulos directos. Yo sabía hacer esas obras a mi modo, no me amedrentaba que los demás pensaran que hurgaba en sus descubrimientos. Incluso llegué a pensarme como B; uno de los mejores y, por ende, apto para asimilar los elogios y sumas que él recibía. Aunque aquello no llegó nunca como yo lo hubiera esperado (ni antes ni después de su partida), a mi modo fui B, cuando muchos malgastaron sus vidas neciamente intentando ser ellos mismos.
