
En 1984 Claude Lévy-Strauss fue invitado al programa televisivo Apostrophes*. Aquí presentamos una versión en castellano, tomada de la grabación perteneciente al Archivo Del Instituto Nacional Del Audiovisual (I.N.A) francés, y traducida a nuestra lengua, sin fines comerciales, por Susana Sherar (VER AQUÍ LA PRIMERA PARTE)

Entrevista: Bernard Pivot
Traduce: Susana Sherar
Bernard Pivot— Sus primeros trabajos se basaban sobre los lazos de parentesco. ¿Por qué?
Claude Lévy-Strauss— Porque en las sociedades que estudian los etnólogos el parentesco constituye, yo diría, la armazón del grupo social. O bien se es pariente o bien se es extranjero. Entonces, en el interior del grupo, todo el mundo es pariente. Y esas sociedades, aunque pueda parecernos extraño, tienen reglas de matrimonio que pueden ser de una complejidad extrema para elegir, puesto que todo el mundo es pariente, se casan entre parientes, pero para elegir entre los parientes con quien se puede o se debe, o bien con quién no se puede, hay toda una mecánica, una geometría de relaciones sociales que es una de las maneras en que se pueden abordar las sociedades humanas, para comprender cómo funcionan. Pues entre nosotros también hay reglas, hay parientes cercanos que no podemos elegir, pero, aparte de eso, nos sometemos a los mecanismos del azar. Las reglas de alianza tienen por objeto impedir que las familias, en tanto unidades biológicas, permanezcan recluidas, encerradas en sí mismas, y sustituir con lo que se podría llamar lazos sociales –pues los lazos de alianza son lazos sociales– los lazos puramente biológicos de filiación.
–— En este libro que usted publicó el año pasado que se titula La mirada distante usted retorna a los lazos de parentesco diciendo: “En la mayor parte de las sociedades llamadas primitivas, la soltería parece repugnante y condenable”. Pero… ¿había verdaderos solteros en las sociedades primitivas que usted estudió?
— El caso es extremadamente raro, precisamente porque sin la unidad, no solamente de reproducción, sino la unidad de producción –la unidad económica estando fundada por la pareja de cónyuges–, un soltero materialmente no puede subsistir. No hay que olvidar que en esas sociedades hay tareas que son específicamente masculinas y otras que son específicamente femeninas. Es pues en la unión de los dos sexos que se puede llevar, realizar una existencia normal. Conocí a un individuo en una sociedad, los Breaux creo, que estaba triste, sucio, mal arreglado. Yo pensé que estaba enfermo. Pregunté qué tenía. Me dijeron que era soltero. En efecto, para procurarse los productos de jardinería femeninos, porque en los Breaux son las mujeres que cultivan los jardines, dependía de la caridad de los vecinos o de los seres cercanos.
— Sobre el infanticidio, usted tiene una mirada, no digamos aprobatoria, pero yo diría comprensiva.
— ¡Seguramente no aprobatoria, no! Pero comprensiva. Todas las sociedades han utilizado métodos diferentes para mantener sus efectivos en los límites que les parecen razonables. Nosotros utilizamos la contracepción, que no es algo reciente, no hay necesidad de decirlo, existía ya en la época de los griegos y los romanos, mucho más que en el campo en Francia en la época del Antiguo Régimen. Otros pueblos suprimen a algunos niños desde el nacimiento. Pueden ser las niñas cuando se le da un valor particular a tener varones, pueden ser los gemelos, cuando consideran que dar a luz gemelos es conducirse como un animal, ya que lo propio de la humanidad es tener un niño por vez. Puede ser por mil otras razones, pero si se quiere mirar los cosas con un poco más de distancia, como trata de hacerlo el etnólogo, no hay gran diferencia entre suprimir un niño antes del nacimiento o suprimirlo al día siguiente.
— Usted consagró cuatro libros compilados bajo el título Mitológicas al estudio de los mitos. Por orden de aparición son: Lo crudo y lo cocido, De la miel a la sangre, El origen de las maneras de Tabre y El hombre desnudo. ¿Podría decirnos qué es un mito? Explique a la gente que no lo sabe qué es un mito. Porque ese fue finalmente su terreno de predilección, el mito.
— Fue uno de los dos grandes terrenos de predilección… A ver… Un mito… ¿Qué es? Es verdaderamente difícil de explicar. Y bien, es una historia que busca dar cuenta a la vez del origen de las cosas, de los seres y del mundo, del presente y del futuro. Y que al mismo tiempo busca, simultáneamente, tratar los problemas que nos aparecerían hoy a la luz de nuestro pensamiento científico como completamente heterogéneos, diferentes unos con relación a otros, a tratarlos como si fueran un solo problema y que admiten una sola respuesta. Un mito es por ejemplo una historia que tratará de explicar al mismo tiempo por qué el Sol está a buena distancia de la Tierra, si podría estar mucho más lejos y sería la noche eterna, o mucho más cerca y el mundo entraría en ebullición. Y por qué un hombre debe ir a buscar a su esposa a buena distancia: ni demasiado lejos, porque podría ser una extranjera, una enemiga o una bruja, ni demasiado cerca porque se transformaría en pecado de incesto. Y por qué igualmente las estaciones y los días no se suceden a toda velocidad sino según un ritmo regular. Esto es porque existe una buena medida a la vez en el orden cosmogónico, en el orden meteorológico, en el orden de las estaciones y en el orden social. Nosotros, con nuestras preocupaciones científicas y habiendo aprendido con Descartes que hay que dividir las dificultades en partes equilibradas para resolverlas, nosotros considerábamos que son problemas completamente diferentes y que deben ser planteados cada uno en su perspectiva propia y resueltos en sus propios términos. El mito, al contrario, trata de poner todo junto y encontrar una respuesta única a problemas diferentes.
— Pero yo supongo que esos mitos son particularmente vivaces y numerosos en las sociedades que no tienen escritura. Y por supuesto, en sociedades que no han utilizado aún los modos de pensamiento científico.
— Pero en realidad, cuando usted piensa en eso, y cuando se pregunta –no lo que hacen los historiadores, por quienes tengo el más grande respeto– ¿qué uso hacemos nosotros, hombres de la calle, de la Historia? El que es de izquierda ve el Antiguo Régimen y la Revolución Francesa, y lo que pasó en el siglo XIX, de una manera completamente diferente de como lo hará el hombre de derecha. En el fondo, ¿no utilizamos nosotros la historia un poco a la manera de un mito, es decir organizándola de tal manera que nos ayude –o creemos que es una ayuda– a comprender mejor nuestro pasado, nuestra posición actual en el mundo y las elecciones que hacemos?
— Si entiendo bien su trabajo sobre los mitos, se trataba para usted y para los etnólogos de buscar una suerte de coherencia detrás de lo que nos parece incoherente e incluso abracadabrante.
— Eso es, yo trabajo tanto con las relaciones de parentesco como con los mitos. Si me intereso en el problema de parentesco, es porque tenemos, según las sociedades, toda clase de reglas que parecen incoherentes y absurdas.
Una sociedad va a decir que la única mujer con la que usted se puede casar es la hija del hermano de su madre. Pero si usted quiere casarse con la hija de la hermana de su padre es la abominación y el aislamiento. Hay otra sociedad que le dirá exactamente lo contrario. Una sociedad le dirá que la buena manera de casarse es dividirse en dos grupos, y los hombres del grupo A se casan con las mujeres del grupo B y los hombres del grupo B se casan con las mujeres del grupo A. Otra dirá: ¡Así no! Tiene que haber varios grupos: A da sus mujeres a B, B a C y C a otro hasta volver al primero. Todo eso parece incoherente, y si yo me dediqué a esos problemas es porque me dije que no era posible que los hombres pasen su vida en perder la razón desde hace siglos y milenios y centenas de milenios. ¿Cuál es la lógica que está detrás de todo eso? Y esa lógica es la que traté de encontrar. Y con los mitos, es lo mismo. Es como sea algo irritante, penoso e incómodo decirse que el hombre existe desde hace mucho más tiempo que lo que suponemos, que probablemente habla desde hace dos millones de años o más, y desde hace dos millones de años se cuenta cosas que no tienen ni pie ni cabeza, que son absurdas, abracadabrantes. Cualquier cosa es posible. Y yo me dediqué a los mitos planteándome el mismo problema que para las cuestiones de parentesco: ¿o hay acaso una lógica detrás de todo eso?
— Supongo que no solamente los hombres, las mujeres, los lazos de parentesco, los mitos están para usted llenos de enseñanza, también lo están los objetos, los vestidos…
— Los objetos, la vestimenta, y yo diría que en esos pueblos que llamamos equivocadamente primitivos, que nosotros estudiamos, detrás de cada objeto hay una pila de mitos, creencias y representaciones.
— ¿Pero usted trajo muchos objetos?
— Traje muchos y están todos en el Museo del Hombre, porque yo era muy puritano, si se puede decir, sobre todo en mis años de juventud. Consideraba que no tenía derecho a guardar un documento científico. Pero en el transcurso de la Resistencia junté un poco de objetos.
— Es verdad que en su casa hay muchos libros, pero veo muy pocos objetos. Yo me decía: voy a entrar al museo, ¡pero no ! Veo un tótem detrás suyo. ¿Qué es ese tótem?
— Es un enmascarado (NT: masculté) reducido, como los que se erigen en los pueblos de esos indios, que son los indios Haïda, que viven en islas a lo largo de la costa canadiense, del lado del Pacífico, donde los pueblos están cubiertos de grandes máscaras que podían tener, 10, 12, 15 metros de altura y que se llaman totémicos porque dejan ver animales. Pero en realidad entre muchos ellos son más bien blasones, exactamente como los blasones nuestros de la Edad Media, donde cada casa noble, porque son sociedades muy aristocráticas, junta eventos característicos o simboliza su genealogía remontando a tiempos muy lejanos. Hablábamos recién del mito y yo intentaba decirle lo que es el mito para un etnólogo. Pero si usted le hubiera hecho la pregunta a uno de esos indios, o en general a cualquier indio de las dos Américas –porque sobre eso hay una extraña unanimidad– y usted le preguntaba qué es un mito, él le hubiera respondido: es una historia que sucede en una época donde los animales y los hombres no eran realmente tan distintos y donde podían pasar de la forma humana a la forma animal. Lo que me parece de una verdad casi trágica, porque si hay algo trágico en la condición humana es esta coexistencia que llevamos con otros seres que son vivientes como nosotros y con los cuales no podemos comunicar. Y la época del mito es justamente aquella donde eso era posible. Entonces todos esos seres que están representados ahí no son exactamente ni humanos ni animales, son seres a caballo entre las dos naturalezas. Y lo que hace la grandeza de este arte que es uno de los más majestuosos e importantes que yo conozca, es precisamente esta extraordinaria capacidad que han tenido para expresar esta verdad de orden sobrenatural. No hay para nada ese lado caricatura o sandeces estilo Walt Disney. Esos personajes son personajes monumentales, grandiosos, llenos de pensamientos. Y al mismo tiempo no se puede decir si son animales o seres humanos. En orden de arriba para abajo hay un oso arriba, por debajo un búho. El personaje grande es más extraño, y si queremos leerlo constatamos que esta criatura tiene un labret, es decir un disco de madera en el labio inferior. Quiere decir que es una mujer, porque en los Haïdas solamente las mujeres llevan labrets. Además se trata de un arte codificado, estereotipado, mire los tres motivos pequeños en forma de media luna sobre la frente que representan los branquias de un pez y abajo un órgano protuberante que es la cola. Dados esos signos se ve que es un pez murciélago (roussette), es decir un escualo, un escualo chiquito. Eso recuerda que en la historia de esta familia hubo una mujer en tiempos muy antiguos, en la época en que los animales no se distinguían, que se burló del pueblo de los peces murciélagos y se la llevaron, la secuestraron y la transformaron en pez murciélago. Ese fue el incidente.
Abajo, algo importante es el cuervo. El cuervo es la principal divinidad de esos pueblos que resolvieron el problema del mal de una manera muy diferente de la nuestra. Nosotros nos fabricamos un dios todopoderoso y muy bueno y no llegamos a comprender cómo entró el mal en el universo. Ellos tienen un dios que es engañador, por vocación y por naturaleza, y que en consecuencia fabrica, al mismo tiempo, el mal y el bien. Por ahí viene la ausencia total del problema de plantearse la existencia del mal en el universo. ¡Tienen suerte! El hecho de que haya ranas tiene que ver con un incidente de su existencia cuando uno de ese pueblo había robado el sol que estaba en una caja. Se lo propuso a otro pueblo en intercambio de alimentos, que estos no quisieron darle. Entonces el dios los transformó en ranas.
Abajo del todo, un personaje que se reconoce exactamente por ciertos caracteres, los dos incisivos fuertemente marcados, la pequeña varilla que tiene entre las manos, es un castor…
— Hay una palabra, CLS, que hay que pronunciar en esta emisión, porque su nombre está ligado a ella. Es la palabra estructuralismo. Ahora bien, para los que no saben lo que es, ¿qué es el estructuralismo? ¿Es un modo de pensar? ¿Un método de análisis? ¿Una ideología ?
— ¿Qué es? Es una palabra que se empleó tanto, para cualquier cosa, que yo mismo no me atrevo ya a utilizarla. Porque en realidad nos imaginamos que es una gran novedad… ¡Y para nada! Es simplemente un esfuerzo por incluir en las ciencias, o en lo que se llama por error las ciencias del hombre o ciencias sociales, (porque nosotros no somos ciencias), un poco más de rigor que antes. Se cree que se trata de un descubrimiento reciente. No, creo que la manera más simple de hacer comprender lo que es el estructuralismo es decir que tenemos que habérnosla, los que estudiamos el hombre y las sociedades humanas, con objetos que son extraordinariamente complicados, que son en realidad mucho más complicados que los que estudian nuestros colegas biólogos o físicos, y al final no somos capaces de describir de manera satisfactoria. Un poco como una cara humana. Usted puede leer durante veinte páginas de Proust la descripción de la cara de Odette de Crécy, ¡que no va a ver a Odette de Crécy! Todo lo que sabrá es que no tenía ninguna relación con René Lamouti. Usted no va a saber por qué no puede ver la cara de Odette de Crécy. Y es en la época del Renacimiento que un gran pintor alemán, Alberto Durero, se dio cuenta porque era pintor y era un problema que le preocupaba, y dibujaba, que si no era posible describir exactamente una u otra cara, podíamos encontrar una regla de transformación muy simple que permitía pasar de la cara A a la cara B por una deformación fácil de realizar en sí misma. En el fondo, el estructuralismo es eso. Es decirse, frente a objetos muy complicados, que no trataremos de describir esos objetos en los mínimos detalles porque no lo lograremos nunca y una vida no sería suficiente para describir una hora de la vida de una sociedad humana de cincuenta personas. Pero trataremos de comprender la diferencia de una sociedad con otra. Y nos daremos cuenta que si cada una de esas sociedades, por su lado, es muy complicada, en realidad la diferencia entre ellas es quizá más simple.
— Quisiera que volviéramos a Tristes trópicos y al paréntesis que fue para usted en su vida, como en la vida de todo hombre, la guerra. Usted cuenta en Tristes trópicos que conoció a André Breton en el barco que lo llevaba primero, creo, a Pointe-a-Pitre…
— Nos llevaba a Martinica, a Fort de France.
— Y ustedes se hicieron amigos, usted vivió refugiado en EEUU con él. Se hicieron amigos. Yo quisiera tener su testimonio sobre André Breton, porque se dijo siempre que tenía un carácter imposible, etcétera.
— André Breton era un personaje que estaba lejos de ser simple, como esos fenómenos humanos de los que hablábamos recién. Era a la vez un hombre de una cortesía extraordinaria, que tenía un lado Siglo XVII , que era fiel a sus amistades hasta el día en que algo se quebraba. Y así pasó entre nosotros, como con todo el mundo, hubo un día donde por algo… Se quebró… ¡Una historia absurda! Yo no hubiera nunca pensado que le iba a provocar tal descontento. En fin, luego se mejoró un poco, pero nunca volvió a ser la gran amistad del Capitán Paul Lemaire –era el nombre del barco–, y luego nuestros años de amistad en New York, durante los cuales corríamos por los viejos anticuarios con Max Ernst, en búsqueda de objetos como éste, que en esa época estaban considerados como simples monumentos etnográficos, sin ningún valor estético. Fuimos nosotros quienes enseñamos a los americanos que esos objetos eran bellos. Y Breton era un… Breton tenía mil talentos. No era solamente un gran poeta, un gran escritor, tenía una especie de sentido infalible del objeto. No tenía nunca la menor duda ante un objeto para saber no solamente si era auténtico o falso sino si era verdaderamente bello o no.
— Usted nos explicaba recién que abrazó la etnología para huir de la enseñanza, pero yo noto que la etnología lo llevó a la enseñanza, porque después usted fue profesor en Hautes Etudes* y finalmente en el Collège de France.
— Sí, pero nunca estuve en una universidad, es decir que pertenecí a lo que se llama Grands Etablissements**, donde no hay programa, donde al contrario la regla, si una regla hay, y que es imperiosa, es que cada año se debe hacer algo nuevo. Y eso era evidentemente la manera para mí de conciliar la enseñanza y el lado inestable e inquieto de mi naturaleza. Cada año había que cambiar. Era una manera también quizá de preparar libros. Todos mis libros fueron preparados en los cursos.
— Acaba de aparecer en ediciones Plon, que es su editor desde hace tiempo, un libro hecho de textos muy cortos, titulado Palabras dadas.
— Son los resúmenes de mis cursos, pues la regla administrativa obliga a publicar cada año en el anuario del establecimiento en el que se enseña. Y esos resúmenes de cursos, algunos muy breves, una página y media, dos, y otros al contrario, doce o quince páginas, tienen todo muy condensado. Es un poco a la manera de Tristes trópicos, aunque de manera más austera, mi biografía intelectual durante 32 años. Eso es lo que pensé, eso es lo que cuento.
— En fin, en tanto Tristes trópicos se dirige al gran público, éste…
— Sí, pero yo no pretendía para nada dirigirme al gran público. No lo va a ver en la lista de best sellers, seguramente.
— Bueno, puesto que hablamos de enseñanza, qué piensa de la formidable querella de hoy a propósito de las críticas dirigidas contra la enseñanza secundaria, especialmente, y pienso además a una de sus colegas del Collège de France.
— Existe un muy lindo libro, con el que estoy absolutamente de acuerdo –del año 68 u otro año–, sobre la decadencia de la enseñanza secundaria. En el fondo, tengo la impresión de que yo mismo lo viví como alumno cuando estaba ahí, y luego como profesor. Quiero decir: como alumno, porque cuando leo textos del siglo XIX, me quedo estupefacto de ver qué grado de madurez habían adquirido en primera*** o en clase de filosofía hombres como Proust, como Jaurès, como Bergson, como Durkheim, en fin eran todos más o menos contemporáneos. Y eran mucho más maduros, mucho más adultos en sus últimos años de liceo que yo mismo y mis compañeros lo éramos en…
— Sí, le iba a decir… porque usted toma dos épocas en el mismo período, le iba a decir… Usted toma seres excepcionales. Pero si usted compara seres excepcionales de hoy –es decir de su época–, en fin…
— Si yo los comparo con los mejores de las clases, estaban evidentemente muy por arriba. Tengo la impresión de que tenemos que habérnosla con una suerte de proceso, pero que se extendió a través de los siglos y que yo llamaré una infantilización progresiva de la juventud y de la adolescencia. Nos volvemos adultos cada vez más tarde. No tengo necesidad de recordarle a Montaigne, que hablaba griego y latín a los cinco o seis años.
— Además, en La mirada distante usted consagra un capítulo a la enseñanza y lo titula, de manera cómica , “Palabras retardatarias sobre el niño creador”. Usted dice: “Sé que no me van a escuchar…”.
— Eran retardatarias porque no las dije en el momento que hubiera debido decirlas y que después parecen retardatarias a muchos educadores contemporáneos.
— Sí, evidentemente retardatarias, porque usted hace el elogio de la obligación de la escuela.
— Yo no hago el elogio, trato de mostrar que es un elemento esencial de toda educación, cualquiera sea, y que tenemos grandes ilusiones cuando uno imagina que basta con liberar la espontaneidad creadora. Una espontaneidad creadora que no venga a chocar contra algo no llega a manifestarse y realizarse. Estoy absolutamente estupefacto cuando veo que dicen que no se debe proponer a un joven estudiante de liceo un “vaso de raíces” como tema de composición y al mismo tiempo decir que se le debe dar una hoja de papel y lápices de colores y dejarlo expresarse y manifestarse, como si el vaso de raíces no fuera una resistencia comparable a la del papel y los lápices, una materia que hay que dominar para llegar a expresarse.
— Usted cita además un dicho de Richard Wagner: “Aprenda las reglas de los maestros para que lo ayuden a preservar lo que en sus años de juventud le revelaron la primavera y el amor”. Y sin embargo fue un revolucionario en música. Yo noto también, CLS, que usted emplea a sabiendas y siempre con elegancia el imperfecto del subjuntivo que se emplea raramente hoy.
— Tengo, digamos, un cierto amor por la lengua y sus fuentes. Y en el fondo no veo por qué ese francés, que era un instrumento de comunicación tan perfecto que hubo en una época cuando toda Europa lo prefería a las lenguas autóctonas, por qué lo empobreceríamos de sus medios de expresión
— Su entrada a la Academia Francesa ¿no es el signo justamente de la voluntad suya de perpetuar antiguos valores?
—Y la Academia Francesa es una. La Academia Francesa es quizá, de todas las instituciones francesas, la que menos cambió desde hace 350 años. Es digna de respeto entonces, de la admiración que tenemos por esos monumentos históricos. Después de todo, un monumento histórico no es simplemente hecho de piedra y de pintura, está hecho también de ideas, de tipos de reflexión, de creencias, de pensamientos. Y lo que simboliza todavía hoy la Academia Francesa –y es un caso único en todos los países del mundo– es la proclamación de que la lengua es un problema de Estado. Eso no existe en ninguna otra parte. Es a partir de ahí que se hicieron los trabajos del diccionario.
— ¿Se interesa usted en la aventura espacial? ¿Sigue eso con pasión?
— ¡Sigo eso, sí! Cuando tengo la posibilidad de verlo en la televisión. Me acuerdo de la llegada de los hombres a la Luna.
— Como etnólogo que es ¿tiene reflexiones particulares ? O bien, ¿usted mira así… como un ciudadano normal?
— Todo a la vez, es mucha admiración por los prodigios científicos que lo permitieron, y al mismo tiempo una cierta tristeza pues ¿a qué se parece? Se parece al descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492. Era también otro mundo que podía parecer tan inalcanzable con los medios de que disponían como la Luna hoy, pero ese mundo era un mundo de una riqueza prodigiosa y que, verdaderamente, aportaba a la humanidad una mitad de sí misma que ella ignoraba, la flora, la fauna de especies animales nunca vistas. Todavía vivimos sobre lo que adquirimos en América. ¿Y qué nos queda ? Nos queda la Luna, otro planeta donde no hay habitantes y donde no hay plantas, donde no hay animales. Lo que nos queda por descubrir es bien triste. Dicho de otra manera, el descubrimiento de América es finalmente más importante con respecto a la historia que el descubrimiento de la Luna. No hay que decir nunca las cosas así porque la historia es imprevisible.
—Usted dijo recién que este siglo, finalmente… No tenía una gran pasión por él. Tengo a pesar de todo ganas de preguntarle si usted se interesa por la política, por la actualidad.
— Me pongo al corriente, leo varios diarios, varias revistas…
— Usted lee muchos diarios. Varios diarios varias revistas, es mucho más que el promedio nacional.
— Leo al menos dos diarios por día, dos cotidianos, a veces tres, y leo 4 ó 5 semanarios. Así trato de tenerme al corriente. No puedo decir que ponga mucho deseo. Tengo el sentimiento de que hice mucha política cuando era joven.
— Usted estaba en la SFIO, la juventud socialista.
— Yo era secretario general de la federación de los estudiantes socialistas. Incluso fui candidato en el Consejo general en la región de Landes. No llegué a nada porque choqué con el coche. Era el primer día que agarraba el volante de un auto. Así que eso puso un término muy rápido a mi campaña electoral. Pero con los años tuve el sentimiento de que había cometido graves errores en esa época.
— ¿Cuáles?
— Ser pacifista antes de 1939. Después viví la guerra en la Línea Maginot. Luego la retirada a través de toda Francia. Me dije que cuando se cometió un error de ese tipo en la vida, uno no se mezcla más para juzgar cosas que relevan de otra forma de espíritu, de otro tipo de competencias. Y es lo que hice.
— Si todo el mundo tuviera la misma reacción que usted, es decir “el primer error grave, yo me detengo”, no habría más hombres políticos. ¿No le parece?
— Tengo el sentimiento que si hubiera cometido un error en mi trabajo de etnólogo de ese calibre no me hubiera sentido autorizado a continuar, hubiera creído no estar autorizado a continuar.
— ¿Y la radio, la televisión? ¿Usted escucha, mira?
— Yo escucho esencialmente música… ¡El tiempo que pueda escuchar!
— Sí, estoy contento que aborde esto, porque su otra gran pasión, creo, es la música.
— Es la musica, y bueno… Tengo toda la posibilidad de escuchar música trabajando.
— ¿Ah sí?
— Quiero decir, hago eso con dos hemisferios distintos del cerebro.
— Ah bueno, es así… ¡Hay un hemisferio Chateaubriand y un hemisferio Rousseau, así es!
— Puedo difícilmente trabajar sin música. No lo hago para tener un fondo sonoro, como se dice, no es eso. Eso excita el funcionamiento de mis células cerebrales.
— ¿Usted puede escribir escuchando música? ¡Yo no puedo escribir nada bueno escuchando música! ¡Es curioso! ¿Pero usted toca un instrumento ?
— En mi juventud traté de tocar todos los instrumentos, y no llegué a ningún resultado con ninguno.
— ¿Es verdad que –leí eso en algún lado– le hubiera gustado ser un director de orquesta?
— Si, es totalmente cierto. Si hubiera podido, o si un hada me hubiera propuesto recomenzar mi existencia, sería como compositor o, si no, como director de orquesta.
— Hoy está jubilado. ¿Cómo vive? ¿Qué hace de sus jornadas?
— Tengo justamente mucho más trabajo que antes. Porque cuando estaba en funciones, y dirigía el laboratorio de antropología social que fundé, tenía todo un secretariado a mi disposición que ya no tengo, puesto que pasó a mis sucesores.
— ¿No tiene ni siquiera una secretaria?
— No, entonces debo escribir mucho correo yo mismo y eso me lleva mucho tiempo. Y además sigo escribiendo.
— ¿Pero no tiene secretaria porque no quiere o porque sus medios no le permiten pagar una secretaria?
— Mis medios seguro que no me lo permiten, y aparte hay un problema de lugar, de espacio.
— Es sorprendente para un hombre con sus competencias, su notoriedad. Me parece una lástima que no le faciliten la vida.
— Usted sabe que los usos franceses no son los mismos que los usos en el extranjero. Efectivamente, en EEUU un profesor jubilado conserva exactamente los mismos medios de trabajo que tenía antes.
— Los pueblos que se extinguieron poco a poco ¿trataban mejor sus antecesores, sus decanos, sus grandes maestros?
— Diría que depende de los pueblos y que sobre eso no hay que generalizar. Pero si usted toma a aquellos de los que hablábamos hace un rato a propósito de ese enmascarado, los autores de esas esculturas gozaban seguramente del mismo prestigio que un Picasso o un Matisse entre nosotros.
— Hay una palabra que no pronunciamos todavía, y cuya ausencia sorprendería: la palabra ecología. ¿Los etnólogos no fueron, antes que ningún otro, los primeros ecólogos?
— Es verdad, pienso que es cierto porque aprenden de los pueblos (que ellos sí son ecólogos) que lograron, al precio de toda clase de prácticas que juzgamos supersticiosas con un poco de desdeño, mantenerse en equilibrio con el medio ambiente. Entre esos pueblos que estudiamos, como los de América del sur y también del Norte, existen creencias en un amo de los animales que vigila celosamente los procedimientos de caza. Y saben que él va a enviar castigos sobrenaturales al que matara más de lo que fuera estrictamente necesario. Cuando para recolectar la más pequeña planta medicinal es necesario hacer primero ofrendas al espíritu de esa planta. Todo eso obliga a mantener con la naturaleza relaciones ponderadas. Ciertos pueblos tienen incluso la creencia de que el capital de vida que está a la disposición de los seres forma una masa. En consecuencia, cada vez que se toma demasiado de una especie, se debe pagar a expensas de la propia. No es como en el banco donde se tiene una cuenta que puede estar en rojo. Todo eso sacude al etnólogo y le muestra hasta qué punto una manera sensata de conducirse y considerarse, no como lo hicimos desde el Antiguo Testamento y el Nuevo, y desde el Renacimiento también, como los amos y señores de la Creación, sino como una parte de la Creación que debemos respetar, puesto que lo que destruimos no será jamás reemplazado, y que debemos transmitirlo tal como lo hemos recibido a nuestros descendientes. Es una gran lección. Yo diría que es casi la más grande lección que el etnólogo puede sacar de su trabajo.
— ¿Usted piensa que tiene una chance de ser escuchado? ¿Que el hombre renuncie a ser el amo de la Creación? ¿Usted cree ?
— No, francamente, no creo, y es por eso que no soy optimista y que no me siento muy cómodo en la sociedad o en la civilización en que vivo.
— ¿Usted volvió a Brasil, o tiene la intención de volver?
— Jamas retorné a Brasil, y hubiera tenido ocasiones de hacerlo, y sobre todo este año, en que se celebra el 50° aniversario de la universidad de San Pablo. Tengo un poquito de reticencia a ir a llorar sobre los recuerdos de juventud y de reencontrar regiones que, por supuesto, querría volver a ver, pero que me llevó meses recorrer a lomo de mula o en piroga (piragua) o incluso a pie, y ahora están atravesadas por rutas, e indios que conocí en una frescura no digamos primitiva, porque seria exagerado, pero llevando una vida tradicional, reducidos al estado de linyeras al borde de rutas donde circulan camiones.
— Claro, no tiene ganas de ver eso, sería horrible.
— Al final, tengo ganas y no tengo ganas, no es simple. En el fondo, tenemos razón de decir que el hombre es el predador del hombre, es así. Con respecto al hombre, seguro que es así. Tengo la impresión de que nuestra civilización se desarrolla de tal manera que nos volvemos un poco, con respecto a nosotros mismos, como los pueblos que antes dominábamos, explotábamos, lo eran para nosotros. Nos volvemos nuestros propios colonizados.
— Entonces… ¡Pesimista! Usted pronunció la palabra recién , y sin embargo hay en usted una especie de gravedad casi serena.
— Yo decía recién que no hay que hacer nunca una profecía o previsión. Siempre pienso que puedo equivocarme y que después de todo la humanidad ha pasado por muchos eventos difíciles y circunstancias delicadas, y que puede muy bien encontrar el medio de salir de ésta. Hay otra cosa que me da lo que usted llama serenidad, es la creencia que tengo en el valor y la importancia del pensamiento científico. Nuestra civilización, con todas sus fallas y, diría, a veces con todos sus crímenes, tiene en todo caso algo en su activo, que es haber dado nacimiento al pensamiento científico y haberlo desarrollado en el curso de estos últimos 50 años más de lo que había sido hecho en los años anteriores. Y ese esfuerzo del hombre por comprender, del cual sabemos que nunca llegará a su término, que no puede terminar, que comprender algo es percibir al mismo tiempo nuevas dificultades que no se entienden, y que así será indefinidamente. No soy para nada un cientista a la manera del siglo XIX. Pero en todo caso, ese esfuerzo por comprender, del cual el etnólogo va a estudiar justamente las formas más extranjeras a la nuestra, en pueblos lejanos es lo que hace la grandeza del hombre, lo que le da dignidad.
— En abril de 1981 un diario literario publicó un referéndum entre escritores, intelectuales, profesores, artistas, periodistas. La preguna era, grosso modo: ¿Después de la muerte de Sartre, hay aún maestros del pensamiento (maîtres à penser)? Y usted llegó a la cabeza. Dijeron: Hay un gran maitre à penser hoy: es Lévy-Strauss. Delante de Aron y de Foucault. Eso lo debe haber sorprendido… ¿O no?
— Eso me sorprendió mucho, y al mismo tiempo no soy ingenuo de que era, a pesar de todo, un jueguito de sociedad. Y la razón por la que mi nombre fue citado, a menudo creo que es por razones negativas más que positivas. Es porque yo no molesto a nadie.
— No, le voy a explicar por qué. Pienso que Sartre y Aron son maitres à penser que dicen lo que hay que pensar, usted es un maitre à penser –-ya sé que usted rechaza el término– que dice cómo pensar. Es completamente diferente.
— Yo digo cómo pienso yo, pero… Y además es un hecho, yo no hice escuela en estos 50 años de carrera universitaria, tuve muchos colaboradores alrededor, pero todos los que conocen un poco, por ejemplo el laboratorio de antropología social donde hay 30 investigadores, saben que esos 30 investigadores trabajan cada uno en la vía que le es propia y que siempre los alenté a hacer así. Entonces el término de maitre à penser me parece inmerecido.
— ¿El estado presente de su espíritu? Como decían en el cuestionario de Marcel Proust…
— El estado presente de mi espíritu es que tengo 75 años, que sé que los años que me quedan por vivir son contados, que probablemente los años que estaré lúcido, suponiendo que lo sea todavía, son todavía mas contados, que tengo en mis carpetas, en mis fichas, un cierto número de temas que no tuve el tiempo de explorar y que bueno… Si tengo la posibilidad de escribir todavía dos o tres libros, es todo lo que puedo pedir a la existencia****.
* Hautes etudes: EHESS, Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales: escuela de nivel universitario con estudios interdisciplinarios sobre sociología, antropología, economía, filosofía, geografía, literatura, psicología… para ejercer puestos como investigación, profesorado, comunicación, edición, periodismo, etcétera.
** Grands Etablissements: Establecimientos nacionales de enseñanza superior e investigación, por fuera de las universidades, que otorga formaciones de tres a cinco años de estudio, con contenidos mas específicos que las universidades y muy bien considerados en el mundo del trabajo.
***Primera: nivel previo al año de pasaje del bachillerato (terminal). Los niveles del secundario en Francia van de sexto hasta primero en orden inverso, luego terminal, para la obtención del título de bachiller.
****Claude Lévy-Strauss murió a los 100 años, en 2009, de una crisis cardíaca.