Un viejo Citröen y varios cuerpos humanos documentan un momento y un devenir histórico.
“Les nietes de Carlos Marx”: teatro documental, autogestivo, político y generoso
Por Andrés Maguna
Un soplo de aire fresco en la cara y la mente de los espectadores. Puro y refrescante. Eso resultó ser Les nietes de Carlos Marx, la obra de teatro documental que pude ver el viernes pasado (30 de septiembre) en el espacio autogestivo Micelio, en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina.
(Luego de poner el punto después de “Argentina” me quedo pensando, la vista perdida en la pantalla del monitor, y me dejo ir de rama en rama. Primero, evalúo la subjetividad de la sensación de refrescor, y si puedo hablar por “todes” los espectadores, o si la objetividad puede basarse en la universalización de una impresión particular. Luego vuelvo a reflexionar sobre mis prejuicios respecto del lenguaje inclusivo que marca el título, la obra y su concepto, y vuelvo a confirmar que los prejuicios siempre son erróneos o reducen la capacidad de análisis. Tras cartón, dos palabras que escribí me brindan sendas ramas donde ir perdiéndome: “documental” y “autogestivo”. La primera de ellas ofrece una visión clarificadora del carácter de la obra y su origen, puesto que nació con la artista Ximena Pereyra preguntándose sobre su propia existencia, sobre ella misma en tanto documento concreto de ser viviente, en el inicio de una búsqueda que fue incluyendo a otros seres humanos-documentos, como su hermano Emiliano, historiador, la directora teatral Tania Scaglione, varios técnicos y actores, técnicos-actores, sus parientes muertos, en especial sus padres, su tío Carlos y el abuelo, Carlos Marx Lucchese. También las geografías, los lugares y unos cuantos objetos son los documentos que confluyen, resaltando entre estos el Citröen 3CV amarillo en el que Ximena viajó hasta México en el periplo de indagación de sus orígenes. En tanto, la palabra “autogestivo” como adjetivo del espacio Micelio también concuerda con la esencia de la propuesta performática en tanto se trata de voluntades individuales sumadas para la satisfacción de un colectivo que comparte lo que va consiguiendo compartir y recibe lo que los compartidos tienen para compartir, sin que haya obligación para ninguna de las partes, porque lo que se propone es de buena onda y conserva esa inocencia luminosa del básico buen trato entre la gente, los semejantes, el prójimo. Que eso es lo que se gestiona: lo que generoso se ofrece, aquello que con empatía se comparte. Entonces, discurriendo en esto de lo que uno tiene para recibir –la disposición anímica, la voluntad, las ganas y el back necesario para procesar lo que se recibe– y lo que puede ofrecer, caigo en la cuenta de que subir por las ramas siempre resulta más fácil que bajar, que muy distinto es irse de volver, y que Les nietes de Carlos Marx desanda las ramas en su regreso a las raíces, es decir que la indagación identitaria que inicia Ximena, a la que se suma su hermano, se dirige hacia el pasado familiar sin detenerse a pensar en las dificultades y ardores del viaje. Sí, los hermanos se van por las ramas para encontrar sus raíces, con la intención, tal vez, de iniciar un proceso de liberación sanadora basado en el reconocimiento de lo que cada uno puede, o debe, o quiere ser, que de eso trata “conocerse a uno mismo” sabiendo de dónde uno mismo viene).
A las nueve de noche, en el galpón mediano de calle Valparaíso (Micelio), el público se va acomodando en tarimas, sillas, banquitos y un sillón de tres cuerpos que al fondo, elevado, da sus espaldas al portón de ingreso al espacio. A un costado hay una barra y varios hacen fila para hacerse de cerveza en vaso plástico o en lata, alguna porción de pizza simple de muzzarella. A las nueve y veinte los setentipico asistentes al espectáculo ya están casi todos sentados mirando hacia el sitio escénico iluminado, un tercio del galpón mediano en el que hay dispuestos varios objetos y muebles: a la izquierda, el Citroën amarillo, al centro, al medio, una mesa con un par de sillas, más atrás, dos pantallas de proyección de imágenes, a la derecha una pizarra blanca, grande, y bien contra la pared una mesa con los artilugios de luz y sonido con sus correspondientes técnicos y actores, o técnicos-actores.
Emiliano y Ximena, dos hermanos que saben por dónde ir para saber de dónde vienen.
La obra, esencialmente naturalista, ya había comenzado antes de que llegara el primer espectador, y de nueve a nueve y veinticuatro, mientras el público se acomodaba, en la escena ya pasaban cosas: los actores y los técnicos actores iban disponiendo aquí y allí algunos objetos escénicos, limpiando la pizarra, entrando y saliendo del Citröen, saludando a conocidos entre el público, o charlando sobre cuestiones de la puesta o de bueyes perdidos. Hasta que el Emi se acerca a la pizarra con un fibrón negro en la mano y se dirige hacia los presentes como si fuéramos alumnos de una clase de historia. Arranca su disertación con los socialistas utópicos del Siglo XVII y va garabateando nombres y fechas hasta casi cubrir la pizarra, en cuyo centro destaca, redondeado, el nombre Carlos Marx (“mi abuelo”, explica). Luego, entre esas coordenadas de historia y evolución del comunismo, ubica a su padre y a su madre, y en ese punto, a través de la ventanilla abierta del Citröen (donde está sentada en el asiento del conductor), Ximena le pregunta: “¿Y en ese esquema dónde estoy yo?”. “Y…, acá, entre máma y papá” (escribe el nombre Xime y lo redondea).
Las preguntas de Xime no se detienen, quiere saber en qué punto se ubican otros personajes históricos y familiares, y la pizarra se va saturando de nombres, hasta que el Emi se cansa y se va. Entonces Xime se adelanta, de frente y bien cerca del público, y comienza a narrar su historia familiar, empezando con el recuerdo de su abuelo Carlos Marx, en un torrente discursivo que irá incrementando su velocidad a medida que la confianza recíproca con sus oyentes aumenta y se consolida.
Desde que el Emi empieza a disertar hasta el final (que el viernes fue muy aplaudido) transcurren sesenta minutos, durante los cuales se van sumando a las acciones, luego de presentarse ante el público diciendo cuál es su rol en la obra, todes les integrantes del equipe, aliados para ayudar a Xime a desarrollar su relato representando a los familiares de antaño o interpelándola, preguntándole cosas. La fórmula de la sinceridad funciona, el relato fluye dócil en la voz de la protagonista principal, que candorosa exhibe íntimos pensamientos, sentimientos y anhelos existenciales.
Varias veces los actuantes señalan las propias limitaciones (“por falta de presupuesto”, se excusan un par de veces) y fingen equivocarse, o se equivocan de veras, y se instala un clima humorístico que refuerza el sentido de la reconstrucción de un drama, o la dramática de una historia familiar.
También el posicionamiento político de Ximena Pereyra y la pieza teatral resulta natural, se muestra y se ve prístino, alineado fielmente a los preceptos de vida marcados por sus padres y los padres de sus padres, para quienes “ser rico está mal y ser pobre está bien”. Además se discute de temas políticos actuales y no se esquivan las honestas apelaciones panfletarias, como (y es solo un ejemplo) el apoyo decidido a los justos reclamos de los trabajadores docentes santafesinos y a su lucha.
(Vuelvo a detener los dedos sobre el teclado, antes de escribir el final de esta crítica, un poco colgado en la remembranza de mis sensaciones al ver la obra, y me permito estas bastardillas entre comillas para irme por una rama, solo una. Resulta que me acuerdo de que poco antes del final tomé consciencia de mi propia situación personal-generacional, rendido o entregado al fenómeno de la identificación transferencial propuesto e incentivado desde la escena, desde los cuerpos de los actuantes y desde los documentos mostrados. Que yo también soy un documento, que soy más viejo que joven, que los ricos me caen mal y los pobres me despiertan simpatía –¿eso significa «ser de izquierdas»?–, que mis deseos por saber de dónde vengo y venimos son vitales para morir en paz y vivir, hasta que la hora llegue, lo más feliz y contento que se pueda sin joder a nadie. Y eso, sentirme menos en mi más, y más en mi menos, me había proporcionado tranquilidad y satisfacción).
Retomando lo del soplo de aire fresco que creí sentir colectivamente, concluyo que siempre resulta revitalizador que un grupo de comprometidas personas de las generaciones que nos anteceden (digamos, por qué no, jóvenes) demuestren que los traumas se pueden acomodar y elaborar, separando la paja del trigo, para tomar partido y luchar junto con las huestes igualitarias en la solidaridad, activistas en sus propósitos, militantes contra los indiferentes, los confundidos y el gorilaje infame de los que hoy se llaman odiadores. Ellas, ellos y elles, descendientes de la cualidad virtuosa de la especie, ya salieron, en un viejo Citröen, hacia la victoria siempre.
“Les nietes de Carlos Marx” y su público saben que las divisiones son reales, pero más claro tienen de qué lado están, y con quienes cuentan. Son la contracara, opuesta por el vértice, de quienes prefieren la comodidad de dejar sus modos de ser y vivir en manos de los apologistas encolumnados detrás de las derechas más duras, o neonazis, bah. Y cierro: brisa fresca contra fétidos empecinamientos abtrusos, incluidos los propios.
FICHA TÉCNICA
Dirección y dramaturgia: Tania Scaglione y Ximena Pereyra. Producción: María Antonela Pierotti. Diseño de iluminación y técnico audiovisual: Alejandro Martín. Diseño de sonido y músico: Claudio Lo Giudice. Escenografía: José Pierini. Coreografía: Alejandra Valdés. En escena: Emiliano Pereyra Lucchese y todes les anteriores. Próxima función: 21 de octubre del 2022, a las 21, en La Vigil, Alem y Gaboto.