Soldado pronto morre tonto

Por Guido Crespi

¿será como yo lo imagino?

¿o será un mundo feliz?

Serú Girán

Belgrano Rawson, en su prodigiosa Setembrada, narra desde la primera persona de un  soldado en las trincheras de una ficcionada guerra que remite a la delatriplealianza. Lo velado vale por lo metonímico. O metafórico. Y en lo narrativo se incluyen una acidez suprema, el manejo de formas y recursos literarias que desandan desde la novela histórica hasta el realismo mágico, y unos cuantos elementos más que este humilde servidor no puede sino reconocer apenas como estilos, abstracciones, más por una afición a la lectura en general que por la formación específica para el análisis del tema.

Pero no es de la generación literaria argentina del ‘80 que se quiera hablar. Sino más bien de su analogía directa con lo actual.

Hoy 30 de octubre, fecha natalicia del mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, se acaba  de decidir en Brasil –cuna del mejor fútbol de todos los tiempos– que quien fuera un obrero metalúrgico se convierte en el más veces electo presidente de la 5ª economía mundial. Un hervidero de más de 200 millones de almas donde se condensan tanto algunas de las últimas tribus amazónicas perdidas de la vista occidental desde el 1500 (y contando), como las multitudinarias favelas, organizaciones sociourbanas características de la miseria capitalista; desde las experiencias más progresistas en América Latina de organización por el uso de la tierra, hasta las expresiones militares más salvajes de la represión; de Sócrates a Pelé; de Chico Buarque a la Iglesia Universal; de los Capitanes de la Arena a los Helicópteros de la Rocinha; de Marighella a Bolsonaro.

Este último personaje, encarnador en la forma latinoamericana del ultrafascista europeo de este Siglo (Houellebecqiano él, sin dudas) aparece en escena como la resaca política de un sistema en decadencia, que no por decadente deja de funcionar para minorías poderosas ni de generar esperanzas masivas (sin contradicción aparente entre estas dos figuras). Personaje risueño en un primer momento para todos los actores en escena, se convierte en el monstruo que nadie sabe muy bien cómo descifrar y se mete en las entrañas de la bestia (si acaso ya no estaba allí). Lo demás es historia reciente: Topos resistiendo, imperialistas –en bloque– avanzando.

Si bien la metáfora de los topos de Rawson le vale al ejército Paraguayo, condensa en su ontos a un pueblo que resiste la colonización –incluso de sus propios pares vencidos por el extranjero cual Condenados de Fanon– y una solución entre lo guaraní y subtropical que bien le vale al Latinoamericano: esa ficción heterogénea y trans-génica que, sólo por caso ahora, llamaremos brasilero, y que –sobre todo- no resigna ni cultura, ni goce.

Hoy, sólo por hoy, se puede no hacer énfasis (no por ello hacer silencio) en las concesiones que hasta el mismo otrora obrero metalúrgico ahora más veces presidente electo del Brasil le ha hecho al mismo sistema que generó un Bolsonaro. Hoy, sólo por hoy, se puede pensar en el sistema democrático-burgués como uno de tantos que a veces, sólo a veces, genera millones de esperanzas entre las filas de piesdescalzos.

Hoy, sólo por hoy, vale metaforizar entre la novela de Eduardo Belgrano Rawson y o povo brasileiro, allí cuando los topos, carentes del recurso del enemigo, vuelan el María Da Gloria, su principal acorazado, imaginando esta noche, por qué no, miles de berimbaus bajando del morro:

…Varias horas corridas duró la celebración de los topos. Estos degenerados inmundos la tenían preparada. Cuando el último retumbo de la explosión se disipó en la selva, estalló la batahola. Pero no fue el típico cacerolazo que organizaban los topos cada vez que los nuestros paraban el cañoneo para tomarse un respiro. Fue algo muy diferente, que ninguno de los testigos podrá olvidar mientras viva. Empezó como un redoble de cien berimbaus, a los que pronto se unieron cien tamborines, sin melodía ni nada. Un aluvión de maracas recorrió todo el frente, como un diluvio de piedras. Luego mil cavaquinhos rasgaron el aire, seguidos por las marimbas y las gunzugas. Pronto perdimos la cuenta de los instrumentos en danza […] Nos hacíamos a los topos bailando como poseídos, desde el jefe del Estado Mayor hasta la última soldadera. Luego se puso el sol. Nosotros, dejados de la mano de Dios continuábamos ahí arriba. Pedimos órdenes por el telégrafo. Nadie se dignó a contestarnos […]Nadie quitaba la vista del coronel mientras los tamborines daban inicio al concierto. Tamborines, cavaquinhos y berimbaus, por no mencionar los bombos, los clarinetes y las guitarras caipiras. Cada redoble era un trompazo en la cara del coronel. Qué digo del coronel: hasta del último lavaplatos de nuestra fuerza de operaciones, el poderoso ejército rejuntado por las naciones unidas de Sudamérica.

El final en papel no se adivina. La voladura de un acorazado no concluye enfrentamientos, sabe radicalizarlos. Las guerras, cuando subterráneas, perduran aún más de lo que la linealidad causa-efecto impresiona. Los festejos y armisticios, siempre, son parciales. Los colectivos y sus sujetos, siempre, tienen contradicciones.

El final aquí y ahora está en ciernes. Aún no sabemos siquiera si es final; si es tragedia o farsa. Las urnas no garantizan el poder, eventualmente lo estimulan; dan crédito. No más que los bancos y finanzas en este lado de la historia. No menos que la organización popular calle abajo.

Bolsonaro no ha propelido hasta aquí más que amenazas de acuartelamiento, completando su propio panegírico de líder iluminado y, consecuentemente, violento, protector de valores, la moral y las buenas costumbres.

Nuestro autor citado, dando comienzo al segundo capítulo de su novela y con lengua coloquial brasileña rápida de reflejos y verso, propuso que soldado preparado muere tarado, ridiculizando a aquel que convencido de su propio discurso para sostener el acto e impostura de guerra, se termina hallando patas arriba y ridiculizado por un territorio que cambió al son en que se lo cartografiaba.

¿Será?

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