Contexto del “cuidado de sí”: el filosofar como un trabajo teórico-práctico.
pOR jULIO cANO
Vamos a apoyarnos, para lo que sigue, en un texto de Michel Foucault que recoge su Curso en el Colegio de Francia de 1982 titulado La hermenéutica del sujeto. Como señalamos para otras ocasiones en que hemos emprendido ese mismo camino, no se trata del comentario de un texto ajeno ni de apostillas al margen del mismo, sino de trabajarlo como fuente de inspiración para nuestras propias ideas. Puede parecer una muestra de inmodestia decirlo así, pero hay que recordar aquello de “atrévete a pensar por ti mismo”: la tarea del filosofar es, en buena medida, la de la elaboración de conceptos nuevos (cualquiera sea la suerte que ellos corran posteriormente).
El texto, entre otros asuntos de igual reelevancia, refiere a que la interpretación (hermenéutica) del sujeto intenta mostrar como lo que se conoce como “inquietud de sí” no significaba, únicamente, un estudio teórico para los que la trabajaron en la antigüedad clásica y en el cristianismo primitivo, sino un conjunto de prácticas que llegaron a tener una gran importancia. El nombre con que se la conocía era epimeleia heautou, que significa, precisamente, “inquietud de sí”, un cuidado, una ocupación holística sobre el sujeto practicada por él mismo con ayuda de un maestro (como veremos mas adelante). No solamente una ocupación teórica o intelectual, pues. Dado que cuando nos referimos a la filosofía pensamos en una tarea eminentemente teórica, es imprescindible anotarlo, ya que quiebra la norma.
Es más: esa experiencia no fue en principio formulada por los filósofos, sino que pertenecía a una larga y extendida práctica de carácter colectivo. Que luego, sí, fue adoptada por la filosofía con un carácter más técnico, pero que tuvo este origen. De uno a otro extremo del mundo griego y latino es fácil encontrar testimonios de la importancia atribuida a esa “inquietud de sí”, además de su fuerte vinculación con el “conócete a ti mismo”.
La vinculación profunda y compleja entre ambas prácticas es mérito de un trabajo largo y arduo de Foucault. Digamos algo que resulta importante para esa vinculación: el papel que se le ha otorgado al “conócete a ti mismo” como tarea de carácter marcadamente racional ha opacado a la otra noción, y en esa tarea han trabajado juntos tanto los filósofos como los historiadores de la filosofía. El esfuerzo de Foucault se ha centrado en traer a la luz la importancia legítima del “cuidado de sí” hasta ahora sepultada por la otra noción. Es decir, en todo este período histórico –algo más de diez siglos– la inquietud de sí y el conocerse a sí mismo mantuvieron una tensión dialéctica que no se vio mermada en la práctica, y que supuso un posicionamiento del sujeto involucrado que merece ser rescatada del olvido en nuestra sociedad, tan marcada por el individualismo y la mediocridad.
El ejemplo más notorio de lo que venimos hablando es el de Sócrates. En la Apología platónica lo vemos presentarse a sus jueces como el maestro de la inquietud de sí. Es él quien interroga a los que se encuentra en la calle señalándoles que, mientras se ocupan de sus riquezas, su reputación y sus cargos, no hacen lo mismo con lo concerniente a su alma. Es él quien vela para que sus conciudadanos “se preocupen por sí mismos”. Ya en su discurso se advierte la tensión entre la epimelei heautou y el gnoti zeauton, tensión que Sócrates deja abierta, puesto que sus propuestas son procesos.
Ocho siglos más tarde que Sócrates –señala el texto de Foucault– reaparece la epimeleia heautou con una importancia que emerge en un contexto distinto al de la antigüedad griega, en los escritos de Gregorio de Nisa, un intelectual cristiano de Capadocia. En ese contexto se da ese nombre al movimiento por el cual se renuncia al matrimonio, se abjura de la carne y, gracias a la virginidad del corazón y el cuerpo, se recupera la inmortalidad perdida. Como se puede observar, el ascetismo cristiano, al igual que la filosofía antigua, se coloca bajo la advocación de la inquietud de sí. Pero es fundamental señalar también que entre esas dos referencias temporales extremas, Sócrates y Gregorio de Nisa, podemos constatar que ella supuso una práctica constante, que consistió en una práctica que nunca se detuvo.
Para mostrar esto con otro ejemplo, situado esta vez a medio camino, tenemos un muy conocido texto de Epicuro, la Epístola a Meneceo,que comienza así:
“Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para cuidar nuestra alma. En consecuencia, debemos filosofar de jóvenes y de viejos”.
De modo que sería un error creer que la inquietud de sí fue una invención de la filosofía. Como ya dijimos, fue un precepto y una práctica comunes a la antigüedad, a la cultura griega. Lo sucedido fue que la filosofía la traspuso a sus propias conveniencias y exigencias.
Pero, aún convertida en un principio filosófico, la inquietud de sí nunca dejó de ser una forma de actividad. El término epimeleia no designa una actitud de conciencia, sino una ocupación regulada,es decir, un trabajo, con sus procedimientos y sus objetivos. Entonces, cuando en filosofía se menciona este término, se está haciendo referencia a todo un dominio de actividades complejas y reguladas. Se está ante una actividad holística.
Entonces, la tan manejada concepción de que la filosofía clásica – y tras ella toda la historia de la filosofía occidental – fue una ocupación eminentemente teórica y poco preocupada por los componentes de lo humano que no refirieran al mundo racional, puede ser puesta en entredicho. Por supuesto que, a la luz de lo que muestran una enorme cantidad de textos griegos, latinos y medievales, este argumento que ahora criticamos (a saber: la primacía de lo racional) tiene una base de sustentación fuerte. Así que, para defender la tensión entre ambas nociones, deberemos seguir a autores como Foucault que no solo rastrean textos, sino que hurgan (hasta donde sea posible) la propia situación contextual en el que fueron escritos los mismos. Agregamos que todo lo dicho es dicho por alguien (contexto existencial) y todo lo dicho participa del contexto (contexto lingüístico–cultural).
Es necesario insistir en decir que no se trata de una tarea circunstancial, sino de una gimnasia holística permanente, porque no es una preparación para la vida sino una forma de vida. Si se la señala con tanta fuerza, ¿no estará en el centro del filosofar? ¿No se hará sinónimo de la reflexión filosófica? Preguntas abiertas sobre las cuales volveremos más adelante en otros trabajos.
Veamos por un momento qué lugar ocupaba la figura del maestro en la formación de los criterios del sujeto dispuesto a transformar su existencia por medio del cuidado de sí y el conocimiento de sí. Tal maestro no lo era por su condición intelectual, sino por ser alguien capaz de enunciar la verdad de una circunstancia o de una actitud del sujeto con la mayor contundencia, alguien capaz de enunciar una “verdad total”, lo que se conocía con la palabra “parresía”:
Lo que se imponía al discípulo como deber y como procedimiento en la practica del discípuloera el silencio. (…) Ahora, del lado del maestro, de quien debía transmitir la palabra verdadera, nos encontramos con el problema: qué decir, cómo decir, con qué procedimientos? Pues bien, en el centro mismo de esta cuestión nos encontramos con la noción de parresía.
M. Foucault, op. cit.
El término parresía (que los filósofos latinos tradujeron por “Libertas”) significa decir la verdad, pero toda la verdad, sin medias tintas ni cortapisas, la verdad de una situación en términos directos, desnudos. Aun a riesgo de que el involucrado en la enunciación se enoje, se altere e, incluso, intente matar al que habla. Quiere esto decir que, en la experiencia de formular la verdad con estas características, se juega la vidadel implicado en el discurso.
En la relación –tan particular– entre ese maestro y el discípulo, éste último debía permanecer en silencio para de esa manera asimilar la verdad en un sentido profundo. Se comprende que, en una situación tal, escuchar fuera casi tan difícil como hablar.No era un diálogo en sentido estricto, sino un especie de monologo con una atención extrema de parte del escucha.
Posteriormente a esa experiencia, el implicado debía reelaborar lo escuchado a favor de un enriquecimiento existencial, si es que fuera el caso. Si eso sucedía, entonces se estaría ante una serie de decisiones prácticas (pero que implicaban en una trama densa a lo racional) que llevarían al sujeto a actuar desde un determinado posicionamiento.
Conclusión: ese posicionamiento del ser humano enriquecido fue muy trabajado en diversas épocas de la antigüedad, de las cuales rescatamos en otras notas lo escrito por Aristóteles y las elaboraciones de los estoicos como dos ejemplos destacados. Supone que la acción del sujeto maduro, reflexivo y, sobre todo, entrenado en el cuidado de sí, lo lleva (o debería llevarlo) a resultados beneficiosos para sí mismo y para la comunidad a la que pertenece.
La tarea del filosofar concluye en una práctica (enriquecida por la maduración racional lograda en ella). El filosofar es un trabajo práctico–teórico.
El cuidado de sí es una tarea holística, que abarca toda la experiencia del sujeto sin separar el conocimiento de la acción; se puede decir que se trata de una experiencia de tipo integral, que no separa lo que se piensa de lo que se hace. De ahí que señalemos a la actividad filosófica como una forma de vida. Decirlo así implica relacionar el filosofar con una comprensión integrada de la experiencia vital, sea la propia del sujeto, sea la de su sociedad, sea la de los humanos en su totalidad. Esta relación está acompañada permanentemente por tensiones; no es lineal sino compleja, y requiere avanzar hacia otros caminos.