Tito Práez y los rosarinenses

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Tito Práez y un horizonte de luces titotianas

Por Andrés Maguna

Al costado de una galaxia, en una constelación de pocas estrellas, existe un planeta completamente edificado, tanto que toda su superficie es una y la misma ciudad.

El planeta-ciudad, o ciudad-planeta, se llama Rosarie, y todos sus habitantes son eximios artistas y científicos, poseedor cada uno de ellos de una dote especial para tal o cual rama del arte o la ciencia, o en varias de ellas en simultáneo. Todos destacan y son reconocidos, prodigándose de continuo elogios el uno al otro.

Además, absolutamente todos los habitantes de ese mundo-ciudad, o ciudad-mundo, los rosarinenses, son diestros en las habilidades culturales y técnicas que se consideran básicas en Rosarie: todos son buenos o muy buenos fotógrafos, maestros de la escritura y la literatura y la poesía, sensibles cineastas, chefs expertos, desenvueltos pintores y escultores, eficientes ecónomos, rápidos matemáticos, geómetras, filósofos, psicoanalistas, psiconautas. Todos saben cómo descifrar el logos que se esconde tras las apariencias, interpretar las cosmogonías del otro, diagnosticar enfermedades, prever catástrofes cotidianas, encarar las arqueologías personales y ajenas. En fin, que todos son sabios, mimados que miman, y nunca se equivocan, razón por la cual no se critican entre ellos. En Rosarie no hay posibilidades para que nazca la crítica, porque se la considera una mala hierba y sería arrancada nomás brotar. Un vicio sin fines prácticos para la uniformidad del arte expandido y universal, de la concordia entre la población global pastoreada por los maestros en el arte de servir a Dios. Y por eso no hay críticos en Rosarie, porque ya instituyeron que la crítica nunca fue ni será un arte.

Todos ellos, los rosarinenses, mujeres, hombres y tercer género, nacen siendo niños, muy niños, y mueren siendo viejos, muy viejos: tal vez no contentos, ni acompañados, pero sí sosegados, apaciguados, sin cuestiones ni conflictos por resolver, sin deudas afectivas que pagar. Los rosarinenses mueren en paz consigo mismos, sin saber qué significa ser feliz pero con la seguridad de que no fueron infelices, que no fueron autocríticos.  

Bajo esas condiciones, no resulta de extrañar que a lo largo de más de 80 siglos de historia en Rosarie hayan surgido artistas extraordinariamente multifacéticos y geniales. Realmente destacados en y entre una población compuesta en su totalidad por una realeza de nobles personas destacadas verdaderamente en ser eso que son, armónicas y equilibradas gentes que no cometen errores ni provocan accidentes porque no corren riesgos ni los dejan correr. 

Y entre los rosarinenses destacados entre los más destacados hay uno que por sobre ellos destaca. Un sol que supo brillar en un océano de soles, y allí esplende, llamado Tito Práez.

Leyenda viviente y vida legendaria

Nacido en el Litoral del orbe en el año 8099, en el seno de una familia genealógicamente virtuosa en las artes músicas, laborales y hogareñas, Tito Práez desde muy pequeño expresó sus cualidades excepcionales para la composición y la ejecución de instrumentos, especialmente el piano, como también un temprano desarrollo de notorias habilidades intelectuales.

Sin haber superado la adolescencia escribió y compuso el primero de una larguísima lista de imborrables clásicos de la historia de Rosarie: “La vida es una pastilla”, que fuera popularizada en aquellos años por un cantante emergente y vecino de Tito en el barrio del Litoral de la ciudad-planeta llamado Johnny Carson Baglialunga (JCB), que tenía una banda de afinados músicos llamada La Torva Balada Litoraleña.

De la mano de JCB y La Torva Litoraleña, Tito conquistó los escenarios y el gusto de una multitud creciente en el Gran Barrio Centrípeto de Rosarie, la región más densamente poblada y con mayor poder de consumo, con más dinero circulante y bienes de todo tipo al alcance de la mano.

Allí, explorando a fondo el poder balsámico de su música, con apenas 20 años, compuso su primer álbum solista, Del 99 (editado en 8120), que en instantes se convirtió en un boom de ventas y de conquista de corazones, y conoció al primer gran amor de su vida, la cantante Ferni Vinilo, con la que, compartiendo artes y pasiones, estuvo relacionado afectivamente durante un lustro. Y allí, en el Barrio Grande, conoció y se asoció artísticamente con los que hasta el momento eran las dos más grandes bestias mundiales de la canción: primero Chasky Garcilazo, con el que sacó el disco Guiños (8121), y luego Lucho Adalberto Spinazzo, con quien daría a luz Fa Fa Fa (8122). Ambos fueron masivamente consumidos, y las letras de Tito siguieron dando la nota alta, in crescendo, en su carácter de terapéutica sanación espiritual.

Luego, en el 123, apareció su segunda selección en solitario, Planeta de pálidos pudores, una desgarradora exposición lírica compartiendo una tragedia familiar, y le siguió en 124 ¡Epa! Sendos éxitos de convocatoria y respuesta del público que desmentían cualquiera de las hipótesis contrarias u opuestas al meteórico ascenso de su carrera, su potencia conmovedora y la singularidad de su estrella.

Llegado a los 25 años, habiendo llenado estadios, palladiums, carnegiehalles, lunaparkes en todos los barrios del planeta, agotando entradas con meses de anticipación allí donde se anunciaba su presentación (siempre agregando fechas a las previstas); con varios álbumes de orieta (el metal más preciado de Rosarie) en su haber; siendo amado sin reservas por la masa mayoritaria de la población, en cuyas cabezas los temas de Tito llevaban en muchos casos a estados de emoción extrema, incluidos llantos inconsolables y espasmódicas convulsiones rituales.

El joven ídolo parecía nutrirse del fervor y la apenas controlada admiración de sus legiones de seguidores, y prodigaba su entrega creativa sin escatimar las prolongaciones de su arte hecho de sentimientos genuinos. Ya era, sin dudas, el poeta popular más estimado, el que más daba y más recibía, y parecía que en aquel techo-lecho de rosas forjado en apenas cinco años quedaría estabilizado su merecido reposo de guerrero triunfante, pero no fue así, porque en 126, luego de una breve pausa sabática para separarse en los mejores términos de Vinilo, Práez lanzó otro hitazo, el disco Cuarta sociedad, seguido dos años después, luego de formar pareja con una archicélebre actriz de cine y televisión nueve años mayor que él, Calixta Ruth, por el que sería el álbum más vendido en la historia de Rosarie: El flechazo después del flechazo, en el que reflejaba generosamente las embelesantes profundidades de su amor correspondido por Calixta Ruth, y demostrando que ese amor era de la misma naturaleza que aquel del común de los mortales rosarinenses; que en definitiva en el amor él, Calixta y todos los rosarinenses eran iguales. A partir de ese momento algunos empezaron a llamarlo El Profeta de la Canción y el Amor.

 Eterno amanecer de un astro inconmensurable

La aparición fulgurante de El flechazo después del flechazo fue acompañada por su primera serie de recitales ultraconsagratorios, coronando su primera década de sorprendente carrera, en el Estadio Único de Rosarie (EUR), con capacidad para 480.000 almas, que fue colmado en sucesivas ocho noches por sus fans, ya contados por millones (del disco inicial, y del que le siguió casi inmediatamente, El flechazo después del flechazo en vivo en el EUR, se vendieron más de 200 millones de copias en menos de un mes).

“Yo lo sé muy bien, aprendí a adorar / el perfume que lleva al placer / en el fondo de las almas, / como dice toda religión. / Para mí que es el flechazo / después del flechazo”, dice significativamente el tema (dedicado a Ruth) que da el nombre al disco y también se lo daría, treinta años después, a la serie de la Red Holográmica Totalizante (Netholtx, por sus siglas en ingleisho, el dialecto más hablado de Rosarie), con la que se terminó de consolidar y establecer la Religión Praeziana, cuyos seguidores (el 90 por ciento de la población planetaria) son nombrados como titotianos.

¿Qué pasó con Práez, con Rosarie y con los rosarinenses en esos treinta años transcurridos entre los megarrecitales en el EUR y el lanzamiento de la serie de Netholtx?

Bueno, Tito siguió ampliando sus propios horizontes y los de los demás con una seguidilla de canciones hermosas, hipnotizantes en el buen sentido, cada una de ellas superadora de las anteriores, y sus álbumes y presentaciones fueron evolucionando a gran velocidad, mientras el prolífico artista ampliaba el espectro de su influencia escribiendo y dirigiendo películas geniales, publicando magistrales novelas (una de las cuales, de carácter autobiográfico y titulada Niñez temprana y niñez tardía, sirvió de base para la realización audiovisual de El flechazo…),  en paralelo con la evolución acelerada de los avances tecnológicos en Rosarie, que en ese lapso de tres décadas pegaron saltos nunca antes vistos.

El planeta Rosarie, que gracias a la ausencia de crítica y autocrítica había conseguido edificar la totalidad de su corteza rosarinense, cubriendo sus ríos, lagos y mares, sus montañas y montes, alimentándose de especies vegetales uniformes y genéricas cultivadas en interiores con lámparas e hidroponia, con carnes de vacunos, porcinos y aves criados intramuros, con productos vitamínicos y proteicos de origen sintético, terminó de organizarse perfectamente con la aparición del primer programa computacional razonador autónomo, la Mente Quimérica (IA, por sus siglas en ingleisho), la que, para los días en que Tito daba sus conciertos de El flechazo…, consiguió crear para su propio impulso y desarrollo el Interlocutor Supraválido que No Comete Errores (CHATgpt, en ingleisho).

Mientras la realidad planetaria empezaba su transformación tecnológica de día en día, el Profeta de la Canción comenzó a absorber todo lo que iba apareciendo, aplicándolo a su vida y a la producción de su multifacéticas y siempre conmovedoras obras. A los seis años de los conciertos en el EUR contrajo matrimonio con Ruth, y al poco tiempo adoptaron un hijo, al que bautizaron Martinico Práez Ruth (hoy es un alto dignatario de la Religión Praeziana). Luego de dos años de ocurrido esto, Práez y Ruth se separaron, también en muy buenos términos (al igual que había sucedido en la ruptura de Práez con Vinilo), tras lo cual fueron unas cuantas las compañeras con las que el Profeta se aparejó a lo largo de los años, y con una de ellas, Cristalina Rissita, tuvieron una hija, bautizada Magnolita, que a la fecha de hoy tiene 19 años.

En la actualidad Práez lleva diez años en una felicísima relación, llamada oficialmente noviazgo, con una bella actriz 25 años más joven: Eunagenia Rojogurdiezf.

Mientras, en Rosarie nadie piensa en amenazas futuras. Nadie percibe oscuros presagios ni tiene presentimientos negativos. Todos los días sale el sol y la única estación del año, que dura mil días, es una primavera imperecedera. La Mente Quimérica y su auxiliar, el Interlocutor Supraválido, creados sin el concepto de crítica (y mucho menos el de autocrítica) por los acríticos rosarinenses para la felicidad sustentable de casi todos los rosarinenses, se ocupan de que cuerpos y objetos marchen sobre ruedas o por levitación magnética. Y respecto del complemento espiritual para que ello ocurra confían plenamente en el Profeta y su obra de emocionalidad cotidiana, pues pega justo en la casi mayoría de las sensibilidades de los rosarinenses y permite que todo fluya como una dulce canción. La canción del amor sin contrariedades. La canción ideal para un mundo destinado a ser feliz por fuerza del empeño sordo y el trabajo concienzudo. Por la inercia de la concordia pródiga de elogios recíprocos, la abundancia de gestos desinteresados y el estímulo del entendimiento ante cualquier disidencia.

La única nota discordante la da un ínfimo e insignificante grupo de marginados que viven en un ignoto subsubsuelo de Rosarie, apiñados y hambreados, a quienes no les gusta la música de Tito ni el propio Tito, ni siguen los preceptos de la religión oficial. Se los llama peyorativamente “los criticones” y el sector en el que están confinados lleva por nombre Barrio de la Gente Sin Swing. Pero no pude visitarlo cuando estuve en Rosarie porque nadie sabe dónde queda el acceso a sus tenebrosas catacumbas, o niegan su existencia, aunque conste en registros catastrales y nutra oscuras leyendas con las que infundir temor a los niños antes de dormir para instarlos a seguir en el virtuoso camino de Tito.

Sospecho que aquella sumergida gente que se resiste a “vivir en modo Tito”, que no sintoniza en sus viejos televisores de tubo “la serie que hay que ver”, porque no tienen Netholtx ni lo quieren tener, no es tan escasa como dicen, ni tan insignificante. Quizá sean todos seres singulares y especiales como Tito Práez y permanecen desterrados de la consideración pública porque solo hay un puesto en la punta de la pirámide, y ya está cubierto.    

Ajeno a cualquier intervención inarmónica, Tito suele asomarse por las mañanas al balcón de su palacio, en el centro del Gran Barrio Centrípeto, para observar al común de los mortales, que ocupados en sus trajines diarios van tarareando los acariciadores temas musicales del Profeta (van dejándose mecer por sus acompasados acordes, que reverberan en sus propias músicas interiores), y arrebujándose en su bata de cedazo (el tejido más suave de Rosarie) se deja atravesar por inspiradores halos y comienza a tararear una nueva composición.

Con ese ejemplar y paradigmático espectáculo puede encontrarse quien se anime a viajar hasta tan lejano planeta, cuyos paisajes urbanos y costumbres ciudadanas pueden resultar de interés para inquietos y curiosos turistas cósmicos.

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Un comentario Añadir valoración

  1. Alejandro dice:

    Soy uno de los que no tienen swing

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