Rogers Waters, el negacionismo y las palabras gastadas

Historia de una campaña internacional y local contra el músico inglés: la excusa de la “banalización del Holocausto” como forma de censura

Por Mario A. Chavero

Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados.

Julio Cortázar

1. Periodismo independiente y periodismo sumiso

21 de mayo de 2021. En la contratapa de Rosario/12, uno de los suplementos del periódico Página/12, se publica un artículo titulado “Canción a Palestinauschwitz” (ver abajo), escrito por Hugo Alberto Ojeda. Al día siguiente, en la edición nacional, se otorgó el derecho a réplica al Museo del Holocausto de Buenos Aires. En este se expresa el “total repudio” al contenido de la nota de Ojeda, endilgándole una “equiparación entre los escenarios del Holocausto y Gaza”. El repudio es comprensible porque, para esta institución, “es inadmisible la comparación de un plan sistemático de persecución y exterminio con la acción de defensa de un Estado…” (sic). Con esta tosca y absurda simpleza se pretende dar cuenta de la masacre de palestinos en los territorios ocupados por Israel.

Dos días después Página/12 va más allá y publica un “pedido de disculpas”, calificando de “gravísimo error de edición” la publicación del texto de Ojeda. Así lo justifica: “…[porque] más allá de sus críticas al Estado de Israel, su texto implica una banalización del Holocausto”. Y anuncia que “en este caso excepcional, retirará ese texto de su edición web para evitar que sea reproducido e impedir así que se multiplique el daño [sic] que ya puede haber causado.”

No es la primera vez que este medio censura artículos molestos para ciertos actores o sectores con los que no resulta conveniente enfrentarse. En el 2004 decidió no publicar un artículo en que el economista Julio Nudler, editor del Suplemento Panorama Económico de dicho medio, criticaba la corrupción dentro del gobierno kirchnerista. En noviembre de 2011 hizo lo propio con un artículo del periodista Darío Aranda y su crónica del asesinato de Cristian Ferreyra en Santiago del Estero. En el artículo se señalaban los distintos poderes y actores intervinientes en tal suceso y sus niveles de responsabilidad, entre ellos el del gobernador de entonces, el “radical k” Gerardo Zamora. En este caso la censura no fue tan drástica como en el caso de Nudler, a quien directamente no le publicaron la nota, sino que consistió en modificar el encabezado del texto, parte fundamental de todo artículo periodístico. Pero a Aranda ni siquiera le respetaron el derecho a retirar su firma del artículo. 

Y en mayo de 2021 lo hace nuevamente con un texto que trata sobre la opresión israelí y que establece una comparación incómoda para algunos, entre el Holocausto del pueblo judío y la interminable Nakbá del pueblo palestino. Esta comparación, lejos de significar una “banalización del Holocausto” como pretende el diario en su justificación de la censura, establece una inconveniente y muy perturbadora, digamos, “equivalencia del horror” entre la masacre del pueblo judío por el Estado alemán de aquel momento y la masacre del pueblo palestino por el Estado israelí desde hace más de siete décadas.

2. Rogers Waters: sus críticas a la barbarie no son un simulacro, las represalias tampoco

8 de Mayo de 2023, Barclays Arena, Hamburgo. Antes del comienzo del show de Rogers Waters puede escucharse por los altavoces del estadio la voz del músico inglés diciendo:

—Sobre un asunto de interés público: una corte en Hamburgo ha sentenciado que yo no soy antisemita. Excelente. Para ser completamente claro, condeno el antisemitismo sin reservas.

Unos minutos después comienza la presentación que había tratado de ser impedida por presiones de la “comunidad judía” de distintas ciudades de Alemania y por decisión de ayuntamientos como el de Frankfurt. El “argumento” esgrimido es que el músico inglés “incita al odio” contra el pueblo judío, que parte de su vestuario “podría constituir una glorificación, justificación o aprobación al régimen nazi”, y otras acusaciones por el estilo. Hasta el propio Departamento de Estado de Estados Unidos se expresó a través de un comunicado asegurando que su espectáculo es “profundamente ofensivo para el pueblo judío”.

En resumen: todo gira alrededor de la acusación de, faltaba más, “antisemitismo” y de “banalización del Holocausto”. El problema para estos inquisidores es que el músico en cuestión no lo es. Sí es, parece, antisionista, es decir que se expresa en contra de la inclaudicable política represiva que el Estado de Israel lleva adelante en los territorios ocupados de Cisjordania y la Franja de Gaza, zonas que pertenecían a Palestina, desde hace décadas. Waters es un activo participante en la campaña de boicot, desinversión y sanciones contra Israel (BDS) que llevan adelante activistas de Palestina para denunciar la ocupación de su país, visibilizar los distintos modos del ejercicio de la represión que sufren, pedir a empresas que no inviertan en los territorios ocupados y a artistas y científicos que no asistan a eventos en el país ocupante. Y, de una manera más general, ayudar a la toma de conciencia de esta situación. Todo lo cual, necesariamente, tiene que molestar al Estado israelí y a sus propagandistas y voceros en todo el orbe.

3. La cruzada local, los cruzados locales

7 de septiembre de 2023. En el marco de su gira actual, “This is not a drill” —algo así como “Esto no es un simulacro”—,  Rogers Waters se presentará en Argentina en noviembre de este año. La reacción local intentando generar un clima contrario a su presentación no se hizo esperar. La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), a través de su presidente Jorge Knoblovits, se puso al frente del operativo acusando al músico de, por supuesto, “antisemitismo” y de ser un “propagador serial del discurso de odio”. En la cruzada local, que a todas luces recién comienza, la DAIA ha logrado el apoyo y acompañamiento del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), que se ha prestado para esta deplorable maniobra. Nefandos personajes con posibilidades ciertas de llegar a la presidencia y vicepresidencia de este país en el futuro inmediato minimizan o niegan abiertamente el genocidio cometido por la dictadura cívico-militar-eclesiástica-capitalista en nuestro país, organizando actos en la legislatura de CABA con el indisimulado propósito de reivindicar el terrorismo de Estado; en fin, banalizan —ahora sí, señores— la desaparición, tortura y muerte de 30.000 seres humanos en la Argentina mientras el INADI se ocupa de diseñar junto con la DAIA el operativo de hostigamiento a Rogers Waters. Toda una política de Estado de este gobierno. El lobby de hostigamiento al músico se reedita y continuará haciéndolo, como es dable esperar, en otros países.

Greta Pena, interventora del INADI, justificó de esta manera su magna tarea: “Hay que separar a Roger Waters de Pink Floyd. Una cosa es toda la mística de The Wall. Tanto Jorge, como yo somos fans de Pink Floyd. Pero otra cosa es Roger Waters en este contexto histórico de hoy. Hay que separar a quienes van a ver el show de Roger Waters”. Ignoro si lo de “separar a quienes van a ver el show de Roger Waters” es un error de edición de la nota o las propias palabras que profirió la funcionaria. Pero por el tenor de la declaración, esos términos no desentonarían. ¿Separar de qué, señora interventora? ¿De la “mística” de The Wall? Pero: ¿es que en 1979, cuando se publicó el álbum doble, la represión israelí no existía? ¿Es que desde 1982, cuando se estrenó la película, la política de asentamientos ilegales de colonos israelíes ha menguado? ¿Es que desde entonces no ha hecho más que consolidarse y perfeccionarse la brutal maquinaria de hostigamiento y muerte de las Fuerzas de Defensa (sic) de Israel? La interventora nos aclara que ambos son “fans” de Pink Floyd. Increíblemente no es consciente de pretender justificarse de cualquier eventual acusación de parcialidad contra Waters adelantando la simpatía que otrora guardaba por la banda del cantante, echando mano al remanido  chiste con el que un antisemita (o un racista, o un homófobo, o lo que sea) se ataja del reproche argumentando con pretendida solvencia: “¡Pero cómo voy a ser yo antisemita si yo tengo un amigo judío!”. Y además, siendo declarados “fans” de Pink Floyd: ¿por qué ahora la persecución contra el cantante, que no hace más que repetir —aunque seguramente con lógicas variaciones a lo largo del tiempo y que no alteran el núcleo de la obra— la letra, la música, la iconografía, el vestuario, en fin, el espectáculo completo de la banda desde que comenzaron con sus primeros shows a principios de los ochentas y, last but not least, fundamentalmente el sentido de lo que a todas luces pretende y logra y transmitir en sus shows? En cuanto a la “gabardina negra y brazalete” que tanto batifondo genera: no es más que el traje empleado por el personaje Pink (Bob Geldof) interpretando en In the flesh, en la película The Wall, a un dictador fascista que se lamenta de no poder fusilar a toda la “chusma” que han dejado entrar en la sala custodiada por sus embelesados cuerpos de choque. ¿Será que entonces, en 1982, Geldof-Waters no estaban haciendo una parodia y una crítica feroz de ese fuhrer que encarnaba sino una glorificación del nazismo del que no nos habíamos percatado? Hubieron de transcurrir 41 años para que ciertos iluminados vinieran a educarnos explicándonos el verdadero sentido e intención de todo aquello…

Por su parte, Knoblovits apuesta a que “Roger Waters sepa que esto [se refiere a lo que ‘hizo’ en el show de Berlín] no lo tiene que hacer en Argentina” Y sugiere y explica cómo debe encarrilarse el proceso: “También espero que si lo hace sea sancionado. No solamente por la fiscalía que actuará de oficio, sino por el público, la prensa y toda la República Argentina”. A este señor se le podrán reprochar muchas cosas, menos falta de claridad. Lo que en criollo se llama “marcar la cancha”, al INADI —aquí no hay mucho que marcar, como vemos—  y a la Justicia argentina, para que “actúe de oficio”, tomando nota del buen ejemplo de otros países.

Se comprende. Tal vez su ajetreada agenda los prive del necesario tiempo de ocio para escuchar —o volver a hacerlo— aquellas canciones, a sopesar el sentido profundo de aquellas letras. Sobre todo ahora que tan ocupados están con la fundamental faena de educar y orientar a almas desprevenidas que podrían caer bajo el influjo de este peligroso ser. Pero si encontraran el tiempo podrían revisitar la potencia de, digamos, “Run Like Hell”, deplorando el odio extremo, denostando la apología de la violencia, la celebración del linchamiento. En la película, las imágenes que acompañan esta canción le hacen adquirir resonancias más poderosas e impactantes aún. Supongo debe recordar, señora interventora: esos skinheads, extasiados en la práctica de sus miserables progromos, apaleando y vejando a una pareja que se estaba amando, ella blanca, él negro. ¿Será esta acaso una subliminal, sutil, apología del racismo que en aquel momento no supimos interpretar correctamente? ¿O en aquel momento no lo era pero ahora puede que sí, porque “otra cosa es Roger Waters en este contexto histórico de hoy”, como reza su sesudo argumento?

Señores miembros del Tribunal: parece que no se hubieran dado cuenta que la sobreactuación y la alevosía tienen patas cortas. Tan cortas como lo permite, en este caso, la inteligencia humana. La inteligencia de miles de personas (¿decenas de miles?, ¿millones?) que a lo largo de décadas han disfrutado de la música de Waters/Pink Floyd. Y que se han identificado, que han comulgado con el significado de las letras y el sentido profundo de las canciones que, como es sabido —y ustedes, como “fans” de la “mística de Pink Floyd” deberían saberlo, seguramente—  compuso en su mayor parte Waters, un sentido que, más que decir, grita contra el fascismo en todas sus formas, contra la intolerancia, contra el racismo. La inteligencia de miles de personas (¿decenas de miles?, ¿millones?) a los que ustedes faltan el respeto pretendiendo “educarlos” para que sepan “quién es Rogers Waters”: “Ni el INADI ni la DAIA quieren cancelar a Roger Waters, solamente queremos informar quién es: cómo piensa, su conducta y su posición política”, anuncian. Menos mal, nos queda claro. Largo de las patas inversamente proporcional al patetismo de una empresa fracasada desde el inicio, que se contenta aunque más no sea, parece, con generar un clima de hostilidad contra un artista que está en las antípodas ideológicas y estéticas de las que ustedes le enrostran y en que pretenden encajonarlo grotescamente.

La pretensión de “educar” al público argentino acerca de la “verdadera” faz de Waters con tan profundos argumentos nos recuerda aquella historia que cuenta Eduardo Galeano: unos misioneros visitaron una aldea en el Chaco paraguayo con la sana intención de evangelizar a sus habitantes. El cacique, luego de escuchar en silencio, atento y respetuoso, la propaganda religiosa, quedó cavilando un rato. Luego, como cansino, los miró bondadosamente y les dijo:

—Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien. Pero rasca donde no pica.

Por supuesto que podríamos seguir hablando un rato largo de este músico. Ocurre que, aparte del show que aquí nos ocupa —en el cual destacan en un lugar central las canciones de The Wall y que son el objeto de la “controversia”, si se me permite el eufemismo—, la producción musical y artística de Waters es vasta. Y, lo siento, coherente, tanto en términos estéticos como ideológicos. Claro que existe el derecho de no gustar de su música. Existe incluso el derecho de abominar de ella. Lo que no puede hacerse —aunque haya quienes crean que vale todo y no tengan límite en sus exabruptos— es alentar la censura y hostigamiento contra un artista por espetarles cuatro verdades gruesas a la cara. Y en el “caso Waters”, la continuidad de una misma línea y política en su obra es un problema extra que los cruzados deben enfrentar. Por caso, y para finalizar este apartado, allí está la insistencia de la denuncia de la guerra, luego de la ya realizada sobradamente en The Wall, en The Final Cut (1983), último álbum de la banda antes de la salida de Waters. En este álbum la guerra que critica ferozmente es la de Malvinas, esa guerra decidida a la distancia por generales cobardes que mandaron a la muerte a cientos de argentinos. Y en el 2012, a partir del pedido de un ex combatiente, se comprometió de lleno en el complejo proceso para poder identificar los restos de combatientes argentinos en las 121 tumbas de Puerto Darwin, convirtiéndose en un mediador fundamental para destrabar obstáculos y allanar el camino. Por ello recibió y recibe el reconocimiento, gratitud y, señores cruzados, el respeto de las familias de esos excombatientes caídos en las Malvinas. Su rol, junto con el de muchos otros, claro, les va permitiendo a esas madres, a esas familias, haber podido identificar —en un proceso que todavía continúa— los restos de sus hijos y poder darles sepultura con nombre y apellido.

Waters junto a familiares de soldados argentinos caídos en Malvinas

Después de lo expresado, podría quedar la impresión de que esto pretende ser una “defensa” de Rogers Waters, o algo por el estilo. Nada más lejos. No creo que a esta altura del partido Waters necesite que nadie lo “defienda” de nada. Si es el caso, se defiende solito, y bastante bien, con su arte y con su trayectoria. Esto lo entiende cualquiera. Bah, cualquiera no, por lo visto. Lo escrito es, pretende ser, tan solo una crítica a un mecanismo que se instala insensiblemente y que acecha desde ciertas instituciones. Y con el apoyo decidido de agencias estatales que deberían estar para otra cosa y no para montar y acompañar esta farsa. Viendo el espectáculo que se brinda, los truhanes que anuncian la liquidación de todo lo público y estatal —salvo el “monopolio de la represión”, claro está, sumándole la innovadora legislación del Far West y la libre portación de armas para habilitar la libertad “ciudadana” del gatillo fácil y la justicia por mano propia— se frotan las manos con pleno regocijo.

4. Con las palabras no alcanza, menos aún si se pervierten

El poderoso lobby negacionista de sectores de la comunidad judía de orientación sionista alrededor del mundo apuesta a la confusión e incomodidad que genera el epíteto de “antisemita”, asociado indeleblemente con posiciones reaccionarias en contra del pueblo judío. Esta posición reaccionaria ha llevado a los largo de la historia a acciones de hostigamiento, persecución e incluso muerte por el hecho de ser miembros de esta comunidad y de profesar esta fe. Ocurre que este calificativo ha comenzado a ser utilizado de manera indiscriminada, pretendiendo dar cuenta de situaciones que lejos están de corresponder a su significado. Cuando es así, parece que con aplicar el término, aunque el caso no lo amerite, se logra generar al menos la sospecha de la veracidad de la acusación, obligando al destinatario del epíteto a ofrecer explicaciones y demostrar su inocencia, como en el caso que nos ocupa aquí. Es importante saber que a pesar de su inmenso y predominante poder —político, financiero, de propaganda—, existen sectores de la comunidad judía que no avalan esta prédica también reaccionaria, la prédica del sionismo que justifican las políticas del Estado israelí. En Argentina, asimismo, se alzan también voces críticas dentro de esta comunidad.

Banalización del Holocausto, trivialización de la Shoá, antisemitismo, denostación del Estado de Israel. Estas palabras que, empleadas cuando y como corresponde, en respuesta a manifestaciones o acciones que han negado y niegan aún hoy los sufrimientos del pueblo judío a manos de los nazis  —así como en otros países y sociedades— y que tan necesarios, justos y eficaces han sido para cuestionar y poner límites a distintas variantes de negacionismo de ese genocidio, comienzan a mostrar un desgaste en su eficacia, a fuerza de ser blandidos sin ton ni son o, en rigor de verdad, con el penoso objetivo de la desacreditación y la calumnia, en toda ocasión en que se esboza o toma forma cualquier crítica al oprobio cometido por Israel.

En una conferencia pronunciada en Madrid, el 24 de marzo de 1981, Julio Cortázar explicaba con maestría el mecanismo y el derrotero del uso indiscriminado y falluto de ciertas palabras. Palabras nobles, como por ejemplo democracia o libertad, eran desgastadas y perdían su valor originario por un uso erróneo o abusivo. Aunque en el caso que nos ocupa en esta reflexión podríamos agregar también: falaz, malintencionado, hipócrita, lo cual no hace más que acelerar el desgaste. ¿Con qué palabras hemos de describir, interpelar e incluso enfrentar el verdadero negacionismo —perpetrado contra los judíos, contra los palestinos, contra los argentinos, ayer y hoy— ahora que es más necesario que nunca, si un uso falsario y artero de las palabras nos priva de su potencia cuando llega el momento de valerse de ellas legítimamente?

Las críticas que se realizan a la represión y genocidio impune cometido por el Estado de Israel contra el pueblo palestino no representan una “banalización del Holocausto”. Por el contrario significan, tal vez, el máximo reconocimiento que puede hacerse de aquella barbarie cometida por el Estado alemán contra el pueblo judío (así como gitano, eslavo y otros grupos y minorías víctimas del exterminio nazi) pues, tomando plena conciencia del horror pasado —y este es el reconocimiento que duele a los cruzados— se alerta y concientiza contra cualquier intento de repetirlo hoy con cualquier grupo o comunidad en el planeta.

No persiguen “banalizar la memoria de la Shoá de una forma burda y vil”. Lejos de ello: consiste en su mero antónimo, su exacto opuesto. Es la valoración más contundente, el otorgamiento de la mayor gravedad e importancia al padecimiento de los judíos en la Alemania nazi. Gritando al mundo que eso no puede volver a ocurrir y que ningún ser humano puede ser sistemática y vilmente destruido por el hecho de pertenecer a una determinado comunidad.

Antisionismo no es “antisemitismo”. Lo que se propugna es el reconocimiento de todo pueblo, comenzando por el judío y siguiendo por todos los demás, a la existencia y a una tierra donde vivir, sin temor a que otro más poderoso le inflija tormentos sin límite.

Por eso, no se pretende “denostar al Estado de Israel”. Simplemente se lo denuncia por pretender someter a Palestina a través de la prepotencia y el arrasamiento, amparado en su mayor poder económico y militar. Al correr el velo puede comenzar a verse lo que ya no admite ser ocultado: que el extermino del pueblo judío a manos del Estado alemán ayer nos recuerda de manera inquietante al extermino del pueblo palestino a manos del Estado israelí hoy. La matanza que indulgentemente intentan disfrazar como “la acción de defensa de un Estado”.

Llegará el día, aunque no sin mucho padecimiento aún, en que ya no haya manera de negar el sojuzgamiento palestino a manos de su poderoso ocupante. En que ya no sea posible callar lo evidente, que continúa siendo escamoteado a la conciencia del mundo por el enorme operativo mediático proisraelí. Ese día, que no será, claro, uno solo, sino muchos, muchísimos, tal vez palestinos e israelíes puedan comenzar a discutir caminos posibles para la coexistencia. Una coexistencia que no implique la desaparición o exterminio de ninguno de los dos como requisito para la existencia del otro.

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