La comunidad de los que conversan

Por Julio Cano

Entre las innumerables formas de entender la realidad que nos rodea, a los otros y a nosotros mismos, existe una que contiene un peso relevante pero que no se ajusta a la verdad en profundidad de la realidad. Todo lo contrario: es la fuente de comportamientos colectivos que derivan en enfrentamientos trágicos, discriminaciones, delimitaciones territoriales ficticias y hasta guerras. Nos referimos a la que sostiene que primero existen los individuos —las subjetividades, como decimos hoy— que se unen a otros para conformar  grupos, colectivos o comunidades: una postura nominalista en sentido estricto.

La evidencia histórica, biológica pero sobre todo antropológica, revela contundentemente lo contrario: surgimos colectivamente, grupalmente. No existe ningún registro que demuestre fehacientemente que hubo un Adán quien, junto a una Eva, fundara una estirpe de humanos como resultado posterior a esa pareja inicial. Lo primordial fue un colectivo.  Aparecimos como tribu, digamos. Lo mismo está demostrado para el resto de los animales (en realidad, para todos los seres vivos).

Corolario importante de ello es la necesidad imperiosa que tenemos (todos) de sentir la pertenencia a un grupo, a un conjunto que posea, al menos, un rasgo que yo comparta, al que me pueda sentir adherido. Afectivamente adherido. Al que me sienta pertenecer.

Decimos afectivamente porque también se sabe que nuestro sistema cerebral límbico, situado entre el cerebro primitivo y el neocórtex, es el centro de la vida emocional que, cuando adquiere ribetes de contenido específico, llamamos “afectividad”. Esto que anotamos tiene la intención de advertirnos del crucial rol que juegan las emociones en las vinculaciones entre subjetividad y vida grupal.

Tan es así que debemos señalar que, sin grupo social de pertenencia, un sujeto humano no existe, no podría existir sin perder la cordura o las más primitivas formas de comportamiento. Un ejemplo directo, habitual y trágico, es el que se observa en las enfermedades mentales: en todas hay un núcleo común constituido por la ausencia, en mayor o menor medida, de vínculos sociales.

El hilo conductor de la vida social se constituye por los lazos afectivos, establecidos ya desde la más temprana edad, entre la madre y sus niños pequeños. Y por el hilo conductor del lenguaje.

Sin este no se daría todo lo anterior: es la trama de la vida en sociedad. El papel central del lenguaje está dado por la comunicación. El lenguaje apareció para la comunicación. Como ejemplo de su papel decisivo vamos a reproducir algunos breves pasajes del profesor chileno Humberto Maturana sobre el conversar:

Todo quehacer humano se realiza en conversaciones, esto es, en redes de coordinaciones de acciones y emociones que resultan de un fluir entrelazado del hacer y el emocionar en el lenguaje, y toda acción queda definida como tal por la dinámica emocional. Como el convivir humano tiene lugar en el lenguaje, ocurre que el aprender a ser humano lo aprendemos en un continuo entrelazamiento de nuestro lenguaje y emociones según nuestro vivir. Yo llamo conversar a este entrelazamiento del lenguaje y las emociones. El vivir humano se da en el conversar porque es en el conversar en donde somos humanos. (“El sentido de lo humano”, Humberto Maturana).

Como entes biológicos existimos en la biología, donde sólo se da el vivir, a secas. Es el espacio que algunos filósofos contemporáneos designan como el de la nuda vida.

Pero la angustia y el sufrimiento humano, tanto como la alegría y las modalidades del amor, pertenecen al espacio de las relaciones en lo humano que es nuestro vivir en conversaciones. En el conversar construimos nuestra realidad con el otro. Es otro nivel de existencia que no se reduce al nivel biológico, a la nuda vida.

Somos seres vivos conformados en la permanente interrelación con las y los otros, la que se expresa especialmente en el lenguaje, en el lenguaje inteligible para mí y para esa comunidad que me rodea, que crea de continuo emociones compartidas (sean de amor o de odio).

Conversamos emocionalmente. Y cruzados transversalmente por lo deseante. Somos una trama viviente constituida por esa triada: racionalidad, emocionalidad y deseo. Una trama indisoluble e inextricable, no divisible (solo se la puede dividir a efectos de estudio).

Cabe estudiar las características que todo esto posee, a efectos de profundizar en lo que nos constituye como seres sociales.

Las reflexiones expuestas aquí no pretenden una aceptación universal, suponen, por el contrario, un punto de vista entre otros ya que el conocer (en este caso el conocer que emerge de una conversación) no es un fenómeno que apunte a verdades inequívocas y unívocas. Estamos de acuerdo con lo que se ha dicho, que el pluralismo cognoscitivo pertenece constitutivamente a la contingencia humana. Es decir, que no existen fenómenos que puedan conocerse por fuera de la red compleja y cambiante de datos que constituyen lo real, donde ninguno de ellos es central y donde todos ellos son codependientes. Lo que existe (aunque frecuentemente no lo advirtamos) es la percepción de una multiplicidad de fenómenos que actúan como causas que llevan a una multiplicidad de fenómenos entendidos como efectos y donde estos se constituyen, a su vez, como nuevas causas en un entramado de bucles de retroalimentación, existiendo en sistemas dentro de sistemas.

Cualquier conversación, entonces, forma parte de esta estructura dinámica y nunca es inicial sino, siempre, codependiente. Si la realidad es una inmensa red de interrelaciones, las conversaciones inciden en ellas, en red con otras conversaciones. Si aceptamos la sentencia de Nagarjuna (pensador budista del siglo I de nuestra era) de que las cosas derivan su ser y su naturaleza de su interdependencia y en sí mismas no son nada, podemos decir que lo que se conoce a través del lenguaje deriva su estructura de la interrelación que tiene con otros conocimientos y que en sí mismo (aislado, abstracto) no existe.

Conocer es conocer desde una perspectiva dada y no desde una objetividad colocada más allá de la situación histórica y social desde la que se habla.

Conocer tampoco es una actividad individual, solitaria y aislada, sino un proceso colectivo, comunitario. Señalarlo no es una obviedad ya que lo que estamos expresando es que sólo conocemos a través de la relación y mediación con los demás, en una trama de lenguaje que Maturana llama “lenguajear”.

Pasemos ahora a caracterizar el tipo de grupo que nos interesa, el grupo de los que conversan. No estamos pensando en cualquier tipo de grupo sino en aquel que se ajusta a lo que, en otro lugar, llamamos “Comunidad de Indagación”.

Una Comunidad de Indagación (CI), según nuestro criterio, se constituye en conversadores con dos características bien marcadas:

-Son amigos genuinos, con tiempo de conocimiento mutuo, con afectos en común (que no hacen desaparecer sus diferencias), capaces de dialogar por encima de la discusión (es decir, son reflexivos) y que colocan la afectividad al mismo nivel que la racionalidad.

-Y son reflexivos. Se reúnen para profundizar en aquellos asuntos que les interesan en común, a efectos de comprender su aparición, su desarrollo y, especialmente, su sentido o significado. La reflexión implica un repliegue sobre lo que se ha pensado o lo que se ha hecho, para ver cómo se ha pensado o se ha hecho.

De manera que una CI es una comunidad de afectos que reflexiona.

Las conversaciones en una CI no se restringen al intercambio de información, sino que se trata de conversaciones apoyadas en narraciones. No buscan explicar (para esto está la información) sino narrar sin explicar. Narrar interpretando.

Sobre esto dice Byung-Chul Han:

Narración e información son fuerzas contrarias. La información (sobre todo la información digital) agrava la experiencia de que todo es contingente, mientras que la narración atenúa esa experiencia, convirtiendo lo azaroso en necesario. La información carece de firmeza ontológica (no reafirma el ser de lo que está exponiendo). Ser e información se excluyen. La información es aditiva y acumulativa. No transmite sentido, mientras que la narración está cargada de él. Sentido (o significado) significa originalmente dirección. Así, hoy estamos más informados que nunca pero andamos totalmente desorientados. (Byung-Chul Han, “ La crisis de la narración”).

Las conversaciones que pretendemos llevar adelante en una hipotética CI son aquellas que procuren, reflexivamente, encontrar sentido. Para ello se deberá encontrar anclajes narrativos. Siendo radicales, habremos de contraponer explicación a narración. En una narración no se explica nada, los detalles de los sucesos muchas veces quedan en la sombra.

Por ejemplo, en la novela breve Los adioses de Juan Carlos Onetti, es más lo que no se sabe del personaje que lo que se evidencia en su deambular entre el almacén, el bar y el sanatorio. No sabemos (no lo sabremos nunca) si esa muchacha que parece ser su hija es, asimismo, su amante y cuál fue el insuceso que lo alejó de una de las hermanas portuguesas. Tales incógnitas no son accesorias a la historia sino elementos centrales de la misma. De modo que lo que se narra de este exbasquetbolista posee zonas oscuras, verdaderos agujeros negros que nos llevan a admitir la intransparencia que rodea su existencia, toda existencia.

 Lo menos próximo a algo claro y distinto es la narración de una historia personal. Es más, deseamos que esa peripecia contenga silencios, pasajes no develados, pecados no revelados. Una narración personal es un conjunto de claroscuros que se aceptan por parte del oyente.

En una conversación en una CI los protagonistas narran sin explicar. Queda a cargo de los que escuchan interpretar esa historia. Y las interpretaciones más fecundas de una historia narrada son las que se elaboran en comunidad.

En una próxima entrega, desarrollaremos una narración con una historia a interpretar y que dejaremos a los lectores los posibles paseos inferenciales que emerjan, es decir, las derivaciones hacia otras narraciones y otras historias, no previstas por el autor original. Esto viene al caso de la titularidad común de las historias.

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