Por Miguel Erre
Me resulta muy difícil escribir sobre lo que sucede en la ciudad. Hay demasiadas preguntas y demasiados actores involucrados retaceando respuestas. Es claro que es preferible una pregunta a una respuesta, pero eso en el espejo, a solas: una sociedad se articula en base a consensos discursivos, o sea respuestas.
El delirio de la palabra es tal que una candidata que acusó al gobernador de “narco”, ahora lo defiende. La prensa, los medios, esa merca de bajísima estofa de la que no zafamos, son una cantera de estiércol: la amenaza a Nelson Ubris Castro y equipo (resuelta con inédita rapidez) “van a terminar como cabeza” (textual), pudo haber sido interpretada como lo que significa “cabeza”, pero todos los medios la asimilaron al asesinato del reportero gráfico de Noticias en 1997. Quizá asumieron que el mensaje tenía la misma brutalidad ortográfica y sintáctica que expresan a diario todos los medios. Obviamente, Perfil anotició que el mensaje decía: “Van a terminar como José Luis Cabezas”, resignificando su lugar de víctimas, en tanto J.L. Cabezas, asesinado de manera atroz, era un fotógrafo de farándula que le sacó una foto al magnate socio de los Macri en Correos Argentinos, Alfredo Yabrán.
El periodismo apesta. Basta ver la perpetua repetición del video del asesinato del playero. ¿Mira TV su viuda?
En nota previa, Andrés Maguna da cuenta de La Noche de los Museos y las ganas de participar del público y lo meritorio de tal evento. Y es muy cierto, obviando el descalabro cultural socialista que arrasó con los circuitos de la bohemia rosarina. Había un meme, en épocas de Binner candidato a presidente, donde llamaba a vivir en “un país normal”; el meme delimitaba el río, Pellegrini y Oroño, y caratulaba esa sección citadina como: País Normal. El socialismo se olvidó de los barrios y, como un lodazal imparable, los barrios con su “lógica” inundan “la ciudad normal”.
Un amigo periodista me cuenta esa historia de que el socialismo se hizo bancar la campaña por equis grupo narco en detrimento de otro grupo narco. Rumores incomprobables pero indesmentibles. Hay que recordar la foto del juez Vienna con el padre del Fantasma Paz en un match de boxeo en Yankilandia; a Druetta, comisario estrella de Pullaro cuando era ministro de Seguridad de la provincia, condenado por beneficiar a un narco, y también hay que tener en cuenta que balearon la casa del entonces gobernador Bonfatti y el susodicho desistió de ser querellante en la causa.
En la noche del jueves, la Sinfónica de Rosario dio un espléndido recital en el teatro El Círculo.
Una chica anunció, previo al concierto, que pese al estado de situación habían decidido no posponer el evento, entendiendo el rol de la Cultura, convocante y amalgamador, más allá de la gravedad de los hechos conocidos. Mientras tanto intentan cerrar el Gaumont en CABA.
Los árboles se caen al menor atisbo, la barranca despeña, vuelven a descerrajar la fachada de un edificio de nueve tiros, y en la costanera se hundió, anoche, parte del terreno frente al “icónico” Barquito de Papel, esa ridícula construcción de chapa de mejor calidad que la que cubre los ranchitos de ahí nomás en Refinería, donde según el último censo nacional del que fui parte, tres familias cagan en el mismo baño sin cloaca, mientras a una cuadra una vieja vive sola en un piso con cinco baños.
Como me dijo otro amigo: estamos sentados en sillas apoyadas en el vacío.
Y se me ocurre que quizá estoy parado sobre una de esas sillas, y como decía José Ingenieros en El hombre mediocre, expuesto a la hoz que va segando las cabezas que sobresalen. Pero aquí no hay héroes ni luminarias, sino seres desesperados tratando de asomar la cabeza, cabezas esquivando no la hoz, sino una burda motosierra.
Es esperpéntico el panorama, y permanecemos en el vacío. En la ebullición de discursos idiotas, de opiniones interesadas, de formateo discursivo, quizá habría que pararse en el vacío, subir a la silla y esquivar la guadaña. Y ante la implacable pantalla aturdidora, elegir una pantalla negra. O, por qué no, romper a pedradas la pantalla, y como el maldito Sísifo, dejarse caer. Y que las piedras estallen en otra parte.