Ryuichi Tamura: el crudo testimonio de una nación devastada

Tres nuevos poemas, por primera vez traducidos al castellano, del autor de Cuatro mil días y noches

Presentación y traducción: Félix Leonel Peralta

Una vez más nos vuelve a reunir, estimados lectores de la Belbo, la poesía de Ryuichi Tamura, considerado ya por nuestra redacción un grande del siglo XX japonés. A pesar de que se me sugirió seguir con otros escritores del suelo nipón, yo preferí continuar con este autor por el magnetismo que sus versos producen en mí al traducirlos. Aquí les va un posible por qué: todos los poemas que traduje hasta el momento pertenecen a un mismo libro titulado Cuatro mil días y noches, publicado en 1956. En ese año Japón se integró a la ONU, coronando todo un proceso de ocupación estadounidense en el cual el país no solo cedió territorio, sino que se vio obligado a sufrir una profunda reforma estatal. En ese 1956 se cumplía una década del ningen sengen (人間宣言), que fue la declaración de humanidad del emperador Hirohito, que hasta el momento era considerado un dios en la tierra. (Esta declaración tuvo como consecuencia la destrucción del tradicional sistema político de castas para dar paso a un modelo de gobierno parlamentario y liberal).

Esto nos sugiere que a los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki le sobrevinieron otros, invisibles, pero igual de mortíferos. El pueblo japonés presenció en los años de posguerra cómo su cultura adoptaba signos que le eran extraños. Estos cambios impulsados por los norteamericanos destruyeron la sociedad japonesa en muy poco tiempo. Tal como lo vemos en las novelas de Osamu Dazai, por ejemplo, muchas familias de aristócratas quedaron en la nada, sobreviviendo a duras penas, mientras en las sombras se iban formando los capitalistas que luego “salvarían” al país. Pero hasta entonces, Japón era un pueblo de escombros y ruinas. Hileras de personas esperando un plato de comida se veían atestando las grandes ciudades de la isla. En plena guerra, tanto mujeres como hombres habían sido capaces de ir a enfrentar a los enemigos a mano desnuda; en la década de los cincuenta ese sentimiento de patriotismo se había destruido. De pronto surge un vacío que no se puede llenar. La nación japonesa sigue siendo obediente a sus dirigentes, pero más por inercia que por fe. Aquí es donde lo veo a Tamura como aquél que pone su sensibilidad al servicio de esta falta. No tanto en la búsqueda de respuestas, sino en la formación de un diagnóstico que a la vez sea un testimonio crudo de una nación devastada. El Tamura de esta época escribe con una voz que murmura entre la crisis. El poeta busca escapes en la música de Debussy y en la pintura germana, pero su maldito presente lo confronta y lo devuelve a la realidad como si fuera un apacible lector que se ve interrumpido por un grito desgarrador en medio de la noche.

Hasta el momento mi interpretación es más bien histórica. Estoy queriendo ver los síntomas de una nación en los versos de un solo escritor. ¿Estaré haciendo lo correcto? Posiblemente no. Así que cabe preguntarse: ¿Cómo leerán a Tamura en su tierra? Quizás podamos acercarnos a otros testimonios.    

En esta ocasión traduje un poema versificado y dos prosas poéticas. Acerca del primer poema no tengo mucho para decir y acerca lo último tampoco. Eso sí: tengo unas palabras para el segundo, palabras que no son mías. En Internet encontré dos comentaristas japoneses que hablan de este poema. Es interesante ver cómo los lectores de todo el mundo suelen trabar relaciones muy fuertes con aquello que los conmueve y de formas muy diferentes. Hoy traigo a escena a dos lectores japoneses de Tamura. Dos personas que abordan el poema sin mucho rigor académico. Sus aportes serán breves, pero a nosotros, apenas iniciados en la poética japonesa del siglo XX, nos serán de mucha utilidad. La primera comentarista del poema Grabado se llama Noriko Minesawa. Ella comienza su entrada de blog hablando de las revistas de su juventud. Recuerda dos puntuales: una llamada Marie Claire, enfocada al público femenino, y otra llamada Litteraire, más enfocada en promover literatura extranjera. En la primera destaca su sección cultural que en cada número presentaba películas y libros. En un párrafo recuerda que la novela Tsugumi de Banana Yoshimoto se publicó en Marie Claire en los años ochenta, antes de darse a conocer como libro. Toda la primera parte de su discurso emana una sensación de nostalgia que cautiva hasta tal punto que terminé por buscar información sobre Noriko y me encuentro con su biografía en Wikipedia. Veo que nuestra comentarista tiene cincuenta años, que traduce poesía francesa y es autora de algunos libros de poemas.

Pero volvamos al texto de su blog. Luego de la evocación de sus viejas revistas literarias nos comenta que recientemente se encontró, en una tienda de libros usados, con una vieja Litteraire publicada en el verano japonés de 1994. Esto ocurrió mientras tomaba el descanso de mediodía en su trabajo, en el interín para almorzar entre tantas horas de oficina. Dicha revista era una edición especial titulada “Los más recordados y sus obras más profundas” y contenía una selección de ensayos sobre los poetas más celebres del momento, entre ellos Tamura. Después del trabajo, Noriko se quedará leyendo la revista con café en mano hasta altas horas de la noche. Dice que cuando lee ensayos puede sentir la voz de los autores hablando en voz alta, como si los tuviera en el sillón vacío que tiene frente suyo mientras hojea la revista. Al final termina reconociendo que este sentimiento, más que engrandecer su sensibilidad, la termina revelando como una persona solitaria. En todo su comentario siempre alude a charlas imaginarias y compara a los escritores con los viejos amigos que uno se encuentra en el tren o en metro. Para ella leer es un alivio, más si el autor es un viejo conocido.

            Junto a cada ensayo, la revista presentaba algunos poemas a suerte de una pequeña antología. En el caso de Tamura, él mismo escribía un ensayo sobre su obra, precisamente sobre Cuatro mil días y noches, el libro que venimos traduciendo en Revista Belbo. El mismo Tamura elije Grabado como el poema más representativo de su primer libro. Noriko interrumpe su historia de lectora trasnochada y comienza a interpretar el texto en cuestión. Comenta que la poesía no imita la realidad, sino que presenta un mundo que solo es posible conocer a través de las palabras. Este mundo en cada lectura va cambiando, fluctúa como el paisaje del poema que puede tanto ser una ciudad del pasado como un arrecife del presente. “Las palabras no expresan ni limitan”, dice Noriko, “sino que trazan líneas que nosotros debemos llenar con nuestros propios sentidos”.

            En el segundo párrafo de Grabado aparece una tercera persona y un “Yo” que se reconoce como autor de ese “Él”. Aquí Noriko insiste que estos pronombres no aluden a personas reales. Ni siquiera el “yo” que escribe es el mismo que el “yo” que aparece en el texto. Parece que nuestra comentarista rechaza cualquier anclaje con la realidad. (Aquí huele a postestructuralista). Finalmente, Noriko nos acerca las palabras del propio Ryuichi Tamura. El autor confiesa que con este poema sintió que, por primera vez en su vida, estaba escribiendo verdadera poesía. Lo reconoce como la base de sus posteriores trabajos. Noriko procede a transcribir las siguientes palabras del poeta para que “las escuchemos”:

                Pues bien ¿qué significa “hacer un poema” exactamente? El poema es fruto del silencio. Quizás suene paradójico, pero no estamos ante una manifestación de los sentimientos. Es más, puedo asegurar que los sentimientos “puros” se “ocultan” entre los versos. En cambio, en ellos los sentimientos difíciles de entender se vuelven visibles ante nuestros ojos, resuenan en nuestros oídos. Ritmo, color, imagen, lengua, asociación de palabras, es decir todo aquello que compone la “estructura” le confiere al poema una forma precisa, clara. Solo cuando se utilizan “palabras”, las “ideas”, con la frescura y energía que contienen, logran conmover el intelecto de quien lee en lo más primitivo (…) En lo que refiere al quehacer poético, hago lo posible para no utilizar adjetivos ni adverbios. Esto se debe a que tengo miedo de limitar las imágenes del texto con esta clase de palabras. Por ejemplo, es preferible escribir “flor” en vez de “flor hermosa”, para que de esta manera sea la escritura lo que inspire “lo bello” de esa flor en la mente de nuestros lectores. Si se hiciera lo contrario, una palabra tan simple como “hermosa” limitaría la imagen de la “flor”. Además, el espectro de “lo bello”, concepto que en cada persona es diferente, se estrecharía por completo.

                En el último renglón de mi poema Grabado escribo “su madre enloqueció de una forma hermosa”, de ahí en adelante, en mis prosas poéticas difícilmente aparezcan palabras como “Hermoso” o “Hermosamente”. Al contrario de lo que venía diciendo, este modificador tiene para mí un significado especial en el poema. Desde entonces, mis esfuerzos poéticos se basaron en conferirle a esta oración nuevas capas de interpretación, de tratar de ir expandiéndola cada vez más.

            Noriko termina su texto aludiendo a que, a partir de esa madrugada, intentará de desprenderse de modificadores a la hora de escribir. Se reconoce como hipnotizada por el poema y con estas últimas palabras se despide.

Sin embargo, esto no termina acá. Su entrada de blog recibe una respuesta. Aquí aparece ante nosotros un tal Ikuo Matsushita, poeta de setenta y cuatro años con un comentario titulado “Yo también leí Grabado de Ryuichi Tamura”. Curiosamente, este señor también posee un artículo de Wikipedia, igual de acotado que el de Noriko: ha ganado algunos premios literarios en su juventud y luego no escribió más hasta el 2005, año en el que publicó un modesto fanzine con otros escritores.

            El aporte que Ikuo nos trae en sus breves palabras se enfoca más que nada en evocar la grandeza de título de poema que se pierde en la traducción. Grabado, 腐刻画 —fukokukaku transcripto en letras romanas— está compuesto por tres ideogramas que por separado tienen su propio significado. El primero 腐 (fu), significa “descomposición”; 刻 (koku) viene a ser “esculpir” y, por último, 画(kaku) significa “dibujo o representación”. El problema es que esta palabra no aparece en el diccionario que utilizo para traducir. Me vengo a enterar que en realidad es una palabra china, pero pronunciada a la japonesa. Recordemos que los japoneses eran un pueblo que no había desarrollado escritura hasta que toma el sistema de escritura chino y lo readapta. Por eso motivo, los escritores pueden hacer este tipo de variaciones. Ahora cabe preguntarnos por qué Tamura la hace.

            Ikuo tendrá una posible respuesta: el ideograma 刻 (koku) aparece en la palabra grabado por el simple hecho que significa “esculpir”. Sin embargo, tiene otro significado, dicho kanji aparece en palabras relacionadas con el tiempo. Entonces Ikuo dice que, si asociamos al primer kanji a a esta reinterpretación del segundo, podemos tener un mensaje tal como “El tiempo se pudre”.

            Ikuo nos pregunta con qué comparamos, generalmente, al tiempo. El responde que al río. “El tiempo fluye como un río”, se dice generalmente. Entonces agrega que, mientras el río fluye, también se pudre. Entre sus pensamientos surge esta idea de que el poema también habla de la decadencia de la vida: “Y cuando hablo de que todos los seres vivos se pudren, eso también me incluye a mí. Vivir es decaer y decaer gradualmente”.

            Obviamente el espíritu de Ikuo es más depresivo que el de Noriko, pero ambos vuelven a otros tiempos pasados. Él termina su entrada de blog recordando cuando conoció la poesía de Tamura. Dice que era tanta la fuerza que sentía en cada verso que las palabras parecían impregnársele en la piel. Ikuo ahora se ve viejo, pero le gusta volver a Tamura y reencontrase con las mismas palabras de siempre, pero “con la sensación de que nuevas palabras brotan de las que ya había leído antes”.

Espero, querido lector, que estos poemas te puedan acompañar también a vos. Espero que hagas tu propia lectura y que de los versos de Tamura encuentres una voz que te murmura. O, por qué no, un grito desesperado en medio de la noche:

Gritos

Puedo ver algo negro

si acaso para vos no es visible y

si acaso para vos el mundo no es nada más que un poco de veneno,

en pleno día lluvioso eso negro se mojará en soledad.

Cuando las horas se extingan,

la muerte madurará en significado y una carne

probablemente brillará para ti.

Podemos ver algo negro.

Para nosotros es visible

mientras vos no lo veas.

Para vos será visible

cuando nosotros no lo veamos.

Lo que se extingue se extinguirá: las estrellas en la tierra,

el tiempo en el lugar,

probablemente escucharás un grito de ella.

Grabado

Cierto paisaje visto en un grabado alemán       está justo ante los ojos de él                       esta parece ser la vista aérea de una ciudad antigua que entra en la noche desde el ocaso                        o algo así como una pintura realista imitando un acantilado moderno conducido desde la profunda noche hacia el amanecer.

Este hombre, es decir, aquél a quien yo comencé a narrar, siendo muy joven mató a su padre.

Ese otoño        su madre enloqueció de una forma hermosa.         

El templo sumergido

Los humanos de todo el mundo demandan una evidencia de la muerte. Sin embargo, ni uno solo quiere ser testigo de la misma. Al final de cuentas, los hombres no pasan de ser espectros. Probablemente la realidad sea el máximo común divisor de la duración de todo. Tomando el lugar de la humanidad, todas las cosas, en cambio, empezaron a cuestionarse acerca de la vida, acerca de su existencia. Incluso si este fenómeno lo manifestara una silla, yo tengo la obligación de tener miedo. Probablemente la realidad sea el mínimo común múltiplo de todo. Cambiando de tema: ¿por qué las personas que no pueden sentir dolor por el destino humano arriesgan cuerpo y sangre por este mundo caótico? Cada tanto los genios se materializaban, pero solo hicieron pasar al vacío por algo más sofisticado. Incluso las obviedades se hundían en la vorágine de los días.

Quizás él intentaba decirme algo, pero yo solo escribiré con la verdad. Al principio, como si se hubiese quebrado las rodillas, él se desplomó sobre la tierra. Dentro de la gente que se me abalanzaba, un joven de mi edad, sin pensarlo, me susurró algo como esto: “Qué hermosa cara tenés y lo peor de todo es que creés en este mundo como si de una flor se tratara”.  

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