En su preestreno, la obra Adoro, esta vida mía, del grupo Esse Est Percipi dirigido por Gustavo Di Pinto, dio muestras de adelantamiento en una insospechada vanguardia escénica, logrando narrar ―acaso sin proponérselo conscientemente― de forma novedosa y sin lugares comunes, el horror de la Argentina de 1978.
Por Andrés Maguna
El sábado 13 de abril a la noche, a pocas horas de convertirme en sexagenario (nací el 14 de abril de 1964), concurrí acompañado de mi hija más nueva, Zoe (nacida en febrero de 2005), al preestreno de la obra Adoro, esta vida mía en la sala La Orilla Infinita.
La flamante creación del grupo Esse Est Percipi (del latín: “ser es ser percibido”), con la dirección de Gustavo Di Pinto, resultó ser una puesta en escena de osada alquimia teatral que durante ochenta minutos de acción transporta al público, por momentos, a una dimensión paralela, dramatúrgicamente hablando. Hasta podríamos decir que se adelanta, tal vez sin proponérselo, en los territorios desconocidos del teatro del futuro (de lo que podemos proyectar sobre cómo sería, cómo está siendo el teatro del futuro), de aquello en lo que se está convirtiendo el teatro, nos guste o no.
De esto hablábamos con Zoe luego de ver Adoro, esta vida mía, trabajando en el plano de las coincidencias más allá de la percepción generacional tan disímil: la obra está situada en la Argentina de 1978, tercer año de la dictadura genocida y aquel del Mundial de fútbol que nos dio la primera Copa, por lo que permanece fresco en mi memoria (tenía 14 años), siendo para Zoe una época lejana a la que sólo accede a través de relatos históricos. Mi hija y los de su generación pueden tener dificultades para entender por qué la sociedad había caído en una negación generalizada del horror que acontecía ante nuestros ojos, en nuestras casas, en nuestras familias, en el vasto continente afectivo de todos, sin excepciones. Y tanto nos empecinábamos en la negación (mecanismo instintivo de defensa y preservación) que colocábamos en las ventanillas de los autos un sticker con la bandera celeste y blanca y el mensaje “LOS ARGENTINOS SOMOS DERECHOS Y HUMANOS”, queriendo creer, además, en la percutiente propaganda del gobierno que aseguraba que las Madres eran “las locas de la Plaza de Mayo”. Sí, yo me acuerdo lo que sentía: como adolescente al que mis mayores querían preservar de la locura asesina injustificable, no contándome (negándome el conocimiento) lo que ellos sabían que sucedía, había caído en esa psicosis colectiva generada por el trauma palpitante que se desarrollaba ante nuestros ojos.
Quiero decir, a pesar de los cuarenta años que nos separan, que mi hija y yo pudimos captar la esencia pura a nivel representación del año 1978 en Argentina, y ese retrato está hecho con pinceladas referenciales muy ajustadas a una modernidad vanguardista (repito que tal vez no sea intencional) que practicaron los doce actores, los doce personajes y todos los participantes en la puesta en escena de Esse Este Percipi.
En un texto titulado “Sinopsis” que acompaña el material de difusión de la obra se explica:
“Adoro, esta vida mía”, revive la magia de la ficción de la década del ‘70, con una narrativa nostálgica y emotiva, pero también crítica, que aborda tanto los aspectos más entrañables como las sombras y contradicciones de aquel período. Ambientada en el año 1978, recorre un capítulo de una telenovela que probablemente la censura no hubiera permitido salir a la luz, llevándonos de viaje a través de las vicisitudes de personajes entrañables: dos familias enfrentadas por su pasado, amores prohibidos, secretos y traiciones, en un combinado de géneros que evocan la paleta de aquella época. “Adoro…” Es un tributo al poder de la risa como escape y del arte como herramienta de resistencia, recordándonos la importancia de la ficción y la creatividad en momentos difíciles de nuestra historia.
Pero no es la risa la tributada, porque no se trata de una comedia, ni de un drama ni de una tragedia, por más que los tres géneros estén presentes ya desde el relato desarrollado (por medio de un voz en off, a través de los personajes, o con la gestualidad y las coreografías), sino que la experimentación con la suma de recursos aborda la reelaboración de una telenovela prototípica como Rolando Rivas, taxista en una clave cuyo modo y tono estableció Shakespeare, retomando lo hecho por Sófocles y otros fundadores del teatro como arte.
Así, Clara Galindo, como Laura, Jonathan Aguirre como Muchacho, Ignacio Amione como Rolando, Martina Berra como Inés, Ayelén Cano como Leti, Santiago Pereiro como Leopoldo, Juan Manuel Raimondi en el papel del Dr. Fernández, Rocío Rosas Paz como Amanda, Manuel González como Ringo, Coco Castillo como la tía Gogó, Analía Saccomanno como Mabel y Bárbara Zapata como Doris, los doce ejecutantes en escena, con desempeños de nivel desparejo (un par de actuaciones raspan por su tosquedad, y un par resultan en extremo conmovedoras, más allá de que se nota que todo el elenco laburó su entrenamiento a conciencia en el registro de la emotividad), desarrollan una trama que consigue atrapar la atención de todos los espectadores (pude comprobarlo mirando las reacciones del público en la función preesterno, incluidos dos niños de 8 y 10 años que tenía cerca y no se distrajeron ni un segundo durante los ochenta minutos).
En la variada y diversa ensalada de retrospectiva futurista que ensaya Adoro, esta vida mía también hay lugar para el musical, una delirante coreografía que evoca el universo de Titanes en el ring, las dislocaciones narrativas aprovechando que todos los personajes permanecen en escena aunque se destaquen las escenas de dúos y tríos, todo ello con la ayuda de una vestuario verosímil y una marcada caracterización de los personajes, en especial por un extraordinario maquillaje que realza con sutileza las expresiones tipológicas de cada uno de los personajes.
Tardé un poco en entender cuál era la particularidad que hacía de Adoro… una rara avis teatral, y aunque sé que no conseguí explicar bien por qué me parece que se adelanta en el tiempo a nivel de evolución del arte escénico, sí puedo decir que un equipo, un colectivo enorme (ver la ficha) laburó con humildad y concienzudamente para llevar a cabo una proeza: condensar dramáticamente y decodificar discursivamente, con las más básicas herramientas del teatro universal, una época traumática y un modo de ver el mundo que nos imprimieron una marca que se transmite, indefectiblemente, a nuestra descendencia. En eso, también, los de Esse Este Percipi laburaron a futuro, quizá de una manera inconsciente, lo que los habría llevado a la consecución de un producto novedoso en sus combinaciones y resultados escénicos.
FICHA:
Idea, dirección general y puesta en escena: Gustavo Di Pinto. Dramaturgia: Gustavo Di Pinto, Griselda García y Santiago Pereiro. Asistencia de dirección: Griselda García. Asistencia de producción: Clara Galindo. Actúan: Jonathan Aguirre, Ignacio Amione, Martina Berra, Ayelén Cano, Coco Castillo, Clara Galindo, Manuel González, Santiago Pereiro, Juan Manuel Raimondi, Rocío Rosas Paz, Analía Saccomanno y Bárbara Zapata. Entrenamiento actoral: Santiago Pereiro. Producción: Esse Est Percipi. Diseño y realización escenográfica: Lucía Palma y Rodrigo Frías. Diseño de vestuario: Liza Tanoni. Realización de vestuario: Cintia Pendino. Caracterización: Ramiro Sorrequieta. Diseño de iluminación y técnica: Niche Almeyda. Coreografía Lira: Clara Galindo. Coreografía Teatro de revista: Vanesa Moran Díaz. Arreglos musicales: Esteban Pereiro. Colaboración en textos: Enrique Gabenara. Realización audiovisual: Costera Films (Miler Blasco y Julián López). Diseño gráfico: Lis Mondaini. Prensa y difusión: Pamela Di Lorenzo.