La diversidad es la única realidad

Obra de Diego Pérez Cano

El lugar de las narraciones en la conformación de nuestras comunidades

Por Julio Cano

En lo que estamos reflexionando hemos asumido una postura filosófica específica que no pretendemos que ocupe un lugar central. Más aún: no aceptamos que exista en filosofía un centro desde el cual se irradien campos de investigación, paseos inferenciales con sentidos premeditados o antecedentes metafísicos inmutables. Entendemos que hemos alcanzado un punto en el cual la diversidad es la única realidad, que no deseamos llegar a una perspectiva única sino permanecer en la multiplicidad teórica que provoca el antecedente de la geopolítica. Ya no solo el filosofar debe preguntarse “qué se dice”, sino “quién lo dice y desde qué contexto cultural lo dice”. (Trataremos el tema de la geopolítica en otro momento).

De modo que evitaremos referirnos a una esencia humana, ya que consideramos que no la hay, y como correlato de esto consideramos un falso problema hablar de “el hombre” en términos generales. Rechazamos entonces el humanismo como propuesta filosófica. Acordamos partir de una pregunta sobre el ser humano individualmente considerado: ¿qué es un ser humano?, advirtiendo de inmediato lo artificial de la pregunta, ya que no existe ningún humano aislado de su contexto social. Sobre el particular encontramos un texto de Leonardo Boff y Mark Hathaway que nos va a ser revelador:

“Cada ser humano es un todo, un viviente inmerso en el tiempo y el espacio. De manera sucinta cabe describir a los humanos como animales del subfilo Vertebrados (dentro del filo Cordados), de la clase Mamíferos, el orden Primates, la familia Homínidos, el género homo y la especie sapiens (a la que algunos pensadores añaden demens), un ser dotado de un cuerpo de unos cien billones de células continuamente renovadas por su sistema genético, un ser que se ha formado en el curso de tres mil ochocientos millones de años.

Cabe describir asimismo al humano como un ser con un cerebro complejo formado por aproximadamente cien mil millones de neuronas y hasta mil billones de sinapsis, organizado en tres niveles: el cerebro reptiliano, que surgió hace unos doscientos veinte millones de años y que tiene funciones instintivas y donde se ubican las experiencias arcaicas que promueven tanto el nacionalismo como la burocracia; este está rodeado por el cerebro límbico, que inició su surgimiento hace unos ciento veinticinco millones de años y al que corresponden las emociones, la afectividad y el cuidado; por último, la corteza cerebral o neocortex que solo cuenta con tres millones de años de antiguedad y proporciona la capacidad de conceptualización y de pensamiento abstracto.

El ser humano está dotado de capacidad de sentimientos, inteligencia, amor, compasión y éxtasis. El conjunto de su cuerpo vive en una compleja trama de relaciones que se extiende en el exterior y en el interior.”

(Boff, Leonardo y Mark Hathaway: “El Tao de la Liberación”, p. 378).

A estas características del ser humano particularizado podemos atribuirle elementos decisivos si nos detenemos en su existencia implicada en esa aludida compleja trama de relaciones. Sucede que ellas no son un resultado de la realidad, sino la realidad misma. La realidad es un conjunto hipercomplejo de redes. Por ende, en “la realidad”, no existen entes aislados sino relaciones. Estas relaciones están constituidas básicamente por la sociedad que rodea al ser humano. La trama de la sociedad, a su vez, se sostiene por el lenguaje que se encuentra en vinculación orgánica con la vida emocional. El lenguaje es lo que permite las vinculaciones entre los humanos. La sociedad, articulada por el lenguaje, la vida emocional y la racionalidad, es antecedente ineludible del humano individualmente considerado. Es más: el humano es una consecuencia de la sociedad y, así como existe un ADN biológico, también existe un ADN cultural que, para muchos científicos y filósofos, es el decisivo. (Se nos permitirá equiparar sociedad con cultura, lo que resulta ser un esquematismo, por supuesto, pero es útil para lo que estamos exponiendo).

El ser humano es un narrador de historias tal como especificamos en el artículo anterior y sobre lo que volvemos en este. 

Todas estas características están presentes en la existencia de cada uno de nosotros, lo que debería llevarnos a reflexionar sobre la riqueza inconmensurable de lo que somos como seres biológicos, psíquicos, sociales y espirituales (en estos cuatro niveles de existencia que no se pueden escindir unos de otros). De manera que cada uno de nosotros constituye un prodigioso conjunto de redes que se interrelacionan de manera única e irrepetible, lo que lleva a sostener que tal configuración es, al mismo tiempo, su huella digital intransferible.

En estos momentos de la historia decir esto es quedar expuesto como ingenuo y utópico, pero hay que hacerlo teniendo presente la sentencia que señala que debemos considerar a cada uno de los humanos como un fin en sí mismo.

Volvamos sobre las características señaladas. Ellas son, esquemáticamente, las que conforman la base biológica de nuestra existencia. Dijimos, además, que se procesan en un medio social ya que no existe un humano sin una determinada cultura que lo contenga. Una realidad evidente aunada a esto es el hecho de que siempre surgimos como grupo, algo que nos lleva a cuestionar al actual rasgo narcisista de época, considerándolo un enorme velo de maya que cubre y distorsiona cualquier comportamiento genuinamente humano, acaso falseando cualquier interpretación legítima.

Nuestra existencia es un fenómeno imbricado intrínsecamente con la sociedad que no solo la rodea, sino que la constituye. Por poner un ejemplo local: nosotros no podemos separarnos de la sociedad rioplatense que nos implica, ni del idioma español en modo criollo que hablamos. Querer separarnos de nuestra cultura, de nuestra sociedad es querer saltar por encima de nuestra propia sombra.

Vivimos/existimos en una realidad muy compleja en la que todos los fenómenos se interrelacionan sin pausa, en una serie de procesos dinámicos. Podemos sintetizarlo señalando que vivimos en una trama: la trama de la vida. Por consiguiente, el fenómeno central de la realidad resulta ser el de las conexiones: podemos identificarlas diciendo que la realidad es una sumatoria de redes. O que la trama de la vida supone una hipercompleja trama de relaciones.

A pesar de nuestra percepción habitual, los entes del mundo (las cosas) son codependientes unos de otros, y ninguno emerge aislado de los demás. Nosotros tampoco. Dos citas a propósito de esto: una es de Nagarjuna, un pensador del siglo I y referente del budismo mahayana:

“Las cosas derivan su ser y su naturaleza de su interdependencia y en sí mismas no son nada”.

La otra es de Werner Heisenberg, uno de los creadores de la física cuántica:

“El mundo aparece, para la física cuántica, como un complicado tejido de acontecimientos, en el cual las relaciones de diferentes especies se alternan o se superponen y se combinan, determinando de este modo la textura de la realidad.”

Sin embargo, dentro de esa urdimbre, todos somos diversos, todos poseemos una historia personal e intransferible. De este modo, unidad y diversidad se articulan en nosotros en un tejido imposible de deshilvanar. Esa diversidad no se puede explicar, solo se puede interpretar. Y eso es lo que hacemos narrándola. Por eso en el artículo anterior afirmamos que nos constituimos como un conjunto de narraciones interrelacionadas. De ahí que sea crucial expresar la sumatoria de narrativas que nos constituye. Mas allá de que estemos de acuerdo o no con el psicoanálisis, un descubrimiento de este campo ya forma parte del acervo de la actual humanidad: al narrar mi historia ante otro que me escucha, vuelvo a dar sentido, a otorgar comprensión a muchos de mis actos. Vuelvo a significar sucesos pretéritos, los resignifico. Lo que quiere decir que mis narraciones actuales contienen las narraciones pretéritas que he elaborado tanto como las narraciones que sobre mí se han tejido. A todas ellas las elaboro actualmente a fin de encontrar sentido a mis comportamientos, trabajo de una complejidad insondable en última instancia, lo que no obsta para que me maneje con la suficiente coherencia como para encontrar el aludido sentido en la acción.

Dice Han: “La narración autobiográfica se basa en hacer una reflexión posterior sobre lo que se ha vivido, en hacer un trabajo consciente de rememoración”. “La memoria humana es selectiva así como la vía narrativa es estrecha. A ella solo se incorporan acontecimientos selectos”. Agregamos nosotros que tal selectividad responde, más que a los procesos racionales, a la carga emocional que está en la base de nuestra existencia.

Cuando una narración posee sentido, forma un discurso cerrado, tiene un cierre. Y si lo posee es porque crea una comunidad. (Que las comunidades sean cerradas es algo que dejaremos para más adelante). Una narración se hace comprensible en un sentido mayor y más complejo del que se supone cuando es inteligido en el contexto de la racionalidad. Una narración con sentido posee una verdad intrínseca y Han la diferencia de otras narraciones: “Ella es lo contrario de las narrativas aligeradas, intercambiables y devenidas contingentes, es decir, de las micronarrativas del presente, que carecen de toda gravitación y de toda pretensión de verdad”, dice.

En definitiva, estas narraciones son generadoras de comunidad. Crean comunidad. La pregunta pertinente es: ¿Cómo se va generando una auténtica comunidad? Las respuestas a la misma son todas polivalentes, pero es seguro que contendrán, de una u otra forma, alusiones a las narrativas que le fueron dando contenido y, especialmente, sentido. Que siempre desbordan las explicaciones, como ya dijimos, pero que también sobrepasan la comprensión racional y que se interrelacionan con lo mitológico. Ejemplo a la mano: la narración uruguaya sobre los cuatro campeonatos mundiales ganados por la “celeste” y la impronta de la garra charrúa adosada a esa hazaña. No importa ahora el grado de falsedad o exageración de esta narración, sino el sentido que ha tenido para generar una comunidad.

Se verá que toda comunidad así entendida supone algunos rasgos característicos:

– Es un conjunto humano homogeneizado (relativamente) por lo emocional.

– Posee, por ende, relatos donde lo emocional satura el discurso.

– Genera un continuo temporal, es decir, genera una historia.

– El marco de una historia así comprendida comienza por ser oral.

Los humanos viven en bolsones geopolíticos en donde los rasgos de pertenencia pasan por vínculos emocionales más que por vínculos racionales (para decir esto no tenemos en cuenta a los millones de refugiados y migrantes, esto lleva a hacer forzosa la afirmación). Además, repetimos, las narrativas  que circundan y circunscriben una existencia individual guardan estrecha relación con las narrativas colectivas sociales. Comprendemos que el presente texto pueda aparecer con un carácter demasiado teórico (quizás en exceso). Continuaremos volcándonos a la presentación de narraciones concretas en la próxima entrega.

Post navigation

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *