Una joyita de Eva Ricart

Eva Ricart. (Foto: Julia Oubiña)

La obra unipersonal “Están todos perdonados”, con dirección de Emilia Previgliano, convoca voces de una alta poesía teatral con la sencillez propia de quienes quieren mucho lo que hacen.

Por Andrés Maguna

Voy a tratar es escribir una crítica teatral en doce líneas:

Sábado a las nueve de la noche en el Teatro de la Manzana de la ciudad de Rosario. Unipersonal de Eva Ricart, dirigido por Emilia Previgliano y titulado Están todos perdonados, con una duración de 36 minutos. Dividida en tres partes, la obra monológica basa su efectiva tensión de la atención en una interpretación de Ricart, sensible y sensibilizadora, de un texto de poesía teatral (poesía para el teatro, escrita para ser expresada por personajes teatrales) hecho de voces de diversos autores y de la propia Ricart, que también es poeta. Los versos, todos lo que dice Eva, resultan extraordinarios en su sencillez y belleza. No hay una palabra de más, ni de menos. La gestualidad y los movimientos corporales de la actriz poeta subrayan lo que dice, y dicen por su parte otra cosa: que ella y nosotros, los veinte del público, somos sombras de otras sombras, y que las sombras nos dan el carácter de la impermanencia, porque aquello que no tiene sombra no puede morir y por eso “el desierto es eterno…” Si tuviera que puntuarla, le daría la calificación máxima. Todo está bien en Están todos perdonados. Una joyita.

Ahora voy a tratar de desarrollar una fundamentación en 36 líneas, en tres partes:

Parte 1

Al comienzo de la obra vemos a la actriz quieta (ya está en escena cuando los espectadores ingresamos a la sala), de pie, mirando hacia lo alto, con un vestido escotado de hilo blanco tipo camisón, con brazos, pecho y cuello pintados con barro seco. Lleva el cabello corto y tiene una actitud de extravío en la mirada, como perdida en la búsqueda, en el intento de recuperación de un éxtasis perdido. Me recuerda a Maria Falconetti en La pasión de Juana de Arco, de Carl Dreyer, pero cuando comienza a jugar con una soga, primero, y un cordel, después, midiendo espacios en el aire, caigo en la cuenta de que es una de esas brujas barriales que cubren la salud emocional de buena parte de la población. Va tirando números, haciendo cálculos de quién sabe qué, como las buenas brujas barriales, como los fantasmas y las sombras de esas chamanas, y el misterio controla el relato que no llega nunca a ser relato. Crece la intriga. La actriz bruja poeta nos metió en su juego, apelando a la identificación con lo abstracto del pensamiento mágico que a todos nos abstrae en parte de nuestra vida.

Maria Falconetti en La pasión de Juana de Arco.

Parte 2

A los doce minutos, más o menos, de comenzada la obra, Eva Ricart toma una silla (único mobiliario en escena) y anuncia que terminó “la primera parte” y que se va a tomar un descanso para hablar con nosotros, los espectadores. Pero aparece claro que no es un mero intermezzo o un segmento separador, sino otra escena hecha y ensayada, y su trato para con nosotros, los espectadores, con una familiaridad que de tan proyectada resulta entrañable, asequible, reaviva el interés por saber de qué va la cosa, aunque Eva aclara, en su parloteo coloquial: “No les voy a explicar de qué trata la obra”. Y habla de sus orígenes, de su mamá, que “en Venado” le decía “María Eva” o “Gordita”, y que a ella ni María ni Gordita le gustaban. Pero también su charla, que incluye preguntas al público (pregunta al grupo como si fuera una persona), está teñida con los colores poéticos, esos colores que algunos logran discernir en la cotidianidad y que unos pocos logran señalar a los demás como un tesoro encontrado que se quiere compartir. Quiere dar a entender –y lo consigue– que la comunicación interhumana sólo puede nacer de la amistad.

Parte 3

A los 24 minutos, más o menos, Eva da por terminada la escena separadora y desarrolla “la segunda parte”, para lo cual descuelga una gruesa capa con capucha y poniéndose detrás de un telón blanco, a contraluz, monta un teatro de sombras que dura la mitad de esa “parte” y a través del cual profundiza, condensa sin espesar, el discurso poético, extremadamente poético, cuidadosamente poético, pleno de sentidos que impactan por la fuerza de las imágenes evocadas pero no retienen en la intelectualización, no causan demoras en “el pensar” que dificulten la apreciación de lo que se dice a continuación. Se deja llevar, fluye, y lo que fluye se deja llevar. Aunque también hay algunas crispaciones, pulsiones patentes entre el humor y el reclamo que van y vienen, predomina la flotación de esa mujer sobre la realidad escénica que, sostiene, no es distinta de lo que quiere hacer, lo que siempre quiso hacer (lo dice en el intermezzo, que desde niña quería actuar, y que actúa para que la quieran), y hace: salir a expresar, con la ayuda de una compañera amiga directora, ante los demás, en un escenario, una manera de entender el perdón. 

Ricart y Previgliano. (Foto: Julia Oubiña)

FICHA

Título: “Están todos perdonados”. Actuación: Eva Ricart. Dirección: Emilia Previgliano. Sala: Teatro de la Manzana. Fecha función: 19 de abril de 2024.

Post navigation

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *