Una crítica romántica

El público de “Matate, amor” mirado de afuera del Centro de Expresiones Contemporáneas. Foto: CEC

Sobre tres obras vistas a fines de mayo en Rosario: Contrametamorfosis, Matate, amor y Las fieras, el hambre del alma

Por Andrés Maguna

La tradición de sostenimiento y crecimiento de la creación artística de Rosario, de fuerte raigambre nacional, localista y popular, hace de sus realizadores teatrales, sus salas y su público, un constructo de características tan excepcionales que la vuelven una ciudad única en su proyección intra y extraterritorial. Por eso, la Cuna de la Bandera sigue perfilándose como faro cultural y ofrece, a quienes se animen a participar, oportunidades de vivir experiencias artísticas de valor intransferible, enriquecedoras. En sus calles, en sus cielos, en su gente, en los efluvios del Paraná, palpitan los espíritus que nos insuflan el modo de ser lo que somos: “Muy Rosario”, como reza la marca de objetos del Ente Turístico Rosario, que tiene tres tiendas donde se venden “los regalos más originales y con una fuerte identidad rosarina”.

En esa “identidad rosarina”, también presente en sus continentes teatrales, pude sumergirme, provisto con la escafandra de la crítica, durante la segunda quincena de mayo yendo a ver tres obras, en tres distintas salas, que me despertaron emociones encontradas, más allá de que experimenté goces parejos en las funciones de los tres casos: el viernes 24 en Espacio Bravo, con Contrametamorfosis. Monólogo escatológico; el domingo 26 en el Centro de Expresiones Contemporáneas, con Matate, amor; y el viernes 31 en La Manzana, con Las fieras, el hambre del alma. Las dos primeras son unipersonales foráneos (uno de San Lorenzo, el otro de CABA) y la tercera una puesta en escena rosarina que implica a tres mujeres músicas y dos actores.

Entendiendo la crítica teatral como un acto de naturaleza amorosa, no encuentro contradicción en el concepto de “crítica romántica” que trataré de llevar adelante con imparcialidad afectiva ante lo que considero un deber: el establecimiento de una relación igualitaria, horizontal, amistosa y familiar, entre lo que quiero decir y lo que digo, entre los creadores y los destinatarios de sus creaciones, entre el escritor y el lector, entre todos los distintos géneros, entre todos los oprimidos frente a los opresores, los que cayeron irremediablemente en la frecuencia violenta de la negación. O sea: creo que la volición del romanticismo (¿el ímpetu romantizador?) se puede aplicar a la crítica teatral para enfrentar uno de los grandes males que son fuente de oscuridades: la negación. Y vamos con los tres ejemplos.

Contrametamorfosis

El actor Gabriel Marinucci encarna a un insecto a punto de convertirse en humano. Foto: Producción obra

Durante 40 minutos el actor sanlorencino Gabriel Marinucci se puso delante de 22 espectadores, una noche gélida en el Espacio Bravo Teatro, y desarrolló con notables recursos de voz y corporales una historia sencilla en su planteo: los últimos momentos de un insecto antes de terminar de convertirse en un ser humano. Por eso el explícito juego del título parafraseando el célebre texto de Franz Kafka (de cuya muerte, dicho sea de paso, la semana pasada se cumplieron 100 años).

Con vestuario, maquillaje y objetos escénicos hechos especialmente por artistas visuales (Nelda Rossi, Yamil Amado), sobre un guion de Mauricio Stírnemann y bajo la dirección compartida de Graciana Mattalía y Nicolás Terzaghi, Marinucci se luce como el sufrido insecto que no quiere convertirse en un ser de “una especie inferior”, un humano, y expresa sus razones, sus quejas y lamentos, allí en la cloaca en la que vive.

Muy serio, con valentía y sin hacer alarde de ello, Marinucci sale a escena realmente convertido en insecto, porque en Contrametamorfosis demuestra que estamos ante un actor de aquellos que son pasta que llena el molde del personaje, por contraposición a esos otros que actúan como el molde al que debe adaptarse la pasta del personaje.

El lenguaje, lo que dice el insecto mientras dolorosamente se transforma en persona, aunque parezca una locura decirlo, suena y se escucha como si realmente fuera lo que expresa con palabras humanas un insecto. Y como es creíble, porque así pudiera ser, ver a una persona (aun siendo conscientes de que se trata de un actor) transformada en insecto, razonando y explicando por qué no quiere ser un humano, expresándose con claridad de muchas maneras, termina siendo un shock para cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad.

Me pareció sentir que los 22 espectadores que estábamos atrapados por el relato escénico llegamos entender que el insecto nos acusaba al decir: «Hay una sola especie que se odia a sí misma con un odio letal y suicida», mientras nacía cierta conmiseración hacia él, inocente animal condenado al infausto destino de autodestrucción del hombre.

Desde que se estrenó, en el invierno del 2019 en San Lorenzo, Contrametamorfosis recorrió unas cuantas ciudades, participó de encuentros y festivales, pero no pude encontrar ni una crítica entre varias notas de difusión, razón por la cual me veo impelido a cerrar este breve párrafo destacando la intención de búsqueda y experimentación de sus realizadores, en especial la denodada entrega en tal sentido de Marinucci, que nos dejó zumbando en la cabeza la idea de que una dimensión paralela de la realidad, la de los insectos, y vista con sus ojos, puede ser más bella, casi una utopía, y tener más sentido a nivel existencial.

Matate, amor

Érica Rivas en acción. Foto: Facebook CEC

Antes de ir a ver Matate, amor, con Érica Rivas dirigida por Marilú Marini, y basada en una premiada novela de Ariana Harwicz, leí cuantas críticas y comentarios, todos en extremo elogiosos, sobre la puesta en escena, en la tercera función de las tres que dio, con la capacidad del Centro de Expresiones Contemporáneas colmada (260 butacas y almohadones), mientras aún resonaban los nutridos aplausos y ovaciones de las dos presentaciones de octubre pasado, también a sala llena, en el teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España.

Sabía, entonces, que iba a ver una versión teatral fiel al texto de la novela psicológica de Harwicz, que básicamente se basa en el soliloquio de una mujer que padece unos cuantos trastornos de la afectividad en el trance de contar su historia, lo que le pasó y le pasa, buscando algún tipo de expiación.

La puesta en escena dura unos 80 minutos (y bueno, es teatro novela), que a mí me parecieron demasiados, al contrario de lo que sucedió con los 260 espectadores que compartieron la función conmigo aquella noche polar del domingo 26 de mayo en el CEC, de los cuales 190 eran mujeres y 70 hombres, muchos de los cuales evidenciaban pertenecer a las huestes de les deconstruidos.

Hago mención de estas cifras (pregunté en el CEC y me confirmaron que las dos noches anteriores la composición del público había sido similar) porque me llamaron la atención sobre un fenómeno del que la novela es precursora y la obra teatral profundiza: el establecimiento de cánones y estándares argumentativos del feminismo.

Y viendo Matate, amor en el CEC, con tantas mujeres y tantos deconstruidos embelesados, bebiendo con ojos y oídos cuanto sucedía con el personaje de Rivas, me puse a pensar en la historia reciente del saludable y pujante movimiento feminista, preguntándome cuándo había ocurrido el clic que cambió el rótulo “causa por las mujeres”, o “en defensa de la mujer”, por el de “causa por el feminismo”, o “en defensa del feminismo”. Convencido, como estaba y estoy, de que la obra tiene un corte netamente femenino a secas.

Con esta inquietud, al día siguiente me puse a investigar en la red, llegando a leer entera la transcripción del seminario que dictó Lacan en 1973, titulado Encore, en el que dice “la mujer no existe” (y que las que existen son “las mujeres, de una en una”) y que parece ser que fue un pensamiento que disparó, en la divergencia del discurso dominante, las distintas líneas sobre la que se fue construyendo la telaraña del discurso y los relatos de la causa del feminismo. Así caí en la cuenta del poderoso atractivo del personaje de Rivas sobre las mujeres y los sororos (que quede claro que no lo digo despectiva ni peyorativamente): es “una” mujer, no “la” mujer, siendo sus particularidades, la de ser madre, esposa, amante, con sus deseos e impulsos esencialmente femeninos, las que marcan el tono, el encuadre y el fondo de la cuestión, la “cosa del arte de la representación” de la que estamos hablando.

Desde la crítica, puedo decir que Érica Rivas se desempeña con profesionalismo y dota a su criatura de personalísimas coloraturas, lo que la vuelve muy entretenida, aunque en los momentos de comedia se le escape la María Elena Fuseneco de Casados con hijos, lo cual no está mal per se, entendiendo que se trata de una actriz “molde” de los personajes que interpreta.

En fin, que la puesta tiene un aire francés dado por la dirección de Marilú Marini, que los ventanales del CEC abiertos hacia el río, de fondo del escenario, siempre son una obra aparte, que las 260 personas aplaudieron y ovacionaron de pie a Rivas, que llamó al numeroso equipo de compañeres realizadores en el saludo final, y citó a Marini en un mensaje sobre insistir y resistir ante los ataques contra el arte.

Las fieras, el hambre del alma

Elenco completo de “Las fieras, el hambre del alma”. Foto: Zoe Maguna

El último viernes de mayo fuimos con Zoe, mi hija más nueva y fotógrafa de la Belbo, al Teatro de la Manzana a ver la última función de cuatro (las otras fueron los tres viernes anteriores) de Las fieras, el hambre del alma, una pieza con dramaturgia y dirección de Sandra Yuyo que intenta explorar en la fusión escénica de música y teatro.

La puesta en escena dura 75 minutos, divididos así: al inicio, un recital de 28 minutos de “la banda invitada” (La Negra Sonido, Sofía Pasquinelli y Flor Croci), y luego una performance actoral de Damián Sanabria y Cristian Bordi por el tiempo restante, con una intervención, en el medio, de la banda interpretando un tema de unos 6 minutos.

Más allá del defecto de que no hay integración dramatúrgica de la banda (lo hecho por la banda) y los actores (lo hecho por los actores), puede considerarse Las fieras como dos espectáculos en uno, y destacar que el recital permite el lucimiento de la potente voz de La Negra Sonido, el bajo rector de Croci y los ricos teclados de Pasquinelli, en especial en una hermosa versión de Pura suerte, de Patricio Rey y sus redonditos de ricota; así como la miniobra de Sanabria y Bordi consigue dar con buenas muestras de dramaticidad y comicidad.

Porque “las fieras” son dos hermanos borderlines que viven en el backstage de una sala en la que se ofrecen conciertos, y se mueven entre los percheros del camerino donde se guardan los vestuarios, entre los cuales destacan dos, de rojo furioso, con lentejuelas, en un perchero aparte, que tienen prohibido tocar.

En realidad, es tan flaco el argumento que no se podría contar nada de él sin spoilear toda la obra, y creo que ya lo he hecho. Y en cuanto a lo que consigue expresar, lo que intenta manifestar, no lo pude entender cabalmente, es decir: me gustó la música, encontré dos buenas interpretaciones de actores a los que nunca había visto en escena, pero no pude dilucidar lo que quiere decir Yuyo con lo de “hambre del alma”.

Acaecido el final, los 60 espectadores que llenaron las butacas del Teatro de la Manzana aplaudieron con entusiasmo, y luego con Zoe fuimos a saludar a su mamá (Flor Croci), tras lo cual nos fuimos a comer unos panchos al Mercado Zarpado, donde intercambiamos impresiones sobre lo que habíamos visto y sentido, coincidiendo en esto de los rubros (musical, teatral) “desagregados” y el rescate de las performances individuales.

FICHAS

“Contrametamorfosis. Monólogo escatológico”. Guión: Mauricio Stírnemann. Actuación: Gabriel Marinucci. Dirección: Graciana Mattalía y Nicolás Terzaghi. Vestuario: Nelda Rossi. Maquillaje: Yamil Amado. Objetos escenográficos: Graciana Mattalía y Nelda Rossi. Técnica de luz y sonido: Paula Gómez. Sala: Espacio Bravo Teatro. Dos funciones, los viernes 24 y 31 de mayo de 2024.

“Matate, amor”. Ella: Érica Rivas. Autora: Ariana Harwicz. Diseño de movimiento: Diana Szeinblum. Diseño de luces: Iván Gierasinchuk. Diseño de video escénico: Maxi Vecco. Vestuario: Mónica Toschi. Escenografía: Coca Oderigo. Diseño de sonido: Jesica Suarez.
Diseño de maquillaje y peinado: Emmanuel Miño. Diseño gráfico: Juan Gatti.
Asistente de dirección: Fiamma Carranza Macchi. Dirección: Marilú Marini. Producción General: Érica Rivas y Marilú Marini. Productocción asociada: CEC y Comunidad PAR. Asistente de producción: Milagros Plaza Díaz. Asistente de vestuario: Josefina Vecchietti.
Realización alfombra: Jerónimo Basso. Operador de video y sonido: Esteban Fraga. Diseño de piezas gráficas: Julio Gutiérrez. Fotografía: Sebastián Freire, Alejandra López y Belén Poviña.

“Las fieras, el hambre del alma”. Actúan: Damian Sanabria, Cristian Bordi. Dirección y dramaturgia: Sandra Yuyo. Banda invitada: Flor Croci, en bajo y coros, La Negra Sonido, en voz, y Sofía Pasquinelli, en guitarra, bajo y maquinitas. Asistencia coreográfica y entrenamiento: Ceci Colombero Diseño y realización de vestuario: Lorena Fenoglio. Diseño de Escenografía: Pali Díaz. Realización de escenografía: Pali Díaz, Marcos Reche y Las Fieras. Diseño de luces: Mafer Weber. Maquillaje: Maira Seri, Cecilia Gassa. Edición de audios: Facu Martínez. Fotografía: Sonia Gauna. Asesoramiento en gestión y produccion: Aimé Fehleisen.

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