La noche azabache urde

Los actores Caren Hulten y Rodrigo Filoso, como Ana y Héctor, muestran un lugar de luz y calor en Azabache, pieza de Esteban Goicoechea tiernamente hermética

Por Andrés Maguna

Calificación 5/5 Tatitos

De un negro intenso y brillante, azabache, la noche presionaba sobre las farolas de la calle, sobre los tenues resplandores de las pocas ventanas sin celosías ni cortinas. El tiempo ausente del tiempo propio de la oscuridad que avanza pendía ante mis ojos, llorosos por el frío, mientras me dirigía en moto por Ituzaingó hacia el este para ver una obra de teatro en La Orilla Infinita, allá en el límite entre la República de la Sexta y la Siberia. Aún con guantes, mis manos se entumecían. La temperatura bajo cero empujaba el calor de la vida hacia la intimidad de los cuerpos, al interior de las casas, al cobijo de lanas y frazadas. Había en el aire un tufillo inerte de humos de salamandras y precarios fuegos.

Pensando en la obra que iba a ver, llamada Azabache, y en una frase que leí en la invitación (“En un futuro decadente y devastado por la ambición, Ana y Héctor, sensibles pero determinados, se las ingenian para sobrevivir al fracaso de la humanidad”), me digo: “Donde pusieron futuro debieron poner presente”. Porque en tanto pasajeros de una absurda distopía hecha realidad, los argentinos empezamos a temer la palabra “futuro” asociada a la promesa de volver a ser lo que fuimos –más ricos y dichosos– en tiempos inmemoriales.

En este presente tan azabache, tan decadente y devastado por la ambición, la gente como uno, como vos, como yo, duerme en la intemperie, se vuelve azabache, se vuelve parte de la noche azabache. Se infunde de la noche y del frío, y se confunde con las sombras.

Luego de dejar la moto en el club Temperley, camino hacia la sala, en la esquina de Riobamba y Colón me topé con dos tipos de mi edad (60 años), dos amigos, que se disponían a dormir en la vereda. Morochos y barbados (azabache la piel, azabaches los ojos y las barbas), conversaban apaciblemente mientras acomodaban sus jergones de gomaespuma, trapos y cartones. Se notaba que uno era el hogar del otro. Los dos, la casa de la dignidad más primigenia.

Con las imágenes de esta escena flotando todavía en la región fronto occipital de mi cabeza, entré en La Orilla Infinita y me perdí entre la gente que ya estaba ingresando a la sala, en la penumbra azabache donde estaban dispuestas las sillas negras, azabaches, para el público.

Éramos 45 espectadores para una obra de 45 minutos, con dos actores, Rodrigo Filoso y Caren Hulten, dirigidos por Esteban Goicoechea, construyendo una burbuja de luz, hermética y encofrada, ante el azabache, en la inmensidad de lo azabache.

Apenas empezó la representación me di cuenta de que estaba presenciando una pieza del teatro que más me gusta, aquel que resulta imposible de desentrañar o entender, tan inasequible que dan ganas de verlo varias veces para terminar de no entenderlo. O nunca terminar de entenderlo, que resulta ser la cualidad más bonita que puede ostentar una expresión artística cualquiera.

Profusamente existencial (porque la muerte también se puede imaginar azabache), Azabache habla del todo y de la nada, de la soledad intrínseca, de la soledad pareja de dos, ella y él, en la soledad de una pareja aislada, en un aislamiento voluntario para refugiarse de la amenaza de lo azabache. Son dos amigables borders como vos, o yo, o tu amigo, tu familiar, tu vecino.

En la única nota que salió en un medio escrito (el mismo viernes, en Rosario12, firmada por Leandro Arteaga, bajo el título “El miedo que se va descubriendo”), responde riente el director Goicoechea ante la pregunta del porqué del título:

“En principio por lo oscuro, por lo negro, pero hay que ver la obra. Hay algo ahí que nos gustaba. No es necesariamente el miedo, pero es azabache”.

Claro (u oscuro, según como se vea) es que ambos, ella y él, Ana y Héctor, Caren y Rodrigo, logran expresar eso que “es azabache”, lo inextricable del concepto “azabache” aplicado a los absurdos de una cotidianidad tan particular en una generalidad posible, que el avance de lo azabache hizo posible.

No me caben dudas de que Héctor y Ana son exactamente iguales a Filoso y Hulten, quienes en el reverso de la dramaturgia de Goicoechea vuelven a ser ellos tras filtrarse en los personajes hasta volverse inescindibles de ellos. Y de ellos mismos. Ensortijados física y afectivamente, Ana y Héctor van urdiendo con diálogos de palabras o de miradas una malla de protección sobre el encierro voluntario de los dos. No expresan los temores propios de los supervivientes, los habitan dando rienda suelta a sus trastornos y bancándose el uno al otro, porque se aman. Así construyen su burbuja de amor en la vastedad de un espacio sideral negro brillante.

No sé si lo que escribí resulta confuso, o difícil de entender. Ojalá que sí, porque lo confuso viene con lo azabache, y cuando salí de ver Azabache¸ poseyendo la luz de entendimiento que me había aportado la puesta en escena, volviendo a la soledad de mi cama en lo azabache de mi casa, al ver a los dos amigos que dormían en la esquina, tapados hasta la cabeza, me dio un poco de sana envidia el hecho de que estaban acompañados el uno por el otro, abrigados por la ternura de la amistad, igual que Ana y Héctor. Contra eso, contra los que están juntos y se bancan, no hay frío que resista, porque vivir, pensar y sentir en azabache debiera superar, ampliamente, a la opción de vivir, pensar y sentir en el gris de la indiferencia.

Mientras me subo a la moto, con los guantes puestos y el casco abrochado, me detengo seis segundos a mirar hacia el interior del bufet comedor del Temperley, donde un par de familias y amigos comparten animadamente unas minutas, unas bebidas, tejiendo sus propios domos reticulares incorpóreos entre el derrumbe cataclísmico del orden establecido. Y como soy consciente de que la obra me hizo caer un par de fichas importantes –porque veo lo que parece ser la realidad con otros ojos–, me felicito por haber ido a verla a pesar de las amenazas del frío, de la miseria de los gobernantes y del ente azabache que se cierne sobre todos nosotros.

FICHA

Título: “Azabache”.Dramaturgia: Esteban Goicoechea, Caren Hulten. Actúan: Rodrigo Filoso, Caren Hulten. Vestuario: Gina Peiretti. Escenografía: Elenco, Gina Peiretti. Edición de sonido: Pavlo Read. Diseño de iluminación: Lucas Lavalle. Fotografía: Nicolás Pelaggio. Dirección: Esteban Goicoechea. Sala: La Orilla Infinita. Función única del viernes 12 de julio de 2024.

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