El tango: una escucha decolonial
Por Julio Cano
Hemos tomado lo fronterizo como elemento presente en todas las modalidades de pensamiento decolonial; resulta relevante insistir en este concepto, aunque sea para retenerlo como atmósfera de nuestras reflexiones, en el presente caso, dedicadas al tango, como complemento del artículo anterior (disponible acá) en el que abordamos el jazz.
Lo fronterizo, aun en el terreno estético, no supone un dualismo entre el modelo eurocéntrico y lo que va emergiendo en nuestras tierras a partir del encuentro traumático con los pueblos y culturas de Abia Yala; tampoco significa la extrapolación de un modo de expresión consolidado que choca con otras experiencias estéticas, extrañas y externas al modelo eurocéntrico. Se trata, más bien, de la lenta y progresiva plasmación de una ambigüedad, difícil de desentrañar, por lo que tendremos que permanecer en el terreno de una estética expresionista de índole latinoamericana, estética que señale especialmente la frontera establecida por la que Mignolo llama “diferencia colonial”. Permítannos, a continuación, hacer un muy breve excursus:
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La diferencia colonial, siguiendo a Mignolo, supone el siguiente itinerario conceptual que, advertimos, tendremos que exponer de modo sumario e, inevitablemente, esquemático.
Esta postura supone pensar el lugar del conocimiento no como entidad ontológica, sino como lugar geopolítico (el lugar de lo estético es también un lugar estético geopolítico y no un lugar estético universal). Se trata de pensar (y actuar en consecuencia) en el marco de un mundo en donde la diversidad sea un proyecto universal. Una utopía desmarcada de las utopías novedosas (la novedad es un concepto moderno eurocéntrico).
El lugar geopolítico por excelencia es el de la diferencia colonial, que es el espacio en el que se articulan todas las modalidades de la colonialidad del poder, el espacio en que se está verificando continuamente la restitución del conocimiento subalterno. Y, de consiguiente, la restitución de las estéticas subalternas. En definitiva, es el espacio donde se va procesando continuamente el pensamiento fronterizo.
La diferencia colonial, en palabras de Mignolo, es el espacio en el que las historias locales inventadas desde los espacios de poder se encuentran dialécticamente con las historias locales que las reciben, el espacio geopolítico en el cual los diseños globales tienen que adaptarse e integrarse o ser rechazados o ignorados.
El pensamiento fronterizo es una consecuencia directa de todo esto, es decir, de la diferencia colonial; se trata de una enunciación fracturada en estructuras dialógicas no escindibles entre sí. Se expone en procesos que van constituyendo lo que los decoloniales llaman paradigma otro (diferenciado sustancialmente de “otro paradigma”, conceptualización moderna que puede dar cabida a, por ejemplo, la posmodernidad como planteo novedoso que sustituye a la modernidad). Estos procesos no tienen un autor de referencia, un origen común, es diverso. Lo que tienen en común es un conector: la colonialidad.
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Como queremos referirnos al tango como fenómeno eminentemente rioplatense y que, simultáneamente, expresa varios rasgos no afincados originariamente en nuestras tierras, la ambigüedad será, creemos, muy marcada, tanto como el referido aire fronterizo. Tomaremos dos fenómenos muy característicos de la estética tanguera que nos sirvan para explayarnos al respecto: la melancolía y el abandono.
¿Será posible hablar de la nostalgia en el tango en términos filosóficos y decoloniales? Nosotros, desde aquí, sabemos que no solo es posible, sino que es un asunto que sigue estando presente en los rituales cotidianos de nuestras urbes, en los cafés, por ejemplo, esos “templitos”, como los llamara Galeano.
Otro de los asuntos recurrentes en el tango también puede ser interpretado filosóficamente: el abandono amoroso, la pérdida del ser querido (no por la muerte sino por el adiós, simple y llano). El abandono adquiere en la poesía del tango un nivel trascendente, es una pérdida definitiva (aunque en los hechos pudiera no darse así): “Hoy, vas a entrar en mi pasado…”
El abandono es la situación, el cuadro emocional que desata la melancolía. Uno desencadena la otra, hay un quiebre en las relaciones humanas vivido con la certeza creciente de que ya no hay lugar para la refundación de la existencia en parámetros positivos, para volver a fundarla en la alegría. En un tango célebre, Volver, la letra no se detiene un momento en la euforia del reencuentro, se trata más bien de remarcar el omnipresente abandono y de cómo se adecuará la existencia a su presencia.
Ahora: esta es música ciudadana. Pero los grupos que la practican en la gran ciudad no sienten apegos mayores que los motivados por sus propias soledades. Son grupos conformados por solitarios que nunca abandonan su soledad, y son raros los tangos que hagan referencia en sus letras a situaciones colectivas. Es una experiencia estética y cultural propia de muchedumbres solitarias (recordando el título de un famoso texto de David Riesman de 1950, al cual no hacemos responsable para nada de lo que venimos diciendo).
De forma que melancolía y abandono pueden ser vinculados orgánicamente en el universo del tango, lo cual resulta una obviedad, por supuesto, ya que es notorio que tal vínculo exista (y frecuentemente con intensidad) y que influya poderosamente en comportamientos propios y ajenos toda vez que se desencadenen. Lo que no es obvio es que ambos se desenvuelvan en un ambiente ciudadano que, por el hecho de serlo, torna contradictorio el carácter fuertemente subjetivo de las vivencias por una parte con la existencia cotidiana enmarcada en calles, plazas, talleres, conventillos, bares, todos ellos impregnados de sociabilidad. Por ende, es un ejemplo de experiencia fronteriza.
Desde mediados del siglo XIX la emigración desde Europa a nuestras tierras fue enorme y, en el caso del Río de la Plata, provino principalmente de España e Italia y fue especialmente masiva entre mediados del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Los emigrantes no bien bajaban de los barcos iban a engrosar los conventillos y arrabales de Buenos Aires, Rosario o Montevideo. Se trataba de personas, pues, que llegaban a un no-lugar en el que sobrevivir. El primer sentimiento que marcó su existencia fue el de abandono. Un abandono colectivo vivido subjetivamente en una tierra extraña y declinado, mayoritariamente, hacia el abandono amoroso. Estas son pautas que reducen al micromundo de las cuitas amorosas un fenómeno eminentemente social, colectivo. La mayoría de las letras de tango refieren a la pérdida del lar, del lugar del origen, pero enmascarado en la pérdida amorosa. Una de las primeras y más famosas letras de tango, Mi noche triste, puede servir de ilustración de una poética en donde la humilde pieza del protagonista es una imagen ilusoria, hasta alucinada, de una perdida mayor a la de la huida de la muchacha que, en la jerga marinera, produjo un amure del protagonista como el amarre del barco en el muelle.
Sobrevolando estos temas se encuentra implícito el tema de la derrota, pero que eludimos no por su poca importancia –que no la tiene, al contrario–, sino por su connotación colectiva, ya que este término pertenece al terreno político y ahora estamos enfrascados en la subjetividad, en la subjetividad colectiva, oxímoron de por medio.
Dice Juan José Saer en el “Prólogo” a Novelas breves de Juan Carlos Onetti”:
“Estas novelas breves no se agotan en las primicias estructurales que ofrecen al lector. Un cuadro apasionado y viviente se despliega en ellas (el mismo que se puede hacer emerger – agregamos – a los microclimas de muchas letras de tango): la desgracia y la crueldad, la resignación y el fracaso, la rabia y la autodestrucción son sus temas predilectos, pero también el amor, la culpa, la nostalgia y, sobre todo, la compasión. Dice un personaje onettiano: “lástima por la existencia de los hombres, lástima por quien combina las cosas de esta manera torpe y absurda. Lástima por la gente que ha tenido que engañar solo para seguir viviendo. Lástima por todos los que no tienen de verdad el privilegio de elegir”.
Con lo que venimos diciendo se anuda una pregunta: ¿qué hace que el tango posea esa fuerza de unión entre sus actuantes y que, además, sea el símbolo de lo ciudadano? Nos quisimos detener en dos elementos que implican, precisamente, lo contrario de la relación emocional fuerte a nivel social: la melancolía y el abandono (o, si lo desean, el desarraigo). Estos últimos expresan sobre todo lo que trae consigo la soledad. Hagamos, entonces, un breve paseo por lo que señala (a nuestro juicio, magistralmente) el filósofo surcoreano Byung Chul-Han sobre lo simbólico y la comunidad:
Una comunidad se va creando en el tiempo a través de la consolidación de símbolos, estos van madurando comunicación transparentada como lazos emocionales que se anudan a través del lenguaje, los gestos y las actitudes colectivas. Los símbolos son nodos comunitarios (que pueden utilizar el lenguaje o no) pero que, en cualquier caso, poseen una pregnancia poderosa. Los símbolos son, pues, lazos sociales sin comunicación, sobre todo sin comunicación tal como la experimentamos masivamente hoy, es decir, digitalmente. La comunicación, especialmente la digital, va creando, a la inversa, lazos que no crean comunidad. Aunque la época de oro del tango fue anterior a la revolución digital, podemos solapar para su caso comunicación digital como información y contraponerla a comunicación simbólica. Es esta última la que domina en las letras del tango.
Es decir que el tango pertenece a la comunidad y no crea comunicación entendida como información. Es expresividad pura, es baile puro que no informa, no expresa estados de ánimo de los actuantes como comunidad, sino de los actuantes que bailan, o que cantan o que miran bailar. Es siempre expresividad nominalista Es capital su importancia como símbolo (esto es, como conjunto de símbolos) que va creando una comunidad. El símbolo en el tango es un dato capital, insustituible. Sea en la pareja de bailarines, sea en el letrista, sea en el músico o en el que, en silencio, escucha (un silencio cargado de sentido en el que escucha y no solamente oye, ya que es en la escucha donde adquieren sentido música y poesía).
La experiencia del tango es poética de lo melancólico, de punta a punta. No desea informar sobre la melancolía de la que se canta, sino comunicarla (hacerla común). Vale agregar que en esta experiencia se incluye al tango puramente instrumental (piénsese por ejemplo en Pugliese o en Piazzolla). Lo simbólico no necesita informar qué cosa está simbolizando. Sin forzar, podemos agregar que, si lo hace, estropea el resultado poético que está buscando. De ahí que la expresión simbólica sea la mejor posible para esta estética que intenta patentizar el dolor, el abandono, la pérdida de lo cotidiano que vive el trasterrado que resiste en las orillas de la gran ciudad. El abandonado se mantiene en esa condición, so pena de pasar a la condición de integrado, cosa que se niega a ser. Lo simbólico juega en esta estética un papel fronterizo sin pasarse nunca de la raya. No es nunca un integrado a otra sociedad (prueba de ello es la resistencia del porteño a la sociedad parisina, manifiesta en múltiples pasajes o en letras enteras) o un marginal (creo que no es un invento nuestro asumir que existe una gran cantidad de letras de tango que refieran a linyeras en ciudades lejanas al Rio de la Plata).
La experiencia del tango es, asimismo, una poética del abandono: “Sobre tus mesas que nunca preguntan / lloré una tarde el primer desengaño / Me hice a las penas / Bebí mis años / y me entregué sin luchar…” escribe Discépolo rememorando su abandono, dolor y soledad, vividos en uno de los cafetines de Buenos Aires. Discrepemos con él, empero, al final de sus versos. No se entrega sin luchar, sino que se desplaza en su empeño hacia una experiencia estética, la vuelve a crear, la recrea en la poesía. Serán versos de un solitario los que escriba, pero de un solitario que será escuchado o leído por muchos otros. Se hará comunitario sin perder su soledad. Y esto es algo que los rioplatenses seguimos sintiendo hondamente, cualquiera sea nuestra condición frente al tango (oyente, danzante, ejecutante). Comunitaria en soledad, una frontera móvil para la más conocida y rememorada de nuestras tradiciones estéticas.