Entrevista a Theodor Kallifatides
Por Belén Vieyra Calderoni
Theodor Kallifatides (Grecia, 1938), filósofo y profesor de la Universidad de Estocolmo, ha escrito más de cuarenta libros entre novelas, ensayos y poesía, y ha sido traducido a más de veinte idiomas. Hace cinco años la editorial Galaxia Gutenberg publicó por primera vez en castellano una de sus obras, Otra vida por vivir, y desde entonces el goteo ha sido constante… hasta la reciente Una paz cruel, la culminación de su trilogía, la gran creación que lo ha llevado a la cumbre de la literatura de la segunda mitad del siglo XX.
Quien haya leído alguna de sus novelas, sabe que el escritor griego no pierde esa mirada del Sur por más que resida en el Norte hace sesenta años. Kallifatides ha narrado el retrato de su infancia y de su adolescencia en uno de los períodos más trágicos de la historia contemporánea de Grecia; una memoria devastada por el nazismo, la guerra civil y la miseria de posguerra. También nos ha deleitado con la madurez y las conversaciones consigo mismo en sus ensayos, todos atravesados por la vorágine temporal que significa vivir.
Hace unos días, mientras descubría Una paz cruel y releía Un nuevo país al otro lado de mi ventana, era imposible no sentirme acompañada pasando sus páginas. Sucede que su literatura no es extranjera, sino que cobija a los que, alguna vez, marchan: tal vez, la mayor virtud literaria que un escritor pueda poseer.
No hay duda de que la identidad y la memoria son dos de los grandes valores que el autor pone sobre la mesa, una conceptualización humanista que no pasa desapercibida en múltiples sentidos, la firmeza que emplea para describir la crueldad, la sensibilidad al devenir del futuro y la recreación de los gestos más tiernos, son algunas muestras de la belleza que significa leerle. Es por ello que me decidí a pedirle una breve entrevista. Me la concedió con una amabilidad y una rapidez extraordinarias. Así que preparé las preguntas, se las adjunté por email y voilà! Lo demás es mérito suyo…
Usted ya lo ha integrado con una enorme naturalidad, pero ¿cómo es posible adoptar un idioma como el sueco, desde el griego, y dedicarse de lleno a pensar y escribir con esta lengua?
No fue una cuestión de elección, sino una necesidad. Vivía en Suecia y estaba harto de mi lengua griega, contaminada por tantas mentiras que las palabras no significaban realmente nada. Una de las secuelas de la guerra civil fue que el idioma se distorsionó, a los partisanos se les llamaba traidores, a las mujeres de izquierdas se las consideraba putas, y así un largo etcétera.
Nunca habría podido escribir en ese idioma. Necesitaba uno nuevo. Y me gustaba la lengua sueca, donde un “no” significaba un no y un “sí”, un sí. También había una especie de tradición familiar. Mi padre hablaba varios idiomas, mi abuelo también. Así que puse toda mi energía en aprender sueco y lo conseguí. Además, tenía la idea de que escribir no es cuestión de palabras, sino de sentimientos.
En alguna entrevista ha mencionado que mediante el ejercicio de escribir, ha podido encontrar la paz, liberarse. La escritura significa su modo de ser, de vivir, usted lo cuenta en sus libros, ¿podría decirnos si alguna circunstancia o hecho hicieron que esto fuera así? ¿Hubo alguna anécdota que lo llevara explícitamente a escribir? ¿O ya nació siendo escritor?
Cuando tenía cinco años tuve que presenciar la ejecución de un aldeano por los alemanes. Estaba allí con mi madre y ella me cogió de la mano. Mi padre estaba en prisión. Teníamos que estar allí, era obligatorio. El hombre que iba a ser ejecutado nos miró, no entendía muy bien lo que estaba pasando, era un poco deficiente, y cuando se estaba muriendo sus ojos se encontraron con los míos. Después nos fuimos a casa, pero yo no salí a jugar. Me senté y escribí algo. Sabía leer y escribir; mi padre era maestro y me había enseñado pronto. Meses después, cuando volvió a casa, le di aquel trozo de papel, lo leyó, no dijo nada, sólo me dio unos golpecitos en la cabeza y guardó aquel trozo de papel en el bolsillo hasta que murió. Esa fue la primera vez que escribí algo. No recuerdo el texto. Sólo recuerdo la sensación de alivio que tuve después de escribirlo. Entonces no sabía lo que significaba, pero adquirí pronto el hábito de escribir siempre que tenía problemas. No me consideraba un escritor, sino una persona que necesitaba escribir.
La mitología ha sido su gran aliada para narrar sus novelas y ensayos, está presente en sus páginas como cualquier paisaje, incluso llega a protagonizar alguno de sus libros, ¿considera usted que no ha perdido vigencia el mito? ¿La vida humana puede dejar de ser inherente al mito? ¿A lo clásico? ¿Cree usted que la mirada humana podría ser ignorante, además de ciega, en este sentido?
Es cierto lo que dices. La mitología griega contiene todas las formas de vida posibles. No creo que podamos inventar formas de vida fuera de la mitología. Todo está ahí y sigue relacionado con nuestras preocupaciones cotidianas. La Hidra de Lerna es el símbolo de la mafia. El lecho de Procustos es la ilustración más violenta de la tiranía. Las hazañas de Hércules siguen siendo relevantes como ilustración de la condición humana. Así que sí, utilizo la mitología y al mismo tiempo me inspiro en ella, en su belleza.
Entre toda la obra que se ha publicado en castellano, gracias a Galaxia Gutenberg, destacan las novelas dedicadas a la historia más reciente de Grecia, muchas de estas novelas —incluyendo la trilogía de Campesinos y señores, Madres e hijos, El asedio de Troya… — contienen una gran dosis de su biografía. Los recuerdos también cuentan una parte de la historia que se enseña en los colegios. ¿Podría decirse que a través de su propia historia ha rescatado la memoria colectiva de su país o al revés?
Sí, creo que la historia de mi familia y la mía forman parte de la historia moderna de Grecia. Por supuesto, también hay otras historias, no pretendo contar la verdad ni toda la verdad ni nada más que la verdad, porque escribir también es inventar o inspirarse, si lo deseas, pero yo no inventé mentiras. He intentado describir un período de Grecia en el que el país sufrió desde dictadores hasta la ocupación alemana, pasando por la guerra civil y sus consecuencias. El país sigue bajo la influencia de ese período.
Como lectora, me resulta curioso cómo después de que se viera obligado a marcharse y dejar Grecia atrás, usted no pudo parar de narrar historias sobre su país, con especial énfasis en su infancia marcada por la tragedia política y, en contraposición, sobre ese amor familiar en el que le educaron. Me pregunto si cuando uno envejece comprende más aquel pasado o sencillamente escribirlo o contarlo es una manera de recuperar lo que uno es, esa identidad arraigada en la niñez tan recurrente en su escritura, ¿cree que ese concepto identitario es fundamental para hacerse mayor?
Me gusta cómo lo dices. No podía dejar de contar estas historias. ¿Hay alguna razón mejor para escribir? Pero no es sólo que necesite ocuparme de la historia de mi país y de la historia de mi familia, sino que, también, necesito tratar de ganar algún tipo de sabiduría relevante sobre cómo afrontar los problemas actuales que tenemos. Es asombroso cuánta gente en las altas esferas parece creer que prevalecerán las mentiras, que no tenemos una crisis climática, que las guerras son necesarias, etcétera. El mensaje de paz es muy lento y débil y sólo nos queda la cultura para fortalecerlo. Tenemos que saber quiénes somos para mantenerlo vivo. Así que sí, necesitamos cultura y más cultura.
Cuentan que las personas que emigran se llevan consigo una nostalgia por la patria que dejan y también un dolor que las acompaña siempre, que las persigue un sentimiento de no ser del país de origen ni del de acogida, y, al mismo tiempo, ser de ambos. En su caso, algo de esta idea pudimos leer en Un nuevo país al otro lado de mi ventana, pareciera que la identidad se difumina… «Todo se olvida pero nada se pierde», es una de las afirmaciones recogidas en su testimonio, en Lo pasado no es un sueño, cuando regresa a su localidad natal… Las vueltas de la vida: de donde se huyó, se regresa con honores. ¿Es fácil reencontrarse con la tierra querida pero también dolida después de tanto tiempo? ¿Cómo es volver a casa después de la diáspora del exilio?
La razón principal de la emigración es la pobreza o las persecuciones políticas. En mi caso fueron ambas. Por supuesto, me llevé mi pueblo conmigo y en los momentos de desesperación de mi vida de emigrante intentaba recordar la fragancia de la tierra después de la lluvia de allí. Era una especie de reafirmación de que volvería a ser la persona que había sido, pero después de algunos años las cosas cambian. No eres otra persona pero hay algunos rasgos nuevos en tu personalidad.
Por ejemplo: en Grecia hablaba muy rápido y bastante alto. En Suecia empecé a hablar más despacio que la mayoría y en voz baja. En Grecia, tenía todas las respuestas, en Suecia no tenía ninguna. La vida te va formando. Te conviertes en marido, en padre, en abuelo. Por supuesto, cambias en muchos aspectos, pero en el fondo siempre eres un chico griego de un pueblecito griego. Esto no es un problema, es una bendición. Volver a tu país es más fácil para algunos, más difícil para otros e imposible para muchos. Yo no puedo volver a Grecia y vivir allí; sólo puedo ser un visitante.
En sus libros encontramos referencias a otros escritores coetáneos y otros que no lo son tanto, desde el existencialismo de Camus, de Kierkegaard, de Sartre, al idealismo de Don Quijote, y a la tragedia griega de Homero… ¿Usted es consciente del legado tan importante que suponen sus libros para el mundo de la literatura?
La literatura de la emigración y el exilio es muy rica, empezando por Ovidio y sus cartas desde el Mar Negro. No sé cómo serán considerados mis escritos, espero que sean recordados como honestos y bien escritos.
Usted es un profundo humanista, que reparte en sus libros y en sus afirmaciones un claro mensaje en favor de la memoria, la justicia, el respeto y la dignidad humana, bajo su mirada de filósofo, ¿cree que es posible enderezarnos en los valores democráticos y en la decencia en el futuro más próximo?
Sí, creo que al final ganarán la democracia y la justicia social, simplemente porque todo lo demás será guerra y destrucción mutua.
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Exquisita entrevista.