Un nido con forma de ave

Sobre Uno a uno los pájaros (ed. La Gran Nilson), último libro de poemas de Cintia Ceballos

Por Félix Leonel Peralta

La poeta conversa con la madre por videollamada mientras su hija juega alrededor suyo. Anciana, mujer, niña; las tres viviendo un mismo instante, en dos casas diferentes. La conversación no nos debería importar. Del altavoz sale el canto de unos gorriones que la niña no tarda en imitar. La voz poética en Uno a uno los pájaros nace a partir de esta situación. Una verdad se condensa y toma la forma de un ave.

Hace poco me crucé con La poética del espacio, de Bachelard. El territorio del poema, señala el autor, puede tratarse con la intimidad del primer hogar, o como una fantasía de la casa ideal. Esta dualidad es una constante a lo largo del poemario de Cintia Ceballos. Quien escribe estos poemas, por momentos se presenta como anfitriona, por otros como visita en una casa ajena. En la primera parte del libro, resaltan dos poemas que tienen como marco una casa en medio del bosque. Esta casa es fría, aunque fuera verano, pero aun así su noche estrellada y la pureza del aire que sopla en medio del bosque no dejan de ser algo que vale la pena experimentar. Peligro y belleza, eso parece tener aquello que se nos presenta como desconocido. Estos poemas relatan la combinación de estas dos sensaciones superpuestas.

Bachelard señala, también, que el cuidado de la casa no es tanto la manutención sino el (re)descubrimiento de la belleza en los muebles y los rincones. En Uno a uno los pájaros el cuidado no ocurre en la casa, sino en el patio. Renovarle el agua al bebedero no solo le da belleza al mismo, sino también a la persona que lo mantiene limpio y a sus ocasionales bebedores. También hay una necesidad en el cuidado que se brinda, una necesidad de control. La naturaleza avanza sin miramientos y, si no hace nada para detenerla, continuará extendiéndose sobre nuestros espacios. El dilema (de esto la autora es plenamente consciente) es que nuestra voluntad es minúscula frente al devenir del tiempo. Será más grande la ausencia que nuestra presencia en la tierra. Aún así la autora nos confiesa lo siguiente:

 (…)

quiero ser agua suspendida

apenas, darle a mi cuerpo

tocar también lo imperceptible

hasta caer. Y mientras caigo

ir dibujando el vuelo.

(…)

Se sorprende uno de que Ceballos emplee un lenguaje tan cálido y familiar, pero al mismo tiempo apenas nos deja entrar al “territorio casa” en su poemas. Cuando lo hace, cuando nos permite entrar, la voz narrativa suele estar acompañada de otra persona. Los lectores somos una suerte de terceros invisibles. Vemos la escena desde la distancia, desde la habitación contigua, como la no-persona que somos en el poema. Mejor así: no estamos buscando que nos hablen sino, más bien, leer, escuchar, o quizás aprender sin que nos quieran enseñar.

Aunque también esta privación da lugar a una propuesta. Es posible ver el mundo como un hogar inmenso donde todos somos sus inquilinos. Y esto nunca cae en un llamado a la acción ecologista como la de los poetas sesentistas japoneses. Es más una invitación a conocerse como parte de un todo que nos puede llegar a enaltecer, quizá no como sujetos históricos, pero si como seres vitales, finitos, que buscan simplemente sobrevivir.

Volvamos al principio. Bachelard señala: “en el mundo de los objetos inertes, el nido recibe una valoración extraordinaria”. El nido como construcción es inmejorable y a la vez es temporal para el pájaro que lo construye. Es un espacio destinado a la reproducción y la crianza. Remite a la infancia y a la pasión amorosa, según cómo se lo mire. Hay comodidad, pero también hay abandono. Con tristeza uno puede encontrar en un árbol conocido un nido hasta entonces invisible. En él podemos notar el vacío de un relato, el de una pareja de aves, el de unos hijos ausentes que ya vuelan por sí solos. Ceballos es consciente de esto. El amor al nido no le quita la consciencia de que éste es un conjunto de ramas que se van a secar y…

(…)

no hay error en aquello

ni en esto.

A lo largo de las tres series de poemas que componen el libro, no solo no estamos dentro de una casa, sino que tampoco se está siempre en el mismo espacio. Esta observación puede parecer inoportuna pero este hecho, repito, no deja de contrastar con el estilo delicado y reflexivo que la autora sostiene en cada uno de sus poemas. Eso sí: hay un lugar recurrente y este es el patio repleto de flora y fauna. Territorio, exterior e interior al mismo tiempo, que parece tener tapiales bajos porque se puede alcanzar con la vista otros lugares. En el caso de estos poemas, ese otro lugar, en realidad es otro patio. Anita es una vecina a la que se llevaron por la fuerza de su hogar dejando éste vacío. Pero, como dice Vallejo, una casa nunca se termina de abandonar. En la casa de la vecina raptada (en el poema cuentan que hasta le cortaron las trenzas del pelo) le sobrevive todo lo que la anciana plantó y cuidó, recordándola sin palabras.

Lo interesante de este libro es su ternura y delicadeza hasta en los momentos más duros. En la fijación en las flores, los animales, los niños, el amor, en los poemas de otros, se yergue un refugio para un exterior más bien decadente. Hay notas de un barrio que no se quiere expresar. Si pensamos por un segundo, podemos decir que la naturaleza avanza en los lugares abandonados por la urbanidad. Quizás es un exceso de interpretación, pero lo poco que se sabe a nivel coordenadas reales o referencias a cierto barrio o ciudad parece ocultar quizás un entorno más bien hostil al mundo delicado y silencioso en el que se maneja estos poemas. Anita, la vecina que “se llevan”, parece ser una jubilada sola que tiene un aguantadero de animales que molesta a la pacatería barrial que no entiende ese ritmo de vida en donde solo importa el cuidado del otro o el resguardo de ese espacio incierto que nos incluye y nos expulsa: la naturaleza.

En otro poema, la voz narrativa ve, en la basura, a una mariposa que aletea por un colorido arcoíris hecho de bolsas. Esta es toda la referencialidad que nos brinda el libro. Después volvemos al nido, a los sentimientos superiores y a la reflexión sobre la fugacidad de la vida y el amor. Lo importante está en esa detención que nos permite respirar y sacarle lo terrible a los asuntos más desafortunados de nuestra mortalidad. Este libro de Ceballos es un recordatorio de la fuerza interna que persiste en nosotros; a que el hecho de estar vivo nos permite volar y jugar de nuevo, por más terrible y denso que esté aquello que nos rodea, aquello que, muchas veces, llamamos “coyuntura”.   

Hay una unidad que persiste. El cuerpo es un nido, también, al que muchas veces nos cuesta reconocerle su exterioridad; lo mismo con la casa y el mundo. Yo habito este cuerpo, parece decir Ceballos, pero al mismo tiempo hay algo que me separa de él. Quizás en ese lugar esté la promesa de una nueva casa, o el amor hacia otras personas, sobre todo mujeres, sea una amiga, una madre, o una hija. Para una lectura precoz puede que estos versos parezcan solo delicadeza, pero hay un fondo terrible, una lucha interna que parece nacida de la misma condición humana. Queda en uno entrar y escuchar lo que los pájaros nos quieren decir.

Post navigation

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *