Carlos Real de Azúa, Byung-Chul Han y nuestra reflexión decolonial
Por Julio Cano
En la década de los sesenta, el ensayista uruguayo Carlos Real de Azúa publicó un libro, Antología del ensayo uruguayo contemporáneo, que contenía pasajes de 41 autores uruguayos ubicados especialmente en el siglo XX y que conformaban, según el autor, un buen panorama del género. El texto, además, contenía una “Introducción y advertencia” que iba bastante más allá de lo que habitualmente indican ambos señalamientos. Dicha Introducción se convirtió, con los años, en una publicación aparte y en un texto fundamental sobre el tema (del que no existían y no existen demasiados referentes específicos en el ámbito uruguayo).
Es más, el texto avanza en el tema del ensayo por cuenta propia (mas allá de sus vicisitudes criollas) y, dado que lo que hacemos en la Río Belbo transcurre, mayoritariamente, en el terreno de este modelo de reflexión y análisis, resolvimos hurgar en el mismo, haciendo el esfuerzo de acomodar lo que Real de Azúa tenía para decir en aquellos momentos (hace 75 años) con lo que nos sucede actualmente. Mejor dicho: con lo que decimos sobre lo que nos sucede. Lo hacemos, además, por la vigencia que este texto sigue teniendo, peripecias intelectuales y políticas de por medio.
Para Real de Azúa, el ensayo no se ata a la formalidad del discurso científico o filosófico, sino que es de carácter más abierto, aunque siempre es discurso; siempre es narración en cuanto tipo de marcha argumental. Narración y no información, señalemos también. Alguien escribió que el ensayo es un brillante decir casual. Si le falta brillantez, igual sigue siendo un decir que se apoya mucho más en la casualidad que en la concatenación argumental estricta. Pero el resultado que persigue en el lector es siempre el de ir más allá de la mera peripecia a fin de hacer central la persuasión. Se trata entonces, en el ensayo, de un relato sobre una peripecia casual de la que se busca que sea persuasiva.
Busca la persuasión pero no la fundamentación de la misma. Esto lo separa de la filosofía, que avanza por lo que podemos llamar paseos inferenciales (de los que hemos hablado en otra parte). El ensayo toma los supuestos ya dados y los maneja desde fuera, sin alterarlos. Es incapaz de adherir a una ortodoxia específica en términos metodológicos. O es incapaz o no quiere hacerlo; dejamos la alternativa abierta.
“Personalidad, construcción, ocurrencia, multiplicidad de miras. Todo ello hace que el ensayo sea más comentario que información. (Más narración que información, diríamos ahora siguiendo a Han), mas interpretación que dato, mas creación que erudición, mas opinión que afirmación dogmática, apodíctica” (op. cit., p. 21).
Frente a las construcciones actuales de la escritura basada en la específica, neutra y digital sintaxis prevista en la computación, el ensayo parece ser lo que Adorno señala: una modalidad de escritura que mantiene la actualidad de lo anacrónico.
Pero se trata de escribir sobre lo anacrónico sin que el texto se convierta en pintoresquismo. Para eso el ensayo debe recurrir a la reflexión, debe asumirla sustancialmente. Una peripecia circunstancial, así, que es sobrepasada merced a la trascendencia concreta, situada.
Pongamos un ejemplo extraído de nuestra propia experiencia en la Belbo: dos veces hemos escrito sobre la Marcha del Silencio en Uruguay, celebrada los 20 de mayo como expresión colectiva de dolor y recuerdo de las víctimas de la Dictadura (1973-1985). Es un encuentro masivo que se expresa un día específico del año y que actúa como símbolo del rechazo a la opresión y por verdad y justicia. Escribir sobre este acontecimiento puede revestir carácter estrictamente periodístico. Pero si a ese carácter periodístico (informativo) se le agrega la reflexión que suscita, entonces estamos ante un texto ensayístico. Se le agrega la información revestida de trascendencia. Así, un comentario agregado a esa información que desborda el mero hecho de la multitudinaria concentración es la gran cantidad de jóvenes que asisten a ella, siendo así que, en momentos en que los insucesos de un 20 de mayo de 1976 acontecieron, la mayoría de ellos ni siquiera había nacido.
Se puede interpretar entonces al ensayo como un relato sobre un encuentro de sucesos cotidianos interrelacionados con sucesos cargados de simbolismos trascendentes. Sin que ambos se escriban y se lean por separado. Es decir, se trata de aguzar una conciencia de la circunstancia, como lo señala el propio Real de Azúa. Una circunstancia que puede ser temporal o espacial, nacional, regional o universal, en la que en cuanto historia individual y en tanto comunidad se está inscrito. Hoy decimos lo mismo en términos distintos: señalamos que la circunstancia de la que se habla tiene un carácter geopolítico ineludible.
El ensayo no busca ocultar la posición especifica de quien lo escribe. Por el contrario, escribe a sabiendas de que lo hace como exploración ejercida por una conciencia situada y situacional. Desde un consciente lugar en el mundo. Decimos entonces que el ensayista sabe de su parcialidad, de su limitación, de que no puede sobrepasar su contextualidad. Esto no solo lo confronta con el modo de relato dominante en la actualidad, sino que es la causa más notoria del desinterés que lo acompaña. El ensayo está en franca minoría desde hace bastante tiempo, precisamente por el dominio de la información digital, fría y distante, no personalizada, capaz de llegar a todos por no comprometida, desapasionada y al mismo tiempo volcada al individualismo más radical. Una información narcisista que actualmente viene ganando en la interminable partida de ajedrez de la comunicación humana.
Veamos esto otro, ya por fuera de los análisis de Real de Azúa. El lenguaje del ensayo no es informativo porque de esa manera sería periodismo. Tampoco es analítico en sentido estricto porque si lo fuera estaríamos ante un informe científico. En este último rubro colocamos también a los estudios jurídicos y de ciencia política. Aunque se acerca mucho al lenguaje de la filosofía, se aparta de ella en cuanto no busca las causas de los hechos que analiza en un sentido ontológico.
Asumimos, entonces, que el ensayo se mueve lingüísticamente en el terreno de la narración. ¿Pero de qué narración estamos hablando?
Sigamos a Byung-Chul Han en su libro La crisis de la narración:
“Las narraciones han perdido su fuerza original, su gravitación, su misterio y hasta su magia. (…) Dejan de ser vinculantes para nosotros y pierden su fuerza conectiva”.
“La religión, por ejemplo, es una narración característica, con una verdad intrínseca. Con su manera de narrar, nos salva de la contingencia. Nos instala en un hogar, hace que estar en el mundo sea como estar en casa.”
“Las narraciones capaces de transformar el mundo y de descubrir en él nuevas dimensiones nunca las crea a voluntad una sola persona. Su surgimiento obedece más bien a un proceso complejo, en el que participan diversas fuerzas y distintos actores. En definitiva, son la expresión del modo de sentir de una época.”
“La narración es una forma conclusiva. Constituye un orden cerrado, que da sentido y proporciona identidad.” (pasajes del texto aludido, pp. 11 a 13)
Chul Han especifica que no todo es contingente. Y simultáneamente, que no debemos estar esperando continuamente la novedad. Expone la necesidad de experimentar, que estar en el mundo es como estar en casa. Y estarlo no es estar esperando lo nuevo, puesto que en casa, en mi casa, no siento la necesidad apremiante de conseguir cosas nuevas sino de encontrar sentido en lo que ya tenemos. No quiero cambiar mi viejo sillón en el que leo cotidianamente los mensajes que me envían y que contesto. Lo quiero a él, no quiero la novedad de un espectacular sillón impoluto, neutro, incapaz de que algún día pueda tenerle el afecto que siento por mi reventado trasto al que amo. Y que no es contingente (aunque para miradas ajenas lo sea).
Con las narraciones auténticas sucede lo mismo: los cuentos para niños no cambian noche a noche y, como lectores, debemos exponerles las mismas aventuras. Lo repetitivo no es lo monótono sino el regreso nocturno de experiencias en torno al ser de los sucesos contados: cada relato no es el mismo de antes, cada relato es una nueva experiencia. Por eso es conclusivo, cerrado. Como las funciones de teatro.
¿Cuánto de todo esto es trasladable a la narración con la que conformamos el ensayo?
Lo podemos sintetizar diciendo que el ensayo rechaza la novedad que anula la historia vivida, que jamás es neutro, que resulta ser escrito para contestar lo que puede no gustar pero que debemos aceptar como escrito en la vereda de enfrente de nuestras convicciones, sin que eso suponga nuestra destrucción intelectual. En fin, que asume lo que nosotros asumimos desde nuestra página: que no existen verdades absolutas, que estas solo existen en el terreno de la lógica y las matemáticas y que, aun en este reducto aparentemente impoluto de números e igualdades, son llamadas aseveraciones mejor que verdades. Las nuestras las asumimos como aseveraciones provisorias.
Asimismo es un género que tiene siempre delante de los ojos el contexto geopolítico del que parte y desde el que habla. Por lo que no pontifica, no es dogmático. Y necesita de los otros que conviven con el narrador. Esto es lo que más relaciona al ensayo con lo político.
Lo dicho asume la utopía que implica el compromiso de estas teorizaciones con los tozudos hechos. Y para reflexionar sobre ello, terminemos con una meditación sobre sucesos que entre nosotros, en este pequeño país, vienen sucediendo desde el domingo 24 de noviembre. Hemos elegido como presidente al candidato del Frente amplio, grupo político que regresa al gobierno por cuarta vez. Nunca, en los cuarenta años de democracia posteriores a la dictadura, nos encontramos como ahora en una paridad tan ajustada entre dos bloques, dos concepciones del país y del mundo. Estamos llevados, en este 2024, a un gobierno de consensos. Eso puede ser leído como una fatalidad ineludible y circunstancial. O como una oportunidad única de ir construyendo una forma de hacer política teniendo presente, antes que nada, la diversidad. Y que de esta manera sirvamos de ejemplo, sin alaracas ni ambiciones desmedidas, de una convivencia ciudadana que se aparte de los fascismos criollos que nos acosan por todos lados.
Ensayemos ir construyéndola.