La influencia del libertarismo de Milei en Europa, analizada por Romaric Godin, periodista político francés: el relato de la prensa occidental sobre el supuesto éxito de Javier Milei y la heroización de Elon Musk traduce un avance de las ideas libertarias. La extrema derecha se vuelve la desembocadura natural de esta ideología que quiere ocupar el vacío dejado por un neoliberalismo agonizante.
Romaric Godin, para Mediapart
(Traducción: Susana Sherar)
Los libertarios Musk y Milei quieren dominar el debate económico
Es un hecho: el neoliberalismo fracasó. Las grandes líneas políticas llevadas desde los años 80 –globalización, financiarización y represión social– han mostrado, todas, sus límites sociales, ecológicos y políticos. Pero este fracaso no significa el fin de la contrarrevolución en favor del capital que empezó con el neoliberalismo. Muy por el contrario, lo que se viene parece más bien una aceleración de este fenómeno con la emergencia de una alternativa “libertaria”. Como en los años 80, el fenómeno podría partir del sud del continente americano para ir hacia el norte antes de llegar a Europa y al resto del mundo.
Hay que recordar de que, en 1981, Friedrich Hayek y Milton Friedman habían elogiado los méritos de la política económica de Augusto Pinochet en Chile. El laboratorio chileno ya había inspirado las estrategias de shock de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y favorecido la emergencia de una referencia neoliberal, a la cual el resto del planeta había tenido que someterse.
Esta vez, el shock vino de Argentina. El aniversario de la entrada en función del presidente Javier Milei y de su política de la “motosierra” fue la ocasión de una avalancha de elogios en la prensa económica y financiera del mundo entero.
El empobrecimiento generalizado, la destrucción de servicios públicos, la naturaleza inigualitaria y reaccionaria de su política se volvieron un detalle del que apenas se habla. La motosierra mileísta logró lo esencial: reducir la inflación y volver a hacer crecer el PBI. Dicho de otra manera: hacer renacer la acumulación del capital a cualquier precio.
Los elogios hacia la Argentina fueron varios, esencialmente los diarios conservadores y liberales del mundo occidental, del Temps suizo al Figaro francés, pasando por el Financial Times. A menudo el elogio se volvió lección, como en ese artículo del cotidiano sueco Svenska Dagbladet que llama a “hacer de Milei un ejemplo para el reino escandinavo”.
Este entusiasmo por el presidente argentino va, a menudo, a la par con un interés parecido por el nuevo hombre fuerte de la próxima administración estadounidense, Elon Musk, quién, además, cultiva su vecindad con el libertario porteño. A la cabeza del “Doge”, o departamento de la eficacia gubernamental, el millonario quiere también cortar con la motosierra los gastos públicos estadounidenses.
Discurso “austeritario” y fascinación tecnófila
En los círculos de la derecha europea, esas políticas aparecen claramente como inspiraciones, maneras de renovar un programa ideológico que daba vueltas en el vacío desde hace años. En Francia, el patrón de la derecha aliado al RN**, Eric Ciotti, quien cultiva su proximidad con Milei, y se libra a una seducción por intermedio de tweets con el presidente argentino, anunció en Le Figaro la presentaciónde un proyecto de ley “motosierra” en la Asamblea nacional en enero. En el programa: reducción de colectividades locales a dos escalafones, abolición de las agencias gubernamentales y desregulaciones masivas.
En Alemania, el partido liberal, el FDP, viejo miembro de la coalición “fuego tricolor” que explotó este otoño, se inspira también en los métodos de Javier Milei y Elon Musk. El jefe del partido, Christian Lindner, antiguo ministro de finanzas federales, defendió claramente el método Milei al lanzar su campaña. Y cuando Elon Musk anunció sobre su plataforma X que solo el partido de extrema derecha AfD podría “salvar Alemania”, el mismo Christian Lindner le respondió que él era de alguna manera el partido oficial de la visión “muskiana” de la economía en Alemania, pidiendo una entrevista incluso para convencer al fundador de Tesla…
Evidentemente, Eric Ciotti y Christian Lindner no son pesos pesados de la política francesa o alemana. Pero hay que tener cuidado. Los elogios de la prensa hacia Milei, el retorno del discurso austeritario en Europa y la fascinación tecnófila de algunos por Elon Musk constituyen las bases de un alineamiento posible de una parte de las élites a las posiciones libertarias. Tanto más que esta ideología se inserta en América en la extrema derecha, una corriente que viene viento en popa en Europa y que busca aun una doctrina económica coherente.
Aquí en Francia, la lección de los años 1970 es importante. Los neoliberales eran también en esos años considerados como marginales extremistas. Pero supieron representar una puerta de salida para el sistema capitalista apoyándose en ejemplos como Chile, sobre un combate cultural y sobre presiones concretas del mundo económico. Los libertarios, desde ese punto de vista, están en una posición todavía más favorable. La oposición radical al capitalismo que existía en ese tiempo casi ha desaparecido, la extrema derecha tiene las puertas abiertas en los medios y los mercados financieros son los primeros partidarios de los métodos libertarios.
Pues, en realidad, lo esencial no está tanto en el alineamiento un poco grotesco de un Ciotti o un Lindner con Milei, sino en los dinamismos propios del capitalismo contemporáneo; ahí es donde hay que comprender la atracción por la visión libertaria. Para aprehenderla, hay que volver sobre la historia del neoliberalismo y sobre lo que lo diferencia del libertarismo.
La síntesis neoliberal y sus límites
Como lo vimos precedentemente, el neoliberalismo es un modo de gestión del capitalismo nacido en los años 1980 para enderezar las tasas de beneficio. El corazón de su acción es la sujeción del Estado al servicio del capital y de su usufructo. Lo que fue puesto en juego en ese momento fueron políticas que favorecen la acumulación del capital: liberación de la circulación de bienes y capitales, privatizaciones, comercialización de ciertos servicios públicos, ayudas directas o indirectas (baja de impuestos) a las empresas, debilitamiento de la posición del mundo del trabajo.
El neoliberalismo no es un fundamentalismo de mercado en el sentido en que el mercado no es más que una de las formas que toma el sostén estatal al capital. El neoliberalismo es una doctrina híbrida, una síntesis entre tres corrientes económicas. La primera es el neokeynesianismo, es decir el keynesianismo que acepta lo esencial de la teoría neoclásica al mismo tiempo que defiende la idea de las imperfecciones del mercado, frente a las cuales el Estado debe intervenir. La acción de los bancos centrales después de la crisis Internet o la crisis del 2008, o aun el sostén durante la crisis del Covid en el 2020, entran en ese marco.
La segunda es la corriente neoclásica, a la que se puede ligar el monetarismo y que defiende, con una figura como Robert Lucas, fallecido en 2023, la eficiencia de los mercados a largo plazo y que considera que el rol del Estado es de garantizar la neutralidad sobre los mercados para permitir el buen funcionamiento de la competencia y de la moneda.
Por último, la tercera corriente es la que sigue a Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, la corriente libertaria. Es una corriente compleja y diversa, pero que, para decirlo muy simplemente, defiende la superioridad del mercado en tanto que institución social sobre el Estado. Su visión es la de una sociedad atomizada de individuos soberanos y propietarios regulando sus conflictos a través del mercado.
El neoliberalismo no es ninguna de estas tres doctrinas, las que, además, están en desacuerdo sobre puntos esenciales. Pero es una síntesis que permite situar políticas que responden a las necesidades de acumulación del capital. Y esta síntesis tenía muchas ventajas. Permitía así presentar el neoliberalismo como el fruto de un supuesto “Estado de la ciencia económica”, consintiendo en marginalizar a sus oponentes en el campo de la “heterodoxia” sobre el plano económico, y del “populismo” sobre el plano político. Pero la diversidad de las influencias permitía también mantener un debate interno que daba la impresión de la existencia de una alternativa interna.
Para retomar una fórmula de Guy Debord en La sociedad del espectáculo (1967), se puede decir que, en el neoliberalismo, es decir en la forma que tomó el capitalismo desde el final de los setenta, “la división mostrada es unitaria, pero la unidad mostrada es dividida”. Habrá necesariamente (siempre) pujas internas, puesto que el neoliberalismo no realizaba enteramente el proyecto de las escuelas en las que se inspiraba.
Aparecían luchas superficiales, ritmando las vidas políticas de estos últimos treinta años, como los duelos Sarkozy/Hollande, Clinton/Bush o Schroeder/Merkel.
Pero estos combates no cambiaban nada importante, pues la gestión neoliberal del capitalismo convenía a todo el mundo: el centralismo del Estado y de los bancos centrales podía satisfacer a los neokeynesianos; la desregulación, a los neoclásicos; y la destrucción del Estado social, a los libertarios. Con la crisis del 2008, la síntesis se volvió cada vez más difícil de construir. La escuela neoclásica, la de las “anticipaciones racionales”, perdió toda credibilidad y los neokeynesianos tomaron mucha importancia, especialmente con las políticas monetarias no convencionales llevadas en los años 2010 por los grandes bancos centrales. Pero el capital en su conjunto podía aún estar satisfecho: el sector financiero estaba sostenido por la política monetaria que permitía igualmente al Estado desarrollar ayudas al sector privado.
La ruptura de la unidad neoliberal
Pero este período va a modificar los equilibrios en el seno del capital, sin lograr salir de un crecimiento débil. Al contrario. Con la crisis sanitaria, el fracaso del salvataje del neoliberalismo se vuelve evidente, los problemas de rentabilidad se exacerban y el paisaje cambia radicalmente. Para mantener la tasa de beneficio, un gran número de empresas, especialmente en la industria y el comercio, dependen ahora más de la ayuda del Estado, mientras que la demanda sigue siendo escasa y la productividad sigue apagada. Pero, paralelamente, otro sector del capital sale reforzado de esas crisis.
Sostenidos por los bancos centrales, y la debilidad de la actividad que quiebra los dominios de la competencia, algunos sectores se reforzaron y lograron adquirir una capacidad de extraer ganancias y beneficios independientemente de los mercados de bienes y servicios. Es, por supuesto, el caso de grandes empresas tecnológicas que constituyeron lo que algunos autores llaman un “tecnofeudalismo”, en el cual esos grupos organizan una dependencia de la economía a sus datos informáticos.
Pero, en realidad, esos sectores “rentistas” de la economía son más amplios. Desde hace varios años Brett Christophers, geógrafo británico de la universidad de Uppsala, documenta la ascensión de un capitalismo “rentista” –notablemente– en el Reino Unido. En Our lives in theirs portfolios (Verso, 2023, no traducido) y The price is wrong (Verso, 2024, no traducido), él extiende este análisis al sector financiero, de ahora en más dominado por los gestores de activos y del sector energético. Pero el mismo fenómeno puede aplicarse a las infraestructuras (por ejemplo, en Francia, el sector de las autopistas) o a los servicios colectivos (distribución de agua o de electricidad).
El período inflacionario de 2022-2023 permitió poner en evidencia la capacidad de ciertos sectores para asegurar la permanencia de sus beneficios por el alza de precios, incluso cuando las ventas reculaban. Es un signo de esta capacidad rentista en el nuevo espacio capitalista. Ahora bien, esos sectores ven sus intereses divergir de aquellos de los sectores competitivos. Mientras que estos últimos dependen del flujo del sostén público para sobrevivir, los sectores rentistas prefieren favorecer el despedazamiento del Estado y la desregulación para reforzar su dominio sobre la economía y la captura de las fuentes de valor. Esos sectores se volvieron ahora suficientemente poderosos con la ayuda del Estado para poder cambiar de lógica y, de ahora en adelante, buscar ejercer su dominio sobre el Estado.
De esta divergencia fluyen dos políticas diferentes que hacen explotar la unidad aparente del neoliberalismo. Una que sostiene la competencia entre sectores, tiene necesidad del déficit público para proveer subvenciones, disminución de impuestos y sostén a la demanda, así como regulaciones estrictas para mantener condiciones de competencia razonables. La otra, afiliada al sector rentista, defiende las privatizaciones para proveer nuevos monopolios privados, una desregulación masiva para levantar todo obstáculo a los monopolios, especialmente en el dominio energético y tecnológico, y una austeridad que venga a garantizar los fondos y beneficios de la finanza. En ambos casos se trata, para el capital, de mantener una renta elevada a pesar del crecimiento débil. Pero la estrategia es diferente.
La opción libertaria
La corriente libertaria ha sido siempre un “pasajero clandestino” del neoliberalismo. Los pensamientos de Hayek, de Rothbard o de von Mises son, hablando con propiedad, heterodoxos, rechazan los fundamentos de la “ciencia económica”, especialmente la racionalidad de los agentes. Lógicamente, cuando el neoliberalismo entró en crisis y el Estado tomó cada vez más importancia, los libertarios retomaron su autonomía y criticaron la lógica neoliberal estatal.
En los años 2010, este mensaje tenía poco interés para el capital. Pero con la nueva dependencia, el sector rentista del capital vio en el pensamiento libertario un medio de favorecer sus intereses. Puesto que los libertarios podían presentarse como los adversarios del sistema, a imagen de lo que pasó en Argentina, ellos disponían además de la capacidad de movilización de una población descontenta con la crisis, pero incapaz de encarar la crítica del sistema capitalista.
Lógicamente, el libertarismo se volvió vector político e ideológico de los intereses de los sectores rentistas, permitiendo movilizar las clases sociales víctimas del freno de la economía. El discurso que moviliza, el del mérito natural, del Estado hipertrofiado e ineficaz, del peligro de la deuda pública, de la corrupción de las élites estatales, da en el blanco sobre poblaciones abandonadas por los servicios públicos decadentes y que se sienten amenazadas por la miseria.
Uno puede, sin embargo, asombrarse de que el discurso del fundamentalismo de mercado sea movilizado por las oligarquías y los monopolios. Pero no es más que una paradoja aparente. En realidad, el libertarismo considera que el mercado es el lugar de la única justicia verdadera. No puede más que validar el triunfo de los que son juzgados como “los mejores” por el mercado y que, por esto, se apuran a ponerse al abrigo, de facto, de toda competencia. En eso, detrás de sus discursos adormecedores, el fundamentalismo de mercado es siempre una justificación de las oligarquías capitalistas y de la sumisión del Estado a estas últimas.
Por lo demás, el pensamiento libertario es un pensamiento de la desigualdad por excelencia. Su crítica del Estado está fundada sobre esta idea de que la acción de redistribución viene a perturbar la justicia, por esto que viene a modificar la desigualdad natural de los seres. Es también por esta razón que este pensamiento es antidemocrático por esencia –la ley de la mayoría es inoperante frente al mercado– y a menudo racista –la desigualdad entre los grupos de individuos es justificada por las capacidades de desarrollo diferentes–.
Vemos, entonces, cómo se constituyó la situación actual: el discurso libertario vuelve con fuerza con el apoyo de los grandes depredadores económicos modernos, los de la finanza y la tecnología, y encuentra naturalmente un objetivo político en la extrema derecha, quien también juega con el miedo a la degradación individual, y sobre la justificación de las desigualdades naturales.
Es cierto que en los años 2010 la extrema derecha fue a menudo intervencionista. Ocupando la crítica nacionalista del neoliberalismo llegó a captar el electorado víctima de las políticas de este último y de la crisis. El fracaso del estatismo neoliberal y la fragmentación del mundo económico lo obligan, sin embargo, de ahora en más a reconstruir un discurso coherente sobre el plano económico, puesto que está en la búsqueda de sostén de la oligarquía económica.
La apuesta de los sectores rentistas se trata ahora de imponer la agenda libertaria a esas fuerzas ascendentes. Eso puede hacerse por dos vías. La primera es el sostén directo, financiero y/o verbal de los millonarios libertarios a esas fuerzas políticas. Elon Musk sostuvo a Donald Trump, y en diciembre fichó su sostén a la AfD, el partido de extrema derecha alemán, y al Reform Party británico. La segunda pasa por una presión creciente de los mercados financieros sobre los países más expuestos. La amenaza de crisis financiera conduce entonces a la oposición a defender una política libertaria para descalificar la gestión precedente y proponer una “solución” a la crisis. Las presiones sobre Francia, o fuera de Europa sobre Brasil, recientemente, entran en ese marco.
Luchas internas al capital, devastaciones generalizadas
El fenómeno está en curso. El porvenir no está escrito todavía. En Europa y en América latina, donde el Estado dispone de una tradición bien anclada, las resistencias a los caprichos libertarios son todavía fuertes. De ahí el hecho de que son partidos insignificantes como los de Eric Ciotti o Christian Lindner los que reivindican ser libertarios. El RN sigue siendo muy discreto con respecto al caso Milei, a diferencia de Vox en España.
Pero la guerra cultural comenzó, con medios considerables. Elon Musk es un actor central. Giorgia Meloni pone en escena su “amistad” con él, y fue propuesto en el Parlamento Europeo para el premio Sakharov por el grupo RN y por el de AfD. La atracción de Elon Musk puede hacer caer a la extrema derecha europea en el regazo libertario. Sobre todo, el que va a estar al mando en los EE.UU.
La hipótesis de una gestión libertaria del capitalismo deja más preguntas abiertas de las que resuelve. La renta quiere sujetar a los sectores productivos para poder captar lo más posible el valor que producen. La apuesta reside en asegurar su hegemonía sobre la economía, y eso puede pasar, por ejemplo, por impuestos suplementarios sobre ciertos sectores productivos para reembolsar la deuda pública con provecho para el sector financiero. Es, sin duda, paradojal en apariencia, pero hay que acordarse que el libertarismo es primero un discurso que sirve de mampara a intereses sectoriales. Así, en Argentina, el sector de la construcción y una parte de la industria fueron sacrificadas en aras del agrobusiness y de la finanza.
Es por esta razón que los compromisos como el que intentó Emmanuel Macron desde 2022 no pueden funcionar. La idea macronista, fiel a la tradición neoliberal, era un compromiso centrado alrededor de la oposición al mundo del trabajo: las subvenciones y las disminuciones de impuestos podían ir a la par con la austeridad y la desreglamentación si llegamos a reducir servicios públicos, transferencias sociales y derecho del trabajo. Pero las tensiones internas al capital son tales que ese compromiso aparece como imposible, y fracasó con el gobierno Barnier***.
La estrategia libertaria está en ver a los sectores productivos someterse a sus agendas esperando así asegurar su pellejo con la “protección” de los sectores rentistas. Es lo que pasó en Argentina y lo que está a punto de producirse en EE.UU. con el alineamiento de los grandes grupos industriales y comerciales al trumpismo.
Solo que estas políticas no solucionan lo esencial. Para captar valores, hay que producirlos. Ahora bien: el libertarismo, si bien puede hacer ilusión en un país devastado por las crisis como la Argentina, no aporta solución a la crisis de un capitalismo que, desde hace cincuenta años, vive de recursos que se agotan uno tras otro y que, cuando producen crecimiento, como recientemente en los EE.UU., son incapaces de producir bienestar y seguridad social y ecológica.
En eso, las soluciones libertarias no representan nada más que una huida hacia adelante en la explotación del trabajo y de la naturaleza. Una huida hacia adelante que beneficia a diversos sectores pero que va a acrecentar las contradicciones internas al capitalismo, es decir, su crisis.
Como lo escribe Brett Christophers: “Si la renta es el destino lógico del capital, entonces la devastación económica y social puede, al revés, ser el destino final de la renta”.
Notas de la traductora:
* Este artículo fue publicado originalmente el 26/12/24 en Mediapart, Francia. Romaric Godin: periodista de Mediapart, ex jefe de redacción de La Tribune. Egresado de Ciencias Políticas. Escribe artículos y libros sobre economía y política.
**RN: Rassemblement National; partido de extrema derecha, cuya candidata a la presidencia, Marine Le Pen, obtuvo en las elecciones del 2022 un 41% de votos contra 58% de Macron en la segunda vuelta.
***Gobierno de Michel Barnier: reciente primer ministro de derecha, remplazado en diciembre por François Bayrou, de centro-derecha. Su gobierno fue el más corto de la historia: duró solo 3 meses. Fue obligado a renunciar después de una censura del Parlamento, debido a una elección por Macron –en Francia es el presidente quien elige al primer ministro, lógicamente según el resultado de las legislativas– contrariando completamente las elecciones de junio último, cuando ganó el Nouveau Front Populaire (coalición de las izquierdas). Lo que produjo el tolé fue que esta vez la voluntad popular resultó burlada, en un gesto monárquico por parte del presidente.