
Con la obra Las aves el grupo catalán La Calórica, de la mano de Aristófanes, exhibió en la sala mayor del Parque de España una muestra inspirada e inspiradora de lo que puede hacer el arte escénico para que nos entendamos, aceptemos y transformemos

Por Andrés Maguna

En esta bendita ciudad de Dios llamada Rosario, el sábado 2 de agosto el cielo amaneció despejado de las oscuras nubes que el día anterior habían descargado rayos y granizo. Además, se había diluido en mansas olas la apocalíptica amenaza de Tsunami por el terremoto en Kamchatka; y en el árbol de mi vecino descubrí a dos parejas de aves (una de cotorras, otra de torcazas) haciéndose arrumacos, frotándose entre sí los picos y las plumas. “El ciclo natural del amor recomienza con la promesa de un mañana mejor, en un preanuncio de la primavera como la estación privilegiada para la manifestación del potencial de la vida”, pensé vagamente mientras se calentaba el agua para los primeros mates de la mañana, y de inmediato mi mente derivó en analogías relacionadas con la obra que había visto la noche anterior en el teatro del Centro Cultural Parque de España, titulada Las aves y realizada por el grupo catalán La Calórica.
Porque el guion de esta puesta de Las aves conserva lo más esencial del que escribió Aristófanes en el año 414 antes de Cristo, el que lo llevó a ganar el segundo puesto en las Grandes Dionisias (festivales competitivos) de aquel año, basado en una fábula con visos de parábola que tiene a la comedia por sobre el drama para criticar desde el humor a la democracia, el populismo y la política de las derechas. Con el agregado de que en su versión, bien aggiornada, La Calórica explota al máximo el sentido de la parodia como la entendían los griegos fundadores del teatro, es decir como una manera de encontrar los caminos para mirarnos (y examinarnos) a nosotros mismos con la indulgencia y la comprensión del humor liviano, o el ánimo ligero.
Los cuatro actores, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López y Marc Rius, durante los 94 minutos que duró la representación de aquel viernes, no hicieron otra cosa que ennoblecer el arte dramático respetando la utilización de sus muchos recursos expresivos del modo más tradicional, es decir respetuoso de sus orígenes históricos, a tal punto que no resultaba descabellada la presunción de que tras bambalinas estaba el mismísimo Aristófanes siguiendo con atención las evoluciones de los actores.
Experimenté, con Las aves, un doble viaje en el tiempo: a la antigua Grecia y al tiempo sin tiempo de la fábula, más allá de sus toques de contemporaneidad, en conjugación con un doble viaje espacial: a la ciudad de Barcelona (por el lenguaje y el habla del elenco) y a la Ciudad de las Aves de la ficción teatral, un centro urbano muy parecido a tu ciudad o a la mía.
Gabriele D’Annunzio dice: “Las alas impalpables son las que vuelan más lejos” (La ciudad muerta, acto I, escena III), y fueron alas impalpables las que desplegaron los de La Calórica para transportarnos a los espectadores a los cielos de una abstracción estética en la que muchos de los personajes de Aristófanes y otros de cuño propio, como Pistetero, Evélpides, la abubilla, el flamenco, la democracia, un sacerdote, el capitalismo, un juez idéntico a Hitler, una funcionaria de alto rango de las fuerzas de seguridad igualita a Pato Bullrich, una familia de palomas obreras, lograron meternos en una dimensión de proximidades introspectivas y autocríticas respecto de nuestra propia realidad política y social, en sintonía, claro, con la universalidad de esa realidad que empezamos a establecer los seres humanos desde que nos amuchamos en ciudades y desarrollamos una compleja red de reglas de convivencia y sistemas de gobierno, de delegación de responsabilidades.
Tal vez esté intelectualizando en demasía (se me acusa, con razón, de ello), pero creo que nadie podrá desmentirme si digo que para cada uno de los 350 espectadores (aproximadamente) que vimos Las aves aquel viernes hubo una interpretación particular, personal e intransferible de lo que quería decir la obra, a la vez que una interpretación general, colectiva y unívoca, emparentadora de todos los que estábamos presentes: el teatro que veíamos tomaba con fidelidad aspectos y situaciones del teatro de la vida, con humor exacerbado, para que pudiéramos reírnos de nosotros mismos al mirarnos en ese espejo.
A esta sucinta ponderación de Las aves en tanto puesta en escena y lo mucho que concitó, condensó, en planos simbólicos de la representación, así como respecto de los cinco Tatitos con que la califico, sólo agregaré el destaque de un escena que me pareció el summum, una genialidad, el grado máximo de referencialidad humorística al que puede aspirar una comedia: sobre el final de la obra, una familia de palomas obreras (madre, padre, hija, hijo) se sienta a comer en la mesa hogareña, y hablan de sus cosas, de los sinsabores de la vida, de las acciones que se ven obligados a tomar (el padre tiene un ala rota por un accidente de construcción, el hijo debería reemplazarlo en el trabajo, la hija debe seguir estudiando, la madre debe ocuparse de que cada quien asuma sus responsabilidades), trasuntando las contradicciones de una existencia que, no saben por qué, no saben cuándo, eligieron tener, y los ahoga en la abulia o la rebeldía mal contenida. Y expresan, de una manera tan graciosa que dan ganas de llorar, una verdad esencial: cuando éramos libres éramos felices y no lo sabíamos, y ahora que no lo somos lo sabemos.
FICHA:
Título: Las aves. Elenco: Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Esther López, Marc Rius. Dirección: Israel Solà. Dramaturgia: Joan Yago. Escenografía, vestuario e iluminación: Albert Pascual. Espacio sonoro: Guillerm Rodríguez (con la colaboración de Arnau Vallvé). Técnico en gira: Pere Sánchez. Operación de luces y sonido: Esther Porcel Fauquet. Caracterización: Anna Rosillo. Construcción de escenografía: La Forja del Vallès, La Calòrica. Confección de vestuario: Albert Pascual. Función del viernes 1° de agosto de 2025 en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España de Rosario, Santa Fe, Argentina, en el marco del ciclo “Un pasaje hasta aquí”.