
Foto: Amalia Di Santo
La obra de teatro documental Agua, escrita, dirigida e interpretada por Renata Moreno, con actuaciones de su mamá y su hermana, excede los cánones del biodrama y lleva al público a profundidades filosóficas y didácticas en las que resulta muy placentero bucear

Por Sol Maguna

Calificación: 5/5 Tatitos
Hay obras de teatro que uno va a ver zambulléndose con la memoria del cuerpo por delante. Agua, escrita y dirigida por Renata Moreno, e interpretada por su madre, Patricia Gualino, y su hermana, Bárbara Moreno, es una de esas puestas en escena que no solo se presencian, sino que se habitan.
Agua explora las huellas epigenéticas de un miedo (la epigenética, una rama de la biología enfocada en el estudio de los mecanismos que se activan y ayudan a consolidar recuerdos, actuando sobre la memoria). Así, un determinado evento puede influir en la expresión genética, y desde ahí, como una forma de herencia, las experiencias de una generación pueden impactar en sus descendientes.
Al entrar el público al hall central del Club Carriego, ya están en escena sentadas en un banco Patricia y Bárbara. Conversan, e incluyen a los espectadores. Patricia, la madre, cuenta que le tiene miedo al agua, y Bárbara lo contrario: para ella nadar es el disfrute máximo. Patricia habla de sus padres. Muestra una foto de ella pequeña con ellos en lo que parece un barco. Describe la foto, señala cómo la sostiene la madre y cómo el padre le sostiene el brazo a la madre que la sostiene a ella. Dice que su mamá la alzaba poco. En el resto de las fotos está en brazos de su papá. Repite, reitera que le teme al agua, su cuerpo se tensiona, se estremece con la sola mención de la palabra “agua”. A Bárbara y a sus hermanos (Álvaro y Renata, el primero aparecerá en un video, la segunda es la directora de la obra e intervendrá en la acción como ella misma e interpretando a su abuelo) les gusta, muestran fotos de ellos jugando de chicos con todo tipo de espejos de agua, fuentones, baldes, jarras, charcos, una manguera.
¿A qué agua le teme su madre? Bárbara acusa un avanzado embarazo (la vida misma interviene la obra), se pregunta por el sentido de ser madre, y se lo pregunta a su madre, quien le cuenta que cuando ella nació (es la primogénita), con la traumática intervención de fórceps, tuvo problemas para amamantarla. Las preguntas siguen, se vuelven constelares: “¿Cuándo se deprimió la abuela?”, pregunta Bárbara. “Cuando nací yo”, le contesta Patricia. ¿A qué agua le teme Patricia? ¿Al río? ¿Al mar? ¿A la lluvia? ¿Al agua en la que flotó su hija? ¿Al agua en la que flota la hija de su hija? La huella epigenética nos lleva al líquido amniótico, al agua primordial que funda vida.
Patricia no sabe nadar. La tensión se lo impide. Hay experiencias que nos marcan antes de tener lenguaje, son sensoriales, esas que si nadie las atestiguó y nos las contó no sabemos de dónde viene esa memoria del cuerpo que nos alerta, ese instinto. ¿Y si una madre alguna vez pudo decirle a una hija: “te quise ahogar”? Después de haber tenido a sus tres hijos, a sus 33 años, Patricia descubre la génesis de su miedo: su madre intentó matarla ahogándola. Pero los bebés tienen un reflejo de inmersión, cuando se sumergen contienen la respiración, no tragan agua, reciben el contacto del agua sin lucha porque se encuentran en un medio conocido vinculado a un período agradable su existencia, que es el vientre materno . (“La vida tiene otro ritmo cuando estoy en el agua” dice Bárbara.)
Preparan la escena para recrear ese baño que casi termina en tragedia, el origen del miedo. Renata relata. Patricia hace de Patricia bebé, y Bárbara, de su abuela Susana. Susana prepara el baño de Patricia, le lava la cabeza con una jarra, las dos sobre una tela de tonos claros de azul, representando el agua. Madre e hija comparten esa recreación, y mientras Bárbara-Susana le toma el cuello a Patricia-Patricia bebé (la cabeza figura estar sumergida), comenzando el intento de ahogamiento, Renata hace preguntas: ¿cuánto tiempo estuvo así?, ¿cuánto la sumergió? El acto es interrumpido por el padre (Renata asume el papel de su abuelo, al padre de Patricia): “¡Qué hacés Susana!”.
Patricia acota: “Mi mamá sufría de depresión”. Y agrega: “Mi mamá habrá estado muy sola”.

Renata Moreno, Patricia Gualino y Bárbara Moreno. Foto: Amalia Di Santo.
Agua se mete donde duele y donde sana. Habla del vínculo madre-hija desde lo más antiguo: el líquido amniótico, el miedo inicial, la confianza incondicional a dejarse sostener. Que en la memoria líquida, ese archivo que va desde las duchas a los partos, de los baldes a los ríos, trabaja también un mecanismo epigenético, una huella que viaja de una generación a otra incluso antes de tener palabras. Es una obra que dura diez minutos o toda la vida, se escribe desde antes de que hubiera teatro, desde antes de que respiráramos aire. O al menos eso me pareció entender a mí al verla el último sábado de noviembre, en el club Carriego, cuando junto a unos 60 espectadores participamos de esa experiencia anfibia durante 65 minutos
Agua es una obra viva: sensitiva, tierna, paciente. Te invita a nadar en su interior y a explorar el vínculo madre-hija con una honestidad poco común. También a pensar la propia condición humana desde uno de sus orígenes: el agua, ese elemento que, como quería Empédocles, compone el amor, las fuerzas cósmicas y también los odios.
En el teatro documental, la maquinaria se expone: lo real y lo representado se muestran sin jerarquías, y en este caso va directo al nudo del drama: el origen del miedo al agua. Y Renata narra esa historia desde una silla al costado del escenario, auxiliada por un proyector que ilumina las columnas de hormigón que separan la sala del teatro de la pileta climatizada (algunos nadadores discurren por los andariveles: la vida cotidiana avanza al ritmo parsimonioso de la obra). “Mamá, ahora no va esa parte. Ahora viene la coreografía”, dice Renata. Entonces las actrices vuelven a su cauce. Suena el tema Filamentos, de Irina y el Reloj. Bárbara y Patricia se miran y bailan: hilos, enlaces invisibles, estructuras frágiles pero persistentes. Una metáfora de la herencia biológica, emocional, generacional. Música que cose generaciones.
(Trabajo de guardavidas. Una vez, en la pileta, Doris me preguntó si no sería muy vieja para aprender a nadar. “Tengo 86 años”, dijo. Hace 11 años que va a la pileta, hace 11 que recorre la pileta caminando hasta que el agua le llega a la cintura y regresa. La vi repetir ese circuito durante años. Un profesor alguna vez le dijo: “Doris, usted es un burro viejo. Hay cosas que nunca va a aprender”. Yo creo lo contrario: lo único indispensable es la intención. Y ella la tiene. Entré al agua cargada de miedo ajeno. Para mostrarle cómo permanecer en el agua sin ansiedad. A suspender el impulso de salir. A confiar. “Entregate –le dije–, el agua sostiene”, incitándola a hacer la plancha. Como escuché decir cuando hacía el curso de guardavidas: el miedo pesa. No sé si Doris perdió el miedo o aprendió a nadar con él. Ahora se lanza y se suspende sin flotador. Como un bebé que recupera un saber antiguo: que activa un reflejo arcaico, contener la respiración, mover brazos y piernas con naturalidad, como quien se desplaza en un medio conocido. “La vida tiene otro ritmo cuando estoy en el agua”, dice Bárbara. Y agrego: el agua nos devuelve al origen.)
En su sensibilidad de teatro documental Agua incluye a Fernando Aguilar, el obstetra, que aparece en los videos proyectados: “Me sigue maravillando ver a un humano salir de otro humano”, dice, y menciona que pasamos nueve meses en agua, y que “somos, en cierto modo, anfibios”.
Antes de ir a ver Agua concurrí a la muestra de natación de niños en la pileta donde trabajo. Luego fuimos a comer unas pizzas con mis compañeras y escuché a una de ellas que es madre admitir que, cuando nació su hijo, no quería darle la teta. Que lo cronometraba. Que le daba lo justo y necesario. Otra, con cuatro hijos, la escuchaba sin juzgar: tal vez porque vivía la maternidad como una marea que arrasa y devuelve, que hiere y salva al mismo tiempo. Así llegué a la obra: llena de voces, de piletas, de bebés, de madres que respiran como pueden, de alumnos que flotan o se hunden, de cabezas que suben y bajan buscando aire. Y con un dato histórico que me sigue haciendo reflexionar: en algún momento, a fines del Siglo XVIII, el agua dejó de ser considerada “elemento primordial” para ser nombrada como H2O, un pasaje que no solo formaliza su composición sino que evidencia un misterio, del agua como algo continuo, indivisible y esencial, a la idea de dos átomos de hidrógeno unidos a uno de oxígeno con propiedades únicas y de origen cósmico. El agua no dejó de ser agua por volverse fórmula, solo nos obligó a aceptar que nunca la entendimos del todo. Philip Ball (autor de H2O: una biografía del agua) explica que el agua ofrece tantos enigmas para la física y la química que cualquier abordaje que intente contenerla se ve desbordado.

Patricia entra a la pileta del club Carriego de la mano de su hija Bárbara. Foto: Sol Maguna.
Bárbara se prepara para nadar y nos invita a pasar a la pileta. Nada con soltura, mientras Patricia la mira desde el borde y le pregunta “¿cómo hacés para flotar?, ¿cómo le enseñás a flotar a alguien como yo?”. Ya no me sentía espectadora de una obra, y me a atrevo a decir que ninguno de los que estaba rodeando la pileta en ese momento sentía estar presenciando una obra de teatro. Bárbara le extiende una mano a su mamá y la invita a entrar, juntas avanzan por el agua y se sumergen. Entonces lloré, la mujer al lado mío lloró, todes lloramos. Patricia también lloró. Luego salieron del agua, agradecieron los ingentes aplausos, y nos invitaron a comer unas gelatinas riquísimas.
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FICHA:
Título: Agua. Dramaturgia y dirección: Renata Moreno. Intérpretes: Patricia Gualino, Bárbara Moreno y Renata Moreno. Actuación en video: Fernando Aguilar, Álvaro Moreno. Diseño de vestuario: Natalia Cachita Arrúa. Realización audiovisual: Pablo “el Chapa” Madussi. Música: Gaby Bex. Fotografía: Amalia Di Santo. Diseño gráfico: Santiago Goria. Asesoramiento de movimiento: Cecilia Ippolito. Asistencia de escenas: Enrique Andreini, Alexis Lopérgolo. Agradecimientos: Club Carriego, Graciela Schmidt, Vivi Tellas. Funciones: Los cuatro sábados de noviembre 2025 en el Club Intercambio Evaristo Carriego, Rosario, Santa Fe, Argentina.
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