Por Andrés Maguna
“Sin pie, sin cabeza, sin pie
No tienes corazón que olvidar
No hay nadie que se lo merezca
No hay manera de hacerlo
No hay corazón en el pecho
Ni siquiera hay tal vez
Para haber hecho lo que me hiciste
¡Fuera de aquí!
Bestia de siete cabezas, bestia de siete cabezas”
(Fragmento de la canción de Geraldo Azevedo “Bestia de siete cabezas”)
El sol del 24 de enero viene asomando. Con el paro se nos para lo que sea que podemos parar cuando la provocación tiene el carácter, la cualidad, de irresistible; cuando estar en conexión con todos los demás, cuando la frase “todos unidos”, nos resulta protectoramente excitante.
El bicho de siete cabezas dejó de causar gracia, de repente se volvió venenoso y contaminó con pestilencias radiactivas la burbuja de la Patria. Ahora no hay más opciones, no nos queda otra que actuar o morir en silencio, en el horrible silencio de la culpa por no actuar, no reaccionar, por no comprometernos ahora o por habernos comprometido mal, en la negación de lo evidente, en un pasado inmediato y breve; por haber alimentado al bicho de siete cabezas.
Será gozosa la tarea de ir aplastando de una en una las siete cabezas. El 24 empezaremos a caminar como el barroso Gólem en que nos hemos visto convertidos. Seremos imparables y paradójicos, quizás incomprensibles en la movilización, la movida y el movimiento del paro imparable. Empezaremos a levantar nuestro enorme pie de barro, de poesía trabajadora, de inclaudicables pasiones cotidianas, de resistencia partisana, para aplastar cuanta cabeza de la bestia vaya apareciendo.
La bestia, como creadora del Gólem, no se la ve venir, piensa que podrá domesticar su creación, que le impondrá obediencia con látigos y protocolos, con su desmesurada locura de tirano, de fantoche amenazante. Como si dijera “no me jodan, miren que soy peligroso”. Pero será tarde. Porque ya es tarde. El sol del 24 viene asomando y ya nos estamos cagando de risa imaginando tu sorpresa ante la demostración jolgoriosa de nuestra furia, nuestra determinación para decirte ya basta, fuera de aquí bicho feo.
Porque vos a la onda sin fisuras, al humor que nos une en la dicha de ser iguales, siempre la viste de afuera. Pobre de ti, pobre de vos, que te sumergiste en el delirio, sin retorno a la realidad, que perdiste la llave de la posibilidad de acceder a la verdad primera y última, al inicio del camino del Tao, el amor sin adjetivos. Lo entendemos, y hasta podemos inclinarnos a ser compasivos, pero metiste la pata y tendrás que hacerte cargo. ¿Qué necesidad había, que ocurrencia se te metió de ponerte a jodernos la vida a la mayoría de los argentinos, de crear este Gólem que ahora somos?
No tenemos dudas de que antes que tarde serás anécdota, pero ahora dejanos disfrutar de la faena de despachurrarte, de ir aplastando tus siete cabezas.
El sol del 24 viene asomando y no habrá protector que puede servirte contra el comienzo de tu fin como tirano de pacotilla.
Cantando y riendo, de la mano, abrazados, marcharemos en alegre multitud que te dice, fuerte y claro, “hasta acá llegaste”.
Ya nadie trata de entenderte porque nos dimos cuenta de que nunca trataste de hacerte entender, y mucho menos trataste de entender al otro, los otros. Y si vos no querés entendernos, nosotros tampoco. Así que ¡fuera bicho!